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Channel: Relatos Eroticos
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Proposiciones…

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Decías que tú eres más de atractivos maduritos con hilos de plata adornando la melena, incluso tal vez con rictus ajado en la mirada, que de musculosos y agraciados jovencitos. Bien, no sé si te lo creerás o no, aprovechando la casualidad, pero yo soy así. De hecho me lo dices claro cuando nos miramos a los ojos aunque sea en la distancia y amparados por la oscuridad: “me han gustado eso de hilos de plata, y me encantan especialmente los que adornan tu barba”. Lo sé, pequeña, y es que el vello es bello sólo cuando la belleza aparece adornada de colores imposibles y de intangibles dibujados por las miradas y las sensaciones… Parece que funciona mi palabrería según tu risa acaricia el ambiente alrededor de mis orejas, y sé que te gusta lo que escribo y que te lo diga. De todos modos, es fácil ser creativo contigo al otro lado, sea donde sea e inventando sobre la marcha, pero tu sonrisa y tus pechos me estimulan, y estimulan no sólo mi excitación sino también mi verborrea… activan mi lengua y mis dedos, si sabes lo que quiero decir.

No lo dudas, que además los vapores de algo que podría ser ilegal dibujan en tu cara la satisfacción y las ganas de seguir con el juego. Interesante ver que tus pezones ya me miran con intensidad, que puede ser provocado por el frío o deseo, pero yo estoy sudando y tu ropa hace rato que está besando el suelo. Y sé que en tu habitación no hace frío pero de cualquier manera a mí me gusta que me apunten tus pezones, que me amenacen, que no se asusten ni intimiden ante mi mirada. Que se muestren altivos, elegantes y valientes… “¿Qué pasa, tienes miedo?, no serás tan cobarde de girar la mirada y no tocarnos?”. Sonríes con aprobación… Bien, ya estamos en el camino correcto, y tú te estás poniendo “tontorrona”, que me hace gracia como lo dices con ese rictus de lujuria y perversión inducida en tu sonrisa.

“Slippery when wet”, perfecto disco para que ponga banda sonora al momento y a lo que se avecina, sea lo que sea, ya tenga continuación en la realidad o en mis sueños. Humedad latente sin traje de baño, mismo líquido desafiante en el camino entre la punta de una lengua y unos labios rosados que centellean deseo… los tuyos, claro, que además me guiñan el ojo mientras tus otros labios dejan escapar un suspiro a modo de “¡buuuf!” que me hace sonreír satisfecho aún más. Empiezas a ser mía, y lo sabes, y además lo permites sin rubor, genial. Sí, ¡buuuf!, me gusta escuchar leves y suaves gemidos mientras deslizo tela montaña abajo mientras en el intento rozo sin disimulo tus pechos y dirijo la mirada al pequeño montículo de vello que aparece ante mí cuando sigo bajando ropa. Te miro y te admiro, te desnudo en la distancia y sé que mis dedos tienen magia porque logro humedecerte sin tocarte. Un suave soplo detrás de la oreja, las manos desabrochando cualquier enganche que me impida entrar en tu vestido/camisón, y natural néctar de mujer facilitando sólo la entrada a tu cuerpo… y aún no te he tocado, aún…

Imagino pechos, curvas, caderas contorneándose y deseando separar muslos para que una lengua o dedos exploren cavidades secretas, cuevas escondidas y tesoros prohibidos para algunos mortales. “Seguro que con tu magia sabrás hacer que esos muslos se separen…”, es lo que te oigo decir y me gusta. No lo dudes, incluso ahora ya me llega el aroma a deseo, a mujer sonriente, a lujuria latente y a flor de la pasión recién salpicada de rocío caliente. Haces que crezca mi poder entre el pantalón, que se muestre ante tu desnudez, que se abra tu boca deseando tomarle la medida a mi erección provocada por tus palabras y tus reacciones. ¿Quieres escuchar más? ¿Quieres obligar a tus dedos a resbalar por tus piernas en dirección al intramuslo?

Sigue sin hacer frío, más bien lo contrario, pero tus pezones indican otra cosa: están sensibles y quieren ser acariciados, lamidos, incluso mordidos suavemente… y sé que no me equivoco. Es más, me masturbaré sólo con la idea de verlos, de dibujarles pícaras cenefas de saliva, de desafiarlos con la mirada y que tus ojos me indiquen que no hay pudor en tu desnudez sino deseo y seguridad en tu cuerpo, en tu lengua, en tu néctar, en tus curvas y en tu sonrisa cargada de picardía. Y ahora deseo que te masturbes para mí, despacio, suave, y que pueda verlo, o al menos imaginarlo para soñar con el momento en el que tus pechos no se dibujen en mi imaginación sino en mi retina… Y que mi lengua no sepa a “tal vez” sino a “por favor sigue lamiendo”.

Por favor, sigue lamiendo… me encanta escuchar eso. Por favor, sigue mojándome la lengua de tí; sigue abriendo las piernas y regalándome néctar de diosas a través de tu sonrisa vertical. Y no hay suciedad ni límites ni fronteras, sólo deseo y complicidad, que quiero probar las hendiduras permitidas y también las prohibidas, que mi lengua y dedos saben idiomas y se desenvuelven bien en todo tipo de situaciones: delante, detrás, encima, debajo, sobre, dentro, fuera… no son preposiciones sino proposiciones. Te encanta que fantasee contigo, ¿eh?, que me masturbe pensando en tí… Y en tu cuerpo, en tus pechos y en la humedad de tu interior y exterior del interior, si me permites ser burdo pero elegante.

Con vello y sin vello, pero siempre bello. Mi lengua no va a vacilar ante tu apertura de piernas, y también mojará sin rubor tu culito, lo sabes, ¿verdad? Y sé que algún día lo sentiré, sentiré mi piel contra la tuya, tus pezones erectos buscando mis caricias, tu boca buscando la mía. Tus pezones golpearán mi pecho en cada embestida, y tu coñito se abrirá más y más con cada sacudida de cadera y cada golpe de riñón: burdo, basto, agresivo, sensual, sensitivo, animal… Y me pedirás más con la mirada, con tus suspiros y con cada gemido. Rogarás detalles sucios, íntimos y personales, serás sucia y desinhibida, desearás más, conocer y fantasear, y yo te ayudaré a ello. Si deseas semen lo tendrás, si deseas néctar de mujer lo tendrás, si quieres que otros jueguen con tu cuerpo lo harás, y si deseas hacer lo propio con mi cuerpo, también lo tendrás… y todo sin pedir permiso ni que nadie te juzgue. Sé que te gusta que te lo diga, aunque ya lo sabías de antemano. Pero vuelves a sonreír y una gota extra de jugo de mujer resbalando por tu muslo me indica que quieres que te siga repitiendo las cosas que ya sabes.

Ahora quiero saber yo, y quiero saber que deslizas mis palabras entre tu sexo mientras mi lengua explora tu amarga estrella de la muerte, mis manos tus pechos y mi pene se acerca desafiante a tu boca vigoroso, mojado de tí, palpitante y deseoso de que tu lengua explore su extensión. Y no sólo deslizo mis palabras entre tu sexo, sino que guío tu mano mientras con la mía intento aplacar esta infame erección de los pezones a punto de rasgar el satén del camisón. No hay manera así que lo intento con mi lengua, pero creo que ha sido como avivar el fuego con gasolina… Y me encantaría verlo, lástima de la distancia, aunque me dices que intentas tocar la punta de pezón con la punta de la lengua, y sé que lo consigues…

Satén y rasgar, dos palabras que casan a la perfección, al igual que lengua y tu sexo, palabras que guían tu mano a mi erección, y también la punta de la lengua. Me encanta que te desnudes para mí y te masturbes en la distancia, que mojes los dedos de néctar y que ambos agujeros empiecen a desear estar enganchados a mí. Y deseo ver cómo lames otros sexos, de hombre y mujer, mientras yo no dejo de lamerte por detrás, jugando con mis dedos en tí y mis manos alternando hundirse en territorio permitido con acariciar tus pechos, aunque esto lo dejaremos para otras fantasías si te parece.

Veo esa preciosa curva, sí, ese pecho desnudo listo para mí, montaña coronada de la mejor guinda deseando ser comida, lamida, incluso adornada con nata. Eso merece que tú veas cómo pones el mástil, pues endureces mi ser y haces que crezca mi virilidad a la par que mi deseo. Puedes recibirlo ahora, sólo tienes que desearlo, silbar y pedirlo. Precioso pecho, por cierto, sobra decirlo. Como desees… y pronto lo tendrás en tu mano, en boca, en tu cuerpo, cerca de tí, dentro de tí, sobre tí y detrás de tí. Sube, se activa, te desea y crecerá hasta límites insospechados en breve, y te gusta verlo y desearlo en su máximo esplendor. Le encantará colocarse entre tus pechos, rozar tu lengua con la punta, crecer cerca de tus labios…

Como desees… tú lo has conseguido y lo consigues, casi inmediato. Te gusta, y te gustará… y a mí me gusta eso. Es suave, brillante… lo veo en tus labios, y más suave estará en contacto con tu piel, incluso más brillante decorada por tu saliva. Bésala, con lengua si quieres, no tengas miedo ni pudor, y creo que así se hundirá mejor en tí. Entrará entre tus cuatro labios sin problemas, e incluso ya mojada no tendrá obstáculos para introducirse despacio en tu agujero prohibido… prohibido para algunos, para la sociedad, para la cultura no pagana pero no para mí. Conseguiré que estés lo suficientemente cachonda para ello, que te mojes hasta que tu voluntad se vuelva sumisa y ni siquiera digas sí sino “por favor, hazlo”.

Se me queda grabado en la memoria, preciosas e intensas palabras: “¿Hacer que mi culito se dilate y palpite deseoso de tener dentro de polla? Por favor, hazlo”. Lo haremos, pequeña, despacio… habrá que lamerte bien, que tus músculos vaginales se contraigan en mi boca y tu culito se vaya mojando y relajando, pero lo haremos juntos. Quiero ver más de tí, no sólo imaginarlo, deseo tus pechos golpeando mi rostro en cada salto sobre el ariete. Lamer cada pezón como mi no hubiera mañana, acariciar la base suave, y mirarlos fijamente, en una lucha de poder entre ojo y pezón, y todo ello mientras me polla se ensarta en tí sin dificultad.

Podemos probar con un vibrador por detrás mientras te penetro, aunque posiblemente eso haga que te corras salvajemente mientras “me tienes a cuatro patas mordiendo la almohada para aplacar los gritos de puro placer”. Éxtasis para mis oídos, que me encanta que te vuelvas tan putita cuando te excitas. Y me parece una idea interesante, aunque quiero centrarme en tí y que cuando tu flujo baje por los muslos, aparezca mi boca recogiendo cada gota, disfrutando el sabor de tu orgasmo y procurando hundirme aún más en tu sexo para que sigas disfrutando, gozando y que se repita la explosión erótica que volverá a mojarme poco después… Me parece una idea muy interesante de hecho. Quiero ese flujo para mí en mi lengua, puertas cerradas, uno contra uno en la habitación y gemidos dibujando orgasmos en el aire que acabarán mojando mi cuerpo, mi lengua, mi sexo y tus labios. Quiero tus pechos tratando de escapar entre mis manos, mirarte, desnudarte con la mirada, observar el flujo resbalando por el muslo y seguir la trayectoria con la mirada hasta empezar a atraparlo con la lengua en el borde y volver a llegar a la fuente base.

Sé que notas la punta de mi lengua en el clítoris duro, y quiero que sientas mis labios en los tuyos, pero los besos con sabor a néctar vendrán después. Ahora estoy disfrutando de tu coño y tu clítoris, que se endurece más y voy a chuparlo como un pequeño pene de mujer entre mis labios. Pídemelo, hazme saber tu deseo, oblígame a hacerte correr de nuevo. Abre más las piernas y súbelas, que quiero lamer a conciencia tu coño y tu culo, y que me sigas pidiendo más, más lengua, más dedos, más polla… “Has conseguido que me vaya a dormir con las bragas mojadas”. Perfecto final para una conversación subida de tono a horas intempestivas. Ahora me gustaría ver ese tanga húmedo, esos pechos aún totalmente sensibles, que me des una excusa para volver a masturbarme. Pero no, el último momento de gloria es tuyo, disfruta y hazme disfrutar, que te lo has ganado… no tengas miedo y suéltate, deja salir a la dulce fiera.

“No, hoy ya no te enseñaré más pero soñaré contigo, que me arrodillo ante tí mientras estás escribiendo. Agarro tu hermoso pene y lo acaricio, lo beso, lo lamo y me lo meto en la boca. Lo chupo con gusto, con una pequeña succión muevo mi cabeza arriba y abajo haciéndote gemir de placer mientras con las manos te acaricio los huevos. Me dices que lo hago muy bien, me pides más, me dices que no pare y yo no paro hasta sentir en mi garganta una explosión de líquido caliente. Me lo trago, y sólo una gota caerá por la comisura de mis labios mientras te miro sonriendo… Ya tienes una excusa para volver a masturbarte, y ahora descansa pero no dejes de pensar que tal vez haya una próxima vez”.

Y esto no es una proposición… Y todo por, con, contra y sobre unos pequeños hilos de plata, tiene gracia, ¿eh?


Don Ismael y la madre de Paco

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Don Ismael Peribáñez parecía talmente un cura. Camisa blanca, sin corbata, jersey gris más que oscuro hasta el cuello, con el de la camisa doblado sobre el del jersey y terno, chaqueta y pantalón, de luto riguroso más boina estando en la calle y bufanda y gabardina si amenazaba mal tiempo o caían chuzos de punta completaban su normal indumentaria. Personalmente, la verdad es que impresionaba más bien nada que poco, pues a sus cuarenta y pocos años era más apocado que tímido y más pusilánime que falto de ánimo, a lo que añadía un físico que, visto con la más amable y optimista de las miradas, a anodino apenas si llegaba

Lo cierto es que el aspecto religioso que Ismael Peribáñez transmitía no era en balde ya que nueve y pico de sus cuarenta y no tan pocos años de vida los pasó en el Seminario Diocesano de Ávila, su natal terruño y sacerdote a esas alturas de la vida sería si no fuera porque un mal día se hizo más o menos pública su acendrada afición al placer o vicio nocturno y solitario, vulgo masturbación, lo que determinó que la competente autoridad del Seminario le indicara aquello de “Por la puerta se va a la calle”.

En fin, que a sus casi veintidós añitos, solo en la vida y sin poderlo ganar ya que su único bagaje laboral eran los más de nueve años estudiando materias muy doctas, eso sí, pero con poca salida en el mercado laboral de aquellos inicios-mediados de la sexta década del pasado siglo XX, lo que devino en tenerse que acoger a dar clases de latín y griego en academias de bajo fuste y aún más bajos sueldos, hasta que su señora hermana, Dª Amelia, virtuosa dama, un sí es no es adinerada amén de beata solterona de profesión, gracias a cuya intercesión diez o doce años atrás un colegio religioso de no, precisamente, bajos vuelos, le otorgó plaza de profesor de asignaturas varias, además de gimnasia y deportes, lo que son las cosas.

El bueno de D. Ismael Peribáñez tenía algo así como un particular Calvario personificado en Paquito Páez, rapaz de unos once años algo así como la piel del Diablo; inquieto como ardilla y vivo cual rabo de lagartija, era también asaz inteligente pero increíblemente reacio a todo cuanto significara estudio y más que alérgico a disciplinas que valgan, le traía mártir llenando paredes de lavabos y retretes, muros de patios y hasta paredes de las amplias galerías a las que se abrían las puertas de las clases con letreritos manuscritos con aquello de “D. Ismael es un Gilipoyas”. Así que un buen día que le pilló en plena acción escribidora mientras muy a sus anchas se fumaba un cigarrillo en un retrete, D. Ismael decidió que hasta ahí habían llegado las cosas, pues ya era hora de que los padres del Paquito se enteraran del tipo de cafre que tenían por hijo

De modo que, cuando terminaron las clases a eso de las cinco y media de la tarde enganchó al Diablo Cojuelo del Paquito Páez y se lo metió en su socorrido “Seiscientos”, vehículo de su propiedad a falta de un verdadero coche, y se presentó con el muchacho en el domicilio que el chaval le indicó, dispuesto a hablar, y muy seriamente, con su señor padre, cosa que ya el chico le previniera que iba a resultar más que imposible, ya que tal figura en su vida no existía.

Allí se encontró con que la señora madre del “Diablo Cojuelo” tampoco estaba en casa sino en una tienda que regentaba, una “boutique” por más señas. Y sí allí encontró a la referida señora… ¡Y qué señora, Dios!… Delas que te quitan el hipo con solo mirarlas… Treintañera algo avanzada, pues a los treinta y cinco, si no llegaba, poco le faltaría; alta, con metro setenta y cinco, más o menos, de estatura, que a D. Ismael le sacaba, casi cumplidamente, la cabeza; busto firme, alto, bien desarrollado aunque sin estridencias más o menos antiestéticas, cintura más bien estrecha, caderas y “trasero” más que apetecibles y piernas de verdadero ensueño… Vamos, que al bueno de D. Ismael poco le faltó para quedar babeando ante tamaña “jembra”… ¡Y que no lucía “palmito” ni nada la “buena” señora!… Pues el vestido que lucía más ceñido no le podía quedar, con lo que marcaba sus “virtudes” corporales de una forma que daba miedo y, a más, a más, resucitaba a un muerto… Que vamos, al famoso modelito no le faltaba ni la abertura hasta casi el ombligo, con lo que la tersura y esbeltez de su “muslamen” quedaba la mar de patente…

Al instante el talante intempestivo que animaba a D. Ismael al entrar en la tienda, como por ensalmo desapareció a la vista de la señora madre de Paquito, quedando el rapaz en simple chaval revoltoso en vez de la especie de monstruo que inicialmente pretendía describir al niño ante su señor padre. Y la cosa ya fue algo así como la caraba del baboseo cuando la pobre madre, presunta viuda, se le empezó a quejar de lo difícil que es para una pobre mujer sola enfrentar la educación de un hijo, falta del apoyo y autoridad que la paterna figura representa, cosa en la que D. Ismael estuvo algo más que de acuerdo. Ella sugirió que, tal vez, lo más conveniente para su Paquito fuera una especie de tutor o preceptor particular del niño. D. Ismael estuvo por entero de acuerdo con la señora y esta sugirió que quién mejor que él para desempeñar tal misión. D. Ismael intentó oponerse tras el argumento de que, como profesor del chaval, no sería en absoluto ético que le explicara los deberes que debía realizar a diario en casa, amén de que la disciplina del colegio no se lo permitiría, pero ante la insistencia de la señora quedó la cosa en un sí o un no que nada en definitiva resolvía.

Pero las dudas al respecto quedaron solucionadas en la tarde del mismísimo día siguiente, cuando al acabarse la jornada lectiva D. Ismael se encontró con su particular Diablo Cojuelo apoyado en su Seat 600, en inequívoca actitud de espera

¿Pero…puede saberse qué demonios haces aquí, condenado?
Esperarle, D. Agustín
¿Esperarme?… Y, ¿para qué narices me esperas?
Para volver a casa. Me ha dicho mi madre que, desde hoy, usted vendría a casa a hacerme estudiar…
¿Eso te ha dicho tu mamá?… ¡Pues yo no he dicho nada al respecto todavía… ¡Anda, anda!… Vete al autobús, y ya hablaré más despacio con tu madre…
Pues el autobús ya ha pasado y al menos en media hora no vuelve a pasar… ¿Sabe D. Ismael?… La verdad es que es usted un poco gilipollas…
¡Pero cómo te atreves a soltarme eso en mi misma cara!
¡Pues porque es verdad!… Mi madre está dispuesta a pagarle ocho mil al mes… Y creo que, si le aprieta las clavijas, podría sacarle hasta diez mil… Y volver a casa en el coche “mola” más que en el autobús…
D. Ismael se quedó un tanto pensativo… Ocho mil del ala al mes no era cosa de despreciar así como así… ¡Y el condenado crío decía que hasta podían ser diez mil!… Más de lo que cobraba en el colegio… Además, el recuerdo de la anatomía de la señora mamá de Paquito Páez también tenía su aquel…

No sé… No sé… En el colegio pueden despedirme si te doy clases por mi cuenta…
Y cómo se iban a enterar… Si usted no lo dice… Mi madre, desde luego que no… Y yo…
Sí; realmente así era… Así que, por finales, D. Ismael llevó de vuelta a Paquito Páez a su casa, con su madre, y desde aquella tarde cada una de las siguientes hacía lo mismo, asumiendo su nuevo papel de preceptor del chaval. Y lo que desde luego sorprendió a tan santo varón fue la atención que Paquito puso, desde el primer día, en las lecciones recibidas. D. Ismael aquella tan novísima actitud en quien creía vago integral e irrecuperable, sorprendió “cante dubi”, por absolutamente inesperada, pero así fue. Desde más o menos las seis de la tarde y hasta las ocho y pico, a veces hasta casi las nueve de la noche, repasaban o, por mejor decir, preparaban las lecciones del día siguiente, tras explicar D. Ismael a su alumno los deberes del día, cuidando de que fuera el muchacho quien, por finales, en verdad, los resolviera. Ah, y como Paquito bien le dijera, el precio de las clases quedó establecido en las diez mil mensuales, dispensándole además Dª Inés, que así se llamaba la madre de Paco Páez, un anticipo de tres mil pesetazas a cuenta prácticamente de nada.

Lo malo fue que casi de inmediato, al llegar con su alumno exclusivo a casa, Dª Inés, de vez de cuando, les recibía co un sucinto albornoz solo cerrado a su cuerpo por una especie de cinturón confeccionado en el mismo género que la prenda, con lo que a cada movimiento de su poseedora se abría lo suficiente para revelar que bajo el albornoz no había prenda ninguna. Al momento, en tales casos, del interior de la casa, de las habitaciones que no conocía, brotaban toses masculinas y no, precisamente, de individuos jóvenes, pues lo cascado de las toses revelaban bien a las claras que se trataba de algo más que un adulto. En tales momentos ella siempre ponía la misma explicación

Es el practicante. En este momento me estaba pinchando…
Y al momento desaparecía corriendo hacia esas habitaciones interiores, mientras el chaval, Paquito o Paco, como más bien le llamaba, y él mismo se dirigían a la cocina, donde tenían lugar las clases. También era lo normal que, al poco, de esas habitaciones interiores surgieran risas, más toses y palabras más o menos inteligibles, más o menos sueltas. Aquello se prolongaba durante tiempo, bien largos minutos, decenas de ellos, bien alguna vez hasta una hora casi

Al “practicante” de turno nunca le veía; sólo escuchaba sus pasos, los del “practicante” y la misma Dª Inés por el pasillo, charlando amigablemente, riendo también no pocas veces, hasta escuchar el ruido de la puerta de la calle al abrirse y al momento cerrarse, tras las frases de despedida, un: “¡Hasta la próxima, cariño!” pronunciado bien por él, bien por ella, bien por los dos, a lo que solía acompañar el rumor de un beso.

Luego aparecía ella por la cocina, sonriente, radiante, esplendorosa como siempre, y D. Ismael quedaba trastornado… Desarmado… Anonadado por su presencia… Por su olor, su aroma que le envolvía en nubes de Paraíso pero también de Infierno; del Infierno de los celos, del Infierno del deseo carnalmente delirante, avasallador… Porque la verdad es que Dª Inés le enloquecía… Le volvía loco… Loco de pasión… Loco de deseo… Aquello duraba poco, pues la bella enseguida se excusaba, aduciendo sus deberes en la “boutique”, y se marchaba casi al momento.

Lo grande era que a su hijo, a Paco, aquello no parecía impresionarle en absoluto… Esas visitas del “practicante” las tomaba de la manera más natural, como si fuera el pan nuestro de cada día… No parecía enterarse de lo que detrás, indudablemente, había: Que su madre tenía otras fuentes de ingresos aparte de la tienda, que, a fin de cuentas, sólo constituía una especie de tapadera con que justificar ingresos bancarios nada justificables, evidentemente.

Así los días, las semanas iban transcurriendo en aquella nueva rutina para D. Ismael, siempre arrepintiéndose, sintiéndose mal por aquellas “clases” particulares a la par que siempre anhelando el momento de volver a ver a esa su particular Diosa del Olimpo de Venus, por micho que le hiciera sufrir de celos, de desesperanza, de frustración… Pero los momentos de verla, de embriagarse con su aroma, su corporal perfume de mujer, de hembra humana, le embrujaban, le seducían, le llevaban al Séptimo Cielo del Placer… Eso sólo… No era preciso más… Simplemente, verla, olerla, sentirla cerca de él. Hasta había llegado a distinguir, discriminar perfectamente su personal aroma del olor del perfume que solía usar.

Así, D. Ismael cada día se debatía en la perenne dicotomía entre ir a la casa de la dueña de sus anhelos o renunciar a tales visitas; entre el tormento diario de los celos, del deseo nunca, ni por soñación, satisfecho, y el más que breve placer de disfrutar de la vista, del aroma, de la cercanía de su inalcanzable Diosa. Cada día, a cada momento, se decía que basta ya; que nunca, nunca más volvería por aquella casa, pero cada día, cada hora que pasaba anhelaba ir allí.

La tortura de las veces que el “practicante” visitaba a Dª Inés, de los eternos momentos en que les escuchaba en las habitaciones interiores, indudablemente en el dormitorio de ella, era indescriptible. Se los imaginaba; se lo imaginaba a él, desnudo, gordinflón, panzudo, grasiento, babeante, disfrutando de ella… De su escultural cuerpo… De su impar belleza… Y los demonios de los celos, los más horrísonos celos le consumían, le mataban… Pero era superior a él mismo; a sus parcas fuerzas de voluntad sustraerse a estar allí, en aquella cocina, a pesar de odiarlo con toda su alma

Una tarde, mientras Paco Páez estaba enfrascado en unas cuentas, unas multiplicaciones tratando de memorizar, recordar las tablas de multiplicar… “Seis por tres dieciocho, seis por cuatro veinticuatro, seis por cinco treinta”… D. Ismael dejaba vagar la vista por las paredes de la cocina, casi mecánicamente, sin realmente ver nada, casi, casi que por aburrimiento… Entonces, casualmente, sus ojos se fijaron en la ventana que daba al patio de luces, mil veces visto, mil veces asomado a tal ventana sin mayor interés… Por puro aburrimiento, tal y como entonces dejaba vagar la mirada sin rumbo, sin objetivo alguno… Pero entonces fue distinto, pues su mirada se topó con la cuerda llena de ropa tendida; con esa ropa; especialísimamente, se fijó en unas bragas…

Unas minúsculas braguitas… Negras, con lacitos rojos… Fue como un imán para sus ojos… Le atrajeron, se apoderaron de él, de su voluntad, de sus sentidos… En un segundo, lo único que para él había en el mundo eran esas braguitas… Sugerentes… Sensuales… Todo un fetiche para los masculinos sentidos… Se volvió a Paco y le vio como antes, sumido en sus cuentas, sin mirar, sin fijarse en nada más… Avanzó unos pasos hacia la ventana y de nuevo se detuvo para mirar al chaval que seguía como antes, absorto en su cuaderno.

Nuevos pasos hacia la ventana hasta llegar junto a ella. Las bragas volvieron a llenar su vista, borrando todo cuanto no fuera la diminuta e íntima prenda femenina… De nuevo, la mirada a Paco y otra vez le vio ajeno a todo cuanto no fuera su cuaderno

Sus manos, sus dedos, acariciaron tímidamente la prenda… Con cuidado, casi con veneración… Le pareció, en tales instantes, percibir el cálido olor del cuerpo que, seguro, poco ha enfundara aquella prenda… Nuevo ojeo al alumno y nueva constatación de la impunidad en que se encontraba… Otra vez los dedos tocaron, acariciaron la prenda… Y se decidió; la tomó firmemente en sus manos y la separó de la pinza que la mantenía sujeta a la cuerda, metiéndosela, rápidamente, en el bolsillo de la chaqueta.

Se separó de la ventana y empezó a dar vueltas alrededor de la mesa donde Paco Páez estudiaba, anotaba los números en el cuaderno. Estaba nervioso, desasosegado… Asustado… Asustado de su propia osadía… ¡Atreverse a coger la íntima prenda!…¡Vaya locura!… ¡Sí; debía estar loco para atreverse a tamaño error… Ella, Dª Inés, seguro que se daría cuenta… Echaría en falta la braga… Y le descubriría, pues quién si no iba a tomarla, salvo él mismo…

Como antes, volvió a fijar su vista en su alumno, tranquilizándose un tanto al verle en la misma anterior tesitura. Avanzó una vez más hacia la ventana, sin tampoco desentenderse de si Paco Páez se daba o no cuenta de algo, tranquilizándose al comprobar que no había “moros en la costa”… Por fin se vio junto a la ventana; sacó la braga para reintegrarla donde estuviera antes, pero entonces…

¿Qué pasa con el golfo de mi hijo? ¿Le mete usted en vered?…
D. Ismael, pescado casi “in fraganti”, perdió los papeles y se volvió hacia ella, aún con las braguitas en la mano con lo que Dª Inés al instante las vio y reconoció

¡Vaya, vaya, con el curita!… ¡Vaya, vaya, con el muy reverendo padre D. Ismael!… Ja, ja, ja… ¡Quién lo iba a decir!… ¿Le gustan las bragas de mujer?… ¿Le ponen?… ¿Le gustan mis bragas?…
Dª Inés reía a carcajadas y D. Ismael no sabía dónde meterse y, menos, qué hacer…

No… No es lo que parece… Yo… Yo…
Usted, ¿qué?… ¿hace colección de ellas?… ¿De las mías en particular?… (Nuevas carcajadas, nuevas risotadas que le martilleaban los oídos, el cerebro a D. Ismael)… ¡Así que el curita resulta ser un cachondo?… ¿Te ponen cachondo las bragas…mis bragas?… Y yo… ¿Te pongo cachondo, D. Ismael?… ¿Te la “meneas” a mi salud?… No te preocupes hombre; al fin y al cabo, seguro que aves ya a lo que, realmente, me dedico… ¿A que sí?… ¿A que sabes lo que soy?… ¿A que sabes que soy una puta?…
Dª Inés siguió riendo… Riéndose de D. Ismael a mandíbula batiente y éste se sentía morir a chorros… Echó a correr hacia la puerta; la alcanzó la abrió y a la carrera se lanzó escaleras abajo. Mientras, Dª Inés, riendo todavía, le seguía hasta el rellano de la escalera

Si no pasa nada, D. Ismael… Si no me importa… Total, tengo muchas…
D. Ismael desapareció durante días. En el colegio esquivaba a Paco Páez, no quería encontrarse con él a solas, pero el chaval se las ingeniaba para abordarle cuando nadie podía oírles

¿Por qué no vuelve a darme clases, D. Ismael?… Con usted sí que me gusta estudiar… Además, ya no suelto tantas palabrotas como antes decía… Como a usted no le gustaba y decía que eso no se hace…
Porque no Paco… No puede ser… No insistas, por favor
¿Y por qué no puede ser?… ¿Por lo de las bragas de mamá?…
Sí; por lo de las bragas de tu madre… ¿Es que no te das cuenta Paco?…
Pues vaya una tontería, D. Agustín… ¡Si a mamá no le importa!… No está enfadada con usted… También ella quiere que vuelva… Una tontería lo de las bragas… Sí señor; una tontería… Mamá tiene muchos amigos; hasta algún novio ha tenido… Y más de uno también le ha quitado alguna braga… Mamá entonces se ríe… Dice que los tíos son unos “salidos”… Unos obsesos…
D. Ismael miraba en silencio al chiquillo… ¿Sería posible que el crío no supiera a lo que su madre se dedicaba?… Le parecía imposible, porque espabilado era un rato largo y lo que es “saber”, “sabía” más que “Lepe”… Y sin embargo no parecía inquietarle lo que su madre hacía… “Mamá tiene muchos amigos” había dicho… ¡Como la cosa más natural del mundo!… ¡Como lo más inocente!… “Muchos amigos!… Al parecer, para él, para el niño ya casi adolescente, los “practicantes” solo eran eso: Amigos con los que mamá se reía… Lo pasaba bien, como él mismo con sus amigos… Con sus compañeros de “fechorías”, cuando llenaban las paredes del colegio con lo de que “Don Ismael es un gilipollas”… No; no lo entendía…

Claro, que D. Ismael era ya “perro viejo” en eso de la enseñanza a los casi que más pequeños, y por propia experiencia sabía que, a veces, los que parecen más “golfillos” y despiertos, a la hora de la verdad resultan ser los más inocentes… Más que el socorrido cubo…

Así, en tal tira y afloja, fueron pasando unos días; tres, cuatro, puede que hasta una semana casi, con Paquito Páez insistiendo en lo de la reanudación de las clases y D. Ismael, impertérrito a toda súplica del pequeño. Hasta que un día, a última hora de la mañana, rayano ya el medio día y con ello el fin de las clases matinales, a D. Ismael le llamaron de la Dirección del colegio.

Ese buen hombre entró en el despacho del director; del padre rector del colegio, como oficialmente se le denominaba, no simplemente señor director, como habitualmente solía hacerlo: Inclinándose todo él, servil, melifluo, empalagoso, con una sonrisa falsa, aduladora de oreja a oreja… De siervo…

Mándeme usted, padre rector
El padre rector estaba tras su mesa de despacho… En pie, alto, alto, alto… Casi inconmensurable desde la descomunal altura de esos casi dos metros de estatura, ante el servil D. Ismael, de casi escaso metro sesenta… La verdad es que estaba magnífico, grandioso, aquél padre rector, cual emperador romano ante el vencido gladiador que, de hinojos ante él, espera anhelante la final decisión: Pulgar arriba, pulgar abajo…

Frente a la mesa del despacho, también de pie, pero a la derecha del recién llegado D. Ismael, el niño Paco Páez, sonriente, como si tuviera algo sumamente importante que decirle

Señor Peribáñez… ¿Da usted clases particulares al señor Páez?
Esto… Esto… ¿Cla…clases?…
Sí, señor Peribáñez… Clases, clases… Clases particulares…
Estooo… Verá usted, padre rector… Es… Vamos, es como… Como un acto de caridad… Pobre Paquito Páez… Su mamá…
¿Acto de caridad?… Veamos… ¿Acaso no cobra usted esas clases?
El padre rector salió de su atrincheramiento tras la mesa de despacho para dirigirse al pequeño Paquito Páez. Le cogió por la barbilla alzándole hacia él la cara

¿No es cierto, hijo mío?
Pero… Pero… ¿Por qué le riñe usted, padre rector?… D. Ismael no ha hecho nada malo…
Quien así acababa d hablar era Paco Páez, el alumno incorregible, pero el padre rector, como si oyera llover… Vamos, que ni caso…

¿Se da usted cuenta, señor Peribáñez, de lo improcedente de su proceder? ¡Ha puesto usted en entredicho el buen nombre de este colegio!… ¡De su sistema educativo, dando a entender que la enseñanza que aquí se imparte es insuficiente, al ser precisas clases!… ¡Clases particulares!… ¡Clases de apoyo que completen la educación que aquí reciben los alumnos!…
D. Ismael quiso intervenir en su favor, pero el reverendo padre rector no le permitió meter baza, prosiguiendo con su perorata-filípica-catilinaria, que de todo había en la fenomenal reprimenda que el pobre D. Ismael se estaba llevando

¡Historias de préstamos, como adelantos a cuenta de no sé qué honorarios!… ¡De un profesor que resuelve al alumno los mismos deberes que él le ha señalado!… ¡Y por no hablar del otro asunto; del sucio, el vergonzoso, el abominable!… Supongo que soy lo suficientemente claro, ¿verdad, señor Peribáñez?
Pues… Pues… ¡Francamente, mi señor padre rector, no!…
¿No cae en ello?… ¿No lo capta?… ¿Tan…tan corto es usted de entendederas?… Bien; seré más claro… Las historias de lencería femenina, manoseada… Libidinosamente manoseada… ¡Lujuriosamente manoseada!… ¡Hasta guardada…retenida por usted!… ¡Qué asco, señor!… ¡Qué vergüenza!… ¡Qué vergüenza más grande!…
En fin, que aquél fue el final de la carrera lectiva de D. Ismael en tal colegio. Ni el alto cartel que la hermana de D. Ismael, Dª Amelia Peribáñez, gozaba en tan santa y sabia institución, gracias a la largueza de sus donativos y dádivas varias de que el colegio y la orden religiosa se beneficiaban, fue suficiente para aventar la espada de Damocles del despido, pendiente sobre él desde que entró en el despacho.

Así que, fulminantemente, se vió en la calle; despedido tan pronto el padre rector dio por finalizada la entrevista, permitiéndose incluso despedirle de la estancia azuzándole, como se despide a un perro molesto. Minutos después D. Ismael, deshecho, sin ánimo que pudiera sostenerle, salía por la puerta principal del colegio para nunca más volver a atravesarla. Iba ensimismado en su propia desgracia, su propia mala suerte, insensible, sin prestar atención a nada de cuanto le rodeaba, y así llegó hasta su vehículo, su sufrido, su socorrido Seat 600

Hasta entonces, cuando ya estaba por entero encima de él, tocándole con la punta de los dedos, como aquél que dice, no reparó en él; no le vió… A su Demonio particular… A su Diablo Cojuelo… A Paquito Páez

¡Pero…! ¡Pero…! ¿Qué hace usted aquí, señor Páez?… ¿No…no le basta con lo que ha hecho?… ¡Me ha hundido!… ¡Me ha destrozado!… ¡Me…me ha roto usted la vida!… ¡Me han echado!… ¿Se da usted cuenta de lo que ha hecho, señor Páez?… ¡Me han echado!… ¡Me he quedado sin trabajo!… ¡Por usted…por su culpa!… Pero, ¿por qué?… ¿Por qué tenía usted que decirle nada al padre rector?… ¡Qué…qué daño le he hecho yo para que usted se porte así conmigo!… ¡Mi hermana me mata…me mata…me mata sin remedio!
D. Isma, yo…yo no quería hacerle daño…
¡Más respeto, señorito; más respeto!…
Perdone, D. Ismael. No quería faltarle al respeto…
De acuerdo, señor Páez… Perdonado… Y ahora, por favor, regrese usted al colegio… Estarán empezando a servir la comida a los alumnos medio pensionistas como usted… Y enseguida empezarán las clases de la tarde… Regrese usted al colegio, Páez; regrese usted…
No puedo D. Isma…
¿Volvemos a las andadas, señor Páez?… Y… Y ¿por qué no puede usted volver al colegio…a clase?
Porque el rector también me ha echado a mí. Por pegarle y llamarle hijo de puta…
¿Qué…que se ha atrevido usted a?… ¡A pegar al padre rector!… ¡A llamarle hijo…hijo de…eso!
Sí D. Isma… Tan pronto como usted salió del despacho… ¡Porque es eso; un hijo de puta!… Yo le dije lo de usted porque, como usted no quería darme más clases y él es el que manda, pues quería que le ordenara que me siguiera dando clases… Por eso se lo dije… No crea que me “chivé” de nada… ¡Y el hijo de la gran puta le despidió!… Por eso le pegué y le llamé eso que usted no quiere que diga…
Páez, Páez… Es usted de la piel del Diablo… Ande, ande, métase en el coche…
D. Ismael, D. Isma como le bautizara Paco Páez y desde entonces se quedara con tal diminutivo de su nombre, y su alumno, ya más exclusivo que otra cosa, se pusieron en marcha rumbo a la casa del chaval; de Dª Inés. Al poco, el envaramiento con que el maestro tratara a su discípulo fue desapareciendo para volverse las tornas a lo que últimamente era lo más normal, un trato mucho más asequible y fluido entre ambos.

Y, ¿cómo es ese súbito interés que te ha entrado por aprender?… ¿Por estudiar?… La verdad es que no me lo explico… Es un giro copernicano el que supone trocarse, de incorregible bala perdida a chaval responsable y hasta estudioso… No lo entiendo… De verdad que no comprendo cambio tan radical
Es que con usted sí que me gusta estudiar. Usted explica bien las lecciones y yo aprendo mucho más fácilmente… Las clases de los demás “profes”son un rollo… Un tostón… No saben explicar, como usted, y yo me aburro… Además… ¿Sabe una cosa?… Yo… Yo le aprecio… Sí; le aprecio… Es usted la única persona, aparte de mi madre, que se ha preocupado de mí… Sí, la única persona a quién sé que le importo…
Don Ismael no respondió; no pudo… Una especie de nudo en la garganta le impedía hablar… Estaba emocionado… Muy, muy emocionado ante las palabras de aquél chiquillo… Aquél diablillo que tantas, tantísimas veces le había hecho rabiar… Le había traído a mal traer… Aquél chiquillo que, indudablemente, era la mismísima piel del diablo, pero que… Entonces, escuchando a Paco Páez, D. Ismael entendió o. mejor dicho, supo, adivinó algo respecto a aquél ser revoltoso como pocos, descarado como casi nadie, deslenguado, irrespetuoso las más de las veces… Era un niño solo… Tremendamente solo… En la peor de las soledades, la soledad en medio de la multitud… Una multitud que, en general, percibía hostil a él… Y de ahí su palmaria rebeldía…

En muchos aspectos, se vio a sí mismo reflejado en aquél crío; en Paquito Páez… También él, D. Ismael, siempre se sintió solo, solitario en medio de una multitud hostil por no comprenderle… Por no entenderle… Pero también percibió la gran diferencia entre Paquito Páez y él: El crío no se rendía… No se rindió ante esa multitud… Esa sociedad que percibía hostil a él… Él, D. Ismael, sí se rindió… Desde el primer momento… Paquito Páez, pues, era mucho más que él, su profesor… Su preceptor… Su pedagogo… Y, al final, venía a constatar que él, el oficialmente adulto, el maestro, tenía mucho más que aprender del discípulo que el discípulo del maestro… Aprender a ser persona… A hacer frente a las adversidades de la vida… A sobreponerse a sí mismo… A plantarle cara a la vida, en definitiva…

Por fin el coche llegó ante la puerta de la casa de Dª Inés y Paquito Páez. D. Ismael frenó el coche. Quedó un momento en silencio, y luego echó mano de la cartera, la billetera, y sacó unos cuantos billetes. Se los alargó a Paco Páez diciendo

Toma; son las tres mil pesetas que tu madre me dio… Pero se las das a tu madre, ¿he?… Que te conozco y eres capaz de quedarte con ellas…
¿Y las clases?
No Paco, no… No puede ser… Lo siento, Paco; de verdad que lo siento… Pero no. No es posible… En serio Paco… No insistas… No insistas, por favor… Anda, bájate… Vete a casa…
Paco no se bajó. Se quedó en el coche, junto a D. Ismael. Cabizbajo… Enfurruñado…

De modo…que también usted… También usted me abandona… Me deja tirado…
No Paco… No; no es eso… Es que… No puedo Paco… De verdad que no puedo… No puedo Paco…
¿Y por qué?… Ahora ya no importa… El padre rector ya no le puede hacer nada… ¡Le ha echado!… ¿Qué más puede hacerle?
D. Ismael no pudo evitar reírse ante la salida del chaval

Bueno Paco… Ya veremos… Ya veremos… Pero hoy no; no… No me encuentro en condiciones… Compréndelo… Acaban de despedirme…
¿Mañana entonces?
Ya veremos… Ya veremos… Anda Paco; bájate y márchate a casa… ¡Y le das el dinero a tu madre!
Paco, por fin se bajó del coche y D. Ismael salió de allí pitando. Al día siguiente, el profesor no se presentó en casa de Paco y su madre, ni al otro ni al otro después. Fue a los cuatro, cinco, tal vez seis días cuando, a eso de las once de la mañana, llamó al timbre de aquella casa. Salió a abrirle la propia Dª Inés, toda vestida, arreglada, lista para bajar a la calle, a falta dolo de alisarse un poco el cabello, cosa que en tal momento hacía pasándose un cepillo para el pelo

¡Vaya! ¡Dichosos los ojos D. Ismael!… Pero, ¿dónde se ha metido usted, que no ha venido en no sé cuántos días?… Perdóneme, D. Ismael… Perdóneme por lo del otro día… Cuando me reí… Le prometo que no fue con mala intención… No… No me reía de usted… Bueno… Un poco sí… Pero… ¡Estaba usted tan gracioso con su pinta de sacerdote y mis bragas en la mano!… Perdóneme, de verdad… ¿Amigos?
Y Dª Inés, risueña, festiva… Toda ella amabilidad, tendió la mano a D. Ismael. Y D. Ismael volvió a sucumbir ante la vida… Ante la vida personificada en aquella mujer

No… No tengo que perdonarle nada… Es usted… Usted quien debe disculparme a mí… Verá… Yo… Yo…venía… Venía a explicarme con usted por lo de las bragas…
¡Pero D. Ismael!… ¡Si no tiene que explicarme nada!… Vamos a ver; ¿acaso no es usted un hombre?… ¿Un hombre normal y corriente; como todos, por más cura que pueda parecer? Pues eso… ¡Si supiera usted lo raritos que son algunos!… Las manías… Los fetiches que tienen…
No; D. Ismael no lo sabía… ¡Cómo iba a saberlo!… Pero Dª Inés sí que lo sabía… Y demasiado bien; más de lo que ella, realmente, hubiera querido… La mujer dio por concluido el asunto cuando, tras insistirle en lo que su hijo había cambiado en el poco tiempo que él llevaba atendiendo al niño, que ya no sólo no solía decir palabrotas sino que, cuando a ella se le escapaba alguna, la reprendía con lo de “Eso no debe decirse mamá. ¡Ten un poco más de educación!”

D. Ismael, Paco le aprecia mucho; le ha tomado verdadero cariño… ¿Sabe? Creo que es usted la única persona a la que respeta… Al menos, a la que más respeta… Y obedece… Ni a mí siquiera… ¡Digo ni a mí!… ¡A mí menos que a nadie!… Por lo menos, bastante menos que a usted… ¿Se quedará con él, verdad?… Ande, D. Ismael; sea usted bueno…
Y sí; D. Ismael se quedó… ¡Qué remedio, después de que ella, Dª Inés le besara con cierta ternura; cierto cariño en la mejilla!… Se quedó, rendido sin condiciones ante aquella mujer… Y a qué engañarte, D. Ismael. Eso es lo que en verdad querías; a lo que en verdad habías venido: A verla; a poderla seguir viendo cada día… Aunque fuera de lejos… Bueno, y también por su hijo; por Paco Páez. Su madre le había dicho que el pequeño le había tomado cariño, pero es que también él se lo había tomado al chico… Y mucho más de lo que quería admitir… Lo mismo que a la madre, pero en modos total, absoluta, casi diametralmente opuestos. Paco había llegado a ser para él, en aquellos pocos meses, casi, casi que como un hijo… El hijo que no tenía… El hijo que nunca tendría, de eso estaba más que seguro, pues, ¿quién le iba a querer a él? Y ella, la madre, Dª Inés pues… Eso; era Dª Inés… La Diosa inmarcesible… Pero también, inaccesible… Inalcanzable por siempre jamás…

D. Ismael desde aquél mismo día emprendió su nuevo menester de profesor particular a jornada completa de su alumno exclusivo. A partir del día siguiente se presentaba en casa a eso de las nueve y media-diez de la mañana. En la casa todo el mundo todavía dormía… Vamos, la madre y el hijo, que ere todo el mundo de la casa; más D. Ismael cuando también estaba allí, claro. Fue, era, el joven Paco quien por fin, a los no sé cuántos timbrazos en la puerta, salió por fin a abrir; más casi dormido aún que somnoliento, y acordándose de todo el mundo mundial… Casi mandando a D. Ismael más lejos que las estrellas por ocurrírsele presentarse a tales horas, casi de la madrugada para el “mocer”, pero D. Ismael se le imponía, obligándole a meterse a marchas forzadas en la ducha, pues no solo debe estarse siempre limpio de alma, sino también de cuerpo. Y a clase, que es para lo que venía y su señora madre le pagaba.

Su madre, Dª Inés, hasta las once, a veces incluso más tarde, no solía levantarse, a menos que tuviera “obligaciones” extraordinarias entre las once y las doce, como el primer día en que él volvió a aparecer por aquella casa, pues a la tienda, a la “boutique”, antes de las doce no solía aparecer para abrir. Eso se mantuvo así durante algo más de una semana, pues antes de los diez días posteriores al primer madrugón, cuando D. Ismael aparecía, haciendo sonar el timbre de la puerta, Paco ya estaba duchado, vestido y con el desayuno preparado para los dos, café con leche y la bollería de que su madre dispusiera. Así que lo primero que los dos hacían era desayunar, para enseguida empezar la clase del día. Al medio día comían, por lo común lo que el propio D. Ismael preparaba, pues de mal cocinero nada tenía y Dª Inés, la verdad, no era muy aficionada a las domésticas labores… Y eso cuando a tales horas estaba en casa y no tenía comida con algún amigo, casos en los que hasta más que mediada ya la tarde no solía aparecer ya por casa, desde casi las doce de la mañana en que salía

Una cosa cambió, para satisfacción de D. Ismael, respecto a la anterior etapa: Las visitas del “practicante”, como por ensalmo, desaparecieron para nunca más reaparecer. Eso sí; las comidas y cenas con amigos no cesaron de menudear bastante más de lo que el bueno de D. Ismael querría, pero qué se le iba a hacer. Incluso no faltaron días en que, a eso de las nueve de la noche, incluso a veces antes, Dª Inés telefoneaba diciéndole que lo más seguro se retrasaría; que si no le importaba mucho, se quedara con su hijo hasta que ella llegara. Maldita la gracia que a D. Ismael le hacía semejante comanda, pero “tragaba” sin decir ni pío, y allí se estaba, vigilando el sueño del pequeño hasta que su madre, por fin, aparecía por casa, no antes de las doce de la noche o, en general, más frecuentemente la una, las dos o más de la madrigada.

Con un “Gracias; eres un cielo, D. Isma”, la mujer agradecía los desvelos del preceptor de su hijo y este se marchaba a casa de su hermana. Sí, el coloquial “Eres”, más el “D. Isma”, era la manera de Dª Inés de tomarse confianza, tutear a D. Ismael, pero a él ni loco se le ocurría apear, en modo alguno, el ceremonioso “Usted” más “Dª Inés”. Por otra parte, cuando D. Ismael regresaba a la casa de su hermana entrada ya la madrugada, con ésta la tenía “parda”, pues le tachaba de “crápula”, “libertino”, “degenerado” y ni se sabe qué “lindezas” más, acusándole de andar por ahí, derrochando con “pelanduscas”las pesetas que a ella no le daba… Y con todo lo que ella había hecho siempre por él, que si no hubiera sido por ella, que le acogió cuando, muertos ya sus padres, le expulsaron del seminario, por eso, por crápula, qué hubiera sido de él. Lo que la buena señora se olvidaba de decir, es que para entonces, ella, muy a sus anchas, se había hecho con toda la heredad paterno-materna, mucha o poca, en virtud de ser soltera y algo más que treintañera ya, gracias a lo cual tenía ahora los posibles de que disponía, pues le sirvió para invertir en terrenos para construir allá por los años sesenta, negocios que le salieron redondos

Así fueron pasando los días, las semanas y algún que otro mes, aunque D. Ismael mantenía que con sus clases no era suficiente para el menor, pues él, por sí mismo, no le podía aprobar el corriente curso de la EGB, que se le quedó “colgado” al chaval al expulsarle el colegio. Y fue él, D. Ismael, quien, busca que te busca, encontró al chico centro que le admitiera a pesar de lo ya avanzado del curso, con la primavera floreciendo ya los campos en un mes de Abril que resultó de los de “las aguas, mil”

Fue una tarde cuando D. Ismael dio a Dª Inés la fausta nueva de que Paquito ya tenía colegio donde salvar el curso; por cierto una nueva no tan fausta para el joven alumno, pues significaba que su tranquila vida doméstica, sin tener que asistir cada día a las aburridas clases de todo “profe” que no fuera D. Ismael, tocaba a su fin… Desdichas de la infantil vida, en la que el infante ni pincha ni corta, quedando todo al particular arbitrio de los “mayores.

Aquél día habíase levantado Dª Inés sustancialmente más tarde de lo habitual, pues eran ya casi más las dos que la una del mediodía cuando apareció por la cocina, recién duchada. Lo malo fue que allí se presentó en bata, pero desabrochada, por lo que más bien estaba en simple sujetador y bragas, que así le paso al pobre D. Ismael, que de poco no le da un infarto ante tan celestial visión. Como es lógico, la mujer al instante se coscó de la impresión que en el hombre obraba su semi desnudez, lo que hizo que se “cortara” un tanto, anudándose el cinturón al talle, lo que hizo que el sujetador se cubriera, mas no así los gloriosos muslos, que de todas formas quedaron a la vista

Estaba en tal momento el sufrido varón dando los últimos toques al menú del día, un arroz casi huérfano, pues sus únicos ingredientes eran el sofrito de cebolla, ajo, pimiento y tomate, sin más realce que unos trozos un tanto generosos de tocino bien veteado de jamón, lo que comúnmente en España se llama “bacón” que, la verdad, es un tanto distinto a lo que por tal se conoce en Inglaterra. Aparte, como segundo plato o plato fuerte, un pollo perfectamente asado, bien doradito, bien crujiente, que hizo que Dª Inés se chupara los dedos al mojarlos en la piel del volátil recién sacado del horno.

¡Qué doradito!… ¡Y qué rico! (Esto lo dijo al untarse el dedito en la grasa de la piel del pollo) ¿Cómo lo ha hecho?… ¡A mí se me quema siempre!
Porque tú no sabes cocinar y D. Isma sí que sabe… ¡Menudo cocinero es!…
D. “Isma”, me tiene usted que enseñar porque, en verdad, soy un desastre en la cocina…
No… No tiene ningún secreto… Cocinar no tiene ningún secreto, realmente… Se trata, simplemente, de poner cariño, el corazón en lo que se hace. Si lo hace así, con cariño, ya verá cómo todo le sale bien y sin necesidad de que nadie le enseñe nada… Las enseñanzas son para la alta cocina, la de los gourmets, las “Estrellas Michelin” y demás, pero para la cocina doméstica, la de cada día, no hay más secreto ni misterio que ese, ponerle cariño…
Otra cosa puso de manifiesto la buena de Dª Inés, reparando en su hijo que, tranquilamente, sin protestas o similares, ponía la mesa, encaramándose a una silla para acceder a los platos y ponerlos sobre la mesa.

D. Ismael, le voy a poner en un altar: Mi hijo ayudando en casa y sin protestar… ¡Verdadero milagro!… ¡Qué haría yo, sola, con él!… ¡Es usted mano de santo para mi Paco!…
Durante la comida, sentados los tres a la mesa, D. Ismael puso al corriente a Dª Inés de lo del colegio para su hijo Paco. Un inconveniente tenía, de todas formas, la solución encontrada por D. Ismael: El colegio encontrado distaba bastante más del domicilio materno que el viejo colegio del que le expulsaran, lo que acrecentaba, primero, el hecho de ser de horario intensivo, limitado a la mañana, de ocho a catorce horas, y en segundo término, la casi imposible combinación de transporte público, pues la zona donde Dª Inés residía, la más que famosa por aquellos años, primeros de los ochenta del pasado siglo, “Costa Fleming”(1), carecía en esos entonces de metro, y autobús directo hasta el nuevo colegio no había, debiendo hacer, al menos, dos transbordos para llegar. La cosa la solucionó al momento el propio D. Ismael, ofreciéndose a recoger al mancebo cada mañana en casa y devolverlo luego al mediodía

Dª Inés opuso que para qué se iba a molestar tanto él, D. Ismael; que bien podía Paquito acabar el curso con él y para el próximo buscar centro más cercano, pero el profesor insistió en que era un lástima que Paco perdiera ese año; total, tampoco le iba a costar tanto trabajo a él, acostumbrado, desde siempre, a madrugar

Acabaron de comer y D. Ismael procedió a fregar los servicios usados, tanto los de mesa como los utilizados en la elaboración de la comida. Paco le ayudó a secar lo que él fregaba y Dª Inés se puso a preparar café para la sobremesa, aviando tazas, platos, cucharillas y azucarero para el café, así como dos copas para el coñac que impuso como acompañamiento del café.

Por fin, con todo limpio y recogido, amén del servicio del café y el coñac en la mesa de la cocina donde comieran, se sentaron los dos adultos a la mesa, en tanto que el menor zanganeaba por allí, haciendo más el indio que otra cosa. Dª Inés sacó una pitillera y de ella tomó un cigarrillo, aprestándose a encenderlo

Mamá el tabaco es malo; perjudica los pulmones y puede causar cáncer. Lo dice D. Isma…
Pero… ¡Si serás cara!… ¡Acaso no fumas tú!
No mamá; haciendo caso a D. Isma, me he retirado… Llevo ya dos días sin encender un cigarrillo…
Dª Inés se sonrió; miró el pitillo, el encendedor, pareció sopesar algo y, finalmente, devolvió el cigarrillo a la pitillera y ésta la guardó en un cajón del mueble bajo de cocina que quedaba, justo, tras de ella, mientras, suspirando, decía

Me pensaré si lo tiro a la basura o sigo fumando… Si no lo veo, no lo creo; mi hijo diciéndome que el tabaco es malo y que ha dejado de fumar… ¿Qué hace usted, “D. Isma”, para lograr semejantes milagros de este golfo redomado que tengo por hijo?
D. Ismael, “D. Isma”, como ahora le llamaba, no sin cierta sorna, simplemente se sonrió, si bien que muy conejilmente, restando importancia a lo que la mujer dijera de él. Ella tomó un sorbo de café y libó otro de licor. Alzó luego la vista, diciendo a su hijo

Paco, hijo; ¿por qué no te bajas un rato a la calle, y juegas allí un poco?
¡Estupendo mamá!
El chiquillo iba a salir escopeteado de la cocina, cuando su “profe” dijo

¡Pero, señor Páez, a las cuatro aquí, que hay que proseguir las clases de la tarde!
Perfecto, D. Isma; a las cuatro aquí como un clavo
Entonces fue Dª Inés la que volvió a meter baza

D. Isma, D. Isma… ¿Por qué no le da suelta al muchacho por esta tarde?… A fin de cuentas, ya es viernes y la semana termina… Lleva estudiando, trabajando, toda la semana… Apenas si ha bajado a la calle a jugar… A que le dé el aire… También eso es importante… “Mens sana in córpore sano”…
No hubo más que hablar. Paquito salió de estampida a su cuarto para coger una pelota y bajaese con ella a la calle. Pero en el último momento su madre salió detrás de él diciéndole

Si cruzas la calle, ya lo sabes: Por el semáforo y en verde
El chiquillo respondió afirmativamente y salió despendolado por la puerta, mientras Dª Inés volvía a la mesa, sentándose ante su café, su copa y D. Ismael. Al momento éste comentó

Pues entonces, aquí creo que ya no pinto nada. Acabaré el café y volveré a casa de mi hermana
¡Por Dios, D. Isma!… ¿A qué tantas prisas? ¿Le aburre acaso mi compañía?… ¿Le incomoda?
Por favor señora; cómo puede decir eso… Pues claro que no…
Entonces quédese un rato conmigo… Podemos charlar, ¿no le parece?
A D. “Isma” eso de quedarse a charlar un rato con Dª Inés le pareció de perlas, por lo que no tuvo inconveniente en quedarse donde estaba. Dª Inés entonces, puestos los dos de acuerdo en prolongar algo la sobremesa, alzó su copa y la adelantó hacia D. Isma en muda invitación a hacer un brindis, sugerencia que él aceptó al momento, elevando a su vez su copa de licor y adelantándola al encuentro de la de su anfitriona, que hizo que ambas copas chocaran entre sí, al tiempo que decía

Chin, chin, D. Isma
Chin, chin, Dª Inés
Seguidamente los dos, D. Isma y Dª Inés, bebieron sorbos de licor, más o menos generosos. A continuación, Dª Inés, volvió a tomar la palabra

No sé cómo agradecerle lo que está haciendo por mi Paco. ¡Es un milagro lo que ha logrado!… ¡Lo ha cambiado como quien dá la vuelta a un calcetín!… Se lo ha metido en el bolsillo; se lo ha ganado por completo… ¿Sabe? Ha conseguido que él hasta le quiera… ¡Sí D. Isma; sí!… Ha hecho que le quiera… Y, estoy segura, también usted le ha tomado cariño a él…
No… No tiene importancia… No ha sido nada de difícil… Él se hace querer… Es muy difícil no tomarle cariño… Desde luego es un diablillo, un verdadero trasto, pero… Pero es un chico excelente
¿Sabe D. Isma?… Es usted la primera persona, aparte de mí misma, que, en verdad, se ha interesado por él… Bueno, en realidad, usted se ha preocupado por él hasta, incluso, más que yo, su propia madre…
Dª Inés calló un momento; miró su copa, se la llevó a los labios y bebió un sorbo. Luego, suspiró y prosiguió hablando

Paco ha vivido, casi desde su nacimiento, a su libre albedrío… Haciendo lo que le daba la gana; a su albur… Sin control de nadie… Usted, D. Isma, es la primera persona que le ha puesto coto… Le ha metido en cintura por las buenas, sin violencia ni malos modos… Con paciencia, con comprensión… Con persuasión… Con cariño… Como un padre educa a su hijo… Como el padre que nunca ha tenido…
D. Ismael intentó rebatirla; negar que todo el monte fuera orégano, como ella pretendía, pero Dª Inés le cortó, planteándole lo siguiente

Usted… Usted lo sabe todo… Se ha dado cuenta de todo, ¿verdad?…
D. Ismael quedó enteramente confundido ante la cuestión, sin saber a qué narices podía referirse la buena señora

No… No la entiendo… No sé a qué se refiere, Dª Inés…
La mujer sonrió sin alegría pero con un tic de desengaño, de desencanto de la vida

De lo que en verdad soy… De a lo que verdaderamente me dedico… ¡De que no soy más que una puta!… ¡Una jodida puta que se abre de piernas con cualquiera que le paga lo que pide!
D. Isma no respondió. Bajó la cabeza y enrojeció hasta las orejas… Hasta la raíz del pelo… No hizo falta que asintiera a lo que la mujer le confesara, pues el que calla otorga… Asiente sin palabras…

Sí; lo sabe… Sabe lo que soy…se ha dado cuenta… Y yo me he dado cuenta de que lo sabe… Y… ¿Qué opina?… ¿Qué opina de mí?… ¿Le doy asco…a pesar de desearme?… ¿Piensa que soy escoria humana? Una escoria bella y apetecible… Pero escoria a fin de cuentas… Detritus… Excremento humano, ¿verdad?
D. Ismael, al instante, alzó la cabeza y miró a Sª Inés. El rostro, para entonces, no es que estuviera rojo, sino más bien bermellón… Bermellón hasta las orejas… Bermellón hasta la raíz del pelo… Pero su mirada, sus ojos, estaban límpidos, francos, sin doblez alguna… Y ahora sí que respondió… Con una cita evangélica; una sentencia que Jesús el Cristo dirigiera una vez a sus discípulos

“No juzguéis, y no seréis juzgados”
Dª Inés volvió a mirar a D. Isma. Ciertamente que antes se había enardecido, encendido de orgullo… del orgullo de la persona que se sabe juzgada y condenada de antemano por una sociedad, unas gentes que no la comprenden; una sociedad y gentes a la/las que nada en absoluto importa, pero que se recrea/ se recrean en machacarla, en pisotearla… Pero la respuesta de D. Isma, tan escueta, tan sencilla, la desarmó. E hizo que su mirada de ahora fuera tierna… Hasta conmovida en cierto modo

Qué gran persona es usted D. Isma… Eres tú, “Don Isma”… Nunca he conocido un hombre como tú… ¡Y no será por no haber conocido hombres en mi vida, que a unos pocos he conocido!…
Dª Inés se puso en pie y, más bien de manera lenta, pasito a pasito, a la par que sinuosamente, se fue acercando a D. Isma que, la verdad, no sabía dónde meterse, temblando además como una hoja y de pies a cabeza. Y es que la imagen que Dª Inés transmitía al andar era para verla. Ondulante, marcando con cada paso su anonadante anatomía femenina, haciendo que las caderas bascularan de un lado al otro, de derecha a izquierda con cada movimiento de avance, haciendo así que las líneas, las curvas de su femenil cuerpo se dibujaran resaltando rotundas a través del tejido de su bata, una bata que, al estar sólo ceñida, cerrada, por el cinturón, al andar se abriera sensualmente de cintura para abajo, mostrando al desnudo sus muslos, sus piernas, su breve, diminuta braguita negra adornada con cintitas intensamente rojas; rojas como la más enfebrecida pasión… Cintas que se unían en primoroso lazo en la parte alta y frontal de la cintura de la braguita, en maravilloso realce… Las mismas bragas, casualmente, que no tantos días antes tuviera en sus manos… Las mismas bragas culpables de su última desgracia, cuando le despidieron del colegio junto a su alumno Paquito Páez, el hijo de la mujer que ahora se le acercaba para su permanente tortura… Pero también para el mayor gozo de sus ojos, de su olfato… De todo su ser, pendiente, rendido a tal mujer… A tal Diosa del Olimpo más inaccesible, más lejano, más inalcanzable…

Dª Inés llegó a su lado, enfrentándole por su izquierda; muy, muy junto a él… Envolviéndole en su aroma… En su íntimo olor de mujer más que deseable… Y allí se quedó parada… Parada y callada, pero solo un momento pues, tras tal momento, indolentemente se desanudó el cinto que cerraba la bata que vestía, la cual al punto se abrió gloriosa mostrando en su integridad la casi desnudez femenina, al revelarse, en toda su esplendidez lo mismo la braguita que el sujetador, amén de parte de sus senos, todo lo que el más bien sucinto sujetador no alcanzaba a cubrir, que en absoluto era poco… O su vientre, liso, turgente… ¡Dios, y qué maravilla de las universales maravillas era aquél cuerpo!, pensaba, sentía D. Isma, enteramente acoquinado… Perdido sin remedio en aquél cuerpo más que excelso

Dª Inés, tras unos entre minutos y casi segundos, llevó sus manos a la espalda por debajo de la bata; alcanzó las presillas del sujetador y las soltó, haciendo que la femenina prenda cayera, por su peso, hacia abajo, con lo que los senos, los erguidos pechos rematados en puntiagudos pezones, enhiestos como pitones de toro bravo, corniveleto y astifino (2), quedaron libres, patentes en su estentórea desnudez. Y entonces, el pobre de D. Isma sí que se sintió morir… Morir de impresión

D. Isma; yo te gusto… Te pongo… Me deseas… Lo sé… Para mí, res translúcido; ¡anda y que no se te nota!… Hace un rato, cuando me has visto aparece por aquí, con la bata desabrochada y sujetador más bragas a la vista… ¡Te me comías con la mirada!… Tócame si lo deseas…
Dª Inés tomó las manos, temblorosas, del pobre D. Isma, que se moría a chorros ante tal magnificencia de mujer, y se las llevó a sus senos, una mano a cada uno, haciendo que se los estrujara; se los acariciara, a lo que el más mísero que pobre hombre se rindió incondicionalmente

¿Te gustan, D. Isma?… ¿Te gustan mis tetas?… ¿Son como las imaginabas?…
Dª Inés se rió. Pero sin sorna, sin hacer burla de él; sencillamente, “aquello” le gustaba… D. Isma, en efecto, quería acariciarla; disfrutar de aquellos “cántaros de miel”, como rezaba cierta canción de allá por los la medianía de los años setenta, pero era torpe… No sabía acariciar los senos de una mujer… Pero se esforzaba; ponía empeño en hacerlo bien, y eso enternecía a la más que avezada hembra

Anda, corderito lechal, ven conmigo, que de esta te hago hombre
Dª Inés tomó de la mano a D. Isma, tirando de él, haciendo que se levantara; él, más que dócilmente la siguió, cual manso corderito que llevan al matadero. Pero no fue al matadero donde Dª Inés le llevó, sino a su dormitorio… A su cama… Aquella fue la primera vez que el probo D. Ismael conoció, saboreó, las íntimas delicias de un cuerpo de mujer… Y no una vez; tampoco dos, sino las que dieron de sí las algo más de tres horas que transcurrieron hasta algo más de las seis de la tarde, con las obligadas treguas para que el más que cuarentón D. Isma se repusiera, recuperando las suficientes energías para seguir en la brecha.

Como cuando intentó acariciarlos divinos senos femeninos, D. Isma en absoluto estuvo a la altura de las circunstancias que aquella tan soñada mujer le ofrecía, sino que los inicios de tan trascendente momento fueron más bien frustrantes, pues su incompetente inexperiencia llegaba a ser supina. Pero como también antes pasara, su empeño y aplicación en hacer las cosas lo más satisfactoriamente posible, también se dio, por lo que, y dado que la señora era más bien bastante docta en la materia, la relación o, mejor dicho, sucesivas relaciones, fueron mejorando a ojos vistas, para feliz y mutua satisfacción.

Así, hacia más o menos las seis y veinte de la tarde, Dª Inés dio por terminada las clases en el arte de Eros y Venus, diciendo

Corderito lechal, mejor será que nos vistamos y duchemos, que mi Paco estará a punto de subir y tampoco es plan de que nos pille así
D. Isma, o “Corderito Lechal”, que por ambas denominaciones empezó a nombrarle, por tiempo “in extenso” Dª Inés, más de acuerdo con tan prudente decisión no pudo estar, y ahí se terminó, prácticamente, tan gloriosa tarde y día, pues el bueno del “profe” no supo ya donde meterse y, menos, sostener la mirada de Dª Inés, cuando casualmente se cruzaban, de forma que a poco de subir Paco, poco más de las siete de la tarde, D. Isma o “corderito lechal” se disculpó y se largó casi huyendo de la casa.

Eso, verle desde entonces, desde que el íntimo encuentro se acabó, tan vulnerable, tan apocado y tímido hacia ella, que más parecía haber cometido casi un sacrilegio al acostarse con ella, a Dª Inés le hacía gracia, obligándola a iluminar el rostro con una abierta sonrisa que a veces se convertía en franca risa. Y al mismo tiempo le provocaba una ternura nunca antes sentida por hombre alguno. Y es que era de lo más gracioso, pero también conmovedor, ver a ese ser masculino, algo más que cuarentón, pues si no tenía los cuarenta y cinco poco debía faltarle, comportarse como un jovencito adolescente quince-dieciséis, diecisiete años a lo más, ante su primera mujer hecha y derecha

Como la famosa tarde gloriosa fue un viernes, los dos siguientes días, sábado y domingo, descanso semanal de Paco Páez, D. Ismael no apareció para nada por casa de Dª Inés, no volviendo por aquella casa hasta el subsiguiente lunes. Como normal era desde hacía ya algún tiempo, al primer timbrazo en la puerta, a las nueve casi en punto de la mañana, pues D. Ismael apuraba cada vez más el tiempo, presentándose en la casa hasta antes de las nueve, Paco estaba en la puerta, abriendo. Pasaron directamente a la cocina desayunar para, casi de inmediato, empezar las clases de la mañana.

Al medio día, mientras una vez más Paco ponía la mesa, D. Ismael daba los últimos toques a la comida que se puso a preparar entre explicación y explicación de materias académicas, entre pregunta y pregunta a su exclusivo alumno. Dª Inés entró en la cocina cuando Paco acababa de poner la mesa y D. Ismael acercaba la cazuela a la misma para empezar a servir los platos. Se sentaron los tres a la mesa y, charlando entretenidos, dieron buena cuenta de cuantas viandas D. Ismael preparara. Luego, un poco de charla o la siesta que Dª Inés solía dormir cada tarde antes de bajar a la tienda, las clases de la tarde y a las ocho de la tarde más o menos, D. Ismael marchaba a casa de su hermana, dando así fin el día, laborable al menos.

Esa fue la tónica, la rutina, de cada día, solo rota por las más o menos frecuentes comidas o cenas de “trabajo” de Dª Inés, comúnmente de dos a tres por semana, aunque semanas hubo que se produjeron casi todos sus días. Nunca más, en las inmediatas semanas que siguieron a la gloriosa tarde de aquél señalado viernes, aquello se repitió. Dª Inés, cuando cada mediodía subía a casa desde la boutique, se metía en su habitación a “ponerse cómoda”, es decir, quedarse en sujetador y bragas bajo la misma bata de aquél día, la que comúnmente y de siempre vistiera estando tranquilamente en casa, pero bien sujeta desde entonces, cuidando con esmero que no se abriera por parte alguna… Hasta se la abrochó por los faldones, hacia el final de los muslos, muy cerca ya de la rodilla, con un imperdible

Pasaron así dos semanas y comenzó la tercera, en la que Paco reiniciaría sus clases en un aula, en el nuevo colegio donde D. Ismael le matriculara para poder acabar el curso escolar. Sería el miércoles de tal semana cuando empezara su nueva andadura como alumno de un colegio y la víspera, el martes precedente, sucedió que Dª Inés tuvo una “cena de negocios” que acabó por llevarle bastante más tiempo que el habitual, pues cuando por fin llegó a casa eran ya casi las cinco de la mañana. D. Isma, el “corderito lechal”, llevaba velando el dueño de Paco desde las diez de la noche más o menos y estaba algo más que bastante cansado y. sobre todo, más dolido, abatido que enfurruñado por lo de la “cena de negocios” de su Diosa… Aceptaba mal tales “ágapes”, pero cuando se prolongaban por tantísimas horas era para él un verdadero suplicio; el más tenebroso de los avernos infernales.

Había, entre tanto, preparado la comida para el siguiente día y hasta horneado un bizcocho que les sirviera para desayunar por la mañana. Cuando por fin apareció Dª Inés y con el consabido “Gracias D. Isma… ¡Eres un cielo!”, “desfiló” hacia su dormitorio, ansiosa por verse entre las sábanas y dormir a pierna suelta hasta hartarse.

D. Isma, por su parte abandonó la vivienda, cerrando tras él con la llave que, previamente, Dª Inés le facilitara a fin de que por la mañana no diera ningún timbrazo que la despertara y obligara a levantarse a abrirle, ya que Paco, seguro, ni un cañonazo le despertaría a las seis de la mañana. Bajó a la calle y se dirigió al “600” que tenía por coche. Le abrió y se metió dentro, pero no le encendió… No le arrancó, sino que echó hacia atrás el asiento, reclinándole así mismo hacia detrás, buscando la posición más cómoda posible. Entonces, arrellanado en el asiento, buscó la mejor para dormir y se durmió casi tan pronto como cerró los ojos.

Poco antes de las seis de la mañana le despertó la alarma del reloj; se desperezó, estirándose aún en el asiento, y se bajó del coche. Lo cerró y subió al piso de Dª Inés, abriendo la puerta con la llave que guardaba, yéndose de inmediato al baño para lavarse, chapuzándose bien de agua, pues para ducharse más bien que no tenía tiempo. Fue, seguidamente al cuarto del chaval e hizo que abandonara la cama, no sin que Paco prorrumpiera en improperios, recordando lo de “D. Ismael es un gilipollas” como epíteto de menor cuantía, ya que los “dulces” recuerdos a la señora madre de D. Isma no faltaron en absoluto y en forma asaz recurrida, sin tampoco olvidarse de coronarle más que a ciervo macho y adulto, vencedor en innúmeras “berreas”, cosa por demás injustificada, pues D. Isma era soltero y sin compromiso de toda la vida.

En fin, que a eso de las siete el tándem D. Isma-Paco Páez estaba en la calle y metiéndose en el sufrido “600” del “profe” privado de Paco, arribando al nuevo “cole” del doncel poco antes de las ocho de la mañana. Pasado el trámite de llevar D. Isma al “mozo” al aula correspondiente, presentándole al docente que desde aquella mañana y hasta que finalizara el curso sería su oficial “profe”, eso sí, menos privado que D. Isma, éste se reintegró al “600”. Volvió a echar hacia atrás el asiento, reclinado así mismo el asiento para, encaramándose a él, arrellanarse como la anterior madrugada y dormir

A eso de las dos de la tarde, nada más verse Paco libre en la calle, despertó a su “profe” en exclusiva, aporreando el cristal de la ventanilla de lo lindo, regresando los dos a casa, dispuestos a dar buena cuenta de lo que la tarde-noche anterior D. Ismael preparara como yantar del actual día. Cuando llegaron a casa Dª Inés ya estaba en la cocina, esperándoles, y con la comida al fuego para que tan pronto llegaran ellos los tres se pusieran a comer. Acabada la comida, Paco, muerto de sueño y cansancio, hizo mutis rumbo a su habitación, en tanto D. Isma y Dª Inés quedaban en la cocina, fregando todo lo utilizado él y secando, amén de recogiendo, ella.

Acababa D. Isma de fregar, en tanto Dª Inés procedía a secar lo último que él fregara cuando la mujer dijo

Debes estar muerto, “corderito”. Anda, vete tú también a la cama…
D. Isma trató de negarse, porque eso de acostarse en su habitación, en su cama… Pero Dª Inés se rio con ganas

¡No me digas que te da corte meterte en mi cama después de lo del otro día!… Pero qué tonto que a veces eres, “corderito lechal”…
Le besó fugazmente en los labios, añadiendo a continuación, casi susurrante, al oído

¡Y qué deliciosamente inocentón también, corderito! Anda vete para allá, que en un momento estoy allí, contigo…
Y D. Isma, el “corderito lechal”, no tuvo ya nada que oponer a la iniciativa de aquella mujer… De aquella Diosa… De su excelsa Diosa… Efectivamente se llegó al dormitorio de ella y allí se desnudó hasta quedar en “pelota picada” y se metió en la cama, a la espera de la ebúrnea Diosa.

Dª Inés llegó al dormitorio en menos de diez minutos y, cuando le vio metido en la cama y a culo pajarero, se echó a reír con una vivacidad, una alegría, que saturó la estancia

¡Vaya, vaya!… ¡Conque el “corderito lechal” tiene ganas de hacer “ñaca-ñaca”!… ¿Verdad, “corderito”?
El “corderito lechal” enrojeció hasta las cejas… Hasta la raíz del pelo, como siempre, en situaciones un tanto embarazosas, y aquella, para él al menos, sí que lo era. Dª Inés, sin dejar de reír, se fue directa hasta la cama… Hasta el mismo borde de la cama. Allí se detuvo y abrió la cama. Se desenganchó el imperdible que mantenía cerrados los faldones de la bata y, seguidamente, desanudó el cíngulo que le mantenía ceñido el talle, cerrando, velando a la vista su interior semi desnudez; la bata, suelta, libre de ataduras, se abrió al instante, mostrando el cuerpo de aquella Diosa en su integral, total y absoluta desnudez, pues tras ducharse al levantarse, había obviado toda prenda sobre su cuerpo, a excepción de la sugerente bata. Se metió entonces en la cama, tomando entre sus brazos el cuerpo del “corderito” a la par que sus labios buscaban los masculinos, en fugaz y dulce contacto, para seguidamente deslizar, susurrante, en los oídos del hombre que sus brazos estrechaban contra sí misma

¿Sabes “corderito”?… También la “corderita” tiene ganas de hacer “ñaca-ñaca”…
A las cinco de la tarde la alarma del reloj volvió a sonar, despertándole. A su lado, abrazada a él, dormía plácidamente Dª Inés… Sí, Dª Inés, pues a pesar de la porfía de la Diosa porque apeara el Dª, S. Isma, el “corderito lechal”, no cejaba un ápice en tal deferente tratamiento. Sacó de la cama a Paco y, tras hacer que merendara en la cocina a la par que escuchaba las explicaciones que sobre las materias dadas esa mañana. El plan de clases particulares establecía que lo primero que harían sería repasar lo por la mañana diera en las clases del “cole”; luego, los deberes señalados, que el alumno debería resolver, hacer por sí mismo, si bien tras las pertinentes explicaciones que resultaran precisas, para acabar preparando lo que, presumiblemente, se trataría en clase al siguiente día

Pasadas en muy poco las diez de la noche, tras cenar lo que de todas formas preparara D. Ismael, Paco Páez, el preadolescente, desfiló rumbo a su cama, más que dormido amén de cansado cosa mala. momento en que D. Isma dijo que también él se iba a casa de su hermana. Pero entonces Dª Inés le salió con una propuesta por demás sorprendente: Que D. Isma se quedara a dormir en casa; con ella, con Dª Inés. D. Isma se quedó turulato ante la perspectiva: Tenerla a su lado, junto a él, cotidianamente, diariamente… Aspirando su perfume, su olor… Sintiéndola; sintiendo cada día, cada noche, su calor, la calidez emanada de su ser, de su cuerpo desnudo… ¡De ella, Dios mío; de ella!… ¡De la Diosa…de “su” particular Diosa!

Pero… ¿Y Paco?… ¿Qué pensará Paco, de ti, de mí, cuando nos vea juntos en la cama?… Porque vernos, seguro que algún día nos verá…
Pero qué inocente eres, “corderito”… Mi Paco es un golfo; un golfo bastante reformado, gracias a ti, pero un golfo que sabe más que Lepe, Lepijo y todos sus hijos… ¿Crees, acaso, que no sabe lo que soy?… ¿Qué no sabe de dónde procede, en realidad, el dinero se gasta en esta casa?… ¡Pues claro que lo sabe!… ¡Que no es tonto, “corderito”…que no es tonto!… Y, te apuesto lo que quieras, a que cuando nos pille haciendo “ñaca-ñaca”, hasta se alegra…
Y como no hay nada mejor que juntarse el hambre con la oportunidad, y D. Isma tenía hambre canina respecto al cuerpo de su Diosa, pues no hubo más que hablar, por lo que desde esa misma noche empezó a hacer vida enteramente marital con Dª Inés, convertida ya en Inés a todo ruedo, aunque esa nueva relación, más o menos estable, de Inés tampoco significó que las citas de negocios, comidas y cenas, se cancelaran, pues no fue así, sino que prosiguieron al natural ritmo anterior, poco más o menos; es decir, entre dos y tres días, mínimos, por semana…

D. Ismael pasaba todos los males del Infierno cuando tal pasaba, cuando de sobras sabía lo que su Diosa hacía en tales horas, pasadas en ignotos lugares aunque, por supuesto, daba por descontado que una cama o similar lejos de donde su Diosa estuviera con su “amigo” de turno no andaría, precisamente. Cuando la Diosa, por fin, volvía a él, en la casa de ella, en el dormitorio de ella, en la cama de ella, a veces era buena con él, dispensándole un premio de consolación en un rápido, casi insípido “ñaca-ñaca”, pues apenas lograba que él se vaciara dentro de ella, le daba la espalda, volviéndose de costado para entregarse al sueño con un lacónico

Lo siento, “corderito”, pero estoy muerta…
Pero también en tales casos sucedía, y en especial cuando el regreso a la semi paz hogareña se producía pasadas las tres-cuatro de la madrugada, lo de “Lo siento “corderito” etc….” Se daba antes de ñaca-ñaca alguno, quedando el refocile postergado a cuando la Diosa lo tuviera más a bien.

Como el tiempo nunca se detiene, sino que a cada día sucede el siguiente, a cada semana la otra y a cada mes el que le sigue, también llegó un domingo de allá por las postrimerías del verano de aquél año, fines de Agosto más o menos, pero de un Ferragosto, como dirían los italianos, de los de dar y tomar calorines, pues por los veinte y no pocos del mes, las temperaturas en este Madrid, hoy día de mis pecados y pesares, en la época que nos ocupa apenas si bajaba de los 41-42º a la sombra… Vamos, que no nos engañemos pues, en cuanto a canículas veraniegas toca, clavaditas, clavaditas a las que hoy día alguno que otro disfruta y no pocos padecemos, servidor incluido, con esos 42-43º a la sombra de, por ejemplo, el pasado verano de mis agobios y sudores.

En fin, que la cosa fue que el sábado inmediatamente anterior a tal domingo, al bueno de D. Isma o “corderito lechal” se le ocurrió ir a pasar el inmediato día dominical a la cercana sierra madrileña de Guadarrama, a un lugar pelín más alto que Navacerrada, el pueblo que no el puerto de montaña. El paraje era de casi ensueño; un tanto al noreste del pueblo, era un sucinto claro de bosque de montaña con pinos, robles y encinas, pero mullido por fresca y no tan baja hierva, surcado por un entre arrollo y riachuelo, el de La Maliciosa, al pie de tal pico, de más de 2.200 m. de altitud

Allí pasaron el día, disfrutando cada cual de lo que más le gustaba o interesaba. Así, tan pronto vio Paco la corriente de agua, cuya frialdad desanimaba al más pintado a meterse en tan heladoras aguas, haciendo bueno lo de “Quién dijo miedo”, se quedó en bañador en menos tiempo que duraban las famosas “Coplas de la Zarabanda” y corriendo fue a chapuzarse en el agua, que para más no da su somero caudal, ya que apenas llegará a poco más de los tobillos su altura media. Claro que también existen remansos y hoyas en su curso cuya profundidad puede aproximarse al metro, aunque raramente llegar.

También se animó a semi congelarse Inés, que a lanzada pocos/as la igualaban, metiéndose en pozas y hondonadas hasta incluso llegar a sentarse en el fondo, a fin de que el líquido elemento, al menos, se le aproximara a cuello y hombros. D. Ismael, como casi siempre, dio la nota discordante respecto al chapuzón, ya que a él le aterraba el frío, más aún el agua helada; en fin, que solía mantener que para bañarse estaban los cuartos de baño con sus bañeras, ya que si el Buen Dios hubiera querido que anduviéramos por las aguas a tuti plen, nos había dotado de aletas y branquias, como a los peces. Vamos, que a menos del metro largo, ni en broma se le ocurrió acercarse al curso acuífero. Pero allí estaba Inés, su Diosa, para jorobarle el parque cuando, chorreando, salía del agua para dirigirse hacia él y, en llegando a su vera, sacudirse el agua cual perro de ídem, hasta poner a su “corderito” algo más que salpicado, provocando las protestas de él y las frescas, sonoras, carcajadas de ella

Serían ya más de las siete de la tarde cuando los tres, en el “600” de D. Ismael, emprendieron el viaje de regreso a casa. Iban alegres, cantando y riendo por nada, satisfechos tras el día pasado, con lo que en un cruce con otra carretera que les salía por la derecha, sin señalizar lo de “Preferencia de Paso” para D. Ismael, este se precipitó sobre un coche que por esa derecha se incorporaba a la carretera que traía el buen “profe”

La colisión fue aparatosa, llevándose la peor parte el “600” de D. Ismael, que quedó con el morrito como un acordeón, más o menos, en tanto el vehículo contrario, un Mercedes, BMV o Bentley; grande como un mayo, ancho y largo cual día sin pan, ostentoso, poderoso… ¡Magnífico!…apenas si sufría algún que otro rasguño en la aleta donde se estrellara el pobre “600”, pero de su interior surgió un chófer gigantesco, alto, macizo… Casi cuadrado, si no fuera porque su altura superaba con ni se sabe cuántas creces su envergadura de hombro a hombro, que manca, precisamente, no era.

Al instante, casi echando espuma por la boca cual hidrófóbo animal, se lanzó iracundo sobre el más pobre que nunca D. Ismael que, más envarado que sentado en su sitio ante el volante, apenas acertaba a balbucir nada, mientras el furioso chófer le ponía de hoja de perejil “p’arriba”. Pero aquello tampoco duró tanto, pues también al punto, de dentro del “600” surgió, por un lado, Inés, hecha un rugiente cruce entre leona del Serengueti y tigresa de Bengala, que ya, ya. Lo primero que soltó, sin acabar todavía de poner su delicado piececito en el encintado fue

¡¡¡AQUÍ NO HAY MÁS CABRÓN, HIJO DE PUTA, QUE USTED!!!
Pero ahí la cosa no se quedó, pues por el otro lado del casi coche apareció el no menos bueno de Paco Páez, con su boquita de piñón, que me rio yo de sus tiempos de heroica golfería en el “cole” del que resultara expulsado, emprendiéndola, además, a puñadas y puntapiés con el más que sorprendido chofer, ante aquél intempestivo diluvio de insultos y golpes que, inopinadamente, se le vino encima. Mas la sorprendida inmovilidad del tocho humano duró menos aún que las antes referidas coplas, pues al momento se rehízo, enviando al chaval al suelo de un manotazo y yéndose hacia aquél basilisco que más asemejaba las Siete Furias desatadas que a una mujer, y tampoco se quedó muy atrás en denuestos y juramentos, aunque, eso sí, sin alcanzar los niveles que ella antes utilizara más contra él que con él, pues lo de “Puta” no soltaron sus labios, por más que con inusitado ahínco pugnara por salir.

La más o menos trabada reyerta no llegó a mayores porque un elegante señor, indudablemente noble prócer de vaya usted a saber qué entidad industrial, financiera o similar, entre cincuentón y sesentón, de impecable traje completo de veraniego estambre de lana, fino y más que transpirable, que sus buenas decenas de billetes de a mil “pelas” costaría, camisa a juego con el traje así como ceñida corbata al cuello, más que en consonancia con traje y camisa, amén de rutilantes zapatos, de finísima piel e indudable factura de la alta zapatería italiana, que se bajó del súper-coche, por su portezuela trasera, puso fin al “cacao” diciendo

Mariano, la señora tiene razón. La culpa de esto es tuya. Presenta disculpas a la señora… Y al señor también, claro está…
¡Pero…pero, D. Senén!… ¡Si él ha sido el único culpable, al no respetar la preferencia de mano en el cruce!
Mariano, he dicho que la culpa es tuya y punto… ¿De acuerdo?
El tal Mariano al instante plegó velas y, casi tan “corderito” como D. Isma ante su Diosa, respondió

Sin duda alguna, D. Senén
Y más que humildemente presentó disculpas a la “señora” y al “señor”. Sin dilatarse ni un segundo más, el llamado D. Senén se plantó ante la “señora” para, inclinándose ante ella en versallesca reverencia, extraer de su cartera una tarjeta de esas que la gente de cierto copete usa para presentarse ante extraños, diciendo a la vez

Senén de Tal y Tal, a su servicio, estimadísima señora… Y al de su señor marido también, por supuesto. Acepten, por favor, mis más sinceras disculpas… Ya saben… El servicio… Mariano es buen servidor mío, pero tan bruto… Se hacen cargo, ¿verdad?
Inés al momento percibió que ante ella tenía la oportunidad soñada toda su vida. ¡Un auténtico filón que podría explotar a modo y manera largos meses… Años quizás, por lo que de inmediato le brindó la mejor y más cálida de sus sonrisas, llena de sensualísimas promesas para el inmediato futuro y el D. Senén también supo que acababa de atrapar a una nueva “jaca alazana” para su particular “cuadra” de alazanas “jacas”

La única voz en discordia fue la de D. Ismael, que desde el primer momento el señorón de alto copete le cayó peor que pimienta súper picante en estómago ulceroso y sangrante. Por fin llegaron ante la casa de Inés y D. Senén, todo servicial, se aplicó en bajarse al momento y abrirle la puerta a Inés; Dª Inés, que él le decía. Inclinándose ante ella, en versallesca reverencia, le dio una tarjeta a la bella, poniéndose a su disposición para cuanto fuera menester. Al tiempo, y cuando D. Ismael iba a desaparecer en el portal, el “pretendiente” de su “mujer” le alargó un cheque doblado. El profesor intentó rechazarlo, pero D. Senén insistió en que se lo quedara, como compensación a las molestias por “chafarle” el “seiscientos”, amén de que a Inés, Dª Inés para el “benefactor” prócer, se sumó a las protestas del magnate, con aquello de que “No vamos a hacerle el feo a D. Senén, que tan amable ha sido con nosotros” Y, acto seguido, fue ella quien se quedó con el cheque, que para el asunto de las “pelas”, Inés siempre estaba a la que caía…

Aquella noche D. Isma e Inés se acostaron juntos, cual era ya casi inveterada costumbre, pro no pudo haber “ñaca-ñaca” porque el probo profesor se riló; no pudo, materialmente, “hacer los honores” a la Diosa; “aquello”, en absoluto se prestó, por más interés que el buen hombre puso en la imposible empresa. Él quiso; su voluntad quería, pero su cuerpecito serrano se declaró en huelga de “herramientas” caídas… Su mente, sin venir a cuento, se pobló de imágenes de Inés; de su Diosa en brazos de sus casi mil y un amigos; en brazos del más que odiado D. Senén. No la imaginaba, sino que la veía en brazos del atildado magnate… Riendo, hasta gozando con él… Y a él, con su cuerpo todavía no mal formado, gozando, disfrutando de ella; babeando de gusto, con los ojos encendidos en lujuria, lo mismo que ella…

A la mañana siguiente, hacia las doce más o menos, un timbrazo en la puerta anunció la llegada del mozo de una floristería portando un centro de flores, de claveles más rojos que la sangre exactamente: “Para la señora de la casa”, dijo el chico del establecimiento. Con las flores, una tarjeta: “Senén de Tal y tal”, y al dorso una inflamada invitación del “andoba” para que la “muy digna señora” le llamara al teléfono aceptando tomar una copa con él… Dentro del mayor respeto hacia su persona de Dª Inés, por supuesto… Y también de su más que digno “esposo”

D. Isma dejó centro y tarjeta, ésta tal y como viniera, en la mesa del salón. Inés, en esos momentos, no estaba en casa, sino que minutos antes acababa de bajar a abrir la tienda. D. Ismael, la verdad, aquella mañana, más que cansado tras la inútil pelea de la anterior noche, no quiso levantarse a llevar a Paco al colegio, cosa que a Inés no le pareció ni bien ni mal, simplemente, eso era cosa de su “corderito”, y si él decidió que aquella mañana su hijo no fuera a clase, por ella, bien decidido estaba, luego cuando lo de las flores estaban solos los dos en casa, profesor y alumno, liados con las clases

Como de costumbre, al mediodía llegó ella, y nada más entrar reparó en las flores; tomó la tarjeta y, con todo interés, la leyó. Al acabar estalló en ruidosas carcajadas de pura alegría

¡Ya cayó el ratoncito!… ¡Mordió el queso, y está dispuesto a no parar hasta “jamárselo” todo…
¿Piensas…? ¿Piensas…llamarle?… ¿Aceptar verle?
¡Pues claro que sí!… ¡Lo sabía, corderito; lo sabía!… ¡Sabía que éste viejo crápula caería en el “garlito”! ¿Sabes? El viejo verde me ha tomado por tu mujercita… ¡Tu santa y casta esposa!… ¡Piensa que soy una dulce y ejemplar esposa y madre de familia!… Vamos, que soy decentísima… Y le ha entrado el caprichín de “tirarse” a una mujer decentísima… Una virtuosa esposa y madre… ¡Pues lo va a conseguir, mire usted por dónde, D. Senén!… Pero… ¡Los caprichitos se pagan!… ¡Y se pagan bien; pero que muy, muy bien!… ¡Hasta las entretelas le voy a sacar al “maromo”!…
Y… Y si yo te pidiera que no; que no lo hagas… Que no le llames; que rompas la tarjeta… Y el cheque…
Pero… Pero… ¿Por qué iba a hacer semejante tontería?…
Porque yo te lo pido
Pero por qué, D. Isma. El viejales es un “Caballo Blanco… Algo difícil de encontrar; algo que, a veces, no se encuentra nunca en la vida… Y yo lo he encontrado… Y quiero explotarlo… Exprimirlo hasta la última gota que me sea posible… Y te aseguro que serán muchas… Muchísimas las gotas que sabré sacarle al viejo crápula…
Pero Inés… Yo… Yo te quiero… Te quiero; sí Inés, te quiero con toda mi alma… Te me has metido dentro de mí… hasta lo más hondo… No, no simplemente te deseo…. Ante todo y sobre todo, te quiero… Te amo con locura… Te adoro… Te idolatro… Sí; te idolatro… Para mí, eres una Diosa; mi Diosa… Quiero… Quiero casarme contigo… Que nos casemos… Que dejes esto… Todo; todo esto… Que no haya más citas, más comidas y cenas de negocio… Que no haya más “amigos”…
Inés le miró con más sorna, casi con más tristeza que nunca

De modo, que quieres “retirarme”… Que me quieres en exclusiva… Muy bien; ese es el sueño de toda puta… Que aparezca un Príncipe Azul que la retire de la putería… Y si, encima, se casa con una, la repera… Sí señor; ¡la repera de bueno!… Pero, tocinito de cielo, ¿de qué viviríamos?… ¿Cómo me mantendrías a mí y a mi hijo?
Yo… Yo podría trabajar… Dar clases…
Ya… Clases… ¿Acaso no las das ya?… Y qué…
No Inés; no me refiero a eso… A esto… hablo de dar clases de verdad… En algún colegio… En academias… Academias donde se imparta o se den clases de apoyo en asignaturas de BUP. Varias clases en varias academias… Más algunas horas de clases particulares, aquí, en casa…
¿De verdad crees que así saldríamos adelante los tres, Paco, mi hijo, tú y yo?… Por favor, D. Isma; cáete ya del guindo… Abre los ojos… Mira; vé la verdad… Isma, yo coy lo que soy, una puta; una prostituta, si quieres que lo diga más en “finolis”… Yo no te lo he ocultado… Antes de acostarme contigo la primera vez, te lo dije… No podías: no puedes llamarte a engaño… Soy lo que soy; lo sabías cuando te “liaste” conmigo… Y lo aceptaste…
Inés calló un momento, como estudiando el efecto que su “discurso” estaba haciendo en su “corderito lechal”. Luego prosiguió. Le dijo que no tenía por qué quebrarse la cabeza con celos más bien infundados, pues bien sabía ella que todo aquello no eran más que celos que, de vez en cuando, asaltaban al “corderito”, o así al menos lo pensaba ella, lo creía a pies juntillas. Que sus “citas de negocios” no eran más que eso, negocios. Los tíos querían algo de ella y estaban dispuestos a pagar por ello y ella deseaba ese dinero que ellos estaban dispuestos a pagar, luego ellos pagaban y ella les otorgaba lo que querían. Así de simple; así de prosaico, así de aséptico, sin personalismos que valieran… Ella, en verdad, no se entregaba a nadie más que a él, a D, Isma, a su “corderito lechal”… Y punto.

D. Ismael, una vez más, transigió; “pasó por el aro” que ella quería que pasara. Ala casa siguieron llegando las flores de D. Senén, unas veces en forma de centros de mesa, como la primera vez, otras como enormes ramos… Y siempre, siempre, con su correspondiente tarjeta, urgiéndole rendidamente a que la “más que digna señora”, se aviniera a aceptar su invitación, carente, desde luego, de vergonzosas intenciones. Todo la mar de platónico; todo, pura admiración hacia su inusitada belleza y prestancia… Vamos, que al viejales, no era “labia” lo que le faltaba…

E Inés, claro está, un día consintió en llamar al “Caballo Blanco” aceptando su “amable” y sobre todo, “desinteresada” invitación, segura de que el “noble caballero”, solo sería eso, un caballero ante una dama más que respetable

Desde entonces, las ofrendas de flores del “noble caballero” se fueron paulatinamente incrementando, alcanzando a veces el obsequio los matices de pequeñas joyas de no poco valor, aunque incomparable con lo que, seguro, llegarían a ser en un más que próximo futuro. Bagatelas, de momento, para lo normal en el “noble caballero” y en tales lides conquistadoras de hembras de tronío y, sobre todo, de acrisolada virtud hasta que el vil metal vencía lo virtuoso de la dama. También vestiditos de media-alta costura, o cheques que la “digna esposa” del no menos digno D. Ismael, los gastara en cuantos “trapitos” o “caprichitos” ella y su digno marido tuvieran a bien emplear su monetario homenaje a ambos. Vamos, que la operación “Caballo Blanco”· a Inés le estaba saliendo a pedir de boca

Un día, mes y pico después del primer presente floral, ella se estaba duchando, iniciando así el oportuno y previo emperifollamiento a una cita con el “noble caballero”, citas que venían produciéndose con periodicidad de dos veces por semana, a veces tres, D. Isma acertó a pasar al cuarto de baño. Inés, al momento, le pidió que le frotara la espalda con la esponja “Es bueno para la piel, ¿sabes?, le dijo. Él hizo lo que ella le pedía. Al rato…

Te… ¿Te…te…has…acostado ya con él?
No… ¡Ni que estuviera loca!… ¡Le tengo al “baño maría”!… ¡Hirviéndose en su propio jugo!… Yo me hago la modosa… La “estrecha”… Que si me eduqué en un colegio de monjas… Que si no tuve más novio que tú… Que si llegué virgen al matrimonio… Que si no soy inmune a sus atenciones, a su donosa prestancia… Pero que me da miedo… Que nunca he engañado a mi marido… ¡Y no veas cómo lo tengo!… ¡Subiéndose por las paredes!… ¡calentito, calentito!… ¡¡¡A PUNTO DE EXPLOTAR!!!…
D. Ismael no respondió. Acarició a Inés, por detrás, en un hombro y depositó un beso en el contiguo nacimiento del cuello. Inés volvió el rostro hacia él, fijando su mirada en los ojos de D. Isma. Advirtió tristeza es esos ojos, aliviada por destellos de cariño… De mucho; mucho cariño…

¿Volvemos a las andadas, D. Isma?… ¿De nuevo esos tontos celos?… Anda, alma de cántaro, dame un beso… ¡Pero tú a mí, y no yo a ti, como de costumbre!
D. Isma la besó. Con ternura, con cariño; con mucho cariño. Se separó de ella; volvió a mirarla, y volvió a besarla. Con arrobo teñido de pasión… De una pasión que fue “in crescendo” según el beso se hacía más y más largo… Más y más pasional… Las bocas se abrieron para recibir, mutuamente, la lengua del otro. Entonces Inés, sensual, cálida, deslizó al oído de D. Isma

“Corderito”, desnúdate y métete conmigo en la ducha… “Hacerlo” bajo el chorro del agua es divino, ¿sabes?…
D. Isma volvió a besarla, con bastante más cariño que pasión ya, y, dándose la vuelta, salió del cuarto de baño. Inés le vio salir y suspiró… ¡Este D. Isma!… Se acabó de duchar y se secó. Primero el cuerpo, con la toalla de baño, luego la cabeza con otra más pequeña, de lavabo, tras lo cual acabó de secárselo con el secador. Se envolvió en la toalla grande, velando así sus senos, vientre y pubis, hasta donde la toalla alcanzó, un palmo más allá del nacimiento de los muslos a todo tirar, y procedió a maquillarse, pintándose los labios para perfilarlos después. Se miró luego al espejo y aprobó con buena nota la imagen de sí misma que el espejo le devolvió.

Abandonó ella también el baño y se dirigió al dormitorio para vestirse. Entró en su habitación y se quedó quieta en la misma puerta. Ante ella, sobre la cama, una maleta mediana, ni demasiado grande ni tampoco muy pequeña, de esas con ruedas, las llamadas “trolley”, cerrada ya; al lado, una bolsa de las de viaje, llena de ropa, que entonces D. Ismael procedía a cerrar, corriendo hasta el fin la cremallera. Eran las mismas dos piezas de viaje que el profesor llevara a su casa cuando optó por instalarse allí

Pero… ¿Qué significa esto, Ismael?… ¿Qué haces?… Si puede saberse, claro
Era la primera vez que así hablaba Inés a D. Ismael; por su nombre, pues tutearle tras el “D. Isma”, venía ya de antiguo

Me voy Inés. Te dejo… No… No puedo aguantar ya más esto… He empezado a odiarme a mí mismo y si digo así, como hasta ahora, acabaría odiándote a ti también. Por eso me voy, para no odiarte… para que en el futuro, seas un bello recuerdo… El recuerdo de la más feliz y dichosa etapa de mi vida… Para que el altar erigido en mi alma, donde te venero… Donde te adoro como a una Diosa, como a mi Diosa, sea perenne en el tiempo para seguir venerándote, adorándote hasta el fin de mis días…
D. Ismael acabó de cerrar la bolsa; con ambas manos, bajó la maleta al suelo para, seguidamente, tomar la bolsa con una mano en tanto con la otra empezó a arrastrar la maleta-trolley hacia la salida del dormitorio. Pasó junto a Inés y la besó, amorosamente, en la mejilla. Al momento D. Ismael desapareció de la vista de la mujer cuando, por fin, salió de la habitación

Inés quedó allí, junto a la puerta pero sin mirarla; mirando todavía hacia la cama, tal y como quedara al entrar en la estancia. Anonadada, perdida, sin voluntad… Con la mente en blanco. Aquello, para ella, había sido un mazazo… Un tremendo mazazo; el mayor, seguramente, que en su vida recibiera… Y no fueron pocos los que el devenir de su vida le asestó. Por fin, una idea empezó a pergeñarse en du mente: “Él se iba; se iba de verdad… para siempre”. Una atroz angustia al instante se apoderó de ella, oprimiéndole la garganta cual mano de acero… “Se va… Se va… Me abandona… Le pierdo; le pierdo para siempre… Para siempre… Para siempre”…

Reaccionó al fin, con la angustia transformada en terror; en inmisericorde desespero. Echó a correr hacia el rellano al que se abrían las puertas de las cuatro viviendas de la planta, pero allí ya no estaba D. Ismael. Vio la luz encendida del chivato del ascensor, indicativo de que el mismo estaba funcionando, llevándose a D. Ismael, irremisiblemente, hacia el bajo del edificio, preludio de su desaparición, “in eternum”, de su vida. Inés entonces echó a correr, como loca, escaleras abajo, tal y como estaba, descalza y sólo cubierta por la toalla que velaba lo mínimo aconsejable por la moral y las buenas costumbres, mientras gritaba a pleno pulmón

¡¡¡Ismael, cariño mío!!!… ¡¡¡No te vayas…no me dejes!!!… ¡¡¡Será lo que tú quieras que sea…como tú digas!!!… ¡Pero no te vayas, mi amor!… ¡Vuelve; vuelve conmigo!
Allí, en ese momento, feneció la hetaira Inés, la prostituta de semi lujo, surgiendo en su lugar otra Inés muy, muy distinta. Una Inés enamorada hasta lo indecible de su marido, Ismael. Una Inés escrupulosamente fiel a su marido, Ismael… Una Inés que primero fue esposa para en menos de un año ser madre del primer hijo habido de su marido Ismael, que fue hermano del otro hijo que ya tenía, Paco, que también lo fue de su marido Ismael por decisión de él mismo expresada, libremente, ante el Registro Civil

F I N D E L R E L A T O

NOTAS AL TEXTO

La “Costa Fleming” era, no sé si todavía lo es, básicamente la citada calle del Doctor Fleming, con algún aditamento por Profesor Waksman y Alberto Alcocer, que allá por los 70/80 constituyó un emporio de la prostitución de medio/alto “standing”
Toro corniveleto y astifino: Dícese, en argot taurino, del toro que tiene las astas, pitones o vulgo cuernos, curvados hacia arriba, casi en vertical al cielo, y de puntas muy, muy afiladas. Vamos, un verdadero “pavo” que en cuanto salta al ruedo hace temblar de puro miedo a más de un “coletudo”… Y a más de dos…
2.1. “Coletudo”= Torero

Fantasy Rivals: Merweiss Debertolis

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En una mazmorra oscura de la Ciudad Capital, en el subsuelo de una enorme y acogedora casa del sector más acaudalado, se encontraba Merweiss Debertolis. Hace mucho tiempo él era un científico respetado, presidente del gremio de los relojeros, aquellos que más poder científico tenían. Sin embargo, como en la época la gente no distinguía bien la magia de la ciencia, algunos lo miraban mal. Muy mal.

Él se había presentado ante el cardenal Tiberius, actual gobernante de la Ciudad Capital, y le había propuesto trabajar para él. Estuvo mucho tiempo trabajando para él pero un día tuvo la mala suerte de participar en una guerra contra un grupo rebelde y eso casi le cuesta la vida.

Si bien muchos lo dieron por muerto, él se aseguró que no fuera así. Con el apoyo de sus amigos relojeros, construyó prótesis para las partes faltantes de su cuerpo convirtiéndose así en un raro hombre con la mitad de su cuerpo hecha de carne y la otra mitad de acero.

Encolerizado con Tiberius y con todo el imperio, decidió planear una venganza. Trabajó día y noche sin parar creando rústicos seres mecánicos, uno tras otro como si su respiración dependiera de ello. Al final, no sólo terminó siendo el amo de esas máquinas sino que también se convirtió en un líder y referente para todos los que detestaban al imperio.

Fue con él que nació la facción Shadow, adoradores de lo siniestro, de la quimera Serpiente y de la traición.

En ese momento, dentro de la mazmorra, conversaba con la joven Jeenea acerca de sus próximos planes. Jeenea era una muchacha nerviosa y dulce, de baja estatura y sucios cabellos negros. Lo más llamativo era su piel dorada tan rara en esos parajes fríos. Contrastaba mucho con el blanco pálido de la piel de Merweiss.

—Y así es, mi querida Jeenea, que te dejaré el sector de los mercaderes ambulantes. No enviaré a ninguno de los hombres serpiente allí si sabes mantenerlo bajo tu control. Pero si se te sale de control… ya sabes lo que pasará.

La muchacha se apresuró a acercarse para acariciar servilmente el traje púrpura de su maestro.

—Lo sé muy bien, maestro. No lo voy a defraudar, se lo aseguro. Empeñaré en ello toda mi fuerza. Va a estar orgulloso de mí.

Merweiss apreció el sutil toque de la muchacha en su ropa y con sus manos enguantadas sostuvo la de ella cálidamente.

—Tu piel, querida, es magnífica. Tienes… que tener cuidado que no se lastime. —Mientras susurraba las palabras, el seductor científico acarició el brazo de la chica y se quitó una de sus largos cabellos que caía entre sus ojos.

Ella, prudente, bajó la mirada y dejó que su maestro continuara con las caricias. Sus ojos brillantes y lascivos puestos en su cuerpo no era algo que se pudiera ignorar.

Las manos del científico se dirigieron a su cabeza para desatar la cinta que anudaba sus cabellos que cayeron sobre sus hombros como una sombra. El sujeto sonrió al verla.

—¿Puedes venir a mi habitación? —preguntó el líder.

Esa pregunta era una orden secreta. Si ella lo rechazaba perdería favores con él. Vio su piel y, dubitativa, asintió.

Juntos traspasaron el poco iluminado salón para acceder a la nada iluminada habitación. Allí Jeenea sintió que las manos de él la atenazaban instantáneamente. El poder que sus brazos de metal ejercían era monstruoso, sólo se dejó hacer, intentar negarse sería suicidio.

La tiró a la cama y se desprendió el traje. Él vivía tanto entre las sombras que podía ver incluso en aquella oscuridad. A ella no se le hacía tan fácil pero intentaba mantenerse tranquila, no podía decepcionar a su maestro. Merweiss quedó totalmente desnudo pero ella no podía verlo. Eso era bueno porque tenía tantas heridas y partes de su cuerpo reconstruidas que sería horrible. Por suerte no había perdido su retorcido miembro ni la capacidad de que la sangre fluya hacia él haciéndolo duro como el metal de sus piernas.

Se acercó a la cama y allí acarició lentamente el cuerpo de la chica desde los pies hasta sus pechos. Disimuladamente tomó una de las manos de ella para depositarla en su larga y fina verga. La chica, tímidamente, acarició el pene y los testículos de Merweiss por un rato. No veía nada más que los ojos brillantes de él, desvistiéndola con la mirada. Ella entrecerró los ojos y se inclinó para introducir el miembro en su boca. Sus labios oscurecidos se aferraron a la venosa piel de su amante y comenzó a succionarlo y lubricarlo con su saliva. El maestro Shadow, satisfecho, llevó sus manos a la cintura y admiró a Jeenea practicar sexo oral. La excitación inflaba su pecho y lo obligaba a lanzar gemidos susurrantes.

—Oh, querida, creo que no me arrepentiré de meterte al clan.

La chica entre risitas siguió pasándole la lengua al miembro de su maestro mientras le masajeaba los genitales y el trasero. Merweiss estiró sus brazos para acariciar el redondo y firme trasero de Jeenea. Siendo tan bajita de estatura su culo sobresalía demasiado. Era grande y por algún motivo que Merweiss no podía explicar, ignoraba las leyes científicas contradiciendo la gravedad. Dándose cuenta de las ganas de su maestro la chica se detuvo y se arrodilló en la cama. Estiró sus brazos para que él le quitara la ropa pues sabía que le gustaba tener el control de todo. No le costó mucho pues el científico era un experto trabajando con los cuerpos de las personas. Le quitó la media blusa, desajustó rápidamente el corset y al final destrabó sin problemas el sujetador dejando a la chica con el torso desnudo.

La empujó suavemente contra el colchón y con una mano trató de desatar el complicado juego de cinturones que llevaba sobre el pantalón de algodón mientras humedecía sus pechos con la boca. Ella no podía evitar erotizarse con el tacto de Merweiss. Era un tipo asqueroso, despiadado y soberbio pero sí que sabía generar placer.

Sus tetas duras quedaban aplastadas contra su pecho cuando él las devoraba y se alargaban cuando las oprimía con sus manos. El cuerpo trigueño de ella se llenó completamente de la saliva de su maestro y cuando menos se dio cuenta ya estaba totalmente desnuda. Abrió sus piernas como una puerta porque ya empezaba a sentir ganas de ser tomada.

El científico acarició la delicada vagina de la chica para que todos los jugos se impregnen en su palma y luego ensalzó con ellos a su miembro. Se arrodilló frente a ella, le tomó las piernas inclinándolas hacia atrás y lentamente fue metiendo su larga estaca en el delgado y corto cuerpo de su amante.

Cuando sintió el choque de la punta del pene con el útero la chica gimió, abrazó el cuello de su maestro y lo atrajo hacia ella. Merweiss, algo sorprendido por la efusividad de la chica, empezó a embestirla lenta y profundamente, arrancándole suspiros de placer.

—¡Ohhh, así, así, más rápido!

Y el científico la complacía con más rapidez.

—¡Mmm, sí! ¡Sí! ¡Oh, Merweiss! ¡Dame, dame más, dame, dame!

Hacía tiempo que Merweiss no se topaba con una chica tan alegre y que llevara tan bien el papel de amante satisfecha. Si estaba fingiendo o no, él no se daba cuenta ni le importaba tampoco. Era carne fresca y debía disfrutarla.

Sacó se miembro, la levantó con sus brazos mecánicos y la giró. Jeenea quedó boca abajo con la petulante cola levantada, incitando a su maestro a clavársela sin delicadeza. Merweiss se inclinó sobre ella, lentamente volvió a metérsela entre suspiros y empezó a serruchar con fuerza. En esa posición, el cuerpo pesado de Merweiss aplastaba el cuerpo de su amante contra la cama y la chica empezaba a sufrir el dolor y la falta de aire. Pero como a todas las muchachas del sur, a Jeenea le gustaba el sexo y el tipo lo hacía muy bien. Tenía un miembro ideal para ella porque era delgado y no la lastimaba y era largo por lo que llegaba lo más al fondo que podía.

Ella se aferraba con fuerza a las sábanas desordenadas y trataba de juntar lo más posible sus piernas para que el roce fuera más estrecho. Las manos duras de Merweiss sobre su nuca y su espalda empezaban a hacerla sentir sometida, entregada y esos pensamientos la llevaron a un fuerte y descomunal orgasmo que la dejó totalmente derretida en la sábana.

Merweiss, sonriente al sentir húmedo su pene, aumentó la velocidad de las embestidas. Los gritos de la chica sintiendo como su ya débil vagina era perforada por el relojero se oyeron en toda la mazmorra.

—¡Oh, por dios, por dios, por dios! ¡Aaaaaaah! ¡Oooooooh! ¡¡Ay!!

De pronto sintió como el hombre le tiraba de los pelos y eyaculaba dentro de ella. Con la boca abierta sintió como se le llenaba el útero de semen y como el pene se Merweiss se deslizaba fuera de ella y luego lo limpiaba entre sus nalgas. Cerró los ojos y se recostó cómodamente en la cama mientras percibía el roce sobre su ano.

Merweiss le acarició la espalda, los cabellos y la tomó del cuello con delicadeza.

—Mi querida Jeenea, mata a quien tengas que matar y nunca olvides que eres una Shadow y a quién le debes respeto.

—Sí, mi maestro —respondió sonriente.

—Y ven aquí una vez por semana al menos así no olvidas mis caricias.

—Lo haré. Me tendrás siempre que me necesites, Merweiss.

El científico se sentó en la cama sonriente. Tomó sus ropas y empezó a vestirse pues tenía mucho trabajo que hacer y ya satisfecho sexualmente no habría nada que lo distraiga de sus planes de venganza.

Mi sobrina, su amiga y Juan

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El tren se retrasa. Son las once y media, ya hace media hora que tendría que haber llegado. Por fin ahí está. Veo a mi sobrina que ya no es la niña que conocía. Tiene 18 años bien cumplidos.

- Hola mi niña. ¿Cómo has crecido?

- Hola tío. Ya casi soy una mujer.

Se cuelga de mi cuello y me besa las mejillas. Durante el abrazo noto sus duros pechos clavarse en mí y siento el olor de su cuerpo jovial bien perfumado.

- Mira esta es Ana, mi amiga. Él es Juan, su padre,

Juan me saluda y me dá las gracias por haberle brindado mi casa mientras resuelve los asuntos laborales que le traen a la ciudad. Nos dirigimos a casa en mi coche, hablamos de cosas vanales. No puedo dejar de mirar por el retrovisor a mi sobrina y a su amiga. Dos adolescentes bastante guapas y por lo que hablan, bastante extrovertidas. Adivino sus pechos bajo los top ajustados que llevan. Ana exhibe unos pechos, bastante más grandes que los de mi sobrina, que cautivan mi mirada y mis pensamientos; hace ya más de dos años que murió mi mujer y desde entonces sólo a base de pajas he satisfecho mis necesidades. Juan es un hombre mas bien bajo, con una barriga enorme y que exhibe una calva deslumbrante en la parte frontal de su cabeza. Parece simpático y bastante amable.

Llegamos a casa y les subo a sus habitaciones. Se quedan aseándose mientras yo les preparo algo para cenar. La primera en bajar es mi sobrina, que luce un pijama corto de color azul. Debido a que seguro se ha secado deprisa, no lo ha hecho bien, y sus pezones humedos y oscuros se adivinan a través de la fina tela. Hablamos pero yo no puedo dejar de fijarme en ese bonito cuerpo, en sus tetas y cuando se da la vuelta en su hermosa culo de pera. Mi polla se pone dura por momentos, por lo que me siento a la mesa para disimular. Al rato baja Ana con un pijama más recatado; pero esos voluptuosos pechos y otro no menos apetecible culo, hacen que mi polla se niegue a replegarse. Menos mal que baja Juan y mientras comemos y hablamos logro dominar momentaneamente el enorme calentón.

Acabamos y nos sentamos en el salón a charlar un rato antes de subir a las habitaciones. Intento no mirar a esas dos beldades para no sufrir otro colapso en mi rabo. Pero hay veces que inconscientemente la mirada escapa a mi control. Creo que Ana lo ha adivinado y me sonríe picaronamente algunas veces, abriendo sus piernas más de lo normal cada vez que habla conmigo. También constato que Juan mira a mi sobrina con cara de besugo, y que en su cara se pinta el estigma del deseo. Incluso se soba el paquete sin darse cuenta. Creo que ya es suficiente, así que insto a todos a subir a descansar. Gema dormirá con Ana, Juan en una habitación al lado de la de ellas y yo en la mía, al final del pasillo.

Cuando me quedo solo, no puedo evitar recordar esos dos cuerpos divinos. Esas tetas y esos culos que adornan esas dos bellas caras. Me imagino esos dos jovenes coños desnudos ante mi boca, me los como con deseo y bebo el néctar jugoso que emanan. Mi polla duele del enorme tamaño que ha alcanzado dentro del pijama, me despojo de él y comienzo a masturbarme frenéticamente. Es una orgía total, hasta que sale, de dentro de mí, un torrente de leche que cae sobre mi ombligo. Lo barro con mi mano y y lo lamo con mi lengua, tragándome mi propio semen. Al poco tiempo me quedo dormido. Los sueños eróticos conquistan mi mente y cuando despierto tengo otro gran empalme, que tengo que calmar haciéndome otra buena paja.

Me ducho, bajo y desayuno; al rato Juan también aparece y me dispongo a acercarle al centro de la ciudad. Le noto cansado, como si no hubiera dormido bien. Pienso que se ha estado matando a pajas pensando en mi sobrina; por lo menos hay algo que nos une. Le dejo y quedamos a las 6 de la tarde para recogerle. Vuelvo a casa y entro despacio sin hacer ruido para no despertar. Subo a la primera planta, la habitación de las chicas esta entreabierta y las oigo hablar:

- Gema: Está noche me gustaría follar con tu padre. Me has puesto los dientes largos. ¿De verdad tiene esa enorme polla?.

- Ana: Ya te digo. Yo se la había visto varias veces después de ducharse al acabar de follar a mi madre. Pero la noche que por primera vez entró en mi cuarto y pude disfrutar de ella. quedé impresionada. Folla mejor que el idiota de mi novio. Cuando estoy con él me corro por lo menos dos veces.

- Gema: !cómo me gustaría verla!

- Ana: Intentaré arreglarlo para que lo hagas. Mi padre está deseando taladrarte putona, no hace nada más que hablar de tí. Un día mientras lo hacíamos se le escapó que no le importaría follar tu bonito culo. Esa noche le deje a medias por cabrón.

- Gema: Ja, ja, ja. Que guarra eres. Te follas a tu padre y a toda polla viviente que se ponga a tu alcance.

-Ana: Sí, pero mientras tanto ven aquí. Sólo hablar de eso y ya tengo el coño chorreando.

Se acerca a Gema y comienza a besarla en la boca, a la vez que se funden en un abrazo apasionado, mezclando sus lenguas con lujuría. Ana se recuesta en la cama sobre Gema y la despoja de la parte de arriba del pijama, comienza a lamerle la parte superior de sus pechos. Adivino en la cara de mi sobrina un gesto de placer. Vuelve a comerle la boca y la incorpora levemente para desabrocharla el sostén. Sus bonitas tetas quedan al descubierto mientras ríe. Ana engulle esas tetas apasionadamente. Las besa y acaricia lentamente. Una de sus manos comienza a descender por la tripa de Gema, recorriéndola con ternura. Hasta que su mano llega a la cintura donde comienza el pijama, introduce su mano bajo el mismo y la braguita que se esconde debajo, y comienza a sobar la zona púbica muy lentamente, mientras sigue besando apasionadamente.

Gema comienza a supirar, a la vez que mueve sus pelvis hacia arriba y hacia abajo, acompañando con su chocho los movimientos de fricción de la mano de su amiga. Los suspiros pronto se transforman en verdaderos gemidos de zorra cachonda que esta disfrutando del trabajo que la están realizando.

- Gema: Espera puta, que yo también quiero hacerte disfrutar. No quiero ser la única que se corra.

Empieza a desnudar a Ana, dejando al descubierto sus enormes tetas que rapidamente son colmadas de un sin fin de chupetones. La despoja del pijama, quedando el cuerpo de la amiga decorado con un excitante tanga, que muestra un riquísimo culo de glúteos carnosos y rosáceos. Mi polla está que revienta y la libero de su cárcel comenzando a masturbarme otra vez. Lo hago con sigilo para evitar que me descubran y acabe el hermoso espectáculo.

Gema también se ha quitado el pijama y las bragas. Tiene un coño rosaceo, con el vello púbico totalmente rasurado. Empuja a Ana sobre la cama y empieza a lamerla la raja, acometiendo lujuriosos lametones en el clítoris. Esta se retuerce de placer, gimiendo y suspirando víctima del goce que le produce la lengua de Gema en su chocho. Un alarido de placer la hace convulsionarse en la contracción final de una corrida gloriosa. Mi sobrina tiene su boca llena de los líquidos de ese manatial. Ana se incorpora y repite la misma secuencia de actos sobre mi sobrina, que como colofón tiene otra corrida espectacular que deja a las dos chicas agotadas sobre la cama. Yo he acabado al mismo tiempo que ellas y me retiro silenciosamente a mi habitación.

Vaya par de zorras he metido en mi casa, mira mi sobrina que parecía que no mataba ni una mosca. Tampoco el calvo es un santo; se folla a su mujer y a su hija, y yo aquí a base de pajas.

Salgo a buscar a Juan y cuando vuelvo con él me pregunto si realmente ese gordo calvo tiene realmente el aparato que alaba su hija. La verdad que luce un buen paquete, pero no me lo imagino tan grande. Llega la noche y vamos cada uno a su habitación. Estoy en un estado de excitación y vigilia tal que creo que mi corazón va a estallar en cualquier momento. Mis sentidos están alerta, intentando captar el más mínimo ruido. Oigo abrirse la puerta de la habitación de las chicas, las veo salir sigilosamente y entrar en la habitación de Juan. No me atrevo a acercarme pero al final venzo al miedo y, como una serpiente, me acerco a la habitación de al lado, donde se que hay una mirilla de ventilación por la que se puede espiar y dá a la haitación de Juan; en otros tiempos la utilizaba para ver como se desnudaba nuestra criada.

Me asomo y veo como Juan está ya bajandose el pijama. Dios la pedazo de polla que calza el tío. Ni su gran barriga empequeñece ese mástil del que cuelgan dos grandes huevos. Se los soba y ríe con cara de sádico, relamiendo sus labios. Está totalmente empalmado. La puta de mi sobrina ya se quitado la ropa y se arrodilla ante él, comienza a lamerle con sensualidad; primero lo descapulla y lame la cabeza de la polla rebañando los líquidos que sobre ella hay, luego recorre todo el tronco y besa los testiculos, metiendolos enteros en su boca. Mientras Ana por detrás introduce sus dedos entre los muslos de Gema sobando su rajita; Mi sobrina acompasa con su bonito culo la mano diestra de su amiga. Juan agarra la cabeza de la chica y la empala con el enorme ariete. Ella en un principio se ve sorprendida pero instintivamente empieza a mamar con pasión, al mismo tiempo que el macho simula, con movimientos pélvicos. una penetración. Se agarra a su culo sujetando su cuerpo a él, hasta que coge el compás del ritmo de sacudidas. A ratos se libera y vierte sobre la polla un escupitajo, mezcla de saliva y semen, para lubricarlo y así hacer más fácil la felación. Su cara se congestiona pues el ariete cada vez es más grueso y a veces se retira con amagos de vomitar, ese vástago le llega hasta la gargante, asfixiándola en su placer. su amiga ha introducido casi todos sus dedos en su vagina, que segrega un caudal ingente de líquido vaginal. la muy puta está disfrutando de lo lindo.

Juan la separa de su miembro y la tumba sobre la cama, la abre las piernas y aplica su boca al coño chorreante de la chica; comienza a devorar lamiendo toda la raja, clítoris, labios y agujero vaginal. Su hija mientras tanto se ha colocado a horcajas sobre la cara de mi sobrina, que comienza a lamer compulsivamente el chocho. Su cuerpo parece un transmisor de electricidad, que comienza en su vagina y acaba en la de su amiga. Gema cada vez está mas excitada, su cuerpo se mueve febrilmente disfrutando de la lengua que empala su feminidad. De repente estalla en un estruendo de estertores y gemidos, que proyectan sobre la boca de Juan un chorro viscoso que éste paladea gustosamente. Ana, contagiada también se corre. Quedo extasiado ante esta visión de goce extremo y de los movimientos de balanceo de esas bonitas tetas.

Sin dejarla tiempo a que se recupere, Juan coloca su seboso cuerpo entre las piernas de la hembra. Se derrumba sobre su boca y saborea los líquidos que ya antes ha probado, pero esta vez sazonados con saliva nueva y liquidos de su propio semen. Se funde en un beso lujurioso que es correspondido sin más dilación y confirma el permiso de la doncella para clavar el ariete en su agujero. De un certero golpe, empujado por la fuerza de ese enorme culo, abre la lubricada raja violentamente, introduciendo su vástago hasta la base de sus huevos. Gema emite un pequeño grito, entre el dolor y el gozo. Con los ojos bien abiertos fijos en los de su taladrador, sus manos aferradas a los glúteos que apalancan la enorme polla, da la orden de salida para recibir los violentos mete-saca a los que va a ser sometido su coño. Juan totalmente desbocado comienza a bombear salvajemente, sin ninguna piedad. Con Los ojos inyectados en sangre y su enorme barriga anclando el delicado cuerpo bajo sí, penetra y saca y vuelve a penetrar con fuerza. La chica recibe el castigo con sumisión y comienza a gemir locamente intentando, con su cuerpo atrapado sobre ese peso, acompañar los movimientos. Todo es en vano, pues esta clavada a la cama, y lo unico que puede hacer es aceptar el taladro que perfora entre sus muslos, aceptando el ritmo de penetración que marca el dueño del ariete. Su cara se contrae y congestiona, emitiendo “Ayes” y supiros cada vez más expresivos. La respiración del macho es cada vez más sofocada y sus movimientos más violentos. Hasta que el chorro de la vida eclosiona y sus gemidos se unen en un aullido explosivo de placer. Se ha corrido dentro de ella, ha inundado con su leche el interior de la ninfa, que tarda en recuperarse del torrente de sensaciones que se han descargado sobre ella.

Ana mientras tanto se lanza sobre la polla de su padre y con la lengua comienza a limpiarla suavemente. el progenitor la agarra de los pelos y la empuja hacia la polla, introducièndola entara dentro de su boca. Ella está a punto de atragantarse y retrocede:

- Hijo de puta dejame hacerlo a mi manera.

- Mira zorra, no me digas como lo quiero. Limpiala que ahora voy a romperte el culo. Si supiera tu madre que lo que ella no me deja hacer, la puta de su hija lo acepta sin rechistar. Mira además ahora me consigues otra guarra. Sois unas putas de mucho cuidado. Tu sigue trabajando y calla, esa guarra de momento tiene para rato con lo que la he dado.

Vuelve a atraer con violenca la cabeza de la hija introduciendo el rabo otra vez, sin el más mínimo detalle de delicadeza. Esta recibe el ariete y ahora sin protestar comienza a lamer sumisamente. El hombre domina completamente el rebaño. Mi sobrina mientras tanto recupera las fuerzas, todavía parece preguntarse como es posible tanto placer. El gordo se incorpora y pone su hija a cuatro patas, abre los glúteos con sus dedos gordos y lame, uno detrás del otro, el coño y el ano. Ana al sentir el frescor de la lengua se contrae y deja hacer, sus lindas ubres se balancean acompañando con su vaiven los lenguatazos que la propinan. Juan agarra su polla, aplicándose un pequeño masaje. Es un rabo enorme ocupa dos veces el tamaño de su mano y apenas le alcanza para cirucunvalarla con la misma. Escupe sobre el agujero y acerca lentamente la polla, jugando alrededor, ora acariciando el lindo coño, ora el bello ano. No tiene prisa castiga a la doncella, que al sentir el trozo de carne tan próximo acomoda su cuerpo para recibirlo dentro. Está impaciente quiere tenerlo y acariciarlo en su interior. Se muere de gusto por ser empalada, le da lo mismo el coño que el ano.

- Joder guarro, métela ya o voy a tener que correrme antes de que lo hagas. Por favor no me dejes así.

- zorra la quieres dentro, te gusta. Esta polla entrará cuando yo quiera y gozarás cuando yo lo diga. Seguro que el mierda de tu novio no te pone así. La mojigata de tu madre con sus prejuicios no sabe lo que se pierde. A veces tengo que buscarte porque ella no me deja y descargo sobre tí toda mi rabia. Prepárate.

Acerca la punta del capullo al ano y de una fuerte culetada se adentra sin preliminares. La niña protesta de dolor al ser atropellada de esta forma tan violenta. Él se agarra a sus bello culo y frenéticamente comienza a culear. Ella es arrastrada sin voluntad adelante y detrás a capricho de su dueño. Sus tetas se balancean a un ritmo sin coherencia, es la esclava, no protesta, se deja llevar por el momento.

- Tú guarra, levanta y comeme el culo. Ya has descansado lo suficiente. -interperla a mi sobrina-

Ella sin atreverse a protestar y arrastrada por la escena se coloca detrás de él y comienza a lamer el asqueroso ano. Introduce su lengua dentro y llena de saliva el orificio. Ataca la cueva sin reparar en lo que por ahí se vierte, chupa y relame obedeciendo ordenes de alguien que controla su voluntad. El gordo sigue empalando a la otra chica, que con gestos cada vez más sumisos acepta los duros empellones que la llenan por dentro. Ya había sentido la polla de su padre en el interior, pero nunca con el atrevimiento despótico con que hoy se comportaba. Su culo amortiguaba los golpes que se transmitian a su coño. Deseaba poder acariciarse el clítoris, pero si dejaba de sujetarse a la cama con una mano, su padre caería con su peso sobre ella empalándola contra la cama. Prefería disfrutar en esta posición acomodándose a los movimientos impuestos, de todas formas por transmisión acabaría corriéndose. Este hijoputa la estaba haciendo gozar de lo lindo. Los jadeos del macho empezaban a subir de tono, ella estaba cada vez más caliente. Se preparaba para recibir la leche, la misma que un día se había vertido en el chocho de su madre y había dado origen a su vida. Se sentía guarra y excitada, deseaba que su propio padre la siguiera follando de esa manera. Juan se retorcio hacia atrás y en un último empujón vertió la lefa en el coño que el había contribuido a crear. Cayo sobre ella aplastándola y besando el cuello de su ninfa, que por su parte había tenido un intenso orgasmo. Gema contempla extasiada la escena, observando los extertores del culo que acababa de comerse. Yo llego a su lado en ese momento, ya no aguanto más.

- Tío perdona, que haces aquí… balbucea.

Sin más preámbulo la tumbo en la cama. Separo sus piernas y comienzo a lamer la cara interna de sus muslos, sigo subiendo hasta llegar a los labios mayores. Los muerdo y lamo dulcemente, saboreo su clítoris y sigo por el ombligo. Llego a sus tetas y lamo sus pezones, que están duros. Avanzo por su cuello y muerdo su oreja. La miro fijamente y la beso, explorando con mi lengua la suya. Mi polla esta tiesa y lucha por introducirse en su raja. Lentamente, con ternura, avanza. Ella me mira expectante, saboreando de antemano el placer. Su lubricado sexo envuelve tiernamente mi falo, deseoso de ser acariciado por ella. Comienzo a cabalgar lentamente, tratando de transmitir la dulzura del momento. Ella se repone de la violencia con que ha sido tratada. Pillándome desprevenido se gira sobre mí y toma la iniciativa. Se convierte en una amazona que cabalga apuntalada sobre su montura. Agarro sus rosáceos glúteos y acompaño sus movimientos con mi cuerpo. Tiene los ojos cerrados, relamiéndose de gusto. En ese momento Juan la dobla hacia adelante. Con mi polla dentro observa el agujero de su culo.

- Ahora putita vas a sentir dos pollas dentro. No sé si lo habrás probado alguna vez, pero seguro que te gusta.

La introduce su mienbro en el agujero anal y esta vez con más delicadeza comienza a culear, acompasando su cadencia a la de mi polla. La cara de satisfacción de ella me demuestra que le ha gustado el ensayo. Los tres estamos viajando a otra dimensión, la del placer compartido. Por mi vientre siento un culebreo que me indica que yo también disfruto, el peso de Juan ha contribuido a acelerar esta sensación. Gema comienza a suspirar, debe estar en la gloria, empalada por dos pollas, sus tetitas se balancean lentamente, me mira a los ojos; en los suyos se refleja el goce de una experiencia mística que la está transportando a otra dimensión. Seguimos moviendonos y jadeando, cada vez más fuerte. Ana se masturba con sus dedos contemplando la escena, ella aprovechando el rol que la ocasión le ha otorgado disfruta de la manera más satisfactoria. El ambiente se llena de jadeos y suspiros, no hay palabras, sólo el acto sexual prevalece. Dos vergas llenando los agujeros de una joven doncella. Los orgasmos se suceden, crando un hilo musical de placer. Nos hemos corrido los cuatro a la vez. Mi sobrina se derrumba entre nosotros dos, inundada de lefa y casi rota de placer.

Busco a Ana y la como sus enormes tetas, las muerdo lascivamente. Ella abre sus patas y yo se la clavo sin más. No me reconozco, la penetro salvajemente, haciendola daño, culeando sin control. Pierdo la noción de la realidad, veo su cara gozando y redobla mis ganas de seguir poseiendo. Saco la polla y la volteo, abro su culo y se la clavo otra vez. Se queja pero me es indiferente, soy una perforadora sin control. Sus suaves glúteos amortiguan mis pollazos. Ella comienza a gemir de gusto y yo me excito más. No aguanto y me corro dentro de ella, inundándola con toda la leche que queda en mis huevos. Ella la recibe y se contrae en un último estertor. Yo me derrumbo sobre ella.

Este relato se lo a dedico a mi amiga Maryum que ha sido la inspiradora de muchos de los pasajes de este relato. Espero que siempre disfrute como estos personajes.

Mariposa y yo: Un tórrido encuentro

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Dos días más… miércoles y jueves, y el viernes la vería por fin, la conocería… Mi ama Mariposa me había dejado una carta en la gabardina. Si era obediente y no hacía intentos por descubrir cuál de las compañeras de la oficina era ella, éste viernes la conocería y me había prometido pasar juntos el fin de semana… apenas podía creerlo, me sentía como un colegial, no podía dejar de sonreír, estaba tan nervioso… llevaba conmigo la carta a todas partes, hasta dormía con ella bajo la almohada. Era lo único que, de momento al menos, tenía tangible de mi ama. Mariposa tenía una letra pulcra, estilizada y muy bonita… estaba rabioso por conocerla. A veces pensaba si esa reticencia, ese hacerme esperar, se debía a que no se consideraba una chica guapa, pero acabé desterrando ese pensamiento. En primera, porque yo adoraba a mi ama, si tuviera un tumor que la desfigurase el rostro, la seguiría idolatrando igual, y ella lo sabía… y en segunda, porque ella era mi ama, era imposible que tuviera ningún tipo de temor, yo era su esclavo y mi deber era obedecerla en todo, así lo había aceptado.

Lo de no averiguar nada sobre su identidad, era ya bastante duro, pero además, Mariposa me había impuesto otra condición: no masturbarme durante aquéllos días, hasta que nos viéramos… y eso, en el estado de emoción que me encontraba, era realmente difícil. Si la práctica totalidad de los días me despertaba de presenten armas, aquél miércoles, feroces erecciones me despertaron tres veces a lo largo de la noche, y no podía ni darme en la vuelta en la cama, dolía demasiado… sueños eróticos terriblemente explícitos me atormentaron sin tregua, pero las dos primeras veces que me desperté, pude calmarme pensando en cosas aburridas, ordenando mentalmente mi trabajo del día siguiente, recitando la lista de la compra… la tercera vez, cuando desperté, estaba frotándome casi desesperadamente contra el edredón y las mantas y tuve que levantarme y echarme agua fría en la nuca y la tripa para que mi cuerpo volviera al reposo… estuve tentado de lavarme el miembro directamente en el agua fría, pero no me atreví: temí que si solamente rozaba mi pene, o bien no sería capaz de parar, o bien directamente eyacularía sin remedio.

Cuando sonó el despertador a las siete y cuarto de la mañana, me levanté con la sensación de no haber descansado, y tenía razón, pero pese a todo, me duché rápidamente, desayuné mi tazón de leche con galletas (hasta las cuatro que salía del trabajo, tengo que aguantar bien) y salí disparado hacia el banco. Después de algunas charlitas sin importancia con los compañeros, me senté frente a mi ordenador, y allí estaba el primer correo de Mariposa…

“Buenos días, Imbécil.

Espero que recuerdes que no debes intentar averiguar quién soy, y sobre todo, no debes masturbarte. Sin duda te resultará un poco duro, pero estoy segura que puedes lograrlo, y sinceramente, me divierte mucho hacerte sufrir un poco. Este viernes, si eres obediente y todo va bien, quedaremos en tu casa. Llegaré allí sobre las siete, más o menos. No es preciso que, por esta vez, prepares nada especial para mí, pero sí espero que tu casa y tú mismo estéis presentables para mí, y es importante que tengas en casa todo lo que necesites para pasar el fin de semana, porque es probable que no salgamos de allí hasta el lunes por la mañana… si todo va bien. Si eres desobediente, si no eres bueno con tu ama, si eres descuidado, me marcharé mucho antes, y te habrás hecho merecedor de un castigo. ¿Lo has entendido, Imbécil? Te iré dando más detalles.”

Como cada vez que recibía noticias suyas, el corazón me latió más deprisa y la sonrisa de tontuelo cachondo se dibujó en mi rostro. Aprovechando los ratos libres del trabajo, empecé a ordenar una compra gigantesca por internet, no quería que faltase de nada en casa: dulces, canela, velas aromáticas, incienso, galletas, leche, comida precocinada, embutidos de los caros, caviar, champán… ¿qué más podría coger? Así pasé casi todo el día… no puedo negar, eso sí, que no dejaba de mirar a las chicas y preguntarme “¿será ella…? ¿será ella…?”. Ninguna de mis compañeras parecía nerviosa ni me miraba, ni me prestaba más atención de la estrictamente necesaria. En la cafetería, coincidí con alguna de ellas en varias ocasiones, y no dejaba de mirarlas… desde luego, no podía esperar que ninguna llevase escrito en la frente “soy Mariposa”, y temía que mi ama pensara que estaba haciendo esfuerzos por reconocerla, pero desde luego, si lo averiguaba por casualidad… no sería culpa mía, ¿verdad?

Nélida, mi ex princesa, la chica que me había tenido como pagafantas, sí que notó que yo miraba a todas las chicas, y eso pareció ofenderla gravemente, o al menos, puso cara de malestar. A mí ya no me importaba que se quisiera sentir herida o menospreciada, ya sabía muy bien qué pensaba ella de mí, y me doliera o no su crueldad, no iba a hacerla cambiar de idea… ni quería ya, así que me limité a fingir que no había notado nada, igual que antes ella había fingido no notar que yo estaba colado por ella y no había sido capaz ni de decirme que no a las claras, sino que estuvo jugando conmigo durante medio año y hubiera seguido… de no ser por Mariposa.

La noche del jueves fue algo más tranquila, al menos dormí del tirón, aunque a la hora de levantarme mi cuerpo pedía guerra a gritos y tuvo que conformarse con un chorretón de agua fría de la pera de la ducha. Cuando me enjaboné, tuve que hacerlo casi de refilón, para que mi travieso pene no volviera a las andadas…

“Hola, Imbécil”. El habitual correo de Mariposa me dio la bienvenida a mi puesto de trabajo. “Una cosa importante, es que quiero que tu casa esté a oscuras o en penumbra. Ya nos ocuparemos de luces después, dije que me verías y lo cumpliré, pero para la primera vez, quiero que sea en penumbra, de modo que ninguna luz eléctrica, te dejo que pongas alguna que otra vela, pero no muchas, y desde luego alejadas de sofás y camas; persianas bajadas, y si tu piso es luminoso, cortinas echadas.” No tenía modo de contestar a los correos que me mandaba mi ama, y era una pena, porque me hubiera gustado poder hacerlo, aunque sólo hubiera sido para decirle que haría todo lo que ordenara…

-Hola…. – Pegué un brinco en el asiento, Nélida había venido hasta mi puesto, y se rió de mí. Ahora lo sabía bien y sin espacio para dudas, era de mí, no conmigo – Estaba pensando… últimamente, ya no hacemos nada juntos, ¿no te apetece quedar mañana por la tarde, que es viernes…? Podríamos ir a un café, al cine…

-¡No! – temí haber quedado demasiado brusco, pero lo cierto es que la posibilidad de quedar mañana con ella, se me hacía tan poco atractiva como el romperme una pierna. Intenté arreglarlo un poco, porque una cosa es la incompatibilidad, y otra muy distinta, la grosería… – Es quee… verás, mañana es imposible, he quedado ya y no creo que pueda…

-Bueno, el sábado entonces. – hablaba como si lo diera por hecho, como si fuera imposible que yo tuviera otros planes…

-Verás, es que… to-todo el fin de semana lo voy a tener ocupado… – Ricardo pasaba por allí camino a la fotocopiadora, había oído la conversación, percibió mi apuro y me echó un capote.

-No tienes que guardarlo tan en secreto, tío, no me importa que se sepa… – dijo.

-¿Que se sepa, qué? – preguntó ella.

- Que soy un inútil con el bricolaje. – contestó alegremente mi amigo. – Mañana por la tarde, éste y yo nos vamos a comprar unas estanterías que me hacen falta y luego cenaremos en casa, y el sábado me ayudará a montarlas, y el domingo a limpiar la casa, que lo pondremos todo perdido… figúrate, habrá que romper pared y todo para fijarlas, seguramente las tendremos que barnizar, y yo no tengo idea ni de montar con bloques de preescolar… Le pedí que no lo pregonara, sí, pero a ti podemos decírtelo… ¿no querrás apuntarte a un finde bricomaniático? Birras, yeso, chistes verdes y comida de bocatas… ¡un plan irresistible!

-Creo que paso… – sonrió y se marchó. Yo hubiese podido abrazar a Ricardo. Estuve a punto de abrir la boca para agradecérselo, pero me calló con la mano.

-No digas ni media… pero el lunes, quiero saberlo TODO… y espero que ésta vez, sí te la trinques.

Un poco embarazado, asentí… lo cierto es que tenía la impresión de que era ella la que se me iba a trincar a mí, pero no sólo no me importaba, sino que sólo pensar en ello, ya me excitaba.

La noche del jueves al viernes, fue con mucho, la peor… tuve terribles pesadillas, en las que Mariposa me veía y me decía que no quería saber nada de mí, y se iba con Ricardo, o hasta con Nélida… en mi imagen, Mariposa siempre llevaba una máscara sobre la cara, de alas de mariposa, de modo que nunca la veía el rostro. En otra de mis pesadillas, la máscara cobraba vida y se lanzaba sobre mí como el monstruo de Alien, o me penetraba el ano y me devoraba vivo mientras me violaba… Me desperté a mitad de la noche, cubierto en sudor, tembloroso como si tuviera fiebre y lleno de miedo, y tuve que encender la luz para lograr tranquilizarme y volver a dormir, si bien los nervios me seguían gritando en el estómago.

El viernes, en la oficina, apenas me concentraba en lo que hacía… el día anterior había llegado el pedido, pero tenía la dolorosa sensación de que seguro que Mariposa me pediría algo que no tendría… había comprado preservativos de tres clases distintas: normales, de colores variados y acanalados, y aún así, estaba seguro que algo habría hecho mal, algo habría olvidado… el correo de mi ama no había estado esperándome como los días anteriores, y eso me había sacado de quicio más aún, ¿y si finalmente no venía, y si se echaba atrás….? No fue hasta las once que finalmente lo recibí:

“Hola, Imbécil.

Te he visto un par de veces. A juzgar por cómo estás, cualquiera diría que tu silla está llena de tachuelas, relájate un poco, la hora acabará llegando. Sé bien dónde vives y cómo llegar, y no voy a dejar de ir salvo que ocurra algo grave, y si se diese el caso, te avisaría. No te preocupes por quedar bien, si nada más verme te mojas en los pantalones, no será irreparable, tienes otros medios con los que puedes satisfacer a tu ama, y recuerda siempre que mi principal fuente de placer, es tu obediencia y tu modo de actuar. Sé siempre un buen sumiso, Imbécil, y me satisfarás. Ahora, mi orden es que te relajes. Tómate una tila bien cargada si hace falta, pero quiero que estés tranquilo… guarda tu excitación para esta tarde”.

Lo cierto es que al leer aquello, me destensé por completo y sentí un gran alivio. Pude notar que mis hombros se dejaban caer suavemente, hasta entonces no había notado que estaba rígido como una tabla… una punzada de dolor me tiró en la espalda, sin duda por la tensión a la que la había sometido hasta entonces, pero enseguida me sentí mejor. Apenas media hora más tarde, me llegó otro correo de mi ama:

“Bueno, Imbécil, la hora se va acercando. Tengo ya muchas ganas de… bueno, mejor no te lo cuento, parece que estás algo más tranquilo, y no quiero volver a ponerte tenso. Cuando salgas de aquí, quiero que vayas a tu casa, comas bien, porque vas a necesitar fuerza, y luego te eches una buena siesta. No me importa si no tienes costumbre, échala y procura estar tranquilo. Cuando despiertes, si aún no es hora de que llegue, aprovecha para lavarte bien. No tengo ninguna preferencia sobre la ropa que lleves, sólo que esté limpia, así que puedes llevar lo que quieras, como si quieres abrirme desnudo. Éste es mi último correo. La próxima vez que sepas de mí, será cuando toque el timbre, y espero que no me hagas esperar ni un segundo”.

Me retorcí las manos de impaciencia… los viernes salimos mucho antes, en lugar de a las cuatro, a las dos menos cuarto estamos fuera. Por un lado, lo agradecía, por otro… es menos tiempo de las cuatro a las siete, que de las dos a las siete. Hubiera dado cualquier cosa por saltarme esas horas. Cuando al fin salimos, Ricardo y yo hicimos el paripé de irnos juntos, pero sólo me acercó a la siguiente parada del Metro, se lo agradecí de nuevo y corrí al andén para coger el tren. En apenas media hora, estaba en casa. Tenía serpientes en el estómago… decidí que mejor era bañarme lo primero, y así lo hice. Cuando me limpié el pene, echando hacia atrás la piel del glande, tuve que hacer un grandísimo esfuerzo para no masturbarme, pero recordé que había aguantado muy bien hasta ahora, no merecía la pena echarlo a perder cuando faltaba tan poco. Comí un poco de arroz con maíz y guisantes que había preparado el día anterior y un par de salchichas, pero casi no me enteré de a qué sabía cada cosa… puse en marcha el lavavajillas y me acosté en la cama, tapándome con una manta que tengo en el sofá. Pensaba que los nervios no me dejarían dormir, pero mi estómago lleno hizo magia con ellos, y en pocos minutos roncaba suavemente.

Cuando desperté, el sol había cambiado drásticamente de posición, y faltaba poco para que ella llegase. Puse toda la casa en penumbra, como mi ama me había dicho. Aún entraba luz, pero sólo la justa. Encendí un par de velas en el salón y una en la alcoba, cuidando de dejarla en un sitio bien estable y alejado de telas o papeles. Las siete menos cinco. Empecé a asomarme un poco por la ventana, a ver si veía venir a alguien, pero desde mi quinto piso, no se distinguía gran cosa… pegué la oreja a la puerta de entrada, a ver si oía el portal… quedaban tres minutos… bueno, tampoco es que fuese a venir EXACTAMENTE a las siete, a lo mejor llegaba a las siete y cinco… El panel del portero automático empezó a vibrar, y antes de que emitiese la primera nota, ya había pulsado el botón de apertura de la puerta. Me pareció oír una risita, pero no pude asegurarlo.

“Está subiendo… está en el ascensor…” la misma excitación me mareaba. Me miré al espejo del recibidor… no estaba mal, con una camisa de manga corta que uso para estar por casa porque ya está algo vieja, pero plenamente aprovechable, y unos pantalones cortos de chándal. Cómodo, pero limpito, eso sí. Oí el ascensor detenerse en mi piso, y me lancé a la mirilla. Apenas ella había elevado la mano para llamar al timbre, yo ya había abierto.

-Hola, Imbécil. – su voz… su voz grave, baja, sensual, que quemaba como plomo derretido… me hice a un lado para que pasara, al tiempo que me decía a mí mismo que eso de verla, no era tan sencillo. Mariposa se había colocado un espeso velo negro con un sombrero del mismo color, y un vestido entallado igual. Guantes hasta los codos, zapatos de tacón y abrigo negro completaban el conjunto… hubiera podido parecer que iba a un funeral, pero a mí me pareció enteramente una diosa. Pasó junto a mí con la cabeza alta, la espalda erguida, y señaló el descansillo, donde había dejado una bolsa de deporte. Inmediatamente la cogí y cerré la puerta.

-Hola, ama… – hubiera querido cubrirla de besos, arrancarle el vestido… pero me contuve. No sabía muy bien qué hacer, cómo saludarla… Mariposa extendió su mano y yo me arrodillé de inmediato para besársela. – Oh… oh, ama… qué… qué ganas tenía de veros por fin… – besé su mano una y otra vez.

-No te quedes ahí como un felpudo, Imbécil. Enséñame tu casa. – ordenó con su voz sensual y melosa. Me levanté y le enseñé el salón, la habitación pequeña, el cuarto de baño grande, la cocina… dejé para el final la habitación principal, que tenía baño propio. – Es bonita, Imbécil, y la tienes bien puesta… parece que también tienes otra cosa bien puesta… – aún a través del pantalón de chándal, mi erección era más que patente. No podía evitarlo.

-Lo… lo siento, ama.

-No lo sientas… eso me gusta. Odiaría estar aquí y no producir ningún efecto en ti. – se sentó en la cama y cruzó las piernas. – Empieza a desnudarte. – Ordenó.

No pude reprimir una sonrisa, me quité la camisa casi arrancándomela y me bajé los pantalones y los calzoncillos. Sólo llevaba las pantuflas de estar en casa. Mariposa me dedicó una larga mirada desde debajo de su velo, y yo me puse a hacer un poco el bobo, poniendo posturitas. La oí reír ligeramente.

-Ven aquí y ayúdame a desvestirme. – casi no me aguantaron las piernas, pero obedecí. Mariposa me dio la espalda y me mostró la cremallera de su vestido negro. Con manos temblorosas, lentamente, bajé la cremallera, deleitándome en el siseo interminable de la misma… y en la piel de mi ama, que empezaba a ver… el cierre del sostén negro, su espalda deliciosamente curvada al llegar a las caderas, y el inicio de un tanga negro también. Mi ama dejó caer los brazos y yo tiré suavemente del vestido para quitárselo. El sujetador que llevaba sostenía sus pechos… pero sin cubrirlos, éstos iban totalmente desnudos y me mordí los labios al verlos por primera vez: redonditos, medianos tirando a grandes, pezones erectos… potentes, se podría decir. – Vamos, Imbécil, no te me encantes – dijo mi ama y seguí quitándole el vestido. Me arrodillé para que ella pudiera salir de él cómodamente y casi sin darme cuenta, besé sus zapatos, sus tobillos… las medias le llegaban sólo hasta media pierna, las sujetaba con un liguero negro… Era un sueño, una fantasía, y casi me daba miedo despertar y encontrarme en mi cama, durmiendo la decepción de mi antigua princesa. Arrodillado en el suelo, cogí su mano para quitarle el guante, pero la retiró dulcemente negando con la cabeza. Mi ama paseó por la alcoba mientras yo permanecía de rodillas. Miró el cuarto de baño, comprobó el interior de los muebles y la ducha, la cesta de la ropa sucia… también miró los cajones de la mesilla, y al agacharse para abrirlos, pude entrever su sexo, rosado, depilado completamente, tan atrayente… – Imbécil…¿qué te figuras que estás haciendo?

Respingué, casi asustado, ¿qué hacía…? Entonces me di cuenta que mi mano derecha se movía sola, había agarrado mi miembro erecto sin que yo lo notase siquiera y estaba masturbándome alegremente mientras la veía recorrer desnuda mi alcoba. De inmediato, retiré la mano.

-Ju…juro que no me di cuenta, ama, fue sin querer… – Mariposa me miraba con los brazos cruzados y tamborileando el suelo con el pie.

-Creo que vamos a tener que ponerte un pequeño correctivo. En tanto que yo esté aquí, Imbécil, tu placer me pertenece, y por lo tanto no tienes derecho a gozar si yo no te doy permiso para ello. He de castigarte. Tráeme una toalla.

Corrí al armario y le acerqué a mi ama una toalla, preguntándome para qué la querría… pero deseando averiguarlo, aunque fuese por un castigo.

-Ponte junto a la pared. – me ordenó. – De cara a la pared. Apoya las manos en ella y separa un poco las piernas. – Mientras obedecía, pude ver que extendía la toalla y la enrollaba con un ágil movimiento de muñecas. Se arrimó hasta quedar junto a mí, pegada a mi piel, y sin soltar la toalla, acarició, o más bien cosquilleó mi espina dorsal, haciéndome dar escalofríos.– Voy a darte unos buenos azotes en ése culito redondito que tienes… y tú vas a contarlos uno a uno. Y por cada azote que recibas, me darás las gracias por algo que he hecho por ti, ¿lo has entendido, Imbécil…?

Me di cuenta que estaba sudando, y a pesar que me daba miedo el dolor, mentiría si no confesara que estaba deseando que empezara… Asentí. Volviendo un poco la cara, pude ver a Mariposa tensar la toalla, soltarla con fuerza… ¡tchas! ¡El latigazo en las nalgas casi me hizo saltar! ¡Quemaba!

-¡AUH! – grite.

-Cuenta, Imbécil. – insistió mi ama.

-Uno…

-¿Uno y qué más….?

-Uno… y gracias por haber venido a mi casa, ama…

-Muy bien… sigamos con la lección.

Azotó de nuevo.

-¡Dos! – grité, mientras la quemazón me hormigueaba las nalgas y subía hasta mis hombros – Gracias, ama, por fijaros en mí…

¡Tchas!

-¡Tres! – apreté los dientes – Gracias, ama, por hacerme vuestro…

¡Tchas!

-¡Cuatro… y gracias por elegirme para vuestra diversión!

¡Tchas!

-¡Cinco… y gracias por abrirme los ojos!

¡Tchas!

-¡Seis! Gracias por permitirme miraros cuando os dábais placer, ama…

¡Tchas!

-¡Siete… gracias, gracias por vuestra forma de ser!

¡Tchas!

-¡Ocho… y gracias por darme tanto placer!

¡Tchas!

-¡Nueve! ¡Gracias por lo del Metro!

¡Tchas!

-¡Diez! …Gracias por existir, ama… – Las rodillas me temblaban y tenía escalofríos, pero, curiosamente, no por el dolor… la situación me había excitado muchísimo más de lo que yo pensaba. El sudor me goteaba por la barbilla y tenía que retener el movimiento involuntario de mis caderas.

Mariposa se me acercó, con la toalla ya desenrollada y un sonido de risa en sus labios. Me acarició los hombros, bajó por la espalda y acarició mis torturadas nalgas, apretándolas… la quemazón me producía cosquilleo ahora, cosquilleo en el culo, en mi miembro erecto… no se había bajado ni por un segundo, la sensación de ardor sólo me producía más y más deseo… Tenía la boca abierta, y jadeaba, me di cuenta que estaba babeando de excitación y hubiera dado lo que fuera porque mi ama me concediera un beso, uno sólo, pero necesitaba sentir su lengua acariciar la mía…

-Lo has hecho muy pero que muy bien, Imbécil… – susurró con su voz pecaminosa, mientras no dejaba de apretar mis nalgas alternativamente y estaba tan cerca de mí que sus pezones se rozaban en la curva de mi axila. – Tu culito se ha puesto rojo como un tomate, creo que has aprendido bien la lección…

-Sí, sí, ama… – aseguré enseguida – mi placer os pertenece, no volveré a tocarme a no ser que me deis permiso, seré un esclavo bueno…

Mariposa se rió.

-Eres tan tiernote cuando suplicas así… Mira, tu preciosa cosita sigue en pie de guerra… creo que es hora de que le demos una alegría, ya que has aprendido tan bien… Dime una cosa, Imbécil, ¿alguna vez has probado tu semen?

-…No, ama, nunca. – Y era cierto. Durante la adolescencia había sentido curiosidad, pero siempre me daba cosa, y nunca me animé a hacerlo.

-Bueno, siempre hay una primera vez. Y en ésta ocasión, no sólo vas a probarlo, sino que vas a inundarte en él. Vas a recibir tu propio disparo, en pleno rostro. Túmbate boca arriba en la cama, Imbécil.

¿Qué se proponía? ¿Cómo me iba a eyacular en la cara? No podía hacerse algo así… de todos modos, obedecí en el acto.

-Muy bien, ahora, relájate y no hagas fuerza. – Mariposa se arrodilló en la cama, me cogió de las piernas y me las colocó en sus hombros, y enseguida empezó a desplazarse hacia delante, de modo que mi espalda se curvase y mi pene apuntase directamente a mi cara, tal como ella había dicho.

-Augh… esto… esto es muy incómodo, ama… – protesté con voz gutural, pues apenas podía hablar de lo encogido que estaba.

-No intentes apoyarte en el cuello ni en los hombros, apóyate en mí, descarga tu peso en mí. – Intenté echarme hacia atrás, como si quisiera volver a estirarme, y el cuerpo de Mariposa me frenó, y efectivamente, sin dejar de ser una postura poco recomendable, estaba algo menos incómodo. – Ahora, tendrás tu recompensa… voy a hacer que goces, y cuando tu cara esté cubierta de tu propio semen, me quitaré el velo para que puedas ver la mía…

No podía imaginarme nada de lo que tuviera mayor deseo, de modo que apenas noté sus manos enguantadas acariciar mis nalgas, la parte interior de mis muslos, mis testículos y llegar finalmente a mi pene, erecto y deseoso, me abandoné al inmenso placer que sentía, y sólo pensé en saborear cada cosquilla, cada oleada de gusto, cada sensación de bienestar… el terciopelo de sus guantes era increíblemente suave y excitante, sus dedos acariciaban mis bolitas y recorrían mi pene de arriba abajo… su rostro se frotaba contra mis nalgas, podía sentir la tela del velo acariciar mi piel, y debajo de él, los mofletes suaves y blanditos de un rostro que aún no conocía y sin embargo adoraba… el calor de su cara, de su boca echando aliento sobre mí, se deslizaban sobre mi piel y recorrían mi sexo en una tortura deliciosa. Mi ama me masturbaba lentamente…

-Mírate, Imbécil… no cierres los ojos, mira… – obedecí. Y lo cierto es que ver mi pene desde ése ángulo, me produjo cierta aprensión… – ¿Ves tu cosita….? Está cargada y dispuesta para disparar… y vas a ser tú su blanco… vas a empaparte a ti mismo… eres tan guarro, tan vicioso, que eso no te importa, ¿verdad?

-No, ama… me dais demasiado placer como para parar sólo porque vaya a ensuciarme… me da asco, pero no podría parar ahora…

-Oh, qué chico tan perverso… estás tan salido, que no te importa quedar bañado en tu propio semen pegajoso, viscoso… a cambio de un orgasmo… No tienes voluntad, Imbécil… estás totalmente a mi merced…

-Sí, ama…. Sí….. y me gusta… haced de mí… lo que queráis…

-Si quisiera… si yo lo quisiera, ahora podría parar… – mi cara reflejó terror, y Mariposa se rió – o meterte un vibrador por el ano… o atarte las pelotitas, o depilarte con cera… y estoy segura de que tú me lo permitirías, te gustase o no… ¿verdad?

-Verdad, ama…. Oh…. – mi orgasmo venía a pasos agigantados, cada vez que me hablaba, cada vez que me “regañaba”, mi excitación subía imparablemente – Todo eso…. Me dolería muchísimo…. Pero… haaah… por hacer feliz a mi ama… lo soportaría…

Mariposa aceleró el ritmo de su mano, mientras con la otra masajeaba mis testículos.

-Qué increíble falta de voluntad… todo el mundo hace de ti lo que quiere, y ahora yo hago de ti mi capricho… mi total y absoluto capricho… No vales para nada, Imbécil, no sabes alzar la voz, no sabes decir lo que quieres, sólo sirves para obedecerme…

-Sí, ama…. Sólo e-eso… s-sólo para eso vivooooh…

-Mira qué carita pones… pones cara de desamparo… ¿vas a correrte, Imbécil…? ¿Vas a soportar inundar tu propia cara de semen porque no eres capaz de soportar el placer que te doy….?

-Sí, sí, ama…. Voy… voy a correrme… no… no podré….aaah… aguantar… mucho…. Más….

-Entonces, hazlo. Y sigue mi consejo… “abre la boca y cierra los ojos”

Mariposa aceleró más aún el ritmo de la deliciosa paja que me estaba haciendo, mientras con su otra mano acercó un dedo peligrosamente a mi ano y apretó ligeramente. No sé dónde tocó, pero el subidón de placer fue fulminante, me estremecí entre los brazos de mi ama, cerré fuertemente los ojos y gemí, pero enseguida noté un chorretón espeso y tibio caerme sobre la cara, en la boca… estaba muy amargo, pero aún así tragué, mientras notaba una deliciosa sensación de bienestar invadirme de pies a cabeza y una relajación maravillosa se adueño de mí… Sentí vergüenza y ganas de reír a carcajadas, y lo hice, ¡vaya pinta debía tener…! Una risa alegre me llegó desde arriba. Abrí tímidamente un ojo, después el otro… y lo que vi me dejó sin habla: La cara de Mariposa. Estaba apoyada sobre mis nalgas, podía verla entre mis piernas entreabiertas, como asomada a un balcón. Sabía quién era… una compañera que había entrado hacía no mucho, poco más de un año, y la decían “la chica invisible”, porque no daba nunca muchas muestras de estar… era tímida, pasaba desapercibida, no hablaba mucho… Tenía el pelo castaño muy claro, o rubio algo oscuro, dependiendo de qué luz le diese. Tenía los ojos a veces verdes, a veces azules, y otras incluso grises, una carita adorable en forma de corazón y nariz respingona. Sabía cómo se llamaba, y estuve a punto de decir su nombre, pero me colocó un dedo en los labios.

-No lo digas. – advirtió, risueña. – Aquí, soy tu ama, como mucho, Mariposa… ése otro nombre, no debe pronunciarse. ¿Te ha gustado tu esperma…? Mira, tienes toda la mejilla manchada, el pecho, y te está resbalando por la tripa…. – Con su dedo enguantado, recogió parte de la descarga y lo acercó a mis labios. Saqué la lengua y lamí cariñosamente el terciopelo empapado de semen, cerrando los ojos… qué bien me sentía… no podía imaginar felicidad mayor. Mi ama recogió las gotas de mi estómago, haciéndome cosquillas con el terciopelo y las llevó a su boca. Probó, e hizo un gesto de disgusto. – Muy amargo. Comes demasiada carne, y muy poca fruta. – me dio un golpecitos en la nariz con su dedo, a modo de advertencia…. Dios mío, cómo me gustaba, cómo me excitaba que me tratase así, que me regañase y a la vez que fuese maternal. Hubiera querido que me abrazara y acunara, por tonto que suene, pero sentía que podía hacerlo, y yo me moría de ganas de que llegase ese momento. – Bueno, Imbécil… tú has tenido tu recompensa. Ahora me toca el turno a mí, vas a hacerme gozar hasta que me corra de gusto. – pero, a la vista de esto, los mimos… podían esperar un poco más.

Gran sueño

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Resultaba gris levantar la mirada, ya que el día era nublado y lluvioso, mejor era seguir enfrascada en mi libro, debajo de mis sabanas cálidas y mullidas. Solo había una cosa que me sacaba de mi lectura… era el¡¡¡

Tan solo acordarme de él, me recorría un escalofrió por la espalda y hacia que mi entrepierna se contrajese anhelante de tener sus manos cerca de ella.

El agua estaba francamente fría, enjabonaba los platos con desgana, pero no había otra opción, cuando de repente oí unos pasos cerca de mí y sin darme de cuenta lo tenía detrás mía, acariciando mis nalgas a través de mis finas y cortas mallas negras, sin dilación metió su mano dentro de mis pantalones acariciando los cachetes de mi trasero que sobresalían de mi tanga de encaje rojo, solté el plato acompañado de un bajo gemido y al intentar darme la vuelta me lo negó acorralándome contra la encimera, cogiendo con ganas mis pechos, sacándolos de mi sujetador y pellizcándolos como una dulce tortura, mientras él apoyaba contra mi trasero su dura erección. Era imposible resistirse a ese hombre moreno y musculoso, era un adonis y tenerlo cerca era un suplicio, no poder tocarlo y ver como con un simple enviste podía hacerme gemir sin remedio.

Mientras tanto, el seguía acariciando mis pechos con ansiedad, de repente el toqueteo ceso ,y note como sus manos se deslizaban por mi cuerpo, introduciendo, con sorpresa, sus dedos por mi pantalón bajándolos y haciendo que mi cuerpo se encendiera sin remedio dejando ver mi minúsculo tanga, él se agacho, bajándome los pantalones con lentitud pero sin cesar y de repente se acercó y me beso la nalga derecha haciendo que mi cuerpo se revelara y me moviera sin control, pasando a morderme con ganas mi nalga izquierda a la vez que sacaba mis pantalones por mis tobillos desnudos, dejándome así en desventaja por mi desnudez.

Bruscamente me giro, dejando mi sexo a la altura de su vista, con una mirada lasciva, recorrió mi pierna con su húmeda lengua, bordeando mi monte de venus y haciendo suscitar en mi sexo una terrible pero dulce oleada de calor interior, se levantó y me miro con una sonrisa pícara, con su grandes manos me cogió sin elección la cara e introdujo su juguetona lengua en mi boca buscando la mía, jugueteando con ella, mientras conseguía que me derritiera. Cogió mi mano y tiro de ella sin poder resistirlo llevándome en volandas hacia el pasillo en penumbras que conducía a esa gran cama con cuatro postes oscuros que la rodeaban, dándole una imagen de majestuosidad y picardía a la vez. Una vez allí, semidesnuda me volvió aprisionar, contra uno de los postes derechos de la cama, consiguiendo que lo abrazase con fuerza, se acercó sin remedio a mi oído , susurrándome jadeos intensos, haciendo que me estremeciera más aun, ceso y poco a poco recorrió mi mejilla con sus cálidos labios, llegando a mi nuca , respirando sobre ella y rozando su lengua contra ella haciendo que enloqueciera sin remedio, se desprendió de mi escotada camiseta dejándome así indefensa ante él, siguió con el abridor de mi sujetador rojo, y sin cesar recorrió el centro de mi espalda haciendo que temblara y jadease, cosa que le estimulaba a seguir torturándome. De repente se encontró con mi culo levemente enrojecido pos su mordisco, el cual beso y procuro un leve pero intenso azote, sin parar se deslizo y succiono con ansias hasta dejar una marca de su paso por ahí, las ganas que recorrían mi cuerpo hicieron que arquease mi espalada dejando a la vista el interior de mi trasero, dándole facilidades para que lo besara y lo lamiera sin mesura, impacientemente abrió aún más mis nalgas, dando paso a su impaciente lengua que ardía en deseos por saborearme. Consiguió que enloqueciera, mientras introdujo su lengua dentro de mí, una y otra vez, a la vez que masajea mis rosadas nalgas con sus manos. Mientras él se entretenía divertido, yo pasaba mis dedos ansiosos por mis mojados labios, y en un arrebato, decidí girarme y apoderarme de la situación, lo eleve del suelo y lo empuje con pasión contra la pared gélida haciéndole suspirar por su frialdad, le mire y le cogí con fuerza de su sudadera sacándosela por la cabeza dejando a la vista ese torso de adonis que posee, lo acaricie con lujuria dirigiendo mis manos a sus pantalones con un aparatoso cinturón del que me deshice con impaciencia, bajando sus pantalones, y siguiendo con sus boxes negros dejando a la vista su gran erección que me animaba a admirarla y a cogerla entre mis manos mientas le besaba apasionadamente la boca, acaricie su pene erecto poco a poco, con mi mano de arriba abajo viendo en sus ojos el placer. Deslice mi boca por su cuello, buscando con mi lengua su pezón el cual saboree y mordisquee con picardía, proseguí y llegando a su miembro que se me presentaba como un pecado irresistible, lo rodee con mi lengua y lo introduje en mi boca apretando con ganas, mientras notaba como se retorcía y me miraba con ganas, deseaba que no parase, succione como si me fuera la vida en ello por el placer de satisfacerle, subía y bajaba sacándolo de mi boca y bordeándolo con mi lengua, metiendo a la vez sus bolas en mi boca caliente ,saboreándolo como si de un manjar se tratara, volví a introducir esa gran erección en mi boca pero esta vez hasta el final de mi boca, rozando mi campanilla ansiosa por oírle pedir más, seguí con ahínco, aumentando el vaivén de mi boca mientras él me cogía la cabeza deseando que no parase, y gimiendo con fuerza, seguí hasta ver como su pene se ensancha y era recorrido por las ansias, casi llegando al clímax, cese en mi intento y me levante, buscando su boca , el me tumbo con desenfreno en la cama y me abrió de piernas sin darme tiempo a pensar ni a resistirme, bajo su juguetona boca a mi ingle y succiono mi labio haciéndome gritar, jugaba con mi sexo haciendo que me retorciese en la cama incluso intente resistirme a lo cual el cogió mis muñecas y las aprisiono contra la cama aumentando así mi ansia, me hacía sufrir placenteramente succionando mi clítoris, rodeándolo con la lengua y moviéndola con eficacia , de repente me soltó una muñeca e introdujo su dedo en mi culito haciendo que mis sensaciones aumentasen y sin poder resistirlo ,me rebele y me levante de un brinco de la cama, cogiéndolo así con fuerza, lo postre en la cama contemplando su preciosa desnudez que me enloquecía y subiéndome a horcajadas sobre sus piernas, me deslice lentamente hasta encontrar su boca situada bajo mi sexo dejando que lo saborease poco a poco cuando de repente lo retire, creándole una furia incontrolable, se lo volví a ceder de nuevo , él se apodero de él cogiéndome de las nalgas y comiéndolo con impaciencia, me retire y buscando su sexo introduje lentamente su pene en mi dilatado y ansioso culito mojado, la primera investida fue corta pero intensa , mi cuerpo pedía más, el volvió arremeter con una penetración más profunda consiguiendo dilatarme del todo haciéndome sentir una oleada irremediable de calor, las embestidas eran más tensas y rítmicas, mientas mi clítoris era a la vez estimulado pos su cuerpo que lo frotaba con ganas, le cabalgue con fuerza mientras el lamia mis pezones y me los mordisquea cosa que me erizaba sin remedio, haciéndome llegar al séptimo cielo, el ceso y cogió mis posaderas con ganas aumentando el ritmo de su penetración haciendo que me doblegas ante su torso sin remedio y dejándome cerca de su respiración jadeante, hizo que llegase al clímax sin poderlo remediar, mientras sus embestidas ya no tenían limite , se tensó susurrándome su placer, mientras mi orgasmo se eternizaba ,se corrió acompañado de un gran gemido y un fuerte suspiro que me ruborizo pero hizo que saliese en mí una sonrisa de mujer perversa y picara, que me encantaba.

Cansados, suspiramos profundamente y me tumbo sobre su regazo abrazándome y acariciándome el pelo desordenado, haciéndome suspirar y pensar que no podría existir mejor momento, con una mejor persona que él, sonrió…y de repente un estruendoso trueno me despierto asustada aunque húmeda de mi sueño erótico, con él, ese gran adonis.

El Gato de Chesire

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“Mira: puedes ser una más de esa legión de niñatas estúpidas que van donde las lleva el coño, o puedes ser una mujer que va donde quiere ir. Tú misma.”

¡Jo, mamá! La primera vez que te oí decir ‘coño’ para referirte al coño… ¡Cuánto me impactaron tus palabras! Me marcaron, me moldearon; sin ellas, no sería lo que soy. ¿Y qué soy? Soy yo misma… aunque nunca seré una mujer. Esa tercera opción te la callaste. Entonces no la sabías, claro. Ni tú, ni nadie.

Nunca seré la mujer que quería ser: desapareceré antes, como ya has desaparecido tú. Todos desapareceremos muy pronto. Y todo mi esfuerzo, mi cruzada contra mis hormonas, mis batallas no siempre victoriosas contra la bestia, para lograr ser un día ‘una mujer que va donde quiere ir’, habrán sido en vano… No habrá ningún sitio al que ir. El juego acabará antes de que ponga un pie siquiera en la casilla de salida. No es justo…

¡Basta! ¿Dónde está tu dignidad? ¡Sé positiva! ¡Sé tú misma, como lo has sido siempre! Eres una superviviente… y lo eres porque no te abandonas, no te rindes, no claudicas. Sigues siendo fiel a ti misma hasta el final. Ya tienes las noches para quejarte como una cría, para llorar hasta quedarte dormida. Ahora es de día, quizás el último. Sé tú.

Me levanto, me desperezo, me quito las legañas, cojo apósitos y una botella de Aquarius y salgo fuera a mear. Por querencia, voy al mismo sitio de ayer, y de anteayer, y… Empieza a oler; si no llueve pronto (y no tiene pinta), tendré que buscar otro. Me bajo los vaqueros y las bragas, y me pongo a orinar mientras bebo. Me sube una tufarada nauseabunda. ¿Cuánto hace que no me lavo en condiciones, que no me cambio de ropa?

Despego el improvisado salvaslip, miro mis bragas y me descorazono. ¡Con lo aseada que he sido siempre! Si tuviera una falda que ponerme, me las quitaría. Intentaría lavarlas o iría sin nada pero, con los vaqueros… Tengo agua y comida (bueno, Aquarius y galletas integrales ‘de régimen’) suficiente para sobrevivir más tiempo del que voy a durar, pero la higiene empieza a ser un problema serio. No es que tenga miedo de las infecciones (o quizás debería tenerlo: la septicemia no debe ser una forma muy agradable de morir), es una cuestión de dignidad. Esas manchas marrones, rojas, blancuzcas, me hacen sentir sucia, y no sólo físicamente.

Me hago salvaslips para no mancharme yo, no para no manchar las bragas. Mancharlas yo… ¿Desde cuándo no las mojo? Vale, alguna noche en mi desesperación he intentado tocarme, pero siempre he abandonado enseguida, porque me sentía peor. No recuerdo haber estado excitada desde que esta locura empezó. Si algo bueno ha tenido esto, es eso: que al tener que concentrar todas mis energías en la supervivencia, parece como si mis hormonas me hubieran dado una tregua y me dejaran en paz.

O quizás simplemente esté deprimida, aunque no quiera reconocerlo. Debería estarlo, lo lógico es que me hubiera vuelto loca, como todo el mundo (bueno, casi todo…), pero he decidido ser yo misma, mantenerme fiel a mí misma hasta el final, a pesar de todo y de todos. Alguien dijo que en una vida feliz, la desilusión definitiva de la naturaleza humana coincidía con la muerte. Pero yo no he elegido una vida feliz, ser un coño satisfecho, he elegido ser yo.

“J’ai vielli…” decía la niña protagonista, al final de Zazie dans le métro. Aunque hace ya algunos años que dejé la infancia, me siento como ella: no he madurado, he envejecido. Tanto horror vivido, tanto sinsentido presenciado por culpa del miedo pánico, que ha impedido a tantos encarar el peligro (no digo ya el desastre) con un mínimo de entereza e inteligencia… Tanta decepción debería desmoralizar a cualquiera. Pero no puedo derrumbarme. No lo hice cuando vi violar y matar a mamá, y no pienso hacerlo ahora.

Me seco con un apósito y usando los demás de salvaslip, me incorporo, me subo las bragas sin mirar, y los vaqueros. Me estoy volviendo vaga, porque el sol ya está alto, deben ser sobre las 11 y parece que va a ser un día caluroso. Ya debemos estar cerca del verano, lo que significa que el impacto será pronto, quizás inminente. Según decían, me parece que el asteroide ya debe ser visible a simple vista, pero no tengo ninguna curiosidad en buscarlo. Ya lo veré… Me hago el lavado del gato con el Aquarius restante y entro al almacén a desayunar.

He perdido la cuenta de los días y, sin electricidad, no tengo ningún contacto con el resto del mundo. Ni lo quiero. Cualquier extraño es ahora una amenaza y más vale precaverse. Huido mi padre y muerta mi madre, no hay nadie más que me interese. Bueno, está Alberto, pero no sé nada de él desde… desde que empezó toda esta pesadilla. ¿No sabían que se desataría la histeria y el caos, en cuanto se supiera? ¿Qué les costaba tenernos engañados hasta el último momento?

“La verdad os hará libres”. ¡Y una mierda! La verdad nos volvió locos, ‘liberó’ lo peor de cada cual, salvo excepciones heroicas, tan encomiables como irrelevantes. Ante la inminencia del final, la falta de auténticos valores llevó a la mayoría al carpe diem, a dar rienda suelta a todo aquello que el orden social refrenaba, pero cuya represión era, justamente, la que nos hacía civilizados. Y una vez que se instauró la anarquía, ya no hubo vuelta atrás.

Naturalmente, lo que primero se colapsó fue la energía y, con ella, las comunicaciones. La aldea global se convirtió de sopetón en un mosaico de aldeas, a secas, aisladas y repletas de aldeanos desesperados y desenfrenados. La lucha feroz por la supervivencia, por lo más elemental, desató enseguida la violencia gratuita de los desquiciados, que degeneró rápido en una insensata orgía de destrucción. La inseguridad, unida a la insalubridad por la acumulación de cadáveres (muchos, de suicidios colectivos) pronto convirtió cualquier sitio habitado en un lugar inhabitable.

A nadie nos han educado para el desastre y cuando éste llega, hace aflorar en cada cual una naturaleza latente, profunda, ignorada por uno mismo, que la normalidad y la civilización enmascaraban. Gente corriente se descubre líder carismático, y presuntos líderes, como mi padre, dejan que el pánico se apodere de ellos y les vuelva cobardes en el momento decisivo.

¿Y Alberto? ¿Qué habrá sido de él? Me hubiera gustado tener noticias suyas antes de… ¡La de noches que he soñado con un futuro juntos! O mejor, no… Ya no va a haber futuro, ni juntos ni separados, y seguramente conocer su peripecia sólo aumentaría mi decepción; con la de mi padre ya tengo bastante… Me gustaba, me gusta, con sus ojos tristes, sus lánguidos silencios, sus manos asustadas… pero dudo mucho que el pusilánime se haya convertido en líder, o al menos en superviviente, como yo. ¡Ojala hubiera sido más lanzado! O yo, menos… sensata.

Le echo de menos. Echo de menos todo lo que no hicimos (aunque fuéramos los únicos de nuestro curso) porque, como la chica juiciosa que soy, pospuse para cuando fuera una mujer ‘que va donde quiere ir’… ¿Por qué no fue él un hombre y me lo impidió? Pero en el fondo, me gustaba, me gusta por eso: porque es, era así… No tengo derecho a reprocharle ahora nada, aunque vaya a morir virgen… si no me violan, como a mamá…

Las galletas de régimen no saben a nada. No sé lo que alimentarán, pero no he engordado nada, aunque me atiborre de ellas. Sólo me dan estreñimiento, aunque se supone que aportan fibra. Los vaqueros me van tan ajustados como siempre, no más; pero no me siento débil, en absoluto.

Oigo un ruido. ¡Hay gente en la puerta posterior!

El corazón me da un brinco y corro a ocultarme, blandiendo la barra con la que maté a aquél cabrón y que guardo como trofeo. Si tengo que volver a usarla, lo haré…

Nada más veo a uno, que avanza por la nave, cauteloso, o quizás sólo cojea. Es un negrata, no muy alto. Se acerca a donde estoy y me escondo del todo, dejando de espiarle. Le oigo pasar y pararse. Me asomo un poco y está sentado en una caja, de espaldas a mí, como estudiando lo que ve. Parece no haber descubierto aún el palé de Aquarius, ni el de galletas, o igual ni sabe lo que son. No parece tener intención de comunicarse con nadie de fuera, así que asumo que está solo y que está descansando.

Salgo de mi escondite y me acerco a su espalda con sigilo. Cuando lo tengo en distancia, le asesto un golpe en la cabeza con la barra, pero en vez de intentar clavarle la especie de pincho del extremo, la giro para que el golpe sea lo más plano posible. Suena un “crock” y se desploma como un fardo.

Me acerco y compruebo que está vivo, pero inconsciente. No le he hecho sangre. Mi primer impulso es asegurarme de que de verdad está solo. No sé el tiempo que tardará a despertarse y no quiero sorpresas. Antes de salir fuera, busco con qué atarlo y opto por lo más fácil: usar la cuerda que lleva a modo de cinturón. Tras atarle las manos a la espalda, salgo con cautela, rodeo todo el almacén y oteo los alrededores, pero no encuentro a nadie. Por suerte, está solo. Vuelvo a entrar. Sigue inconsciente.

Su olor es indescriptible. Si los negros, de por sí, ya huelen fuerte, éste, que debe llevar sin lavarse en condiciones más tiempo que yo, apesta hasta la náusea… Lleva una camiseta sucia y andrajosa y unos vaqueros que le vienen grandes y, sin la cuerda, se le han bajado cuando le ataba, dejando medio trasero al aire. Por lo que se le ve, está claro que no lleva nada debajo…

Le doy la vuelta y al girarse, por un instante el pantalón se abolsa y atisbo buena parte de su vello púbico. La fugaz visión me produce un vértigo súbito en el estómago. Al quedar boca arriba, se le adivina asomando por la cintura, junto con el comienzo de sus ingles. Azorada, levanto la vista y le miro la cara. Para mi sorpresa, parece joven, yo diría que de mi edad. No es tan lampiño como Alberto, pero su barba es rala y lacia, no la cerrada y dura de un hombre adulto. Al ser de otra raza puede que me equivoque, pero dudo de que nos llevemos más de uno o dos años…

Le toco en la cabeza y descubro un hermoso chichón. Al palparlo, gime y parece despertarse. Intenta tocarse el golpe, se sorprende al notarse atado y me mira asustado. No sé la pinta que tendré; desde que estoy sola, evito los espejos, para no deprimirme. Debo tener un aspecto adusto y fiero, con la barra en la mano, porque su mirada es dolorida y recelosa. Me teme. Y hace bien.

—¿Quién eres, cómo te llamas, de dónde vienes, qué haces aquí? —Trato de que mi voz suene neutra, para impresionarle más.

Me responde sin levantar la vista, con voz temblorosa, en un idioma gutural del que no entiendo una palabra. Repito mis preguntas, esta vez con un timbre de impaciencia, obteniendo otro torrente de sonidos guturales incomprensibles, en los que no percibo ningún rastro de inglés o francés; sólo ansiedad.

¡Maravilloso! Después de más de un mes sin ver a ningún ser humano, el único que me tropiezo y que además no parece una amenaza, resulta que es negro y no habla una palabra de ningún idioma que yo conozca. ¡Cojonudo! ¡Joder, si hasta voy a acabar hablando mal!

¿Qué voy a hacer con él? ¿Matarlo preventivamente? No ha violado y asesinado a mi madre, no va armado, parece asustado… y famélico (está casi en los huesos). Y cojeaba. Miro su tobillo derecho y está levemente hinchado. Lo palpo y me parece una torcedura casi curada (mal curada, más bien). Recuerdo las mías, cuando jugaba al vóley.

Tengo vendas. Compresas, no; pero apósitos y vendas, las que quiera. Gracias a ellas he pasado mi última regla sin manchar demasiado mis bragas. Incluso he pensado en usarlas como bragas y jubilar de una vez el andrajo asqueroso que llevo, pero tendría que andar vendándome la crica cada vez que meara, y no es plan. Si por lo menos tuviera una falda que ponerme…

Me levanto de su lado y me dirijo a la caseta que hacía de oficina y ahora me sirve de aposento. Dejo la barra, que sé que no voy a usar (de momento) y cojo vendas. Vuelvo junto al intruso, me siento a sus pies en la postura del loto y le descalzo. ¡Dios, que arcadas! Si el olor a negro me repelía, el olor a pies de negro me descompone. Como puedo, tratando de no hacer demasiados aspavientos, pongo su pie entre mis piernas y empiezo a vendarlo, como aprendí a hacerlo conmigo.

Le miro a los ojos, para ver si le hago mucho daño, y me hace gracia su expresión de desconcierto. No puedo evitar sonreír y él me devuelve la sonrisa, mirándome sorprendido y aliviado. No es guapo (bueno, tampoco puedo opinar mucho: no me gustan los negros, así que ninguno me lo parece) pero tiene unos ojos chispeantes y una sonrisa radiante. Como la mía.

Cuando termino de vendarle, le calzo, me levanto y voy a buscar una botella de Aquarius y una caja de galletas integrales. Abro la botella y se la acerco a la boca; él la abre y vierto lo que puedo. Me paso, o él tiene demasiadas ansias, pero el caso es que termina atragantándose y le acaba saliendo líquido por la nariz… Me echo a reír y él me imita, pero le noto avergonzado. Abro la caja de galletas y le meto una en la boca. La traga casi sin masticar.

—Tranquilo, despacio, hay muchas… —le digo, en tono conciliador. Aunque no entienda mis palabras, el tono de mi voz y mis gestos le trasmiten el mensaje.

Le doy una segunda y, cuando la traga, le ofrezco más agua. Bebe un poco y le meto otra en la boca, que abre como un bebé. La siguiente se la doy haciendo el avión, como a los niños pequeños:

—Éeesta por papáaa…

Me gusta oír mi voz. Hace más de un mes que no hablo con nadie y, sola, me negaba a hablar en voz alta. Me parecía que era de locos y además, peligroso, porque podía delatar mi presencia a posibles intrusos. Pero sobre todo, me parecía de locos. No es que escribir mis memorias, sabiendo que nadie va a leerlas (¡y a mi edad!) sea de cuerdos; pero en algo tenía que ocupar el tiempo. Ahora, aunque no pueda tener una conversación formal con él, por lo menos tengo alguien a quien hablar, a quien decirle algo, aunque no me entienda (ni yo a él). Es curioso hasta qué punto echaba de menos el sonido de mi propia voz…

Así, jugando, le voy alimentando y se va relajando, a pesar de tener las manos atadas a la espalda y de la postura tan incómoda en que se ha sentado: de medio lado, enseñando casi todo el culo. Me fijo y veo que el pantalón que lleva es de esos de tiro hasta casi las rodillas, por lo que no se puede sentar con las piernas cruzadas, como yo. La camiseta le va pequeña, el pantalón (semejante pantalón), grande… ¿Qué le habrá pasado, qué habrá sido de su ropa? Esos pantalones no son lo mejor para caminar…

Cuando se acaba la caja y se ha bebido casi toda la botella, doy por concluida la comida. Se le ve contento, relajado, risueño. Sus ojos vivarachos me miran con gratitud y su sonrisa devuelve la mía. Decido arriesgarme.

Tomándole de las axilas, tiro de sus hombros y le ayudo a incorporarse. Al ponerse de rodillas, el pantalón se escurre hasta dejar a la vista sus buenos dos o tres centímetros de pene, asomando entre un tupido bosque de pelos rizados. No sé si es el resto de su pene o sus nalgas (o su gesto instintivo de sujetarse el pantalón con sus manos atadas) lo que impide que se caiga del todo pero, antes de que suceda, tiro de los costados para arriba con tal fuerza que su escroto acaba pagando mi exceso de vigor.

La cintura del pantalón le llega ahora hasta donde acaban los pectorales, y su aspecto es ridículo. Su rostro, con la mirada fija en el suelo, denota más vergüenza por el ‘accidente’ que dolor por la ‘caricia’. Sólo ha sido un instante, pero la visión me ha conturbado y la punzada de vértigo ha vuelto. Casi ver (o mejor, ver casi) un pene en directo, tan cerca… Sólo había visto otro, el del que violó y mató a mamá, cuando se lo destrocé con el pico de la barra mientras se sacudía en convulsiones (producto de mi primer golpe en la cabeza) antes de rematarlo. Y aquél, obviamente, sólo me dio asco. Pero éste… Me alegro de que evite mirarme, así no se da cuenta de mi desasosiego.

Le ayudo a incorporarse del todo y le invito con gestos a comprobar si mi vendaje le ayuda. Prueba y asiente con la cabeza, mientras me dedica una sonrisa de agradecimiento. Me pongo a su espalda e intento desatarle las manos. No soy experta en nudos y, con los nervios, los he apretado demasiado y ahora es penoso soltarlos. Tras casi dejarme las uñas, decido cambiar de Gordio a Alejandro… Ya le encontraré algo que pueda servirle de cinturón.

Voy al despacho, cojo el cúter que hay en un cajón y, de regreso, agarro al pasar un largo fleje de plástico del suelo. Corto la cuerda y, mientras se frota las muñecas, le tiendo el fleje, atenta a salir pitando a por la barra al menor atisbo de amago de agresión. Toma el fleje y se da la vuelta, pudoroso, para pasarlo por las trabillas del pantalón y, a pesar de la rigidez del material, consigue anudarlo. El problema será desatarlo luego, pero ese será su problema… Se vuelve y quedamos frente a frente, sonriéndonos. No me he equivocado.

Le tomo de la muñeca y le llevo a donde están los palés; le muestro la provisión de Aquarius y galletas integrales y nos señalo alternativamente a ambos, mientras asiento con la cabeza. Le tiendo mi mano y él, desconcertado, la estrecha. Le sonrío y me devuelve una sonrisa, franca, relajada. Será negro, pero parece de fiar.

Cojo una botella y, por señas, le explico que es buena para beber, pero no para lavarse (aunque yo lo llevo haciendo desde que estoy aquí) y le pregunto si conoce algún río. Explicar algo así por señas es complicado y no estoy segura de que me haya entendido; pero ante mi sorpresa, se vuelve y señala en una dirección para, al instante, rectificar y señalar unos diez grados más a su derecha, mientras asiente con la cabeza y hace con la mano el gesto de fluir. ¡Me ha entendido; y lo que es mejor: sabe orientarse!

Me siento estúpida. Siempre he sido una negada para orientarme y las personas capaces de hacerlo y no perderse nunca, me han parecido siempre magos. Desde que, al borde de la inanición, descubrí esta nave en medio de la nada, no me he atrevido a alejarme más de doscientos metros de ella, por miedo a perderme. Aquí tengo todo lo necesario para subsistir, así que, ¿a qué arriesgarse?

Sola, el aseo no me preocupaba en exceso; si olía, yo me olía. Pero ahora… Le pregunto por señas lo lejos que está el río y parece que no demasiado; si se puede ir y volver en el día, y parece que sí, pero no estoy segura de que me haya entendido; si puede guiarme, en su estado y, tras dudar, accede.

Le busco un palo para que le sirva de bastón, pero lo rechaza. Pongo en mi macuto un frasco casi entero de champú que encontré en el despacho (¿qué haría allí?), agua y comida. Rompo los albaranes en que escribía mis ridículas memorias y los tiro a la basura; ya no necesitaré escribir sandeces para evitar volverme loca: tengo compañía. No es que me pesara estar sola; dicen que la peor soledad es no estar a gusto con uno mismo, y no era el caso. Pero me alegro de estar acompañada, aunque sea de un negro… Cojo la barra, le enseño la sangre seca del pincho y le explico por señas que es de un miserable que ya no existe. Por si acaso.

He llegado a temer que tuviéramos que volvernos, por su tobillo, pero aquí estamos. El sol pega fuerte y la hora y media larga que nos ha costado llegar se ha hecho pesada hasta para mí, que no cojeo. Pero la caminata ha valido la pena: es un río o riachuelo de poco más de dos metros de ancho y palmo o palmo y medio de profundo, en su centro; no parece haber ninguna poza donde darse un chapuzón, pero es un río. El agua no es fría ni cristalina; debe ser el tramo final. Eso hace más probable que esté contaminada por cadáveres en descomposición más arriba, pero no pienso beberla, sólo asearme.

Me quito las zapatillas y los calcetines. Son mis pies pero aun así, hasta a mí me atufa su hedor. Y la roña entre mis dedos… me da vergüenza y asco que me los vea. Corro a meter los pies en remojo. ¿Y la cara? ¿Y los pelos? Lavándome con Aquarius desde ni me acuerdo, debo tener una pinta espantosa. ¡Un momento! ¿Me estoy preocupando por mi aspecto, por lo que le parezco a un negro apestoso?

El negro apestoso se ha descalzado también, unos metros más allá y, sin quitarse mi venda, se ha metido al agua, despojándose de su camiseta andrajosa. Está delgado, pero su cuerpo es fibroso, nada fofo. Aunque hace calor, mojarme los vaqueros no me parece buena idea. Tardan mucho en secarse y llevarlos mojados es un castigo. Salgo y me los quito. Me miro las bragas y veo un mosaico de manchas a cual más repugnante. Corro al río de nuevo y me siento en la corriente. Con la turbiedad del agua, no se me ven las bragas.

Le miro y me observa, indeciso. Sale del agua y, de espaldas a mí, se suelta el improvisado cinturón; sus vaqueros caen al suelo, descubriendo un culete de los que invitan a la zurra… Dándome siempre la espalda, vuelve al río y se sienta, desnudo, a unos metros de mí. Sólo cuando el agua le tapa hasta casi la cintura, se vuelve, expectante, y me sonríe, como pidiendo perdón por su travesura. No me hace gracia, pero comprendo que también para él sería un suplicio llevar semejantes pantalones, mojados. No le sonrío; me muestro seria, pero no enfadada, y me encojo de hombros.

Con la vergüenza de que viera mis bragas sucias, no he cogido el jabón (en realidad, es champú, pero da igual). Me levanto, voy a buscarlo al macuto y vuelvo, sentándome al lado del chico; sin tocarnos, pero de modo que sea cómodo compartir el frasco.

Nuevo problema: no llevo sujetador. El que tenía era uno muy viejo, de copa B todavía, que me molestaba un montón y, durante la última regla, con lo sensibles que se me ponen los pechos, simplemente no lo soportaba. Así que me lo quité y no he vuelto a ponérmelo más. Y como nunca he tenido una gran pechonalidad (aunque eso sí, firme), me siento tan cómoda sin él que he llegado a olvidarme… Pero ahora, ¿qué hago? ¿Me quito el top o me lo mojo? Él está en pelotas, pero le tapa el agua… Si me lo quito, me va a ver las tetas… pero un top mojado (y más si me empitono) igual es peor…

Le miro, seria, y me quito el top, lanzándolo a la orilla. Me tumbo para atrás, mojando mi pelo, me incorporo, me echo un buen chorro de gel y le tiendo el frasco. Cuando vuelve a mirarme a los ojos y se da cuenta de que le estoy ofreciendo el champú, meneo la cabeza, negando con desprecio, y me pongo a lavarme el pelo como si él no estuviera delante. Imitándome, se echa para atrás con intención de mojarse el pelo, sin darse cuenta de que así sube su pelvis y me parece adivinar su falo entre el agua turbia. Aunque no estoy segura.

Cuando le vi un trozo, en el almacén, me dio la impresión de que era más bien delgado; aunque sólo fue un momento y, al ser oscuro, entre pelos, y tan poco trozo… ¡¿Y a mí qué me importa cómo lo tiene?! Bueno, un poco, sí; para qué engañarnos.

Me sigue mirando las tetas mientras se lava el pelo, pero ya no es esa mirada pasmada del principio. Intenta no enfadarme y mirarme a la cara, pero no lo consigue, es superior a él. Como por lo menos lo intenta, le doy cuartelillo y hago como que no me doy cuenta. Desenmarañar el pelo después de más de dos meses sin lavarlo, y sin un buen cepillo, es tarea imposible. Y eso que lo llevo más bien corto.

Me echo para atrás y me tumbo, con lo que lo único que asoma del agua es mi cara… y mis tetas lechosas. Cierro los ojos y me relajo, dejando que la suave corriente aclare mi pelo y acaricie mi cuerpo. Abro los ojos de golpe y, naturalmente, le cazo. Pone tal cara de niño pillado en falta, que me echo a reír y, sentándome de golpe, le salpico con los brazos toda el agua que puedo. Él hace lo propio y, entre risas, ambos reculamos un poco para salpicarnos mejor.

Con el agua que le salpico, se le escurre el champú y le entra en los ojos. Abandona la lucha y se tumba para aclararse el pelo, como acabo de hacer yo, pero con las piernas encogidas y los talones pegados al culo, con lo que esta vez no me enseña nada indecoroso. Pudoroso y considerado… No me lo esperaba.

No hay ninguna ley que impida usar el champú como jabón, así que me enjabono el cuerpo, porque la roña de tanto tiempo sin lavarme no se elimina con un simple baño. Y además, la sensación de frescura, de pureza, que te queda cuando te aclaras el jabón y sientes la caricia de la corriente en tu piel limpia, es una tentación a la que resulta estúpido resistirse.

Hay una parte de mi cuerpo que no sólo no he lavado sino que sigue en contacto con una prenda indecentemente guarra. Sin pensarlo, le doy la espalda y me quito las bragas. Si el agua me tapa su sexo, también le tapará el mío. Me vuelvo y le veo con los apósitos que usaba de salvaslip en la mano; le hago gestos de que los tire, y obedece. Evitando mirarle, cojo el frasco de champú, echo un buen chorro sobre las bragas y se lo devuelvo para que se siga lavando. Le doy la espalda de nuevo y me pongo a lavarlas, frotándolas fuera del agua.

He debido abstraerme… Le oigo levantarse y un chapoteo de pasos. Me asusto y brinco rápida hacia donde he dejado la barra. ¡Negro de mierda! ¡No he debido darle la espalda! En dos saltos, cojo la barra y me vuelvo, buscándolo. Le descubro en la otra orilla, mirándome alucinado, tapándose su sexo con las manos. Trato de imitarle, poniendo mi mano izquierda (con las bragas en un rebullo en ella) delante del mío, y dejo de blandir la barra, bajando el brazo derecho.

Al ver que me apaciguo, da media vuelta, avanza unos pasos y se pone a mear, de pie, contra un arbusto. Avergonzada, dejo caer la barra y vuelvo al río. Mientras le veo orinar de espaldas, se me ocurre usar mis bragas enjabonadas como esponja y las restriego por la canal de mi trasero a mi vulva, provocándome sensaciones olvidadas hace meses. ¡Menos mal que no me ve!

Antes de que se gire, me siento dándole la espalda y me pongo a aclarar la prenda. Le oigo regresar, meterse en el agua y sentarse de nuevo, pero no me vuelvo. A pesar de lo frotado, en mis bragas siguen quedando manchas, ahora de color beige y rosa, en vez de marrón y rojas, pero igual de afrentosas. Supongo que haría falta lejía para sacarlas del todo y no tengo; pero, por lo menos, ahora no necesitaré usar apósitos, de momento.

Dudo si ponérmelas otra vez o dejarlas a secar. La comodidad me aconseja secarlas, pero la sensatez, ponérmelas. A lo que estoy pasándolas por una pierna, me giro y le descubro llevándose las manos, en cuenco, a la boca. ¡Va a beber del río! Le grito que no y me abalanzo sobre él, dándole un manotazo.

—¡No, del río, no! ¡Lavarte, sí; beber, no! ¡Beber, sólo Aquarius! —le grito, mientras escenifico con gestos mis palabras. Pero a lo que menos atiende él es a mis gestos. De rodillas a un palmo de él, su mirada va y vuelve una y otra vez de mi felpudo a mis tetas, que caen a la altura de su cara. Le tomo de la barbilla y le hago mirarme a los ojos, iracunda—. ¡Cretino! —Como haga mención de tocarme, le sacudo.

Salgo del agua, recojo mis bragas, que llevo en un tobillo, y las tiendo en un arbusto. Voy al macuto y saco una botella, la abro y bebo, mirándole ceñuda. Está caldo, asquerosa; parece un jarabe. Me acerco y se la tiendo. Sin levantarse, la toma, da un sorbo y lo escupe. Por señas, me dice que prefiere la del río, y por señas le contesto que puede morir.

Me ve tan enfadada que procura mirarme sólo a la cara, pero es un chico… ¡qué le vamos a hacer! Le da un trago a la botella y me la devuelve. Echo yo otro, la cierro y busco un sitio a la sombra donde dejarla a remojo, como debería haber hecho cuando llegamos. “¡También podía habérsete ocurrido a ti, que tengo que estar yo en todo!”, le gruño. Aunque no me entienda, mi tono de voz y mi expresión es bastante elocuente.

Vuelvo al macuto, abro la caja de galletas integrales y cojo un par. Me como una, engancho con el pie su camiseta y se la tiro, haciéndole señas de que la lave. Cojo mi top y me vuelvo al agua de nuevo, a lavarlo yo. Le meto la otra galleta en la boca y me siento. Fin del espectáculo.

Me he sentado de cara a él, para compartir el champú. Al poco rato, noto el silencio de que ha dejado de restregar su prenda y le sorprendo mirándola sin verla, compungido, llorando mansamente en silencio. Dejo de restregar yo también y, como a mí, el silencio le saca de su ensimismamiento y me mira. Le sonrío, tratando de animarle. ¿Qué le habrá pasado, qué horrores le habrá tocado vivir a él? ¿Cuál es su historia? Traga saliva, se limpia las lágrimas con su antebrazo (tiene las manos mojadas) e intenta devolver mi sonrisa. Incluso forzada, tiene una sonrisa preciosa.

Le salpico con el pie, provocándole, y me devuelve el ataque. Empezamos una guerra de salpicaduras y, a los veinte segundos, estamos riendo como idiotas. Finjo ponerme seria y le hago señas de que siga lavando. Su sonrisa vuelve a ser amplia, distendida, generosa, contagiosa… Como la mía.

Siempre me han dicho que lo más bonito de mí es mi sonrisa, y he podido comprobar que me da un cierto poder del que procuro no abusar. Alberto me dijo una vez que era como el gato de Cheshire, que mi sonrisa perduraba aunque ya me hubiera ido. Supongo que quería ser poético, pero me hizo maldita la gracia. No he leído Alicia y mi única fuente son los dibujos animados de Disney, donde el personaje lo recuerdo más bien grotesco. Aun así, le di un beso, acompañado de mi mejor sonrisa, por la intención.

Me da la impresión de que este chico es como un amplificador de sonrisas. Yo le sonrío y él me devuelve mi sonrisa, amplificada. ¿Tendrá el don de la empatía, y eso le hace sonreír como yo? Su sonrisa parece tener la misma virtud lenitiva que la mía. A cada sonrisa suya me siento más serena y mis prejuicios xenófobos parecen más ridículos. A fin de cuentas, es un chico, como yo… Bueno, yo no soy un chico…

¡Parece tan irreal todo! Un negro y yo, desnudos, lavando nuestras prendas, sonriéndonos, bromeando como si nada… Como si no estuviéramos desnudos, como si el mundo no fuera a desaparecer en breve… ¿Lo sabe, siquiera? Por un instante, estoy tentada de preguntarle, pero me contengo. ¡Ojalá no lo sepa!

Aclaro mi top, lo escurro y me levanto a tenderlo en un arbusto. Cojo mis calcetines, arrastro con el pie los suyos hasta la orilla y me meto al agua, sorprendida de mi espontaneidad. Me tumbo en la corriente, para volver a mojar mi cuerpo y refrescarme, echando agua a mis tetas, que sobresalen. Su mirada es alegre, curiosa, pero no salaz, como al principio. Parece haber aceptado mi desnudez con naturalidad, como debe ser…

Me incorporo y me pongo a lavar mis calcetines, mientras él termina de aclarar su camiseta. Divertida y expectante, le observo con disimulo, a ver lo que hace. Tras dudar, se gira y se pone de pie de golpe; sale del río y la tiende en otro arbusto. A ver cómo vuelve al agua… Se vuelve hacia mí, con las manos en la entrepierna y mirando al suelo, llega a donde están sus calcetines y se pone en cuclillas. Me mira y debe sentirse ridículo siendo más pudoroso que una chica, porque de repente, coge los calcetines y se incorpora bruscamente, quedando parado frente a mí, sin hacer mención de taparse.

Pongo cara de póker para disimular mi sorpresa. Seré virgen pero no pánfila. Que en vivo, sea el segundo pene que vea no significa que no haya visto otros, en foto o en vídeo, y no sepa muy bien que el que le cuelga entre las piernas es… normalito, tirando a pequeño, en longitud y grosor. Por conjeturas verosímiles, juraría que así lo tiene Alberto, pero él no es negro. Se supone que el de un negro tiene que, no sé… asustarte, ¿no? ¡Vaya decepción! ¡En fin, otro mito para el desguace!

Ha entrado al río, despacio, y se ha tumbado boca arriba, como he hecho yo antes, para refrescarse, sin preocuparse ya de si se le adivina o no. Debe estar ‘morcillón’, porque casi sobresale del agua… Restriego con energía mis calcetines, en parte para quitarles la mugre y en parte para quitarme la desazón. ¿Y a mí qué me importa cómo la tenga? No es asunto mío… ¿o sí?

¿A quién quiero engañar? Sé muy bien cómo terminará esto, los dos lo sabemos, aunque finjamos comportarnos con ‘naturalidad’, como si no fuera a pasar nada… Yo lo finjo por miedo a lo que sé desde el principio que acabará pasando, aunque no lo reconozca. Mi peor virtud ha sido siempre la lucidez, que me ha impedido toda mi vida cometer hasta los errores que vale la pena cometer y, lo que es peor: disfrutar siquiera, por lo menos, de los que cometo…

Aunque no lo confiese, ¿no deseo en el fondo lo que temo? ¿No he estado provocando, inconscientemente, toda esta situación desde el principio? ¿Por qué, si no, esa sensación de decepción? ¡Maldita lucidez! ¡Ojalá fuera una imbécil que no se da cuenta de lo que le pasa! Una niñata estúpida de las que hablaba mi madre… Al final, ¿voy a acabar convirtiéndome en lo que siempre he despreciado y claudicar ante mi coño? ¿Y mi dignidad? Me he jurado ser yo hasta el final… ¿Voy a regalarle mi virginidad a un negro rabón, después de negársela a Alberto? Bueno, la verdad es que Alberto nunca llegó a pedírmela…

Los calcetines deben estar limpísimos, de los restregones que les doy, frenética. Le miro como si le viera por primera vez, y me sonríe. ¿Por qué me sonríe? ¿Porque imagina ya lo que sabe que va a pasar?

¿Y si él no lo sabe? No sé lo que sabe, de nada: ni de nosotros ni del mundo. A pesar de su mirada pícara y de su sonrisa encantadora, de repente me parece bobalicón. ¿De verdad no ha aprendido ni una palabra de español? Y su pasividad… ¡qué extraño! La convicción se impone como una revelación: es imposible que sepa lo que va a pasar. Le he visto asustado, triste, herido, pero no angustiado, ni desesperado; está desconcertado, nada más. Estoy segura de que no lo sabe. No sonreiría así, si lo supiera…

Su ignorancia del destino que nos acecha me recuerda a Sigfrido. Supongo que no era su intención, pero Wagner fue la mar de coherente al construir el personaje del superhombre sin miedo: le salió un buscarruidos que nunca se entera de qué va la fiesta. Protagoniza dos óperas larguíiisimas sin saber jamás quién es, ni lo que hace; ni por qué vive, ni por qué muere. Vale, en carácter parecen antagónicos, pero en no percatarse de lo que pasa, me da la impresión de que son clavaditos…

Brunilda, la Valquiria, también le salió bordada: una mujer de pies a cabeza, que nunca da puntada sin hilo. Sabe en todo momento lo que sucede y lo que está haciendo. Hasta cuando la caga, sabe que la está cagando y asume las consecuencias que no ignora que van a tener sus actos. En una palabra: lúcida, como yo. Y, sin embargo, al final de la primera ópera se entrega a él, despojada ya de su inmortalidad, como simple mujer. A papá le encanta ese dúo final de Siegfried, vibrante y salvaje, en el que ambos festejan su unión con un brindis feroz a ‘la Muerte sonriente’.

Me pongo a tatarear lo que recuerdo de ese final, y me mira como si estuviera loca. “Yo, Brunilda; tú, Sigfrido”, remedo aunque sin señalarnos, como si él me entendiera, como si supiera de qué estoy hablando. Un Sigfrido negro… Si Wagner levantara la cabeza… Yo, Brunilda… No una niñata estúpida; Brunilda, nada menos. Y ella se entregó a su Sigfrido… ¿por qué yo no? Éste no parece un mequetrefe como el de ella, no va de superhombre sin miedo… ¿por qué no puedo hacer yo también mi brindis a la Muerte sonriente?

Aclaro mis calcetines como si los estuviera estrangulando. La letra, en alemán, nunca la he sabido pero aun así, canturrear a voz en cuello la música (“¡Ta-chán, chan, chán, chan-chan-chán chan, chán…!”) consigue enardecerme hasta la exasperación. Cuando me levanto a tenderlos, la decisión está tomada:

Yo, Brunilda; tú, Sigfrido.

Tiendo los calcetines. Mis bragas están casi secas, pero ya no me interesan. Cojo otro par de galletas, mordisqueo una mientras me acerco hasta él y le meto la otra en la boca. Me quedo con mi triángulo de las Bermudas a pocos dedos su cara, y le digo:

—Vale, Sigfrido, seré tuya, pero lo vas a sudar. Cuando consigas que cada poro de mi piel, cada fibra de mi ser, desee ser poseída… sólo entonces me entregaré a ti. Mientras… —Acerco mi pubis hasta restregarlo contra su rostro, retrocedo un par de pasos y me quedo en la orilla, mirándole retadora. Como declaración de guerra, no ha estado mal…

Me mira atónito, como un pasmarote. Aunque no haya entendido mis palabras, ¿qué es lo que no comprende? Más claro, agua… Le saco la lengua, corro hacia él y le empujo hacia atrás, tirándolo largo. Salgo por la orilla opuesta y sigo corriendo un poco, invitándole a perseguirme. Se pone de pie, desconcertado, y le hago señas con el dedo para que se acerque, mientras le sonrío burlona. Arroja sus calcetines a la otra orilla y se aproxima despacio, expectante. Cuando está a un par de pasos, echo a correr de nuevo. Esta vez intenta perseguirme, pero se cae a los pocos pasos.

Me acerco a ver cómo está y su rostro no denota apenas dolor. Me arrodillo y le toco el tobillo; no parece estar mal, sólo le ha fallado. Cuando voy a levantarme, su mano acaricia mi teta. La sorpresa me paraliza unos segundos, durante los que él coge confianza. Cuando reacciono, me retiro y le doy un manotazo en sus dedos atrevidos, pero sonriendo con picardía. Su cara es un poema de desconcierto y deseo. Su estupefacción me acicatea y le beso fugazmente mientras me incorporo y huyo de nuevo.

Se pone en pie y me doy cuenta de que su pene está en erección. Se la señalo y me burlo, pero él parece orgulloso de ella, en vez de avergonzado, como pensaba. Su pudor va despareciendo y él va entrando en el juego. Con la ventaja que me da su cojera, me dedico a torearlo, regatearle, rozarnos, incluso dejarme atrapar a veces, durante unos instantes, en los que sus manos amasan ansiosas mis tetas o mis nalgas. Una de esas veces, rodamos por el suelo y nos besamos con hambre… hasta que me suelto y salgo corriendo otra vez.

Espero que él sepa volver, porque yo ya no sé dónde está el río. Estoy acorralada en la cara escarpada de una pequeña loma que me da sombra. Él está apoyado en un árbol, tapándome la salida, pero sin intentar atraparme. Parece cansado, de las carreras y del juego; incluso su erección parece flaquear. Veo a mi derecha una roca casi plana, grande, de como un metro de altura. Perfecto. Ese será mi altar.

Me acerco a mi Sigfrido, atrapo su pene semi-enhiesto y le conduzco de él hasta la roca. Es el primero que toco en mi vida. Me sorprende su calor y suavidad, parece palpitar. No se lo esperaba, y se deja llevar dócilmente, aunque sus manos ávidas no se están quietas durante el trayecto…

Al llegar, me tumbo boca arriba en la roca, sin soltar mi presa, con lo que le arrastro sobre mí. Nos miramos con deseo, nos sonreímos con malicia y nos besamos con pasión. Sólo entonces suelto mi candente trofeo y le abrazo. Su pecho aplasta mis tetas… y su sudor ultraja mi pituitaria.

—Tendré que acostumbrarme a tu olor. Vas a ser mi amante el resto de mi vida… —le digo, incitante, como si le dijera una guarrada. Mi Sigfrido me responde algo que, seguro, me haría sonrojar. ¿Cómo puede excitar tanto un tono de voz, sin saber siquiera lo que dice? Sigo susurrándole lo primero que se me ocurre, sólo para oírle responderme.

Volvemos a besarnos y mete su lengua en mi boca. Superado mi asco inicial, su experta lengua me descubre un mundo de sensaciones nuevo para mí, que eleva mi fiebre hasta el paroxismo. Su lengua en la mía, sus manos en mis tetas, su brasa en mi ingle, logran que todos los poros de mi cuerpo, todas las fibras de mi ser ansíen lo mismo. Estoy lista.

Me retuerzo para que su pene pase de mi ingle a mi entrepierna, pero no parece captar el mensaje, porque sigue poniendo todo su empeño en hacerme una exhibición de su don de lenguas. No me deja más remedio que la acción directa, así que abro las piernas, bajo una mano hasta su pene y deslizo su húmedo glande por mi mojada vulva. Más claro…

Deja de besarme y me mira. No sonríe, ni yo tampoco. Leo en sus ojos el mismo anhelo que supongo en los míos, pero está, estamos muy serios. Lo mío es miedo, lo suyo… espero que no. Vuelvo a deslizar su pene hasta dejarlo embocado en mis labios, empujo levemente y retiro mi mano, sin dejar de mirarle a los ojos. Es su turno.

Empuja despacio, mientras se incorpora y me sujeta por debajo de mis riñones; yo cierro los ojos. Llega hasta mi himen y al notar el obstáculo, se detiene. Abro los ojos y le descubro mirándome extrañado. ¿Qué pasa? ¿No sabes lo que es? Empuja otra vez, muy despacio, como si quisiera forzarlo sin romperlo. Empiezo a ponerme muy nerviosa. Él parece empeñado en dilatarlo poco a poco… así que, agotada mi escasa paciencia, me incorporo lo justo para asirle de las caderas y me impulso contra él con todas mis fuerzas.

Me asusto de mi grito. El miedo ha aguzado mis sentidos y probablemente ha magnificado un dolor que quizás no fuera para tanto, pero así desahogo la tensión acumulada. El dolor agudo cede rápidamente, pero la molestia difusa aumenta. Mi Sigfrido parece aterrado, casi temblando, con su virilidad incrustada en mi femineidad, sin atreverse a mover un músculo.

Le sonrío y le atraigo hacia mí, abrazándole. Me devuelve la sonrisa, aliviado, y me besa sin lengua, con ternura. Empieza a moverse tímidamente; las molestias no ceden, pero empiezo a sentir un gustito muy especial. Sus manos han abandonado mis riñones y vuelto a mis tetas. Sus movimientos en mi vagina se van acelerando progresivamente hasta llegar a ser frenéticos. A ese ritmo, seguro que va a terminar enseguida… ¿Qué le ocurre? ¿Qué prisa tiene? Si acabamos de empezar…

En su ímpetu, se le sale, y parece no saber encontrar el camino de vuelta. Aprovecho para tratar calmarle, hacerle gestos de “despacio, despacio…”, pero él está tan obcecado con volver a penetrarme que no me atiende. Acabo guiándole yo, pero rodeándole con mis piernas y clavando mis talones en su culo al mismo tiempo, para intentar inmovilizarlo, ensartado en mí. Vuelve la molestia, y la obviedad se impone…

¡Es tu primera vez, también! ¡Eso es lo que te pasa! ¡Eres tan virgen como yo y no sabes ni cómo es una chica!

¡A nuestra edad! Que sea virgen yo, vale, fue mi elección; pero tú… ¿Qué pasa? ¿Que tu colita ‘white size’ era la vergüenza de tu aldea y ninguna quería invitarla a entrar en su cosita? Porque con tus ojos maliciosos y tu fascinante sonrisa, deberías haber debutado hace mucho… Y besar sabes, ¡doy fe! ¿Cómo es que nunca has rematado la faena? ¿Qué se me está escapando?

Bueno… ya lo averiguaré luego. Ahora tengo otro asunto entre piernas y, por una vez, no pienso dejar que la lucidez me impida disfrutar de él… Aunque la verdad es que sus salvajes acometidas de antes han acentuado mis molestias, cuando se supone que debían atenuarse con el tiempo. El dueño del asunto parece en trance; su rostro, contrito y desencajado a la vez, me observa con inquietud. Le sonrío y libero la presión en sus nalgas, mientras trato de apaciguarle con las manos. “Despacio, despacio…”. Mi sonrisa le relaja y su calentura atropella a su zozobra.

Empieza a culear suavemente otra vez y con los primeros roces, las molestias parecen descender hasta un nivel testimonial, mientras el gustito va in crescendo. El “flop, flop” de su carne contra mi carne, de su sexo en mi sexo, me recuerda al que oía desde mi escondite mientras veía a aquel bestia violar a mi madre; y cómo la sordidez de aquel “flop, flop” acrecentaba mi estupor. Pero éste (aunque tan torpe como aquél) en vez de asquearme, espolea mis ganas. Ahora son mi carne, mi sexo, los que hacen ese ruido innoble, y me encanta lo que siento al hacerlo…

Las buenas intenciones duran poco y pronto vuelve a embalarse. Está muy congestionado, y no sonríe; tiene los dientes apretados y su mirada parece perdida. Su ritmo infernal me está volviendo loca; no creo que él aguante mucho así, pero la verdadera locura sería pararle de nuevo. Todo mi ser, condensado en mi vagina, quiere que siga, y siga, y siga… Me escucho gemir y apenas me reconozco, pero la lubricidad de mis gemidos me enardece más aún; a mi perforadora, también. Cuando mi excitación está llegando a cotas insoportables, siento algo caliente inundar mis entrañas. Su frenético vaivén se troca en estocadas profundas y con cada una, va gritando monosílabos en un tono salvaje. Se está corriendo. Yo no.

Se desploma, inerte, sobre mí, aplastándome contra la dura piedra. Sólo los latidos de su corazón delatan que sigue vivo. Noto cómo su ego se desinfla en mi interior. La fiesta ha terminado. Tonta de mí, aún acaricio su espalda y sus costados, como agradeciéndole, encima, haberme dejado así. ¡Hombres…! ¿También sería así la primera vez de Brunilda y Sigfrido? Conociendo al botarate wagneriano, sería peor, seguro…

Bueno… ya ‘he conocido varón’, ya ‘soy mujer’. Entonces, ¿por qué me siento más cría, en vez de más adulta? Echo de menos a mamá. Si ella me viera ahora… ¡qué vergüenza! ¿Soy una niñata estúpida, jugando a ser una Valquiria? ¿Qué he hecho? ¿He claudicado ante mi coño? ¿Dónde está mi dignidad? Bueno, mamá se fue con aquel tío, ni dos semanas después de que papá nos dejara tiradas. No soy tonta, sé que se acostó con él. Ni dos semanas aguantó sin un hombre…

Pero no soy quién para juzgarla. Es mi madre y está muerta… por mi culpa. ¿Por qué asistí impotente a su violación y asesinato? Si hubiera reunido el valor para atacar a su agresor antes, y no después de que la violara y matara, ella seguiría viva. ¿Por qué tuvo que hacer falta verla morir para arrancarme del marasmo? No lo sé; herencia paterna, quizás. Dejémoslo: mortificarme no va a resucitarla. Yo no he hecho este mundo, yo sólo vivo en él… mientras dure, que será poco.

Mi Sigfrido sí resucita; me acaricia con ternura, me besuquea con dulzura y me sonríe con placidez. Se nota que se ha quedado a gustito… El pecio de su sexo abandona el mío y sus ojos, otrora vivarachos, me exploran como si me viera por primera vez, transmutados en los de un cordero degollado. Dibuja un corazón en mi estómago. ¡Uy, qué mono…! ¿Pues no se pone románico y semental? Su sudor me sigue matando.

Debe hacer dos semanas que tuve la regla… ¿Y si me preña? ¡Ojalá! ¡Ojalá me preñara! Ya me gustaría quedarme embarazada; incluso no me importaría parir un mulato… significaría que sigo viva. Pero eso no va a pasar… Ni siquiera sé si duraré lo suficiente como para dar tiempo a que algún procaz espermatozoide de mi zaino garañón copule con mi inocente ovulito…

¿Y si ocurre como en las pelis? ¿Y si la Muerte pasa de largo, porque venía a buscar a una y ya soy dos? ¿Y si sobrevivo, después de todo? ¡He deseado tanto estar en el punto cero del impacto y ahorrarme la agonía que aguarda a los desgraciados que no sean aniquilados en el primer momento! Pero ahora… ¿Y si cae en la Fosa de las Marianas y el agua amortigua el choque? ¿Y si sobreviviéramos, a pesar de todo?

Sentir una vida dentro de mí. Otra vida… Sentirme viva y además, dadora de vida… ¡Sería genial! Tener muchos hijos, hacer muchos hijos, dar mucha vida, ser los nuevos Adán y Eva… Sería… sería… ¡Será, estoy segura! ¡Seré exceptuada! Seremos exceptuados, mi oscuro Sigfrido, mi desvirgador, mi fecundador…

Formaremos una familia: “Juro amarte y respetarte; y serte fiel todos los días de mi vida”… Lo juro. “Con este anillo, yo te desposo”… Bueno, para ponerte mi anillo tendré que esperar a que tu dedo vuelva a estar en condiciones…

Toco su dedo y, además de pringoso, parece bastante fuera de combate. Su dueño me mira entre divertido y sorprendido. Palpo su escroto y jugueteo con sus testículos. Me hacen gracia. Le gusta, pero no me imita. ¡Ya podía jugar él también con mi entrepierna! Llevo su mano a la zona, pero no sabe qué hacer; juguetea con mi vello y enseguida vuelve a mis tetas.

—Tengo clítoris, chaval —le digo, mimosa—, tengo un hermoso clítoris que tú has ignorado. Puede que las chicas de tu aldea no lo tengan, pero yo sí. Aquí las chicas no somos meros sumideros de vuestro semen, tenemos nuestros derechos, nuestras necesidades… Yo también quiero mi pequeña muerte sonriente… y me la vas a proporcionar.

Me pongo encima de él e instintivamente se mueve hacia el centro de nuestro pétreo tálamo, para evitar que nos caigamos.

—¿Sabes, maridito mío? Ahora no vas a ser Sigfrido, vas a ser Grane, mi brioso corcel negro, y Brunilda te va a cabalgar hasta que la lleves al Valhala —le amenazo.

No entiende una palabra de lo que le digo, pero la lascivia de mi voz la capta bien y su mirada vuelve a ser rijosa. Las molestias siguen siendo testimoniales, pero siguen ahí… ¿No será un castigo excesivo para mi coño casi virgen? Bueno… habrá que averiguarlo…

Me siento a horcajadas sobre su vientre, buscando el contacto con su pene. Lo tomo con mi mano, lo pongo sobre su pubis y restriego mi vulva suavemente sobre él, despacio, muy despacio. A pequeños latidos, su cosa parece revivir. Y mi calentura, también.

A mi Grane parece gustarle mi iniciativa y aun asumiendo su papel pasivo, coopera animoso. Empezamos a compenetrarnos, de momento sólo en espíritu, pronto literalmente… Sus manos aprendiéndose mis tetas, mi raja frotándose contra su verga, sus ojos fijos en los míos, transmitiendo sin palabras nuestro impúdico anhelo, su sonrisa en mi sonrisa… ¡Ah, su sonrisa! Su radiante, su lenitiva sonrisa… como la mía…

—Aunque todo desaparezca, quedará nuestra sonrisa… —me oigo decir con voz tan solemne que me emociono como una boba.

Noto cómo mis flujos van humedeciendo su cada vez más redivivo pene. Paso un dedo por sus labios recorriendo su sonrisa y, sin apartar mis ojos de los suyos, bajo a su estómago y dibujo un co

Querido lector, acabas de leer un relato correspondiente al XXI Ejercicio de Autores. Te pedimos que dediques un minuto a puntuar este relato entre 0 y 10 en un comentario al mismo, lo tendremos en cuenta para decidir qué relato de los presentados al Ejercicio es el mejor de todos ellos. Gracias.

https://docs.google.com/file/d/0B1lu7QM_d3o5RFFyMkZNT3pQeEU/edit?usp=sharing

¿Estás ahí perra?

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Que nace antes, el pensamiento o el instinto?, donde están los límites de la perversión..en la mente, o en el cuerpo.., tu eres una perrita, y te encanta que te dominen y te humillen, y yo soy el Amo, que escribe esta carta, para que puedan llegar a ti mis palabras, y quizás algún dia encontrarnos.

Buenas, soy Ángel, un chico de 31 años, vivo en la costa de Andalucía (España), soy un chico que lleva una vida sana, y amante de la playa, de la noche, del deporte al aire libre, de viajar, de las cosas buenas de la vida, sobre todo el sexo, :) , soy bombero, físicamente mido 185, de espaldas anchas y esbelto, labios carnosos, mirada aniñada de ojos claros, rostro varonil y atractivo, tengo una bonita y armoniosa figura por naturaleza, con atractivas formas por genética, trabajadas en el gimnasio para moldearlas aun más, piernas de futbolista, muy bien proporcionadas y bueno, para que andarme con rodeos, tengo una buena polla, lo se, a las chicas le gusta, su textura, su grosor, su sabor, su calor, su energía, su movimiento, su potencia, su leche..umm, no te estaras relamiendo de gusto no putita? No recuerdo haberte dado permiso.

Me encanta disfrutar del maravilloso mundo del sexo, me pueden dar morbo infinidad de situaciones, pero desde luego, me encanta dominar a esas chicas que en el fondo son unas buenas perras, sobre todo las que van de duras y divinas, y luego son las que mas cachondas se ponen cuando son dominadas, o las que tienen novio y te sonrien seguras de sí misma como queriendo decir yo ya estoy ocupada, pero en el fondo están deseando probar cosas nuevas y ser tratadas de manera dominante, que las caliente, les haga arder, profundizar en sus deseos perversos, hacerlas sentir sucias, traviesas, quebrantando las normas morales, descubriendo el placer oscuro de disfrutar siendo humilladas, cuando en la realidad luchan por aparentar mucha dignidad y orgullo..

Sigues ahi zorrita? No te hagas la sorprendida, te gusta que te llame así verdad, ahora mismo estás sola delante de la pantalla, quizás tengas una gran vida social, una agenda apretada llena de actividades interesantes, hasta puede ser que la que va a ser mi puta, tenga novio, o esté casada, o te conectes desde la oficina, lo que tengo claro es que te gusta hacer esto, sacar esa parte oscura y perversa que tienes, que nadie sabe, poder dar rienda suelta a tus instintos no guarra? Porque eres una chica muy cerda verdad? A ver, a ver, continuemos conociéndonos, que te lleva a seguir leyendo…

Quizás ya ha crecido dentro de tí la ansiedad que recorre tus venas, transporta la esencia de tu naturaleza hasta todo tu ser, desde el tacto de tu piel, hasta el calor que emana de tus entrañas, pasando por la expresión de tu mirada, y el rubor de tu rostro, tu respiración entrecortada, el movimiento nervioso de tus manos, ey, hacia donde las llevas? No te di permiso, no me cabrees zorra, las manos quietas.

Puede ser que una amiga te esté esperando para tomar café, o que tengas plan con tu novio, o tengas planeado llevar a los niños a la piscina o a la playa mientras el gañán de tu marido duerme la siesta, pero…sea lo que sea lo que tienes que hacer, vas a posponerlo, y lo mejor de todo es que no tengo que ordenártelo, porque estás deseando quedarte y portarte mal, tienes intimidad, estás sóla, y no piensas despegarte del ordenador en estos momentos, ya no, porque ya empiezas a tener el coño calentito, a sentir tus agujeros juguetones, tus pechos humedecerse, tu boca abrirse de forma sensual, tu piel encenderse, pero mirate en un espejo… si te miras pareces una puta, pero no te excita parecerlo, necesitas que te lo diga, puta, zorra, golfa, guarra, perra, te gustan todos los adjetivos, porque realmente te definen.

Por cierto, mi polla quizás tengas el honor de verla algún día, de sentirla frente a tu nariz, de olerla, de sentir el calor que emana de mi tranco cerca de tus labios, no tengas prisa , disfruta y sufre con la espera, imagina que tienes ese plato tan apetitoso que te gusta chupar, ese helado cremoso, que te gusta relamer, imagina su olor, ese olor a mi polla, acercas tu nariz de puta y hueles desde mi ano, pasando por mis huevos, y sube tu nariz restregándola por el tronco, te gusta olisquear no guarra? Que zorra eres, pero yo te conozco bien, que embriaga todos tus sentidos, la textura de mi rabo, con esas venas marcadas, conductoras del nectar de la excitación, que transportan ríos de lava, de crema cálida, jugosa, sabrosa.. que te mueres por lamer, sentir calentita como cae sobre tu piel, tus labios, tus mejillas, tu lengua, donde juegas con ella para sentir esa leche calentita que deseas tragar llevándotela lentamente hacia tu garganta, tragando y sintiendo como se desliza hacia tu interior, y te deja el sabor a mi por toda tu boca.

Sigues ahi?, te has quedado, buscas una respuesta? Quieres jugar? Umm, la respuesta ya la sabes, vas a ser mi puta obediente, quiero ver lo guarra que puedes ser, tus límites, hasta donde te excita la humillación, el insulto, mis órdenes, mis caprichos. Comienza a satisfacerme puton, venga a quitarse ropa, estamos en verano, así que no te será dificil quitarte la camiseta y dar rienda suelta a esos pechos jugosos, pecaminosos, prohibidos, umm, como te gusta tocartelos eh zorrita, pero como te gustaría mucho más que te los tocara, que los lamiera suavemente recorriendo con mi lengua tu pezón,… pero no voy a hacerlo, no se si te lo mereces. Lo que si te mereces es sentirte muy puta, umm, si te viera tu familia, tus amigos, tu novio, enfrente del ordenador en una tarde de verano, ardiendo, sintiendo el fuego por las venas, sofocada, deseando recibir la siguiente orden, deseando que te mande jugar con tus pezones, deslizar las manos por tus pechos, amasarlos, estrujarlos, mientras te muerdes el labio inferior, juntas las piernas de forma clara en la que das indicios que necesitas tocar tu coñito, piensas que tu amo, tu señor perra está lejos y que no necesitas pedirle permiso.

Pero lo que a ti te excita es obedecerme, aunque eso signifique calentarte al máximo, aunque deseas hervir, pero soy sólo yo tu dueño el que te lo tiene que permitir y ordenar.

Pero es muy pronto aún, nos estamos conociendo recuerdas? Quiero que te quedes con las ganas, con esa camiseta quitada, humillada frente a la pantalla, frente a mi, deseando que te vea, pero no te preocupes te veré, todo a su tiempo, hoy sólo quería jugar, divertirme, experimentar, pero tengo las cosas claras, no dudes de tu amo nunca puta, odio las putas insolentes.

Ahora tal como estás, ardiendo guarra lo sé, quiero, te ordeno que te hagas fotos con tu móvil, con una cámara digital, con la webcam o con tu puto móvil, búscate la vida, pero hazte fotos de este momento, en el que estás teniendo el privilegio de ser mi puta, mi perra, y en el que estás siendo capaz de portarte bien y ser complaciente, inclinate a cuatro patas con el culo mirando hacia el ordenador, si estas en una silla tirate al suelo, y ponte a lo perrito, si estás en un sofá coloca las rodillas en el suelo y pon las nalgas bien expuestas, quiero ver perfectamente tus orificios

Bájate el pantalón corto, apartate el bañador, el tanga, lo que lleves puesto y hazte fotos en las nalgas, en tu sucio culo, mueéstramelo, quiero ver tus formas, un culo me da mucha información de si una chica es de verdad una auténtica puta, o si es una vulgar zorrita del montón. Quiero verl tus nalgas bien, quiero sentir esa piel ardiendo, enrojecida por los golpes,ese ano que se ha humedecido de la humedad, de la calentura que has vivido, esos labios de tu chochito tan jugositos, que parecen sudando de excitación, ese culo juguetón que ansia que su amo lo lama, lo azote, lo huela, que juegue con mis dedos amasando tus nalgas, restregando mi lengua vulgarmente por tu ano, sintiendo su sabor.

Si has sido una buena perra, y te has hecho fotos, abajo tienes mi correo,si eres un poco lista ya sabes que toca…, no busco una vulgar esclava, busco a una perra digna de que la domine, demuestrame que estás a la altura de pertenecerme y hacerte sentir lo que no imaginas.

Te sientes sucia golfa? Le dijiste a tus amigos, o a tu novio, que irías más tarde, o buscaste o una fácil excusa con tu marido, pero a mi no me engañas, ya no tienes secretos para mí, te has quedado porque deseabas sentirte así, muy puta, y porsupuesto quieres seguir sintiéndome, pero eso no depende de ti, jeje…(Continuara..)

Si eres una chica o mujer ardiente, sensual, morbosa, con fuertes fantasías de ser dominada y sometida, quizás podamos vivir nuevas y excitantes fantasías juntos, puedo desplazarme por andalucía y la zona de levante de España, y también tengo sitio para recibir.

Así que esto va dirigido para ti, zorra sumisa que le gusta ser dominada, si quieres experimentar toda esa perversión que llevas oculta, podemos hablar, y quien sabe si un día terminar yo como Amo, en una habitación con poca visibilidad, azotando tu culito de sumisa sudoroso, expuesto ante mi, arrodillada en el suelo, mientras gimes excitada y nerviosa, y yo con mi polla como un mástil rozándote las nalgas, haciendote dudar si te la voy a clavar por el culo, o voy a hacertela tragar hasta el fondo de tu garganta. ¿Te excita verdad putita?

Prefiero que quién me escriba lo haga al correo, No agrego al messenger o skype sin haber hablado antes.

Pueden ver mis fotos en la dirección indicada más abajo. Importante: Escribir la direccion del blog en la url, o copiar y pegar la dirección, pero no darle al enlace directamente porque da error : http://bomboyhot.blogspot.com/


Cuenco de Chocolate

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Mi nombre es Mario, soy un chico de 29 años de Madrid. Mi pelo es moreno y ojos marrones, soy de estatura media tirando a alto. Tengo una personalidad bastante tranquila y soy muy amigo de mis amigos. He tenido trato con bastantes chicas, pero nunca se puede considerar que haya llegado a entablar una relación amorosa. Quizá sea debido a mi carácter sumiso en la cama y a que sea tan difícil encontrar una chica dominante sexualmente, o por lo menos que deje sacar esa faceta.

De siempre me ha encantado el sexo, especialmente todas las perversiones que están envueltas con el mundo de la dominación. Debido a mi trabajo y mis estudios, paso gran parte del día delante de un ordenador. La mayoría de ese tiempo trabajando o estudiando es incluso dentro de mi habitación. Por lo que son muy recurrentes mis visitas a webs de videos porno o de relatos eróticos, donde mi mente se deja llevar y mi imaginación me lleva a situaciones en las que soy sometido por una ama que disfruta usándome.

Un día tuve la suerte de conocer por internet a una autentica Ama. Fue casi por casualidad, mi carácter tímido me cohibía a la hora de hablar de estos temas de dominación. Sin embargo, la gran cantidad de material que hay en la red sobre ello, hace evidente de que el mundo de la dominación está muy presente en nuestras vidas, aunque todo quede en la sombra del lado oscuro de internet.

Aún todavía no sé cómo tuve el valor de contactar con mi Ama. Supongo que sobre todo eran las ganas de poder conversar con gente que estuviese metida en este ambiente de la dominación/sumisión y también por mis deseos irrefrenables de ser sometido por una auténtica mujer dominante. Tuve mucha suerte de que acerté a la primera y conocí lo que para mí es la Ama ideal. Desde aquel momento conocí a mi Ama, la mujer que poco a poco me está adiestrando para servirla.

Mi Ama se llama Loli y es una auténtica Diosa. Ella tiene 44 años y tiene mucha más vida vivida que yo. Es morena y con el pelo largo, aunque su carácter juvenil e inquieta la hace cambiar de peinado constantemente. Tiene unos pechos realmente grandes y bien puestos. Su cuerpo está muy bien cuidado ya que hace aerobic a menudo, por ello tiene un culito que me vuelve loco. Tiene siempre una sonrisa en la boca, lo que desmitifica la idea de que las amas deban estar siempre enfadadas y tratar mal a sus esclavos. A mi Ama no le gusta el dolor, no es la típica ama embutida en un traje de cuero a látex y con un látigo en la mano que disfrute maltratándome. Su tipo de dominación se basa en la dominación psicológica, la encanta sentirse adorada y que la proporcionen placer. Yo estoy encantado de estar a sus pies para cumplir todos sus deseos.

Desde los 18 años mi Ama está casada. A pesar de que ya haya cumplido las bodas de plata con su marido, llevan una vida de pareja normal en un pueblo de Galicia. En su matrimonio no existe el juego de la dominación. Es entonces conmigo con quien Loli saca a florecer sus dotes de dominadora para convertirse en mi Ama. Yo para nada soy una persona celosa, me encantaría poder complacer más aún a mi Ama, pero debido a la distancia que nos separa es imposible. Considero que una mujer como Ella se merece todo y estoy encantado de que disfrute cada momento de su vida. No importa si lo está haciendo conmigo o con otra persona, lo más importante aquí es que ella sea feliz.

Al principio nuestra relación Ama/sumiso era solamente por internet. Nos intercambiábamos mails y pasábamos horas interminables chateando o haciendo videoconferencia. Su marido es ex-jugador de fútbol y ahora se quita el gusanillo entrenando a un equipo de futbol de Segunda División B. Es por ello que los fines de semana que les toca jugar fuera de casa deben de quedarse concentrados desde el día antes del partido. Eso hace que mi Ama se quede sola en casa y ocasiona nuestros encuentros sin que nadie se entere.

El viaje desde Madrid hasta su pueblo es muy largo, son varias horas de autobús, pero a mí se me hace más largo aun pensando en que cuando llegué podré volver a ver a mi Ama. Durante los fines de semana que puedo ir a verla Ella tiene un control total sobre mí

Cada vez que llego a su casa la rutina es la misma. Ella me abre la puerta y me ofrece su mano para que se la bese. Posteriormente yo dejo mi maleta en una de las habitaciones que mi Ama tiene libre en su casa. Ella siempre me ordena que la única prenda de ropa que yo puedo llevar en su casa son unos calzoncillos. Por supuesto, durante el tiempo que estoy con Ella, mi Ama tiene total control sobre mi cuerpo y mis orgasmos. Luego Ella me encarga algunas tareas domésticas que desea que yo hiciese durante el fin de semana. La primera de estas tareas suele ser preparar la comida para ese mismo sábado.

Mi Ama tiene una casa muy grande y hasta tiene un sofá en la cocina. En una de las ocasiones mi ama estaba sentada en ese sillón, desde ahí Ella navegaba por internet mientras yo cocinaba. Ella estaba vestida, con camiseta rosa y unos pantalones pirata blancos. Mi Ama hizo un chasquido de dedos para llamar mi atención. Al mirarla me señaló con el dedo que me arrodillase a sus pies.

Así que inmediatamente me puse de rodillas en el suelo, contemplándola, Ella estaba tan hermosa como siempre, mientras sonreía orgullosa. En ese momento se podía ver la sumisión en mi rostro, estoy en este mundo solo para servirla.

Los dos compartimos la afición por el chocolate, y en ese momento mi Ama tenía un tazón de chocolate a su lado en el sofá. Cuando me lo enseña y yo lo miro se me ilumina una sonrisa de tonto en la cara. Mi Ama me pregunta que si quiero probarlo, sabiendo de antemano mi respuesta. Yo le respondo asintiendo con la cabeza, y Ella me ordena que ponga las dos manos detrás de la espalda. Mi Ama me pone el tazón delante de mí en el suelo y tengo que agacharme para poder alcanzarlo.

Meto mi boca y mi nariz dentro del cuenco, intentando llegar lo más profundo que puedo. Necesito sacar mucho la lengua para poder tocar el chocolate. Siento como la punta de mi lengua se introduce en esa comida de dioses que me ofrece mi Dueña. Empiezo a lamer, comiendo como lo hacen los cachorritos. El chocolate está buenísimo, y a pesar de estar fundido, no quema, está a temperatura ambiente. Me ayudo de mi lengua varias veces para poder llevarme el chocolate hasta mi boca, sintiendo su intenso sabor.

De repente mi Ama me tira del pelo, haciendo sacar la cabeza del tazón. Me obliga a mirar hacia el techo, mientras me observa la cara. Debido a la manera de comer, se me han quedado todos los labios y el borde la boca manchados de chocolate. Realmente tengo toda la cara impregnada, las gotas de chocolate se van deslizando hasta mi barbilla haciéndome cosquillas. Mi Dueña me dice que Ella también quiere probarlo, así que aproxima su cara a la mía. Se queda un momento con su cara a escasos centímetros de mí. En esos instantes yo puedo sentir perfectamente su respiración y Ella nota mi excitación y mi nerviosismo por la espera.

Siento como la puntita de la lengua de mi Ama se desliza sobre mi labio superior. Mi Dueña está probando el chocolate sobre mi propia boca. Yo me mantengo inmóvil, mientras mi Dueña baja hasta mi barbilla, para recoger con su lengua el chocolate que está a punto de gotear. Mi Diosa me relame de abajo a arriba, utilizando su lengua sobre mi piel. Me dice que el chocolate está muy bueno, así que sigue lamiéndome la cara, refregando con su lengua para limpiarme bien.

Mi Ama utiliza la punta de su lengua para recoger todo el chocolate que está alrededor de mis labios, mientras yo mantengo mi boca cerrada. Siento su saliva impregnándose en mis labios, mientras Ella sigue relamiéndome mi boca. Siento su aliento sobre mí, y noto que realmente a Ella le está gustando, supongo que será por el chocolate. Cuando mi Dueña ya se ha terminado todo el chocolate que yo tenía encima de mí, me premia con un intenso beso. Es esos momentos yo vuelvo a sentir todo el saber intenso del chocolate desde su boca.

Ella se recuesta hacía atrás satisfecha, mirándome con una sonrisa complaciente. Yo me quedo observándola, me tiene realmente hipnotizado. Vuelve coger el cuenco de chocolate con una de sus manos, lo mira e introduce el dedo índice de su otra mano en el tazón de chocolate. Lo hunde hasta el fondo y lo saca completamente empapado en chocolate. Mira su dedo impregnado y me lo enseña, ofreciéndomelo para que lo deguste. Pero mi Diosa me indica que solo puedo lamer. Así que empiezo a hacer movimientos con la lengua de abajo a arriba, similares a los que Ella había realizado sobre mi cara. Voy limpiando desde la base hasta la punta del dedo. Cuando solo me quedaba limpiarle la punta, Ella me introduce el dedo en la boca para que con mis labios lo deje completamente limpio.

Saca su dedo de mi boca sin rastro de chocolate. Vuelve a mirar el cuenco y esta vez introduce 2 dedos: el índice y el corazón. Los saca del tazón me los vuelve a ofrecer para que me los introduzca en la boca. Yo abro mis labios y me lo meto, Ella mueve la mano metiéndome y sacándome los dedos de mi boca, dejándome de nuevo la comisura de los labios manchada. Mi Ama me mira divertida, jugueteando con su perrito.

Por tercera vez vuelve a meter los dedos en el cuenco, pero en esta ocasión hunde 3 dedos a la vez- Además doblaba un poco los dedos para utilizarlos a modo de pala excavadora y sacando gran cantidad de chocolate del tazón. De nuevo me lo enseña y me lo ofrece. No es necesario que me diga nada, yo ya he aprendido la lección y se perfectamente cuál es mi cometido en esos momentos. Así que me voy arrimando con mis rodillas para estar más cerca de su mano, y aproximo mi boca a sus dedos.

Pero justo en el momento en el que mis labios y mi lengua iban a alcanzar sus dedos, mi Dueña retira la mano alejándola de mi alcance. Se sonríe al ver la cara de tonto que se me queda cuando he estado a punto de saborear de nuevo el chocolate. Coge su mano y se la mete en su propia boca, introduciéndose toda esa gran cantidad de chocolate que había recogido esta vez. Me mira a los ojos orgullosa mientras noto como va degustando el chocolate de un lado a otro de su boca.

Me ordena que abra la boca, y yo me quedo de nuevo mirando al techo. Me coge la cabeza con las 2 manos para que mi cabeza quede justamente debajo de la suya. De repente la veo como mira hacia abajo, se cruzan nuestras miradas con mi boca abierta. Se perfectamente lo que va a ocurrir esos momentos. Mi Dueña empieza a escupir chocolate desde su boca hasta la mía. Me alimenta como si fuera un pajarillo. Expulsa en repetidas ocasiones todo el chocolate que se había introducido en su boca. Lo hace sin echar todo el contenido de golpe, sino dejándolo caer como un hilillo de saliva que resbala de sus labios. Si ya de por si el chocolate me encantaba, la mezcla de chocolate con la saliva de mi Dueña me parece un sabor celestial. Cuando mi Ama ya me ha echado todo, lo saboreo en mi boca y me lo trago. Después de eso, solo acierto a darle las gracias mientras Ella sonríe orgullosa.

Vuelve a coger el tazón de chocolate y lo deja sobre el suelo entre medias de sus 2 piernas. Mi Dueña está descalza y con unos pantalones pirata. Así que introduce el dedo pulgar de uno de sus pies en el cuenco. Yo sigo con mis manos detrás de la espalda y cuando saca el pulgar me lo pone delante para que yo se lo chupe. Primero lamo como si fuese un helado, pero después me lo meto entero en la boca para intentar dejarlo bien limpio.

Cuando termino, mi Dueña saca el pie de mi boca y observa su pulgar comprobando que he hecho un buen trabajo. Vuelve a meter el pie en el cuenco de chocolate, pero esta vez hundiendo todos los dedos, sacando una gran cantidad de chocolate. Me pone el pie delante de la cara, pero en esta ocasión me ordena que la sujete por tobillo con mis manos para sujetarlo. Empiezo a chuparle el pulgar, realizando los mismos movimientos con mi lengua que había realizado anteriormente y metiéndomelo en mi boca. Posteriormente empiezo a lamerle sus otros cuatro deditos. Primero lamiendo por la parte superior y luego por la parte inferior.

Después empiezo a meter mi lengua entre medias de sus deditos, algo que a mi Dueña creo que le gusta mucho. Entre la comisura de sus dedos hay gran cantidad de chocolate, por lo que tengo que pasar mi lengua una y otra vez para que no queden restos en ninguno de sus recovecos. Para intentar dejarlo todo completamente limpio, termino sacándole brillo a cada uno de sus dedos metiéndomelos de uno en uno en la boca. Al terminar mi Ama me coge de la mandíbula con una mano y me acerca mi boca a la suya para darme un piquito.

Habitualmente mi Ama suele señalarme por donde desea que la chupe, pero ese día estaba claro que mi Dueña quería jugar. Cogió un poco de chocolate y con la yema de sus dedos lo dejó detrás de una de sus orejas. El mensaje era claro: quería que lo limpiase con mi lengua. Como los deseos de mi Ama son órdenes para mí, me dispuse a relamerla su piel para comerme el chocolate. A Ella le gustó la idea y volvió a repetir la operación en la otra oreja, esta vez también dejó un poquito de chocolate en el lóbulo de su orejita. Con mucho gusto yo la limpié, introduciéndome el lóbulo en la boca y relamiéndolo como si fuera un caramelo.

Mi Ama recoge más chocolate del cuenco y se lo extiende por el cuello como si se estuviese untando crema hidratante, dejando todo el chocolate esparcido por el cuello. Tenía bastante superficie para lamer, así que empiezo a utilizar mi lengua de abajo a arriba. Consigo ver la cara de mi Ama y compruebo como Ella ha cerrado los ojos y está disfrutando mucho de la situación. No hay cosa que más me agrade en el mundo que precisamente eso: dar placer a mi Diosa. Ella siente mi respiración sobre su piel empapada en mi saliva. Y por lo tanto vuelve a extenderse chocolate sobre la otra parte de su cuello, llegando de nuevo hasta la oreja.

Ella iba sin sujetador, así que ya se estaban empezando a marcar sus pezones sobre la camiseta. Me ordena que se la quite mientras Ella levanta los brazos. Recoge una buena cantidad de chocolate con sus dedos y la deja caer en su escote. Era posible ver en mi cara las ganas que tenía en abalanzarme para limpiarlo. Sin embargo mi Ama mi indica con la mano que pare y me quedo mirando como el chocolate va resbalando por su escote lentamente hasta que unas gotas se adentran entre medias de su canalillo. Con otra señal con el dedo me indica que ya es momento de limpiarla y con ambas manos empezó a juntarse ambas tetas, dejando muy poco espacio entre medias. Eso hizo que a mí me costase mucho meter la lengua entre medias de sus pechos para poder limpiar todo el chocolate, pero lo hice llegando a limpiar su escote.

Después m Dueña cogió un poco más de chocolate y se lo impregno en uno de sus pezones, encargándose de recubrir también por completo toda la aureola. Con ambas manos hizo sobresalir dicho pezón para que quedase de punta, y yo con las manos aún a la espalda saqué la lengua para hacer movimientos circulares alrededor de él. Posteriormente mi lengua se dispuso a dar lametones a todo el pezón, que estaba muy duro en ese momento, así hasta dejarlo completamente limpio y erecto.

Mi Ama se untó más chocolate en su otro pecho y yo me metí el pezón en la boca para limpiarlo. Mamaba como un bebé mientras mi Dueña se pellizcaba el pezón que yo había dejado húmedo anteriormente. Todavía no había tocado a mi Diosa con las manos pero sentía que solo con mi boca la estaba complaciendo, quería que ese momento no acabase nunca.

El siguiente entretenimiento de mi Dueña fue dibujarse un circuito de carreras con chocolate en su vientre. Lo dibujó muy sinuoso y con muchas curvas. La salida era su canalillo y la meta era el botón de sus pantalones. Después de dibujarlo me dijo que mi lengua debía de recorrer ese circuito, pero que no debía de preocuparme de ser especialmente rápido sino todo lo contrario. Se trataba de hacer el camino despacito, disfrutando de cada centímetro y procurando no salirme en ninguna de las curvas.

Al terminar de recorrer su vientre, se desabrochó los pantalones y yo la ayudé a quitárselos tirando de las piernas de los pantalones mientras Ella levantaba su culito. Debajo llevaba unas braguitas negras semi-transparentes, que dejaban adivinar el tesoro de mi Diosa. Me cogió la cabeza con ambas manos y me restregó mi cara por encima de su tanga. Podía notar el aroma de la excitación de mi Ama mientras Ella se abría de piernas y cada vez me apretaba más fuerte sobre Ella. Su respiración se estaba acelerando y yo me sentía muy excitado de que me usase de esa manera.

Mi Ama se abrió más de piernas aún y se extendió un poco de chocolate a lo largo del pliegue de su coño y las piernas, dejando sus ingles achocolatadas. Primero empiezo por la ingle izquierda, recorriéndola completamente con mi lengua. Después pasé a la ingle derecha y en esta ocasión me ayudaba de los labios para absorber, lo que provocaba gran excitación de mi Dueña.

Me hizo saber que sus braguitas estaban sobrando, se podía ver a simple vista lo mojadas que estaban. Pero mi Ama me indicó que debía seguir sin utilizar las manos y que debía quitarla la única prenda que la quedaba utilizando mis dientes. Me esmeré mucho para no morderla ni arañarla con mis dientes hasta que conseguir dejar a mi Diosa totalmente desnuda. Después mi Ama recogió sus braguitas de mi boca y me las restregó por la cara, podía sentir como una parte de ellas estaba totalmente empapada, me encantaba sentir su esencia.

Ya totalmente desnuda, Ella se volvió a abrir de piernas mostrándome su sexo mojado. Esos son momentos para de verdad sentirse afortunado por poder estar ahí, por poder adorarla, por poder satisfacerla y por poder servirla. Mi Ama me ordenó que la diese un buen orgasmo, y por supuesto sin manos, como ya había desempeñado mis anteriores tareas.

Mi Dueña estaba sentada en el sofá de su cocina, con el culo al borde del sillón, abierta de piernas. Yo estaba de rodillas en el suelo entre medias de sus piernas. En ese momento me dispuse a saborear el sexo de mi Ama, por lo que comencé dándole besitos a través de uno de sus muslos, hasta llegar hasta su ingle. A mi Ama le gusta mucho que me entretenga besuqueando y lamiendo alrededor de su coñito, antes de meterme ya en faena.

Cuando ya nota que se intensifican los movimientos de sus caderas, empiezo a pellizcar con los labios de mi boca los labios de su coño. Comienzo a saborear sus fluidos y voy sacando mi lengua poco a poco. Mi Ama conserva bastante pelo en la parte de arriba, pero tiene totalmente depiladitos sus labios, eso facilita mucho mi trabajo.

Poco a poco voy introduciendo mi lengua entre medias del coñito de mi Dueña, adentrándome en cada lamida más y más. Cuanto más chupo, más empapado está y eso me llama para meterme más hasta el fondo. Mi Ama se abre su coño con las manos, ayudándome a que bucee en su interior. Mi lengua empieza a entrar hasta el fondo, intento fallármela con mi lengua. Cada embestida consigo entrar más y más profundo, en esos momentos me gustaría tener la lengua de un camaleón para poder llegar hasta las entrañas.

Posteriormente me dispongo a comer el coñito de Ama como conjunto, realizando lamidas de abajo a arriba que recorren todo su coño, dándole un toque final con mis lamidas a su clítoris. Después de unas cuantas pasadas, mi Ama me agarra de la cabeza y me la incrusta en su coño. Yo saco la lengua y empiezo a mover la cabeza hacia los lados, como diciendo que no con la cabeza. En esos momentos siento como mi nariz está rozando su clítoris y mi cara termina totalmente empapada.

Vuelvo a darle besitos en el coñito, que poco a poco se van convirtiendo de nuevo en lamidas. Mi lengua va alternando zonas, a veces estimula su clítoris y otras veces vuelve a introducirse dentro de sus coño.

La respiración de mi Dueña sigue acelerándose y yo me centro en su clítoris, que es la manera en la que le proporciono mayor placer. Hago círculos con mi lengua alrededor suyo y lo voy alternando con lamidas.

Poco a poco las lamidas se van haciendo más y más intensas. Mi lengua empieza a ejercer cada vez más presión sobre su clítoris. Mis lametones van siendo más y más potentes, noto el roce de su botoncito en mi lengua. No paro de comérmelo aumentando poco a poco la velocidad. Para arroparlo, lo rodeo con mis labios metiéndome el clítoris y su capuchón en mi boca, mientras con mi lengua lo estimulo cada vez más rápido. Mi lengua parece una trituradora que lame y relame su clítoris sin parar.

Los movimientos de sus caderas son cada vez más rápidos y con mayor recorrido. Con mi lengua golpeando su clítoris, mi Ama me agarra de nuevo con las 2 manos mi nuca hacia su coño y empieza a hacer movimientos balanceándose. Yo mantengo la lengua sacada haciendo toda la presión que puedo contra su clítoris. Mi Dueña se mueve más y más rápido y no para de gemir.

Continua con sus movimientos y restregándose mi lengua por su clítoris hasta que explota en un intenso orgasmo. Noto como cierra los ojos y aprieta sus mandíbulas por las oleadas de placer que recorren todo su cuerpo. Siento como se estremece por completo mientras yo la observo orgulloso. Después de su orgasmo Ella me mira sonriendo, me premia con un tremendo beso.

Yo me dispongo a limpiar su coño de todos los fluidos que han salido. Me encanta rematar la faena dejándoselo todo limpito. Así que utilizo mi lengua para dejarlo todo como una patena. Me siento muy orgulloso por cada orgasmo que tiene mi Diosa, los disfruto mil veces más que los míos propios. No tengo duda de que yo estoy en el este mundo sólo para servirla, no hay nada que me haga más feliz que satisfacerla.

Después del orgasmo, mi Ama se quedó totalmente relajada y volvió a coger el portátil para seguir navegando por internet. No tardará mucho en encomendarme que la proporcione más placer, pero de momento yo vuelvo a mis tareas como cocinero. Esa no será la única “comida” que la haga en ese día.

Este es mi primer relato, espero que les haya gustado. Agradezco enormemente cualquier comentario o sugerencia.

Mario.

Cougars Bar

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Cougar’s

Seguramente pensaran que soy una demente cuando les cuente lo que pasó hace poco tiempo, yo misma me consideraba una loca antes de que todo ocurriera como ocurrió. Pero déjenme contarles desde el principio como me convencí de que el incesto es lo más hermoso que existe en esta vida. Después si lo desean pueden juzgarme.

Mi nombre es Delia, actualmente tengo 45 años y vivo sola con mi hijo Armando de 25 años. Vivimos solos desde hace ya 3 años que me divorcié de mi marido, él me cambio por una mujer mucho más joven que yo. El problema es que en estos 3 años que llevo viviendo sola con mi hijo ha nacido en mí una terrible obsesión por los hombres jóvenes. Es como si me quisiera vengar de la traición de mi marido haciendo lo mismo que él me hizo a mi primero. He tenido una muy buena cantidad de amantes que no rebasan los 30 años e incluso he estado con chicos de hasta 16 años y me ha producido un enorme placer. Pero en los últimos meses fui incapaz de entregarme a ningún amante pues poco a poco se ha ido metiendo en mi cabeza la idea de entregarle mi cuerpo a mi propio hijo Armando. Cuando lo veo mi cuerpo sufre un escalofrío al pensar en poder estar entre sus brazos y acariciar su pecho musculoso. Mi deseo me provoca que mi vagina se humedezca cada vez que pienso en él, haciéndome imposible vivir una vida normal.

Sin embargo siempre creí que ese deseo era una locura que debía de quitar de mi mente si no quería terminar en un manicomio. Eso fue hasta que conocí por internet a Estrella. Una amiga que conocí en el Facebook mientras buscaba a alguien para platicar sobre el tema del incesto.

Estrella es todo lo que yo anhelo ser, pues a sus 53 años lleva una relación amorosa y sexual que ha durado 15 años con su hijo Mauricio que actualmente tiene 35 años de edad. Cuando me relató como su hijo la hizo suya cuando él tenía apenas 20 años y ella 38 me excité al grado de masturbarme frenéticamente luego de verlos follando al otro lado de la webcam. Ahora Estrella es la esposa de su hijo y su esclava sexual, Mauricio es un verdadero toro semental que mide 2.00 mts y debe pesar por lo menos 110 kilos de puro musculo. Estrella en cambio es una mujercita menudita de menos de 1.70 y que no debe rebasar los 75 kilos. Verlos haciendo el amor a través del monitor fue súper excitante, pero no me esperaba lo que seguiría en los próximos días y que me llevarían a vivir en ese mundo mágico y hermoso del incesto.

Estrella me aseguraba que el incesto entre madre e hijo era de lo más natural y que debía de ser fomentado. Al grado de que Mauricio con un poco de ayuda del dinero que le mandaba su padre ya se había convertido en un joven empresario y construyó un antro dedicado exclusivamente a mujeres como yo; maduras, fogosas y experimentadas que quisieran conocer y tener sexo con jóvenes enérgicos. El antro se llamaba Cougar’s y estaba situado en una zona muy exclusiva, pero a la vez lo suficientemente discreta como para no llamar demasiado la atención. Estrella y Mauricio pusieron tanto interés en mi caso que me propusieron conocerme en persona para platicar y planear la forma de seducir a mi propio hijo. Lo que seguiría sería una montaña rusa de sexo, placer y perversión deliciosa.

Día 1 (Domingo)

El primer día fue un domingo y me invitaron a tomar un café, en una cafetería que por cierto también es propiedad de Mauricio. Lo que me sorprendió más fue que Mauricio no le ponía tanta atención a su madre como me ponía a mí. A pesar de eso Estrella parecía disfrutar de lo lindo mientras veía a su hijo insinuándome propuestas de lo más indecorosas. Cosa que por supuesto me prendió de una manera indescriptible, solo de imaginarme atravesada por ese toro en brama igual que como había visto a mi amiga a través de la pantalla me ponía a mil por hora, por lo que obviamente pronto accedí a jugar el juego que Mauricio me proponía. Sin hacer escalas fuimos directamente del café a casa de Estrella a hacer un menage a trois delicioso. El centro de atención esa tarde fui yo; tanto Estrella como Mauricio me prestaban el 100% de su atención y yo estaba extasiada entre esos dos amantes incestuosos que me invitaban a su mundo fantástico.

Me dejó asombrada la cantidad de juguetes sexuales que tenían a su disposición, así como la lencería y otras prendas sexys que Estrella me presumió y que usó conmigo también. Mauricio me penetró en una docena de posiciones diferentes y estrella no dejaba de tocarme y besarme de mil formas distintas. Mi trasero tampoco se salvó de las embestidas de Mauricio y al final Estrella se puso un consolador con arnés para hacerme una doble penetración. Se nos hizo de noche y ellos seguían dándome placer como si fueran máquinas, no bien se venía Mauricio en cuestión de minutos el semental ya estaba nuevamente asaltándome frenéticamente. Al final mis piernas ya no me respondían, Mauricio me llevó casi cargando a su auto para llevarme a casa y cuando me dejó en la puerta las piernas aún me temblaban.

Me habían cogido salvajemente esa noche y era algo que quería que se repitiera indefinidamente, pero quería a mi hijo en esa experiencia, ahora que había visto cómo vivían Estrella y su hijo, deseaba ser parte de eso también y haría todo lo que fuera necesario para lograrlo. Sí, ya había cruzado la línea, si esto es una locura yo estaba loca de atar.

Día 2 (Lunes)

Estrella me dio varios consejos esa noche para seducir a mi hijo y poco a poco los llevaría a cabo y al pie de la letra. Lo primero que hice el lunes en la tarde llegando del trabajo fue irme directo a mi recamara, ahí me cambie y me puse ropa más ligera. Salí y después de cenar con mi hijo le pedí un masaje de pies. Al principio él estaba sorprendido de mi petición, pero le dije que había tenido un día terriblemente pesado y en verdad necesitaba su ayuda, así que él accedió y se puso en posición, yo me senté en el sillón individual de la sala y él se puso de rodillas frente a mí. Me descalzó y me untó crema en los pies, en cuanto empezó a acariciarlos y a masajearlos yo empecé a estremecerme, casi no podía contener mi excitación, pero debía hacerlo para no espantarlo. Cuando pasó masajeando unos minutos en cada pie le pregunté si sería mucho pedir que siguiera con mi pantorrilla a lo que él accedió de inmediato, se notaba que él también estaba un poco emocionado ya que el estupor del principio había desaparecido y ahora estaba más entusiasta que antes. No tuve que rogar demasiado para pedirle que me acariciara un poco los muslos, lo que hizo con gran diligencia. No fue mucho tiempo el que pasó cuando yo estaba totalmente empapada, con las piernas abiertas y mi hijo tocándomelas, no pude evitar tener un orgasmo, fue cuando le di las gracias por su amabilidad conmigo y me fui a acostar, me fui a mi recamara y tomé un dildo que Estrella me regaló para masturbarme frenéticamente esa noche, lo mejor es que me imaginaba a mi propio hijo haciendo lo mismo en ese momento, haciéndose una rica paja en honor de su madre que tanto lo amaba.

Día 3 (Martes)

Al día siguiente desperté totalmente desnuda, toda la noche tuve sueños eróticos, estaba completamente empapada entre las piernas y súper ansiosa por tener a mi hijo en la cama follándome duro. Lo primero que hice fue masturbarme nuevamente en honor a mi hijo, acto seguido me dispuse a seguir con el plan y me metí a bañar justo antes de que Armando despertara.

Así como salí de la regadera fui a mi recamara y en lugar de vestirme como normalmente lo hacía me puse mi bata de dormir sin nada de ropa debajo y esperé unos minutos a que Armando bajara a la cocina a desayunar.

Comencé a prepararle el desayuno en bata, cada que podía me agachaba para que el me pudiera ver bien y notara que no traía nada puesto debajo. Como estaba de espaldas no podía ver su cara, pero me imaginaba que me estaría viendo con mucha lujuria. Después de eso le lleve su plato a la mesa de la cocina. Me senté frente a él y discretamente deje que la bata se me hiciera a un lado para enseñarle uno de mis senos. Mi excitación era enorme, así que mis pezones estaban bien erectos, si de por si se me notaba por debajo de la bata dejándolos al descubierto era más que evidente.

Ahora sí podía ver la cara de mi hijo, el pobre no probaba bocado pues sus ojos estaban fijos en mi pezón que se asomaba por entre los pliegues de mi bata, yo sonreía satisfecha al ver su cara y su boca abierta casi hasta el suelo. Me encantaba porque sentía que me miraba como a una mujer cualquiera y no como a su madre. Eso era lo que yo necesitaba según Estrella. Después de un rato por fin reaccionó y me dijo que tenía una “bubi” de fuera. Yo fingí estar sorprendida y le dije que por las prisas ni me había podido vestir después de la ducha. Era una pésima mentirosa, pero eso no importaba. La misión estaba cumplida.

Eso fue por la mañana, regresando de trabajar, ya casi de noche, le volví a pedir a Armando un masaje, pero esta vez no en los pies, sino en la espalda. Esta vez el reaccionó de inmediato, no le tuve que dar explicaciones, al instante se puso de pie y aceptó ayudarme. Lo llevé a mi recamara y me recosté boca abajo sin blusa y sin sostén. A diferencia del día anterior pude notar que mi hijo estaba casi ansioso por comenzar, y al momento de empezar el masaje pude sentir sus manos hirviendo en mi espalda. Fue una sensación de emoción y lujuria extremas. Me imaginaba que su verga debía estar a punto de estallar debajo de su pantalón y hubiera dado lo que fuera por tenerlo dentro de mí en ese momento y así aliviar la presión que debía tener en ese momento tocando la espalda de su madre y deseando follarla. Lo sabía, estaba cien por ciento segura que mi hijo me deseaba tanto como yo a él. Pero Estrella me había advertido que el momento llegaría solo, que no debía desesperarme ni dar un paso en falso. Mientras pensaba todo esto, las manos de mi hijo bajaban cada vez más por mi espalda. Decidí ayudarlo y me desabroché el pantalón para dejar un poco de mi trasero al descubierto. Armando entendió de inmediato el mensaje y bajó sus manos aún más hasta acariciarme la parte donde nacen mis glúteos. No sé cómo pude resistir pedirle que bajara más las manos y me acariciara el culo y el coño. Pero me contuve, sabía que el premio estaba lejos pero era casi seguro. Después de una media hora mi hijo terminó de masajearme, yo deseaba más, pero no debía ser golosa, ya habría tiempo para gozar no solo con sus manos sino con todo su cuerpo después. Me di vuelta dejando mis senos descubiertos al aire para que el los viera y le di las gracias. Él salió algo nervioso de la recamara, pero alcancé a ver muy bien como tenía su verga bien erecta. Nuevamente me acosté mojada y me masturbe aún más fuerte que antes pensando en lo que haríamos cuando fuéramos amantes mi hijo y yo.

Día 4 (Miércoles)

Como mi precioso hijo no tomaba la iniciativa era hora de castigarlo un poquito para ver si así se ponía más atento con su madre necesitada de cariño. Ya que darle puerta no funcionaba era hora de darle celos.

Estaba en el trabajo cuando llegó a mí un paquete. Era una caja de cartón sin adornos, solo con una tarjeta que decía:

“No lo abras hasta que llegues a tu casa.

Úsalo esta noche, paso por ti a las 11 P.M.

Atte. Mauricio

P.D. No se te olvide modelárselo a tu hijo”.

Un escalofrío de emoción recorrió mi espina dorsal cuando vi la tarjeta. Mi ángel de la guarda me sonreía y me enviaba una invitación a salir esta noche. Estrella y su hijo no se había olvidado de mí por lo que pude ver y me daba mucha felicidad contar con su apoyo.

Llegué a mi casa como bala y de inmediato me di una ducha, saliendo del baño entré a mi habitación y me puse el atuendo que Mauricio me había regalado. No había olvidado ningún detalle por lo que pude averiguar. Una tanga negra de hilo dental, unas medias de red y un liguero negro, un sostén negro de encaje, un mini vestido gris obscuro metalizado, exageradamente escotado al frente y atrás y totalmente entallado. Y cuando digo mini vestido me refiero a que era increíblemente corto y dejaba muy poco a la imaginación. También incluyó en el paquete algo de joyería como aretes, pulseras y una gargantilla todos con joyas preciosas y por si fuera poco un perfume delicioso y unos zapatos de tacón de aguja negros.

Estaba lista, vestida, perfumada y maquillada. Era la hora del espectáculo. Llamé a Armando a la habitación y le modelé mi atuendo, le pregunté que le parecía y él me miraba estupefacto. En lugar de elogiarme sus celos comenzaron a actuar. Me preguntó que para que era el vestido y si iba a salir a algún lado. Le dije que efectivamente pensaba salir esta noche con un amigo que conocí en internet y le pedí que me deseara suerte. Él me veía asombrado al ver a su madre vestida prácticamente como una prostituta lista para salir así con un tipo casi desconocido. Más aún cuando se daba cuenta de que yo disfrutaba verlo así. Abrí los brazos y le pedí un abrazo para que me deseara buena suerte. Armando estaba atónito pero no se resistió al abrazo. Lo apreté fuertemente contra mi pecho y pude sentir claramente su verga dura, erecta rozando mi entrepierna, también sentí como temblaba, tal vez de emoción, tal vez de miedo o incluso de rabia. El deseaba hacerme suya, estaba segura de eso y disfrutaba mucho este juego.

Mauricio no podía ser más puntual. A las 10:55 ya estaba en la puerta de la casa tocando el claxon. No me atreví a dejarlo pasar, salí de inmediato y me fui con él en su auto, un Lotus Elise amarillo. Él venía muy elegante y bajó del auto a recibirme con un beso. Yo me preguntaba si Armando estaría espiando por la ventana, al pensar que así sería yo misma besé a Mauricio con más pasión y pude sentir sus manos acariciando mis nalgas que ya de por si se alcanzaban a ver un poco con ese vestido tan corto y seguramente ahora estarían completamente a la vista con sus caricias tan candentes.

No fuimos a cenar, ni a bailar, ni a ningún lado más que a su departamento. Aparte de la casa donde vivía con Estrella tenía este departamento para él solo y así poder llevar a sus conquistas sin que su madre estuviera completamente al tanto. Esta vez seguramente Estrella sabía con quién iba a pasar la noche pero no quería intervenir. En cierto modo me preocupaba que no estuviera presente porque eso solo significaba que tendría que lidiar con este semental yo sola. Sería una noche larga pero muy placentera.

Día 5 (Jueves)

Afortunadamente me llevé una muda de ropa al departamento de Mauricio, o hubiera tenido que ir vestida como ramera al trabajo pues amanecí entre los brazos de Mauricio totalmente rendida por la noche de pasión que había pasado a su lado. No me había equivocado, yo sola contra ese semental era poca pieza y había terminado medio desmayada después de tan tremenda cogida.

Mauricio me llevó hasta mi oficina y al dejarme me dijo que me iría a visitar por la noche, así que debía estar preparada para recibirlo. Me dio una segunda caja igual llena de ropa y accesorios que tendría que usar hoy en la noche.

El día en el trabajo se me hizo eterno, me moría por hurgar en la caja y ver que sorpresas me había dado mi querido amigo y ponérmelas para que Armando me las viera puestas. Saliendo de trabajar me fui volando en taxi a mi casa, mi ansiedad era tanta que sentía un hormigueo en el estómago y entre las piernas.

Llegué y me fui directo a la recamara a descubrir lo que Mauricio me tenía preparado. Esta vez el atuendo era más conservador, Pude ver que no había incluido ropa interior, solo unas zapatillas plateadas y un vestido rojo muy bonito y mucho más largo y discreto que el de la noche anterior. Esta vez no había joyería ni perfume, lo que me desilusionó un poco, tendría que usar lo mismo de la noche anterior. Supuse que por no haber incluido ropa interior eso significaba que no debía de usar ninguna, la tela del vestido era muy delgada así que se notaría bastante que lo usaba sin nada debajo.

Esta vez Mauricio llegó a las 9:00 P.M. pero a diferencia de la noche anterior no tocó el claxon, sino que tocó el timbre de la puerta. Me puse pálida como fantasma al oír el timbre. Salí de inmediato a abrir y recibí a Mauricio con un abrazo y un beso muy cachondo, sus manos de Mauricio recorrían mis nalgas que no tenían nada encima más que el vestido que me había regalado, pasaba sus dedos entre mis nalgas acariciándome el ano que tanto había maltratado la noche anterior.

De repente noté que detrás de mí estaba Armando viendo como me entregaba a ese hombre en la puerta de la casa sin el más mínimo pudor. Me debo de haber puesto más roja que una granada, pero Mauricio no se inmutó, al ver que me quedaba paralizada él tomó la iniciativa y se presentó con mi hijo, diciendo que era mi novio y que íbamos a pasar un rato juntos en casa si a él no le molestaba. Mi Armandito solo hizo una mueca y dijo que estaba bien para acto seguido subir a su recamara.

Le pregunté a Mauricio que haríamos y él solo me pidió que lo llevara a mi recamara. Mientras lo hacía ya comenzaba a quitarme la ropa, yo temblaba y sudaba de los nervios, me iba a follar en la casa, justo al lado de la habitación de mi hijo, él podría escuchar todo desde su habitación, yo sabía lo que tenía que hacer, gemir y gritar de placer para que él se enterara de lo fogosa que era su madre cuando tenía un joven macho entre las piernas, si esto no detonaba la bomba del incesto en mi casa, nada lo haría.

Estaba tan cachonda que no tarde en entregarme a Mauricio, me ponía en docenas de posiciones diferentes mientras que yo hacía todo el ruido que podía, pedía más y más, en ocasiones le llamaba bebé a Mauricio, bebito lindo, hijito, de mil formas que pudieran identificar mi deseo incestuoso, mi fantasía siendo realizada.

Según yo mi hijo estaría simplemente escuchando desde su habitación mis quejidos de placer, no podía estar más equivocada, no solo estaba escuchando sino que estaba viéndome a través de la puerta que Mauricio había dejado convenientemente entreabierta. Lo pude ver de reojo cuando Mauricio me tenía de a perrito. No quise verlo a los ojos, me daba mucha vergüenza, pero al final sabía que sería mejor si lo hacía, si lo retaba a mantenerme la mirada mientras mi macho me atravesaba. Lo hice, volteé a mirarlo y nuestros ojos se encontraron por un segundo. Armando no resistió y salió volando de ahí de vuelta a su cuarto, ni siquiera tuvo la sutileza de cerrar su puerta sin hacer ruido. Dio un portazo, no sé si por el miedo o por el coraje. Pero yo estaba satisfecha, ahora Armando ya sabía lo puta y golosa que era su madre y lo mucho que disfrutaba el sexo con hombres menores. No paré de gritar toda la noche mientras Mauricio me poseía de mil maneras hasta que ambos quedamos rendidos.

Al irse Mauricio me dejo otra caja con ropa, me dijo que la usaríamos mañana, que sería nuestro gran día.

Día 6 (Viernes)

El atuendo para el viernes era de lo más elegante y erótico a la vez. Tenía un nuevo juego de liguero y ropa interior negra y roja de encaje; un vestido de sirena negro, con la sorpresa de que por la espalda estaba totalmente descubierto hasta donde terminaba mi trasero, es decir que mi trasero completo quedaba totalmente a la vista del público, lo que me escandalizó un poco; No podían faltar las zapatillas negras de punta de aguja y plataforma, más joyería y un nuevo perfume, todo pintaba para una noche maravillosa.

Mauricio llegó a la casa a eso de las 10:00 P.M. Nuevamente llegó tocando el timbre de la casa por lo que imaginé que volveríamos a follar en casa como la noche anterior. No podía estar más equivocada.

Me dijo que iríamos al Cougar’s, su famoso antro exclusivo para mujeres maduras y hombres jóvenes. Armando estaba presente y Mauricio me dijo que si quería mi hijo podía acompañarnos, pues Estrella nos acompañaba esa noche y no quería que hiciera mal tercio. Armando aceptó a regañadientes, yo creo que movido por el deseo de desquitarse de Mauricio y tener una oportunidad de follarse a su mamá de él como él lo había hecho conmigo.

Estrella ya venía en el coche con Mauricio, que esta vez traía un Mercedes Benz para que cupiéramos los cuatro. Si yo pensé que me veía despampanante con mi vestido Estrella lo admito, me opacó cuando bajo del auto para saludarnos. Traía un vestido largo, súper escotado, plateado que se transparentaba por completo, se podía ver sin mucho esfuerzo que no traía nada de ropa interior.

Armando estaba que echaba baba cuando Estrella lo saludo. Mauricio me sentó a mí en el asiento del copiloto y mando a su madre y a mi hijo a la parte de atrás. Mauricio no se anduvo por las ramas, apenas arrancó el auto se sacó la verga del pantalón y me puso a mamársela. Mi hijo estaba atrás viendo todo el espectáculo, yo estaba que me moría de nervios pero debía obedecer, él sabía mejor que nadie lo que se requería para que esta noche todo saliera como lo había planeado.

Estaba dando cabeza a Mauricio mientras mi hijo estaba atrás en el auto, al levantar un poco la cabeza pude notar que Estrella no se había quedado atrás y que también chupaba la verga de mi hijo, en su carita se notaba lo excitado que estaba, aun así al voltear a verlo nuestras miradas se cruzaron, mi hijo se estaba viniendo en la boca de Estrella pero me veía fijamente a mí a los ojos. Se veía con la imagen de su madre en la mente y lo estaba disfrutando. Mauricio no tardo en venirse también en mi boca, el terminar levante la mirada y vi a mi hijo con la boca llena de leche. No pude evitar sonreírle y el me devolvió la sonrisa. Yo estaba feliz y excitada, ya no habría marcha atrás esa noche.

Llegamos al Cougar’s. El lugar era de otro mundo, estaba escondido discretamente en un callejón, para que no cualquiera pudiera encontrarlo, de hecho solo se accedía a él con invitación. El valet parking nos recogió el auto y entramos por una puerta pequeña que solo tenía un pequeño letrero de neón rosa con el nombre del lugar. Armando y Estrella entraron primero, él tenía su mano directamente sobre el trasero de mi amiga, sujetándolo con fuerza, de inmediato los cadeneros dejaron pasar a Estrella sabiendo que era la madre del dueño del lugar y después a Mauricio que me llevaba de la cintura. Una vez pasando el vestíbulo las cosas adquirían un tono todo menos discreto. Había unas 20 mesas en el lugar y una gran pista de baile al centro, aunque la música que estaba en ese momento era más bien para relajarse y platicar acompañados de una copa. Había más de la mitad de las mesas ocupadas, la mayoría por parejas y una que otra con un grupito de cuatro personas a lo mucho. A nosotros nos ubicaron en una mesa reservada en el entresol. Al otro lado de donde nos sentamos había unos cubículos cubiertos con cortinas que no tardaría en descubrir de qué se trataban.

Estuvimos tomando unos tragos y platicando cada quien con su pareja, podía escuchar que Estrella hablaba con mi hijo de sexo, de sus posiciones favoritas, su parte del cuerpo femenino preferida y cosas así. Él estaba encantado con mi amiga, el alcohol lo había puesto muy parlanchín y ponía atención a cada palabra. De repente Mauricio llamó a un mesero y le hizo una seña, en poco tiempo el tono de la música aumentó de velocidad y Mauricio me sacó a bailar. Estrella y Armando se nos unieron en la pista de baile. No me podía mover mucho con el vestido, pero no me hacía mucha falta. Mauricio bailaba muy pegadito y lentamente conmigo, con sus manos sobre mi trasero que estaba prácticamente al descubierto. Después de un par de canciones cambiamos de pareja. Armando me tomaba de la cintura pero yo deseaba que me tomara del trasero igual que Mauricio, que sintiera mi piel como se estremecía entre sus manos. Poco a poco iba bajando las manos, yo cerraba los ojos deseando que se diera prisa antes de que terminara la canción, pero no fue así. Al terminar la música Mauricio me tomó y me llevó con él, pero no a nuestra mesa sino a uno de los cubículos al otro lado del entresol. Eran pequeños cuartos aislados con un gran sillón ideal para hacer el amor. No hice preguntas, Mauricio me quito poco a poco el vestido y me sentó en sus piernas. Hicimos el amor locamente, entre el alcohol y la música yo me sentía transportada a otro mundo, solo quería tener sexo y me entregué a él como si fuera la primera o la última vez que me hacían el amor.

Al lado de nuestro cubículo mi hijo estaba haciendo lo mismo con la mamá de Mauricio, ellos seguían cada paso que dábamos nosotros, me imaginaba estar en su lugar, con mi hijo amado penetrándome, sentía como me mojaba aún más al tener esos pensamientos. Después de un rato Mauricio había terminado ya conmigo, estaba cansada, pero deseosa de más. Sin embargo me dijo que me vistiera y que me preparara para lo mejor de la noche.

Salimos, Estrella y mi hijo ya estaban en la mesa y nos recibieron con una sonrisa de satisfacción. Estrella elogió los dotes de mi hijo como si elogiara su bonita letra o cualquier cosa de lo más normal, ambos nos sonrojamos con el comentario, y justo antes de sentarnos Mauricio propuso reacomodarnos cada quien con su respectiva madre o hijo. Así pues me quede sentada al lado de Armando mientras que Estrella se sentó con Mauricio. Al principio era raro pero mis amigos rompieron el hielo primero y empezaron a acariciarse y besarse frente a nosotros. Mi hijo estaba claramente turbado al ver eso por primera vez, yo volteaba a verlo pero él no apartaba la vista de la pareja incestuosa, quería decirle que siguiera el ejemplo, pero las palabras no me salían de la boca. Sentía un calor insoportable en las mejillas y en mi vientre, mis pezones erectos y mi entrepierna mojada y con una comezón terrible, necesitaba a mi hijo ahora, pero tenía que ser paciente. Estrella y su hijo no dijeron una palabra y se fueron de regreso a los cubículos. Armando y yo nos quedamos sin poder vernos uno al otro, la media hora que se tardaron mis amigos en regresar a la mesa se me hizo la más incómoda y eterna de toda mi vida. No podía ver a mi hijo a los ojos y mucho menos hablarle, era como si estuviera desnuda en medio de una plaza pública, sudaba copiosamente, hasta me temblaba la mano cuando levantaba mi copa. Un mesero se nos acercó para preguntarnos si necesitábamos algo. Quise decirle que sí, que quería irme a un cubículo, pero me quedé callada, Armando le dijo que no, que no necesitábamos nada.

Mauricio y su mamá regresaron por fin, nos debieron de notar claramente turbados porque Mauricio en lugar de sentarse le pidió a Armando que lo acompañara al baño, Estrella se sentó a mi lado y me dijo que no había porque preocuparse, que todo estaba saliendo como lo había planeado y que me hiciera a la idea de que entre más tiempo pasara para que mi hijo me hiciera suya, más placer experimentaría.

Nuestros hijos regresaron después de unos 15 minutos, Armando se veía claramente nervioso, pero contento, de inmediato invitó a Estrella a un cubículo y Mauricio me invitó a mi nuevamente, yo creí que simplemente las cosas no se darían esa noche pero me equivoqué. Al llegar a los cubículos Mauricio tomó a su madre y se metió con ella, y mi hijo me tomó a mí de la mano y me llevó a mí a nuestro cubículo. Yo sentía que flotaba, de repente creí que me desmayaría de la emoción, veía borroso y me zumbaban los oídos. Pero en cuanto mi hijo me tomó de la cintura y me besó los labios regresé a la tierra como un meteoro. Él me hizo una pregunta, que si de verdad estaba segura de querer esto, le dije que sí, que definitivamente era lo que quería más que nada en el mundo, demostrarle mi amor de madre y de mujer al mismo tiempo. Entonces yo le pregunté si para él estaba bien tomar a su madre y me contestó que sí, que lo perdonara por no haberlo hecho antes pero que solo con el ejemplo de Estrella y Mauricio había podido saber que lo que él deseaba no era nada malo.

No dijimos ni una palabra más, nuestras manos se enredaban con la ropa, jadeábamos y sudábamos como locos tratando de salir de una camisa de fuerza, al final logré despojarme del vestido y él de su ropa, de inmediato me puse de rodillas para mamarle su verga a mi hijo. La chupaba como si fuera ambrosía, como si fuera lo último que me fuera a meter a la boca, quería que mi hijo supiera cuanto lo amaba y mi boca se encargaría de hacérselo sentir. Sus manos tomaban mi cabello, me acariciaban y yo gozaba como nunca comiéndome a mi hijo. Pero quería sentir aún más. Así que me levante y me recosté sobre el sillón con las piernas abiertas. Quería a mi hijo adentro de mí, quería que volviera al lugar por donde había salido, que volver a tener aunque fuera solo una parte de él dentro de mí y no podía esperar más, ni él tampoco afortunadamente, se abalanzó sobre mí y me penetró al instante, su rico pene estaba entre mis piernas y me estaba follando con todas su enjundia, creía que me iba a partir en dos, que me moriría en ese momento de puro placer.

Perdí por completo la cuenta del tiempo, pudieron ser segundo u horas las que mi hijo me penetró, igual el placer fue infinito, no paraba de pedir más y más, tuve un orgasmo tras otro, nada me podía hacer más feliz de lo que estaba en ese momento. Al fin pude sentir a mi hijo viniéndose dentro de mí, al sentirlo comencé a llorar de placer y felicidad, mi fantasía más alocada se estaba convirtiendo en realidad, entregarme a mi hijo ya no era motivo de mis masturbaciones sino una realidad. Esa noche, gracias a mis amigos Estrella y Mauricio, comenzó una nueva etapa de mi vida, donde ya nunca me sentiría sola.

Un dia de playa

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1. Juan Era una soleada mañana de Julio, poca, muy poca gente había en la playa. Decidimos plantar todos nuestros bártulos en un apartado sitio donde no teníamos a nadie en las cercanías. No era la primera vez que íbamos a esa playa, aunque aparecía en todas las guías de turismo de la zona, era de difícil acceso, bueno, no tanto, solo que la mayoría de gente prefiere ir a las playas más conocidas por ser más bonitas y grandes. Pero nuestra cala tiene una tranquilidad envidiable por cualquier otra playa. No es de más de 200 metros en la que aparte de cactus, piedras, arena y agua no hay nada más, ni un ladrillo a la vista. Una playa virgen, un lugar maravilloso. Antes de quitarme la camiseta me acerque al agua y mojé mis pies, era pronto, y el agua aún estaba un poco fría, y quizás aún no hacía suficiente calor como para que me naciese la necesidad de bañarme. Al darme media vuelta, Raquel ya había estirado las toallas e intentaba poner la sombrilla. Estaba radiante y mostraba una gran sonrisa. No dude en acercarme a ayudarla…

Ya estábamos tumbados tomando el sol cuando noto a Raquel que mira alrededor y me propone por desnudarnos; – Juan, ¿nos ponemos en bolas como estos días de Atrás? Y así hicimos ella se quito el bikini y yo el bañador. La playa no era nudista pero un porcentaje muy alto de gene de la que allí iba no vestía nada, además de que en esta playa no había conseguido ver a ninguna mujer tapándose los pechos. Raquel lucía radiante, completamente desnuda a los ojos de cualquiera que pasase por allí. Yo disfrutaba con la estampa, imagino que como a todos, me gusta mirar los cuerpos de las chicas. Por otro lado, no sé el truco, pero las veces que he hecho nudismo no he pasado por ninguna situación vergonzosa por alguna erección descontrolada, creo que he tenido suerte.

Raquel siempre es más valiente a la hora de bañarse… – Vienes al agua. – No aún no apetece. – Contesté yo. Se levantando y se alejó no dejando de contonear sus caderas y nalgas. Se metió en el agua y permaneció en ella unos minutos. Yo no dejaba de mirarla. Cuando decidió salir… allí estaba balanceando sus pechos y mostrando su rasurado pubis. Se acercó, y tumbó en la toalla. – El agua está buenísima, no sé cómo no disfrutas del agua cuando aún está fresquita. – Ya lo creo que tiene que estar fría, tienes los pezones súper duros. – Contesté yo mientras acercaba la mano para sobarla un poco.

Cuando ya se seco, sería algo más de medio día, y bueno al incorporarme vi que ya había bastante más gente en la playa, cerca se puso una pareja de unos 50, otra pareja de nuestra edad y un par de chicos que parecían que eran gais pero aún así se estaba holgadamente en la arena. La propuse de abrir una lata de cerveza, y de untarnos de crema antes de que el sol empiece a calentar más. Yo cogí las latas, las abrí, mientras ella cogía el bote de crema solar. Bebí un trago, y me tumbe para recibir las manos con crema de ella. Me encanta que me soben, y aunque siempre se lo digo, nunca se sobrepasa, echa la crema necesaria y no se recrea en ningún sitio. Aunque intento disfrutar cuando se acerca al pene. Una vez terminó por delante, me di media vuelta, y terminó de untarme. Ahora es cuando llego yo, yo sí que soy un poco más descarado, y le sobo en exceso, tanto que cuando me estoy recreando en sus pechos… me quita las manos y ya no me deja echarle más crema, tan solo un poco en la espalda porque ella no se llega. Me quedé con las ganas…

Ya empezaba a apretar el calor, y sacamos la tercera lata de cerveza de la nevera justo antes de darnos otro baño. Al salir noté que la pareja que se instaló cerca nuestra ya no estaba… era una pena, la chica estaba muy bien, y del chico seguro que Raquel pensaba lo mismo… también estaban completamente desnudos. Lo dicho, una autentica pena. Sacamos unos sándwich para comer, Raquel, al sentarse en la toalla delante de mí, la pude ver todo, la cerveza empezaba a hacer su trabajo, y me estaba tentando enseñándome su sexo por completo, la incité a jugar, a que se abriese los labios interiores. Lo hizo de inmediato metiéndose un dedo que luego paso por los pezones y me dio a saborear. No sé que la puso tan húmeda, pero me daba igual, intentaría no desaprovechar la situación. Estábamos terminando de comer cuando veo aparecer por detrás de Raquel una chica guapísima, morena ojos grandes y unos pechos al aire completamente redondo que no caían ni un centímetro. Vestía tan solo un pareo amarillo atado a la cintura… – Hola que tal… si estabais aquí, y yo buscándoos en el otro extremo de la playa. – Se acerca a Raquel le da dos besos, y otros 2 a mí. Sacó la toalla de la mochila la puso justo entre los 2 y se sentó a nuestro lado.

2. Estela Ya habíamos llegado a la playa, María había pasado por casa a buscarme sobre las 11 de la mañana. Había sido un camino un poco largo. Teniendo la playa justo al lado fuimos a una a las afueras en la que tuvimos que pasar por una pista de arena polvorienta por más de 7 kilómetros. Pero el camino mereció la pena. Como siempre, la playa casi desierta, un lugar ideal para tomar el sol desnudas. Estiramos las toallas y nos metimos directamente al agua, que buena estaba. Al salir nos tumbamos en las toallas, el sol acariciaba nuestra piel aún mojada. Me quité la parte de arriba del bikini quedándome solo con el tanga. Maria se desnudó por completo. Era una chica muy guapa, y no pasaba desapercibido, bueno yo también sentía las miradas de los chicos, y la verdad nunca me había importado tal cosa. Cuando ya estaba casi seca por completo me incorporé para echarme crema, María hizo lo propio. Pero antes de acabar vimos aparecer a un grupo de 4 chicos. La verdad es que estaban muy bien. Se pusieron a una distancia prudencial.

El teléfono de Maria empezó a sonar; – Hola mama, ¿Qué tal? – Contesto ella. – Como en serio…… Maria se levanto, y se alejó unos metros, tenía cara de preocupación. Después de unos minutos de conversación colgó y se acercó. – Lo siento Estela tengo que irme, me dice mi madre que la abuela está en el hospital, se cayó esta mañana y parece que está grabe – Cuanto lo siento mi niña, ¿pero sabes algo más? – No, pero tengo que ir, si quieres quédate, y que te recoja Pedro luego por la tarde. – No lo se… – Conteste yo – la verdad es que se está muy bien, y en casa no hago nada, dame un minuto que le llamo. Cogí mi móvil y llamé a Pedro, esa mañana trabajaba, y no llegaría hasta las 5 o 6 de la tarde, y aún era muy pronto… – Está bien Maria, me quedo, Pedro vendrá esta tarde a buscarme, me quedaré aquí sola, no es la primera vez… ¿y qué puede pasar? – Como prefieras – contestó. – De todas maneras seguimos teniendo pendiente un día de playa para las 2 solas. ¿De acuerdo? – Por supuesto, ves tranquila, y espero que tu abuela se recupere pronto, dala un beso de mi parte.- Me despedí de ella y se marchó.

No habían pasado ni cinco minutos desde que se marchó Maria, cuando uno de los chicos se me acercó y preguntó por mi amiga, a la que le contesté que tuvo que marcharse, el me invitó a estar con en ellos, en primer momento no me pareció mala idea, pero en ese momento preferí ser precavida, y negué su propuesta agradeciéndole la invitación. Parecía que no iba a ir más allá cuando empiezo a escuchar a otro chico dando voces… – Pero, por que no vienes con nosotros, si te vamos a cuidar muy bien. Otro chico – Si ven, que no mordemos… si tú no quieres. Me giré, estaban riéndose, uno de ellos estaba completamente desnudo y se estaba tacando sus partes mientras me miraba, y mientras todos se reían. Estuvieron soltando borderías y groserías por su boca durante un rato. Llegué a pensar, que menos mal que no hice ningún acercamiento, eran unos auténticos capullos. Me sentí completamente indefensa, y no sabía cómo salir de esta situación ya que seguían sin dejarme en paz, y al principio los ignoré, pero no dudaban pasar a escasos centímetros cuando se iban a meter en el agua, y aún poniendo mi cara más desagradable ante ellos, estaba completamente intimidada, ya que estaba sola y sin posibilidad de irme hasta la tarde

Se me ocurrió como acabar con esto. Cogí el teléfono e hice como si estuviera recibiendo una llamada y con la voz suficientemente alta para hacerme oír. – Si – Conteste – Pues bien, en la playa esperándoos… ¿Qué lleváis un rato aquí? ¿Dónde, no os veo? – dije mientras me ponía de pie e miraba hacía el otro extremo de la playa – … Bueno pues voy para allá, chao. Cogí el pareo me lo até a la cintura, metí la toalla en la mochila, y me puse a andar por la orilla de la playa. Justo al empezar a andar vi como 2 chicos me empezaban a seguir, a distancia suficiente como para no asustarme, pero con afán de cotillear y ver donde iba. Empecé a sudar de los nervios, la situación se complicaba, tendría que pensar algo rápido. Estaba llegando al final de la playa, y estos dos seguían a la vista… Me lancé, vi una pareja de jóvenes comiendo unos sándwich sentados en la toalla. – Hola que tal – Di dos besos a cada uno, saqué la toalla de la mochila, la estiré entre los 2 y me senté.

Impresionante la cara de flipaos que tenían. – Dadme un minuto y os explico – me tuvieron que notar que estaba nerviosa y se percataron que algo no me iba bien, así que intentaron cambiar su cara de circunstancia y el chico, alto moreno, … y completamente desnudo, no me había fijado, pero estaban completamente desnudos… .Esto me ruborizó, pero sacó una cerveza de su nevera. Bebí un trago… Justo pasaron por detrás de mí estos 2 chicos que al ser el final de la playa se dieron media vuelta. Los observé con alivio al ver que volverían con sus amigos y no me molestarían. – ¿Qué te ha pasado con esos? – Pregunto la chica cuando se alejaron un poco. – Si ahora os cuento. Me llamo Estela. – El es Juan y yo Raquel – completó ella – Estaba con mi amiga, pero la llamaron que tenía que marchar por que su abuela estaba en el hospital, y decidí quedarme sola hasta que llegase mi novio a la tarde. Al verme sola, un grupo de chicos empezó a molestarse, insultarme, y empecé a sentir un poco de miedo. – Entiendo, no te preocupes, puedes quedarte con nosotros para que no estés sola – Contestó Juan. Raquel – Si, claro, ¿has comido? – No aún no. – Dije mientras abría la mochila y sacaba el bocadillo. Comí junto a mis nuevos amigos, bebí al menos 4 cervezas con ellos, no sé si por el calor o por los nervios. Pero pasamos un rato muy agradable. Nos bañamos, jugamos un rato los 3 a las cartas, y también tomamos el sol. Pero cuando Juan fue a sacar más bebida… comentó que eran las 2 últimas, que ya solo quedaba agua. Compartimos estas latas, y llame a mi novio Pedro para que al venir trajera alguna cerveza. Me preguntó el porqué, y bueno dándole largas le dije que luego le contaría. Serían ya casi las cinco de la tarde, y estábamos medio dormidos. De repente Juan: – Necesito una voluntaria que me eche crema, me estoy tostando demasiado. – Yo paso que estoy muy a gusto, Estela te ha tocado. – Dijo Raquel. – Bueno, no me importa – la contesté. – No olvides darle bien de crema que siempre me dice que no le pringo casi y se queja mucho. – Con lo que me gusta que me masajeen y… – intentó continuar Juan. – Raquel, no te preocupes, le voy a dejar bien de crema y muy relajado – No espero menos, que luego se pone muy pesado. – ¿Puedo decir algo?- seguía intentándolo. – No, – respondimos las dos a la vez. – Esto es cosa de mujeres,- replique. Nos reímos los 3 a la vez, me levanté a por el bote. Mientras Juan se puso boca abajo, yo empecé a untar su espalda y hombros mientras hablaba con Raquel. Del tiempo, vacaciones,… cosas varias. Terminé la espalda, y bajo la atenta mirada de ella me unte la manos, y empecé a sobarle el culo, que bueno estaba, me recreé con gusto. También Juan parecía disfrutar. Yo empecé a sentir algo dentro de mí, y para intentar cambiar, terminé con las piernas más rápido. El se dio media vuelta y subí por las piernas. Al llegar a su parte central fui a por más crema y continué por los brazos, a lo que protestó Raquel. – Oye que te has saltado la parte más importante. El calor, y la cerveza nos estaban poniendo a los tres a 100. – No te preocupes ahora llego. – Estaba completamente húmeda deseando sentir ese miembro entres mis manos que llevaba desde que llegué en un estado súper apetecible y ya me habían pillado alguna vez mirándolo. Juan no dejaba de mirarme las tetas con descaro, y eso me gustaba, mientras bajaba las manos por su pecho, la erección era ya más que evidente. – Vas a gastar todo el bote de crema con ese cacho de carne que te está saliendo. – Bromeó Raquel. Me unté por última vez las manos, y empecé a sobar semejante aparato, lo recorría entero con mis manos arriba abajo, Raquel no perdía detalle, yo deseando hacer mucho más que una simple paja, y Juan mirándome sin parar de arriba abajo. Estiró la mano, y empezó a sobarme el culo, intentó meter la mano por debajo del tanga, pero recibió una negativa por mi parte. Yo estaba más húmeda que nunca sobando pene, y huevos, deseando meterme aquello en la boca. Mientras me acariciaban el trasero. Fueron unos minutos en los que ninguno de los tres dijimos nada. Al rato noté como Juan ya no miraba nada y tenía los ojos en blanco… que empezaba a convulsionar, y derramó todo el contenido de sus testículos sobre su cuerpo y mis manos. – Seguro que es así como quieres que te unte tu novia crema, si es que sois todos iguales.- Dije para romper el silencio. – Como lo sabes Estela, son todos unos viciosos… Juan tendrías que meterte en el agua para limpiarte, y tu Estela a quitarte el calentón que llevas. – Dame un minuto – dijo Juan mientras yo me adentraba en el agua haciendo caso a Raquel.

3. Raquel La primera impresión es que está chica era una cara dura no sabía a que había venido, pero enseguida me di cuenta que se encontraba en una situación comprometida. Vi como observaba a unos chicos que venían siguiéndola mientras la pedíamos explicaciones. Juan también se dio cuenta, y cambiamos nuestra actitud en unos segundos. Nos presentamos, se llama Estela, y es una chica muy guapa, además de tener un cuerpo precioso. También es algo más joven. Comimos juntos, y pasamos una tarde muy agradable, la chica era muy simpática y no se ruborizaba nada por la situación, es más, noté como miraba a Juan en la entrepierna. Es normal que la llame la atención, a todas nos llamaría la atención.

Después de comer nos metimos los tres al agua. Que pasada, estaba riquísima. – Raquel… vamos un poco más adentro – dijo Estela. Yo no sabía nadar muy bien, pero bueno confié en ellos. Nadamos buceamos y nos salpicábamos, parecía que teníamos quince años. En esta situación me agarré a Juan y nos sobamos mutuamente, de manera que Estela no se sintiese incomoda. Yo estaba muy húmeda por dentro, necesitaba marcha, pero sabía que en esta situación no sería posible, pero no dejaba a Juan. También el necesitaba marcha, su sexo empezaba a coger un tamaño considerable y estaba tan cachondo como yo. El se alejó ya que en él sería mucho más evidente su situación. Esto no fue más allá, estuvimos un rato más y salimos. Al salir me pareció ver que la pareja de personas mayores que estaban allí desde antes que llegásemos no perdían detalle de los tres. Salimos del agua y al salir noté que Juan había conseguido controlar más o menos la situación. Nos tumbamos al sol y estuvimos un buen rato medio dormidos.

Yo seguía con mis ideas calenturientas cuando Juan dijo: – Necesito una voluntaria que me eche crema, me estoy tostando demasiado. Lo que deseaba más que nada en este mundo era darle crema bien dada, pero se me pasó por la cabeza que la mejor manera de disfrutar es viendo como lo hacía Estela, ya que sería muy evidente e incomodo que yo le sobase demasiado. La invité a ello, y no puso pegas, se notaba que estaba a gusto con nosotros, y seguía nuestro rollo. Empezó a untarle y vi que lo hacía con habilidad, Juan disfrutaba aún mas, ella me miraba como si la tuviese que dar consentimiento, yo me incorporé para beber agua haciéndola ver que aprobaba la situación. Giré la cabeza y vi que la pareja que teníamos más cerca no perdía detalle, y pensé, – Me parece que van a tener tema de conversación para unos días. Sonreí, me volví a tumbar y vi como le sobaba las nalgas a Juan, esta vez ella tenía los ojos apuntando a lo que hacía para no perder detalle. Imaginé que mis manos eran las que estaban en su lugar.

Dejó el pene para el final, …, madre mía que tamaño había cogido, lo comenté con Estela, y ella parecía estar encantada, gire la cabeza, y la pareja seguía mirando, …, reí de nuevo y me acomodé para que viesen lo menos posible. Ella empezó con un masaje suave, que fue subiendo de intensidad, estaba completamente loca, disimulé haciendo que me rascaba mi zona inferior más sensible, fue rozarlo y estuve a punto de tener un gran orgasmo, le dejé estar y me recree en lo que hacía Estela.

Fue un momento muy extraño cuando terminó Juan, él tenía la cara completamente desencajada, y Estela con los ojos como platos, incluso observé que ella había manchado el bikini, su humedad se había hecho evidente. En un principio me sentí muy mal, como si hubiese sido engañada, pero había pasado justo lo que yo quería, quiero echar las culpas a la cerveza, pero la realidad es que la naturalidad con lo que había transcurrido la tarde se hacía evidente y los tres habíamos vivido una experiencia especial y… que no tenía por qué terminar.

Estela fue a bañarse para relajar y “limpiar” su calentura, y Juan quiso esperar unos minutos. Fuera de los oídos de nadie más comenté con Juan: – ¿Cómo estás cariño? – Imagínate – Respondió – Gracias por haberlo permitido. – Lo hemos disfrutado todos, incluso los viejos esos de allí. – No jodas – Miró – bueno, da igual pero creo que he salido ganando. – De todas formas – Continuó – ha sido muy diferente a cuando lo haces tú. No solo en lo físico, sino también a otro nivel que no se explicar. – ¿Qué tengo que pensar? – No… no es nada malo, yo te lo agradezco mogollón, pero me extraño mucho no solo que lo permitieses, sino que fueses tu quien lo iniciase. – Por la cerveza que me diste. – Oye que la bebiste tu sola – dijo – mientras se levantaba para ir a bañarse junto a Estela Fue a su encuentro, y al llegar hablaron y nadaron unos segundos, en un par de ocasiones incluso llegaron a estar “demasiado juntos”, pero no le di importancia, ya que volvieron en el momento. Juan se tumbó y Estela se acerco a la nevera a beber agua mientras comentaba. – Me estáis dando una envidia… – ¿De qué? – respondió Juan. – Pues que vais sin nada, y el bikini tarda en secarse, y os veo mucho más cómodos. Me empecé a reír, – envidia por qué quieres, aquí lo raro es ir con bikini. Se puso de pie, miró alrededor, – A la mierda – dijo mientras se bajaba la braga y nos enseñaba un pubis con bastante pelo. – Es que no lo tengo depilado como tú. – dijo Estela. Juan – Acabas de decir una tontería, casa persona lo tiene como más a gusto se siente y no importa la apariencia. – Salto el filósofo – conteste. Nos reímos los tres, y nos quedamos tumbados completamente desnudos al sol.

-Hola – dijo un chico acercándose. No podía ser, la segunda visita no esperaba en el día. Pero no… era Pedro, el novio de Estela, ¡qué mal pensada soy! Ella se levanto y le dio un beso, invitándole a sentarse a su lado. Es un chico también muy guapo, moreno, y con los ojos claros. Parecía estar muy cortado al ver a su novia completamente desnuda… bueno como nosotros. – Que pasa Pedro – dijo Juan alargando la mano. – Habrás traído unas cervecitas. – Claro que si. Estela se levantó, le cogió la mochila, sacándole la toalla, dándosela, y sacó una cerveza a cada uno, y el resto las metió en la nevera. Se quitó la camiseta, y se adentró en el agua con Estela. Estuvieron unos minutos hablando, imagino que contándose todo lo ocurrido. Mientras Juan y yo seguíamos sentados en la toalla comentando si le habría contado lo de la paja… El apostó que si y yo que no. Bueno, cuando vinieron ya no parecía tan serio Pedro, se sentó al lado de Estela, justo enfrente de mí. Sentí que él y yo teníamos cuentas pendientes, e hice todo lo posible por ponerle a cien. Abría un poco más las piernas cuando el miraba, me acariciaba en exceso, algunas veces se sentía intimidado, pero otras veces disfrutaba de mis insinuaciones. Durante un buen rato estuvimos así mientras jugamos una partida a las cartas, comentábamos como había ido el día, lo ocurrido con los chicos, y bueno entre unas cosas y otras y varios baños, se volvió a acabar la cerveza. Pero ya estaba la tarde bastante avanzada, eché un ojo alrededor, y prácticamente todo la gente ya había marchado aunque todavía pegaba un poco de sol. – Estela, me das un poco de crema en la espalda – dijo Pedro. – No – respondió ella -, Raquel me debe una, así que ya sabes. Todos menos el empezamos a reír mientras yo me levantaba y me acercaba por detrás al chico. – Esto me lo tenéis que explicar – protestó el – No puede ser que os riais de un chiste que no me entero. Eh!!! – Tú no te preocupes… luego te lo explico – respondí mientras ponía crema en mis manos y le acariciaba con suavidad. Cada vez que me giraba para coger un poco más de crema me acercaba lo suficiente para que mis pechos rozasen su espalda. Por otra parte la conversación siguió con normalidad, y yo unté toda la espalda hasta donde ya no podía más porque Pedro estaba sentado… solo sentí el inicio de sus nalgas en mis manos cuando las pasé un poco por debajo del elástico del bañador. No pasaron cinco minutos más cuando Pedro insistió en querer saber que había ocurrido. Me levanté le cogí una toalla, una crema para después del sol y me lo llevé mientras se quedaban solos Estela y Juan, dije a Juan. – Perdiste la apuesta. Me debes una -. Me acerqué con Pedro al final de la playa, donde había unas rocas por las que se podía caminar con cierto cuidado que se levantaban unos metros del agua. Aquí es imposible bañarse, salvo en unas piscinas que se forman con el agua que salpica de las olas. Le dije que se tumbase boca arriba encima de la toalla que extendí en la roca lisa. Mientras, el parecía que se estaba poniendo un poco nervioso, – No te pongas nervioso, no pasó nada malo.- Unté mis manos con un poco de “After Sun”, y le di un pequeño masaje por el pecho. Noté que se relajaba y cerraba los ojos, seguí un poco más, y empecé con la mano derecha a tocarle el paquete por encima del bañador, seguía sin abrir los ojos, por lo que interpreté su aceptación a lo que iba a ocurrir. El tamaño que cogía la polla de Pedro empezaba a ser considerable. Y la deslicé por encima del elástico del bañador empezando un masaje suave y continuo. En este momento ya no tenía los ojos cerrados, me miraba y se dejaba trabajar, aunque parecía que también miraba por detrás de mí por si aparecía alguien por el único camino de entrada a las rocas. – Relájate y disfruta, a estas horas ya no va a venir nadie por aquí. – Aún así parecía inquieto por la posibilidad de que nos fuesen a ver, por lo que me costó unos minutos más acabar el trabajo que había puesto en marcha. El terminó sobre mi mano y el bañador. Ahora si que estaba completamente relajado, y no hacía caso a la posibilidad de que viniese nadie. Le invité a que me diese el bañador para limpiarlo. – Quítate el bañador que lo voy a meter en la piscina esa de detrás. – No es necesario me meto ahora en el agua. – Respondió. – Anda trae, que aquí no te puedes meter en el agua, y aquí va todo el mundo en bolas. Levantó un poco el culo y se bajó el bañador, quedándose completamente desnudo, me acerqué al agua, y limpié un poco el bañador y mis manos. Cuando llegué comentó: -¡Bueno, ahora me vas a decir lo que me tenías que explicar! – Pues que ahora estamos en igualdad de condiciones. – Y empecé a contarle sin demasiados detalles lo que había sucedido unas horas antes. Insistí en que no debería tener ninguna reprimenda con Estela por este motivo, ya que es una tontería que habéis disfrutado los dos, y que en ningún momento hubo ningún otro tipo de acercamiento. Pareció admitir mis comentarios, y bueno se tumbó descansar un rato mientras se recuperaba, nos quedamos los dos al sol durante unos minutos. Pero mi calentón había aumentado, por lo que empecé a sobar de nuevo su polla. Aún estaba bastante blanda, pero el hico lo propio y empezó a acariciar mis tetas. Tenía una cara de autentico vicio ya que su novia las tenía más pequeñas, y no quería dejar escapar la oportunidad de hacerlo.

4. Pedro Me dirigía andando a la zona de la playa donde me había indicado Estela que estaba, me había intrigado en gran medida por su petición sin comentarios de llevar bastantes cervezas fresquitas. Las compre en una tiendecita justo al salir del trabajo. Hacia un día estupendo, había sido una desgracia haberlo tenido que trabajar, pero aún quedaba la tarde, y bueno, a pasar un agradable rato en la playa.

Por fin me pareció ver a Estela,…, pero no estaba sola como me la imaginaba, estaba con una pareja que aparentaban unos treinta años. Me acerque y noté que estaban desnudos, incluida Estela, ella nunca lo había hecho, y bueno, me puse un poco nervioso, ya que parecía estar muy a gusto con unas personas que yo no conocía. Me acerque con miedo y vergüenza, Estela se levanto poniéndose a la vista de todos, me dio un beso, y me presento a sus acompañantes. Juan y Raquel se llamaban. Estela muy efusiva saco unas cervezas, colocó las restantes en la nevera y me acomodó junto a ella. Enfrente se sentó Raquel, que mujer, era guapísima, más bien bajita, con unas tetas bastante grandes y muy delgadita. Y tenía el sexo completamente depilado. Intentaba disimular, pero se me iban los ojos a ella, y no llevaba ni un minuto sentado. – Me voy al agua. – Dije mientras me levantaba y quitaba la camiseta. – Voy contigo. – Respondió Estela Nos adentramos en el agua y empezó a explicarme mientras nos refrescábamos un poco. Que su amiga Maria había tenido que marcharse, y que unos chicos que estaban cerca la estaban molestando, y decidió irse, pero que la única manera de librarse de ellos, era no tener que quedarse sola, y por eso acabo con Juan y Raquel. Entendí que eran buena gente y habían ayudado a Estela. Cuando ya me explicó Estela se arrimaba mucho, y estaba completamente desnuda, y no iba a poder disimular la excitación que seguro aparecería evidente si no ponía unos metro de por medio, además nuestra nueva pareja de amigos, no nos quitarían los ojos de encima al salir del agua. Por lo que antes de seguir con sus juegos la pregunte por que se había desnudado. Y me contestó que era para sentirse más cómoda con Juan y Raquel. Que hiciese yo lo mismo. La prometí que me lo pensaría. Hablamos y jugamos un rato a las cartas, la verdad es que lo pasamos bien, lo peor fue cuando no hacía más que intentar reprimir mis deseos sexuales. Raquel, no se ocultaba ni un poco, completamente abierta, me enseñaba con descaro los labios interiores de su sexo. Cuando ella notaba que yo miraba, se lo acariciaba, también se apretaba los pezones. Lo estaba pasando en grande con las vistas, por una parte quería seguir disfrutando de las vista, pero por otro lado, estaba siendo excitado, y no me gustaría ser visto por todos en esa situación. Intenté cambiar de tercio pidiendo a Estela que me echase protector solar. Por algún motivo que desconocía Raquel se puso detrás de mí a untarme. Todos rieron cuando Estela se negó a hacer lo que le había pedido. Les pedí explicaciones, pero se rieron aún más. Otra vez deje hacer y Raquel se puso con mucha destreza a acariciarme la espalda. Varias veces se arrimó dándome los masajes con las increíbles tetas que tenía, incluso me acarició el principio de mi culo, joder como me estaba poniendo. Cuando terminó, ni por mucho pude tumbarme, permanecimos unos minutos más hablando, y justo después pedí de nuevo que me contasen. – Oírme, aún no me habéis contado el chiste de antes, ¿Por qué os reísteis? Raquel se levantó me cogió de la mano y me arrastró al final de la playa, no entendía porque tenía que ir con ella dejando solo a mi novia y a Juan. Andamos con cuidado para subir un poco sobre unas rocas que empezaban al final de la playa, eran rocas muy lisas con piscinas en las que puede caber una persona que se hacían cuando llegaba el agua de las olas. Después de unos metros ya no era visible la playa, y aunque aquí ya había estado algunas veces, y siempre con algunas personas tomando el sol, era un martes cualquiera, y no había nadie en las rocas. Estiró la toalla, se sentó en una punta de ella, y me invitó a tumbarme. Yo me estaba empezando a imaginar por donde iban los tiros. Mi cabeza no hacía más que dar vueltas lo que hubiese hecho Estela con Juan. Me cabreé por momentos, pero a su vez, lo bien que la habían tratado y que yo estaba aquí con la novia de Juan, y con disposición de pasar un rato juntos muy agradables. – ¡OJALA!- Pensé mientras me relajaba y me dejaba hacer por las maravillosas manos de esta chica. Me empezó a sobar el pecho con un poco de crema, pero enseguida agarró mi paquete e hizo todo lo posible por estimularlo, aunque no le costó mucho, yo llevaba desde que llegué bastante excitado, y Raquel estaba completamente desnuda. Además estaba buenísima. Me la sacó fuera del bañador, y empecé a pensar que nos pillarían, y mientras ella hacía un suave masaje yo vigilaba por si venía alguien más de la playa. Me indicó que no me preocupase de que fuese a venir nadie, que era tarde y ya no pasaría nadie. La excitación era máxima, y no tarde en correrme, manchando su mano y mi bañador. Me quedé completamente anestesiado durante unos segundos, tiempo que aprovecho ella para quitarme el bañador. Yo me negaba, pero insistió en que allí lo normal era ir desnudo. No pude negarme, y me lo quitó una vez que levanté un poco el culo. Se acercó a una de las piscinas que forman las rocas y limpió un poco el bañador y su mano. Pero al agacharse dejó completamente a la vista su chochete completamente pelado, también dejaba a la vista su culo al completo, en ese momento me hubiese levantado a disfrutar de tal postura, pero aún estaba descansando de lo que me había hecho. Cuando regresó le pedí que me contase lo que sucedió esa mañana: – Mira Pedro, después de que llegase Estela, bebimos unas cervezas, jugamos a las cartas, y nos lo pasamos muy bien, es una chica muy simpática. Yo miraba muy atento… – En la siesta, con el morbo de estar completamente desnudos, la modorra que da el calor y el sonido de las olas, y que con las cervezas, que te hacen estar un poco mas desinhibida, pues… La interrumpí. – Que hizo Juan con, … – No…, – me respondió – simplemente Juan necesitaba protector solar, y a mí no me apetecía, así que lo hizo Estela. Pero echando demasiada crema en cierta zona. – Pero ya te digo, ninguno lo pensamos, simplemente sucedió sin mayores complicaciones, es una tontería cabrearse, yo no me siento engañada, y espero que tu tampoco. No sabía que pensar, pero desde luego tenía razón no teníamos por que sentirnos engañados, y sería más fácil tomarlo con naturalidad. Raquel se tumbó a mi lado a disfrutar ya del poco sol que quedaba. No pasaron cinco minutos cuando ella empezó de nuevo a acariciarme la polla. Ya estábamos los cuatro igual, pero quería mas. De manera instintiva plante mi mano en sus tetas, las tenía súper agradables al tacto, no se describirlo, un poco de movilidad, pezones completamente duros. Me encantaban, y la reacción en mi cuerpo no se estaba haciendo esperar. Seguimos unos segundos más cuando, Raquel se giró poniendo su cabeza más cerca de mis piernas, cuando empezó a dar besos, y lengüetazos en la polla, ya no podía mas, estaba completamente excitado, y me adentré entre sus piernas, empecé a jugar con mis dedos por todo su sexo. Al instante ya no eran solo los dedos los que se entretenían entre sus piernas. El 69 que practicábamos me estaba poniendo a mil. Yo agarraba su culo, acariciaba sus piernas, y todo mientras estimulaba su clítoris con mi lengua. Ella se introducía todo lo que podía mi polla en la boca llegando a sentir la presión del fondo de su garganta en la punta. Cuando yo estallé ella también inundó mi boca con sus líquidos íntimos. Que me dejaron un agradable sabor mientras convulsionaban sus caderas apretándose aún más contra mí.

No esperamos mucho al levantarnos y volver con Juan y Estela, no dijimos nada por el camino, yo estaba pensando en lo que había pasado imaginando que se repetiría en un futuro no demasiado lejano. Al acercarnos les veo que se ríen y cuchichean entre ellos. Y cuando estamos a menos de diez metros dice Juan en voz alta. – Apostaría todo, por la cara de felicidad que traéis, porque Pedro viene sin bañador y por lo que conozco a Raquel, que Pedro se ha llevado una autentica limpieza de sable. Ahora ya si éramos los cuatro los que nos reíamos.

juanjuan1979@hotmail.es

El tatuaje

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Me gusta pasear por la cafetería de la universidad, los cafés son baratos y siempre encuentro alguien que me inspire un nuevo trabajo. La gente que acude allí viene atraída por las discusiones, los menús baratos, las mujeres jóvenes y hermosas o las timbas de mus y tute.

Me acodé en la barra y pedí un capuchino. A esas horas no había mucha gente y la enormidad del recinto junto con los muebles baratos y de color claro lo hacían parecer aún más vacío. Me gire y eche un vistazo a la parroquia. A la derecha, al fondo, había un grupito de jóvenes que murmuraban en tono conspirativo con unas cervezas en la mano. En el centro, cuatro aspirantes a veterinarios, los mismos de siempre, jugaban una partida de mus y se insultaban con furia a intervalos regulares. A la izquierda, y lo más alejadas posible de los ruidosos tahúres tres pijas con tacones quilométricos y trajes chaqueta repasaban apuntes mientras tomaban café y soltaban miradas asesinas a los veterinarios.

Sin embargo sólo ella llamo mi atención. Sentada en una mesa delante de unos apuntes a los que no hacía ningún caso miraba al vacío a través de mí como si fuese transparente. Y eso no suele ser frecuente, con mi metro ochenta y cinco, mi pelo largo y desteñido por la práctica de deporte al aire libre y mis ojos color acero, podía crear atracción o rechazo pero pocas veces indiferencia.

Me moví inquieto y eso le sacó de sus ensoñaciones. Me miró con atención y aproveché para dedicarle una espléndida sonrisa. Durante un instante creí que habíamos conectado. Ella sonrió, pero enseguida recordó algo y su rostro adquirió tal tinte de melancolía que me conmovió y atrajo toda mi atención.

Era una joven bellísima, o eso me lo pareció, la cara perfectamente ovalada enmarcaba unos ojos grandes y oscuros, una nariz recta y pequeña y unos labios gruesos y rojos a pesar de la ausencia de maquillaje. Sus pestañas eran largas negras y suavemente rizadas, lo mismo que su pelo, lo mismo que el ala del cuervo. Al saberse objeto de mi escrutinio, bajó la vista azorada y pasando el pelo por detrás de sus preciosas orejas, se concentró por fin en sus apuntes.

Unos segundos después aquella expresión que mezclaba sonrisa y desconsuelo, me había convencido de que tenía mi musa. Me levante del taburete y me acerque a su mesa con un nuevo café en la mano.

-Hola ¿Esta libre? Está todo tan lleno… –dije con una sonrisa mirando la sala medio vacía.

Ella levantó la vista un poco descolocada. Era evidente que no era frecuente que nadie se atreviera a penetrar esa muralla invisible que había levantado a su alrededor.

-Gracias, eres un sol. –continué, ignorando su mirada desesperada.

Bebí un sorbo de café y me quede mirándola fijamente, ella miraba fijamente sus apuntes. Un mechón de su pelo se escapó y calló sobre su cara. Yo sin pensarlo demasiado, se lo aparté con naturalidad con mis manos sucias de óleo y trementina.

Ella apartó bruscamente la cabeza mirándome a los ojos por fin.

-Pensaba pegar la hebra un rato antes de proponerte nada pero como veo que eres mujer de pocas palabras iré al grano, necesito algo de ti. –dije con una sonrisa intentando desarmarla.

-Por el aspecto de mis manos y mi ropa ya habrás llegado a la conclusión de que soy pintor, y resulta que tu rostro me resulta inspirador y me pregunto si te gustaría posar para mí.

El rostro de sorpresa que puso me pareció realmente encantador. Antes de que ella pudiese negarse o siquiera replicar continué:

-Sé que no es una petición muy común, así que, ¿Qué te parece si vienes conmigo a mi estudio, te enseño mi obra y luego decides. No está muy lejos y puedes preguntar a cualquiera si no te fías de lo que te digo, todas las camareras me conocen.

-No lo dudo.

-Menos mal, creí que eras sordomuda, –replique con otra sonrisa –odio desperdiciar saliva.

-Venga, ¿Qué me dices? No te voy a obligar a nada, y aunque al final no poses, por lo menos pasaras un buen rato admirando las mejores obras que se han pintado desde la Gioconda.

-Al menos autoestima no te falta. –replico ella ligeramente divertida.

-Tanta que nunca recuerdo que aún no soy mundialmente famoso. –dije riéndome –mi nombre es Jaime aunque todo el mundo me llama Jam.

-Yo soy Carolina y nadie me llama Carol.

-Encantado Carol, ahora que ya nos conocemos vamos de museos. –dije recogiendo sus apuntes y ayudándola a levantarse.

Salimos de la cafetería. Yo iba ligeramente por delante. Tenía a Carolina agarrada de la muñeca y tiraba de ella con suavidad. Ella se dejaba hacer medio hipnotizada por la seguridad que tenía en mí mismo. Yo no paraba de hablar y de hacerle preguntas, que ella, sólo en ocasiones respondía con monosílabos. Afortunadamente el estudio estaba lo suficientemente cerca como para no hacerme pesado.

Mi taller era en realidad la buhardilla de un edificio de cinco pisos de los años setenta roído por la aluminosis. Era bajo, caluroso en verano y frío en invierno y tenía manchas de humedad en todas las paredes, pero era barato, muy luminoso y lo bastante amplio como para que cupiesen todos mis trastos.

Abrí la puerta metálica y le franqueé el paso. Carolina entró y le echó un vistazo a la estancia.

-No parece el taller de Picasso precisamente –dijo con sorna acercándose al montón de lienzos que había apilados en la única pared que no rezumaba humedad.

Los repaso uno por uno, lentamente, parándose a inspeccionar los que le gustaban, haciendo preguntas y comentarios. Yo respondía lo mejor que sabía cada vez más atraído por su misteriosa actitud.

-Bueno ¿Qué opinas soy digno de inmortalizarte para la posteridad?

-La verdad es que me has sorprendido, algunos son geniales, siempre teniendo en cuenta que no entiendo casi nada de arte.

-Estupendo, ponte aquí –dije sentándola inmediatamente en un taburete antes de que pudiese negarse.

Al principio estaba tranquila y sonreía ligeramente, yo me limite a simular que esbozaba un boceto mientras esperaba. La sombra de melancolía que había nublado su mirada volvió y pude al fin captarla en el block. Durante los siguientes minutos me dedique a rellenar hojas del block con el carboncillo sin decir nada para no alterar aquel frágil estado de ánimo.

Finalmente no pude aguantar más deje el block en el suelo y la besé. Por un instante sus labios se quedaron quietos y fríos pero en seguida de cerraron sobre los míos y me devolvieron el beso. La timidez dejo paso a la avidez. Nuestras bocas sólo se separaban para respirar jadeantes.

Con un movimiento casual acerque mis manos a su pecho y acaricie su seno derecho a través de la blusa.

El efecto fue inmediato y se separó dando un respingo:

-Lo siento pero no puedo –dijo mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro.

-¿He hecho algo mal? –pregunté confuso.

-No, de veras, no es por tí –dijo cruzando los brazos sobre su pecho en actitud protectora.

Sin dejar que terminara de explicarse me acerque de nuevo a ella y la abracé con fuerza. Carolina no se resistió, pero tampoco dejo de llorar. Le bese de nuevo, esta vez en las mejillas, saboreando la sal de sus lágrimas mientras ella gemía quedamente y se intentaba resistir sin fuerza ninguna.

Puse una mano bajo su barbilla y levantándole la cara, obligándole a mirarme a los ojos le bese de nuevo en la boca. El sabor de su boca inundo la mía mezclándose con las sal de sus lágrimas. Esta vez dirigí mis manos hacía su melena. Ella noto que era un gesto forzado y se apartó una vez más de mí. Pero en vez de huir, como me esperaba, respiro hondo y empezó a desabotonarse la blusa.

Jamás olvidare los minutos siguientes.

Temblando como una hoja se desabrocho la blusa y se la quitó mostrándome un sencillo sujetador de color blanco. Con un movimiento de rabia tiro del cierre y el sujetador calló a sus pies. En el lado izquierdo, dónde debería estar su pecho, había una prótesis de silicona con un par de feas cicatrices en vez de pezón.

Me acerqué lentamente y dudé. Finalmente decidí agarrar el toro por los cuernos y acaricié las dos cicatrices.

-Ha debido ser duro.

-Ni te lo puedes imaginar –dijo Carol un poco más relajada al ver que reaccionaba con normalidad –fueron ocho meses horribles, pero ahora ya estoy perfectamente.

-¿Sabes por qué son hermosas? –pregunte sin dejar de acariciarlas –Porque son el símbolo de tu victoria sobre la enfermedad. No lo olvides cada vez que te despelotes delante de mí.

Del resto de su ropa me encargue yo, con un masculino toque de precipitación y torpeza. Cuando la tumbe sobre la cama aún estaba un poco nerviosa, así que opte por recostarme a su lado admirando y acariciando todo su cuerpo esbelto y juvenil como si fuese una obra de arte. Cada vez más segura de sí misma se giró hacia mí mientras me desabrochaba los pantalones y buscaba mi pene erecto en su interior.

Sus manos suaves y cálidas me hicieron hervir de excitación. Con dos patadas me quite los pantalones y los calzoncillos. Carolina me acarició la polla un poco más y se la metió en la boca. Sus labios gruesos y cálidos envolviendo mi verga y me arrancaron un gemido de placer. Su lengua caliente y húmeda me acariciaba el glande haciéndome temblar. Aparté su cabeza con delicadeza para evitar correrme inmediatamente y la tumbe debajo de mí. Besando de nuevo su boca introduje mi mano entre su piernas acariciando su pubis. Su sexo se excito y ella gimió con lujuria. Poco a poco mi boca fue bajando por su cuerpo mordisqueando y lamiendo mientras mis dedos jugueteaban con su sexo haciéndola retorcerse.

Incapaz de contenerme un segundo más separe sus piernas y la penetre. Carol se apretó contra mí y me araño gimiendo con fuerza. Su coño estaba caliente y húmedo y mi polla se abría paso con delicadeza en su interior.

Por fin su mirada era limpia, no había dolor, no había remordimiento, solo había deseo.

Me pidió ponerse encima y obedientemente la levante y puse su cuerpo ligero sobre mi regazo. Sin dejar de mirarme a los ojos me cogió la polla y se la introdujo milímetro a milímetro en su interior. Con una sonrisa maliciosa comenzó a subir y bajar por mi polla con una lentitud desesperante. Si yo intentaba aumentar el ritmo ella hacia el gesto de separarse y volvía a tomar el control. A pesar de ello sólo verla disfrutar, estirando su cuerpo sudoroso y dejando que lo acariciase sin vacilaciones era para mí suficiente.

Cuando creyó que me había hecho sufrir suficiente un rápido empujón dio paso a una frenética cabalgada, sudorosa y jadeante subía y bajaba, se retorcía, gemía, gritaba y me insultaba.

Aún estaba encima de mi cuando me corrí. Mi pene se retorció y expulso su contenido en su interior excitándola aún más. Yo, con un movimiento rápido, me giré y me tumbe sobre ella penetrándola con todas mis fuerzas. A los pocos segundos note como mi pene vibraba debido a los espasmos incontrolados de su vagina. Sólo un orgasmo brutal le obligo a apartar sus ojos de los míos.

Instantes después estábamos uno al lado del otro mirando al techo borrachos de sexo.

-Quiero hacerte un regalo –dije reflexionando en voz alta.

-¿Me vas a regalar un cuadro?

-No exactamente –respondí mientras le vendaba los ojos con un trapo casi limpio. – Y nada de trampas.

Después de asegurarme de que no veía nada fui a uno de los rincones de la habitación y cogí el carrito. Con un algodón extendí la solución antiséptica por su torso y lo que quedaba de su pecho izquierdo.

-Ahora no te muevas –dije mientras encendía la máquina de tatuar.

-Qué romántico, me va a empastar una muela –replicó Carolina entre risas. –¿Con esto te ganas la vida?

-No, con la pintura me gano la vida y con esto pago todo lo demás. –respondí -Avísame si te duele.

-Muy bueno –dijo Carol cuando empecé mi tarea –¿Esto es de lo que se quejan tanto los que se hacen tatuajes? Tendrían que probar con sesiones de seis semanas de quimioterapia y una de descanso, y otras seis de quimioterapia y así varios meses.

-Debió de ser muy duro. –dije yo mientras avanzaba por su ombligo en dirección a sus pechos.

-Lo gracioso es que para mí era mucho peor la semana de descanso. El dolor no te deja pensar en lo que realmente estas pasando. Sin embargo cuando estas un poco mejor te planteas si todo este sufrimiento merecerá la pena o peor aún en la posibilidad real de que puedes morir cuando apenas has empezado a vivir.

La sesión de tatuaje, no fue tan dolorosa pero si fue tan larga como una de quimioterapia, así que cuando termine yo estaba rendido y ella acalambrada de estar obligada a no moverse.

Finalmente moví ligeramente su cuerpo para admirar como la piel de su torso agitaba las hojas y las flores que había tatuado igual que lo hubiese hecho el viento. Antes de quitarle la venda de los ojos embadurné el tatuaje con abundante crema antibiótica y lo tape con varios apósitos.

-Bueno, lista. –dije quitándole la venda de los ojos.

-Cabrón. ¿No me lo vas a dejar ver?

-Hasta dentro de tres días no puedes dejarlo al aire, si no podría infectarse y se estropearían los colores. –replique maliciosamente.

-Dios mío. Es tardísimo. –Dijo Carol mientras se ponía la ropa a toda prisa y me daba un beso de despedida.

-¿Volveremos a vernos? Aún no he terminado contigo. –pregunté mientras me levantaba y la acompañaba a la puerta en pelota picada.

-Terminar, ¿En qué sentido? –replicó con una sonrisa maligna.

-En todos. Toma mi tarjeta, llámame cuando quieras o ven a verme. Lo he pasado muy bien Carol.

-Yo también –dijo Carolina con un mohín –y no me llames Carol.

Los días siguientes los pase bastante ocupado preparando una exposición pero eso no me impidió hablar con Carol por teléfono. A duras penas conseguí mantenerla engañada para que no se quitase los vendajes.

El martes a las siete de la mañana finalmente se quitó los apósitos y me despertó al quinto intento. Estaba encantada con el tatuaje. Dijo que era lo más bonito que había visto jamás y casi entre lágrimas me dijo que nunca lo olvidaría. Me dijo que se pasaría por mi casa a la tarde y me colgó antes de que pudiese responder nada diciendo que tenía que hacer algo en ese momento.

El resto de la mañana lo pase superexcitado esperando a Carol, así que cuando recibí una segunda llamada de un número desconocido, no estaba ni mucho menos preparado para lo que iba a oír.

-Diga –contesté intentando imaginar quién podía tener tanta prisa para hablar conmigo antes de la una de la tarde.

-Hola, -dijo una voz suave, aparentemente de una mujer de mediana edad, desde el otro lado de la línea – no me conoces pero yo acabo de conocerte a ti. Soy Julia, la madre de Carolina y quiero que sepas lo que has hecho.

Toda la excitación que había acumulado durante la mañana hasta ese momento, se me paso al instante. Me encogí instintivamente y estuve a punto de colgar pero no estaba dispuesto a renunciar a Carol tan fácilmente así que intente replicar:

-Señora, quiero que sepa…

-Lo siento, pero prefiero que no me interrumpas mientras te hable, porque si no, no sé si podré terminar. –continuó Julia dejándome con la palabra en la boca.

-Antes de tener la enfermedad Carolina era una chica preciosa y una hija perfecta. Siempre alegre y dispuesta a ayudar. Y entonces, hace tres años le diagnosticaron el cáncer. –comenzó Julia tomándose un segundo para coger aire – Durante la enfermedad lucho como una leona, se sometió a los ciclos de quimioterapia sin quejas. Incluso animándonos a nosotros en nuestros momentos bajos. Incluso cuando le dijeron que iban a tener que operarle y vaciarle el pecho izquierdo, no pareció afectarse y siguió adelante con una fortaleza que nos sorprendió. Pero todo cambió tras la operación. Cuando vio esas dos…. terribles cicatrices se echó a llorar y aunque totalmente curada del cáncer se sumió en una profunda depresión

A partir de ese momento en el relato, la voz de la mujer comenzó a temblar ligeramente:

-Pagamos la cirugía de la prótesis por nuestra cuenta para acortar al máximo el tiempo de espera, pero con las cicatrices los médicos no pudieron hacer nada. Durante el siguiente año y pico se encerró en sí misma y prácticamente corto todo contacto con lo que antes le interesaba, amigas, lectura, estudios todo quedo aparcado, aparentemente para siempre. La llevamos a dos psiquiatras sin resultado, hasta que hace seis meses conocimos al Dr. Blanco. Con una paciencia infinita logró sacarla de su mutismo y aunque no volvió a ser la misma por lo menos comenzó a interesarse por lo que le rodeaba. Y entonces apareciste tú.

-El viernes ya estábamos a punto de volvernos locos cuando llego. Mi marido, policía jubilado, ya estaba a punto de llamar a sus excompañeros. Íbamos a echarle una bronca de campeonato por no habernos avisado, pero la sonrisa que llevaba puesta en su rostro nos congelo los nuestros. La primera sonrisa franca en dos años y medio. Los días siguientes, al contrario de lo que esperábamos la sonrisa se mantuvo junto con algo más que sólo podíamos definir como expectación.

-Para nosotros cualquier cosa era mejor que el infierno que habíamos pasado, así que cuando esta mañana nos reunió vestida únicamente con un albornoz estábamos preparados para casi todo.

-Cuando se abrió el albornoz no pudimos creerlo. –dijo la mujer con un profundo sollozo –Toda la parte izquierda del torso de Carolina estaba ocupada por una masa de vegetación y flores que se enredaban y se movían con cada respiración y cada movimiento de su torso. En vez de cicatrices ahora había flores e insectos de colores extraños, en vez de una mujer con un pecho mutilado había una mujer hermosa con una belleza única. Una mujer que por primera vez estaba orgullosa de ser como era.

El irrefrenable llanto de la mujer interrumpió la narración y me dejo azorado sin saber qué hacer con el móvil. El momento se estaba alargando y estaba a punto de dar una excusa y colgar cuando una voz masculina se puso al aparato.

-Hola hijo, quiero que sepas que me has hecho pasar el momento más bochornoso de mi vida. No veía el cuerpo desnudo de mi hija desde que tenía seis años. En cualquier otra situación esto hubiera bastado para pegarte un tiro, pero lo que has le has hecho a mi hija es el regalo más bonito que nadie le ha hecho ni nadie le hará en su vida. Y puedes hacer lo que quieras, dejarla tirada sin explicaciones incluso, que no bastara para que olvide que nos la has devuelto.

-A propósito ¿cómo ha dado conmigo?

-Oh, eso no importa. Aún conozco mucha gente en la policía. A propósito nos gustaría que… esto quedase entre nosotros, ya sabes, que no es enterase de que habíamos hablado. Sólo queríamos agradecerte lo que has hecho, no sólo por ella sino también por toda la familia.

Cuando llamó a la puerta aún estaba un poco superado por los acontecimientos. Era gracioso, ahora era yo el que parecía confuso y ella la que rezumaba alegría y vitalidad por todos sus poros.

-Hola Jam, ¿Me has echado de menos? ¿Quieres que pose para ti?

-Si te digo la verdad Carol, -dije cogiéndola entre mis brazos –voy a hacerte el amor toda la noche, y luego quizás llore entre polvo y polvo. No hay mayor condena para un artista que no poder exponer su obra maestra.

-Míralo de otra manera, también es la única oportunidad de que un artista no se aleje nunca demasiado de ella –replicó carolina comenzando a desnudarse…

Mi primer gang bang: sexo grupal con 7 pendejos

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Un jueves escucho que llega mi vecino como todos los jueves, con sus compañeros de futbol, suelen ser en total entre 7 y 8.

Un par de veces me los crucé cuando entraba a mi departamento, y los pendejos calentones, me miraban mal, cuando pasaba se callaban todos y miraban, esos silencios incomodos, se murmuraban entre ellos, pero sabía que hablaban de mí.

Por dentro se me cruzó la idea de que mi vecino y sus amigos podrían ayudarme a cumplir la fantasía.

Al día siguiente, eso de las 3 de la tarde, fuí a visitar a mi vecino. Fuí vestida con un short muy apretado blanco, sin tanga que se marcaba el culo y mi concha depilada, con solo verme podías saber como la tenía, una musculosa azul sin corpiño y sin calzado. Golpé su puerta, sabía que estaba solo, porque sus padres son separados y su madre que vivía con el llegaba despues de las 18 hs del trabajo.

Me abríó mi vecino, cuando me vió se puso colorado y la voz le salía bajito, no esperaba ver a la puta de su vecina vestida tan perra. Le pedí permiso para entrar, me dejó pasar y me senté en el sillón del living. El cerró la puerta y se quedó al lado de esta. Le pedí que se siente al lado mio, y le dije que le iba a ser una proposición, pero que primero le iba a dar una muestra y que despues decida. Me arrodillé en frente de el y le bajé su pantalon bermuda y su boxer, ya tenía su pija bastante erecta, era de buen tamaño entre 17 y 18 cm y bien proporcionada. Le agarré los huevos y se los empecé a amasar mientras lo miraba con mi cara de perrita. Cerraba sus ojos y gemía agitadamente. Su pija ya estaba al maximo y me metí su cabeza en mi boca, le succionaba esta y le daba pequeños masajes con mi lengua, de a poco iba tragandome su chota, hasta llegar a tener mis labios contra sus huevos, empecé a masturbarlo con mi boca, mis labios recorrian todo su tronco de arriba a abajo, cuando no lo esperaba, escuche que empieza a gritar de placer y a contraerse su cuerpo, hasta que me eyacula en la boca, aguanto menos de 5 minutos. Tiró su cuerpo bien contra el respaldo del sillón y su cabeza hacia atrás, me limpie con mis dedos los restos de semen que salieron por mi boca y me volvía meter su pija en la boca esta vez limpiando la leche de su chota y huevos, se la seguí chupando hasta que se le puso bien dura de nuevo, me levanté, me saqué el short, y me puse encima de el con mis rodillas a sus costados, para montarlo a el que seguía sentado. Quedé con mis tetas en su cara, se las puse en su boca para que chupe mis pezones erectos y con mi mano derecha agarré su chota y la acomodé en la entrada mi concha. Me froté mis labios vaginales con la cabeza de la chota un par de veces y me metí su cabeza dentro mió. Empecé a montarlo muy fuerte, me encantaba el golpeteo que hacía mi cuerpo contra el suyo, todo el trabajo lo hacía yo pero por lo menos me estaba comiendo una rica pija, gemía el pendejo como loco y yo también, mis tetas saltaban y me las trataba de chupar como podía. En un momento exploto y me eyaculo en mi concha, quedó respirando muy fuertemente y yo seguí montandolo hasta que tuve mi orgasmo. Pobre pendejo parecía que lo habían consumido todas sus energías. Deseaba que me rompa el culo, pero se notaba que llegó a su límite por lo menos de momento y yo tenía que irme a una reunión. Sin salirnos de la posición que estabamos, le conté que estaba buscando un grupo de hombres para hacer un gang bang y si el y sus amigos estaban interesados lo podíamos llevar a cabo. El me dijo que si de una, y que sus amigos seguro que también, porque estaban re caliente conmigo y se contaban las pajas que se hacían en mi honor. Quedamos que me confirmaba. Me vestí y volví a mi casa.

Al día siguiente había estado muy ocupada y me olvidé completamente, llegué a mi casa despues de medianoche y debajo de mi puerta, había una nota, me decía que ya quedaban, que esperaba verme pronto y al finalizar escribió su nombre, Ezequiel. Por dentro pensé que puta que soy, me lo re garché y ni le pregunté el nombre.

Ese día trabajé solo hasta al mediodía, y preparé mi habitación para la gran cojida. Como pude llevé mi cama contra un rincón, para dejar el maximo de lugar posible, sobre el piso puse varias sabanas para no ensuaciar el suelo con los litros de semen que iban a correr esa tarde. El jueves 10 de noviembre, tan solo ayer pasó mi primer gran gang bang. Los esperaba a las 4 de la tarde, pero se ve que cambiaron futbol por mi y llegaron pasadas las 3, el pequeño equipo de futbol estaba ahí, en total eran 7, incluido mi vecino. Los recibí con una ropa interior diminuta un corpiño y tanga extremadamente pequeño, me marcaban las tetas mal que parecía iban a explotar hacia afuera, y la tanga ta ajustada que la tenía toda dentro de mi culo y se me incrustó entre mis labios vaginales.

Los invité a pasar y les pedí que lleven un espejo grande que tenía en el living a mi cuarto porque quería verlos cuando me garchaban. Les conté como sería. Yo me iba a poner en cuatro sobre el piso y me iban a coger en orden por el culo o la concha, era la decisión de llos por donde me la metían, mientras me garchaban el que seguiría despues yo le iba a dar sexo oral para tenerlo listo y me garche por detras, así en orden y el que necesitaba descanso, dejaba pasar al que lo seguía, les dije que se pongan de acuerdo en el orden, discutieron unos minutos y Ezequiel fue el primero. Me saqué mi ropa interior y ellos se desnudaron también. Me arrodille frente Ezequiel y empecé a comersela, cuando estuvo listo me puse en cuatro frente al espejo y le dije al que seguía a Ezequiel que me acerque su pija a mi boca, mientras mi vecino me garchaba por la concha, yo me estaba peteando al siguiente que me iba a garchar. La primera ronda todos me garcharon por la concha, menos uno, su nombre era Martín, que fue el que mas me calentó no solo por tomar la iniciativa en hacerme el orto si no que se lo veía muy seguro de lo que quería y aunque no era muy fachero tenía una presencia excelente y cogía excelente, no solo me lleno el orto varias veces si no que sabía como cojerme y agarrarme, sus manos fuertes cuando me sujetaban por la cadera me hacía mojarme. Luego de la primer ronda ya era un enchastre, toda mi vagina revalsaba de semen, que salía hacia fuera y chorreaba mis piernas hasta legar a las sabanas del piso, que era un real enchastre. Mi culo ya había sido llenado de rica leche. Después que Martín me había hecho el orto, los otros se animaron y la segunda ronda fue toda anal, los siete me cojieron de lleno por el culo, sentir tanto semen dentro mio me produjo multiples orgasmos. Ya para la tercera ronda algunos dejaron pasar su turno, para tomar aire, pero en ningún momento estuve sin ser cojida, siempre tenía una pija dentro mió, aunque se notaba que apenas aguantaban hacían lo imposible para aguantar un poco mas, ya les costaba mas eyacular, pero igual seguían dandome. Martín nunca paró en esas horas me garchó unas 6 o 7 veces, aunque perdí la cuenta. Pero me cogía también, me excitaba ver su cuerpo fibroso y traspirado, me cogio casi siempre por el culo, solo una vez me penetró por la vagina, unque disfruté todas las embestidas de el.

Me encantaba verlos por el espejo, desnudos traspirados, esperando el siguiente turno, hablando entre ellos, el olor a sexo que había en el ambiente era extremo, un olor a traspiración con semen, realmente era un olor tan masculino, que me hacía sentir muy puta. Mi cuerpo me estaba matando de estar en esa posición, en cuatro, bien perrita, me dolia todo, el orto lo tenía hecho pelota, bien dilatado y me ardía demasiado, me dolía la espalda, las rodillas, la mandibula, ya se me trababa de tanto petear, pero ser tan puta y producir tanta calentura me hacía seguir aguantando. El piso que estaba debajo de mis rodillas era un charco de semen. Conté hasta 34 acabadas dentro mio, pero despues perdí la cuenta, creo que habremos llegado a las 40 o por ahí pero no estoy segura.

Llegó el momento en que me acabó Martín por el culo por última vez y ya no había nadie haciendo fila. Oficialmente el gang bang había acabado, eran las 20:25 pm

Se bañaron de a uno, los que esperaban me ayudaron a limpiar mi habitación y a comodar el cuarto. Antes de que lleven de vuelta el espejo al living de vuelta me miré en ano y estaba rojo y bien dilatado, me pasé dos dedos por adentro y los saqué llenos de semen que me chupé, uno de los chicos se les escapó y me dijo que puta sin pensarlo, se me escapó dijo enseguida, le sonreí para que sepa que no me molesto, aunque yo coincidía con él. A las 21:20, se fueron aunque antes de marcharse le iba dando su suvenier, un beso de lengua y una tanga mia a cada uno.

Parejas normales

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La lleva mirando toda lo noche, tiene esa luz que la sedujo desde el primer día que la conoció en el jardín de niños donde iba a empezar a trabajar con sus 20 años. Era la dueña, y apenas la vio y se cruzaron unas palabras, le dio el empleo y poco a poco mucho más: toda su vida.

Se recrea con la vista en ella. Laura se mueve como una bailarina de clásico, delgada, con una remera azul oscura y un pantalón beige, con esas sandalias sin taco, que dejan ver sus pies desnudos, finos, de dedos largos. El color de la blusa destaca más el de su cabello, pelirroja, y coincide con el de sus ojos.

Fue por Laura como se integró en el grupo de su barrio, esa pandilla de amigos que está cenando en casa de Lautaro y que observa Carolina sonriendo al pensar en cómo se han hecho las parejas. Ella casada con Juan, hermano de Laura, casada con Raúl , hermano de Mónica, casada con Lautaro, dueño de la casa. Y además Lucía y Pepe, los guapos oficiales, más Mariano, el soltero.

Los hombres beben alegres, se conocen desde la infancia, han sido compañeros de colegio y barrio. Y todos siguen viviendo en él, menos Mariano que lo hace en un departamento cercano a Recoleta y ella y Juan , que viven en otro en Núñez.

-“Carolina, la verdad es que con lo guapa que sos, y el cuerpo que tenés, nunca te favorece la ropa”- le suelta Lucía, con cariño pero crítica.

Caro lo sabe, es una elección personal, siempre viste anti-sexy. Busca disimular su cuerpo, no se maquilla, el pelo corto a la antigua, huyendo de cualquier incitación al deseo. Esa noche lleva una camisa verde, holgada y unos jeans anchos, como siempre sin tacos.

No quiere que nadie se fije en ella, sólo Laura sabe por qué. Se lo confesó entre lagrimas. La violaron cuando tenía 17 años dos hombres que no hacían más que repetir mientras se saciaban de ella: “¡ Qué minón tan puta!” y cuando acabaron la soltaron aquello de : “Nena, te lo estabas buscando con ese cuerpo y esa ropita tan provocadora”-

Tomó miedo a los hombres y se convirtió en el recato personificado a la hora de elegir su ropa. Vivía aterrorizada , con angustia, odiándose , sólo Laura le devolvió la alegría y el placer de ser mujer.

Ha comido y bebido como fieras, las chicas menos, excepto Lucía que con lo flaca que es no tiene que cuidarse. Ha llegado la hora de retirarse.

Mónica, generosa, alegre, y siempre atenta le sugiere :-“Maneja vos que Juan lleva más copas de las debidas y hay controles.”-

-“Nos quedamos a dormir en casa de Laura, hemos dejado a Juanito con mis padres. Por eso hemos llegado un poco tarde”-

-“La verdad es que vos con tus padres y mi hermano con los míos, son dos parejas con suerte, les dejan los hijos y yo tengo que cargar con el mío”- sigue Mónica con una sonrisa.

-“Bueno la cena ha sido en tu casa y nosotros no íbamos a venir con niños, bastantes tenemos durante la semana. Y al Raulillo nos lo podés empezar a dejar dentro de un mes para que se vaya habituando al jardín”-

El jardín de infancia está en la casa de Laura, a dos cuadras de donde están, es lo que deben andar para quedarse a dormir.

Se despiden, Lucía y Pepe se van en su coche, Mariano pide un taxi, y quedan las tres parejas que se besan dejando a los dueños solos en la casa.

Laura y su hermano van delante, detrás del brazo va ella con su cuñado.

Llegan a la casa, entran y suben al primer piso. La planta baja y el patio es donde está el jardín de niños.

-“Llevo toda la noche con ganas de bailar. Así que rock y tango ”- declara Raúl apenas entran.

Juan y Raúl preparan la música mientras las mujeres van a la cocina y sacan una botella de champagne y cuatro copas. Cuando vuelven se oye un tango en la voz de Goyeneche con Troilo al bandoneón. Laura abre la botella y sirve la fría bebida.

-“Por nosotros y que empiece la fiesta”- dicen los cuatro vaciando la copa de un trago.

Laura baila con su hermano, Carolina con su cuñado. Le gusta como la lleva, sujeta, marcando los tiempos, no cambian de pareja en la pieza siguiente.

Raúl le dice al oído. “Esos dos bailan de competición, da gusto verlos”-

-“Ya sabes que llevan bailando juntos desde los 10 años, si no lo hacen bien es para matarlos. Lo nuestro tiene más mérito que sólo somos pareja en noches como ésta”- Le contesta Carolina con una sonrisa.

Otro tango clásico hace que las parejas se complementen más y se miren con una sonrisa cuando acaba y comienza un viejo rock de Elvis.

Ahí sí que es un espectáculo ver bailar a los dos hermanos, Caro y Raúl no danzan mal pero los revoloteos de la otra pareja son dignas de un concurso. Sigue otra pieza donde las proezas en la danza les llevan a acabar agotados. Se juntan los cuatro riendo. Vuelven a llenar las copas y tras otro brindis por el baile las toman en dos tragos. Al comprobar que no queda bebida, Raúl va a la heladera y trae otra botella que pone en el cubo de hielo.

-“Ahora otros dos bailes pero….con las parejas cambiadas, que no queremos que pasen envidia”- propone Laura tomando de la mano a su marido.

Esta vez el orden es inverso, primero un rock y luego un tango. Al bailar abrazados los cuerpos se pegan con una mezcla de cansancio y mimo, cuando acaban Caro besa a su marido en la boca, un beso tierno, dulce, cargado de cariño.

Es Raúl el que les dice que ya está preparado el próximo brindis. Beben el champagne despacio, mirándose entre ellos, los cuatro saben la ceremonia que viene a continuación. Una vieja balada romántica suena.

Raúl y Laura se quedan parados esperando. Juan frente a su hermana, Carolina ante su cuñado, y sin prisas al ritmo de la música comienzan a desnudarlos. Poco a poco van surgiendo los cuerpos de los dueños de la casa. Ambos son hermosos. Laura etérea, con unos senos como pequeñas peras en los que los pezones se yerguen orgullosos, la piel sonrosada, cargada de pecas, un pequeño triángulo de fuego en el pubis. Raúl, moreno, con la piel de bronce, musculoso, con el miembro grueso, largo, colgando entre sus piernas entreabiertas, depilado parece todavía más grande. No tiene vello en la piel, sólo su cabello negro que sin cortar cae hasta los hombros, dándole una imagen de dios salvaje.

Los desnudos besan a los vestidos sin apenas rozar los cuerpos.

Repiten a la inversa la operación. Son ahora Juan y Caro los que quedan desnudos. Juan es un enorme vikingo, fuerte, peludo, como un oso de juguete casi colorado. La verga muy gruesa está empezando a levantarse.

Desnuda es cuando puede comprobarse cómo es Carolina. La piel muy clara, los pechos erguidos, como dos montañas donde los pezones son las cumbres sonrosadas, la cintura estrecha, las caderas amplias, el monte de Venus una almohadilla depilada que permite ver el principio de su sexo.

La enorme belleza que oculta tras sus ropas.

La habitación está cargada de erotismo, pasión y también de amor.

Vuelven a llenar las copas, esta vez entrecruzan los bazos para el brindis.

-“Por nuestra felicidad y por nuestro amor”-

Beben las copas de un trago y las dejan sobre la mesa. Ha vuelto a sonar un tango, la voz de la gata Varela les lleva a unirse para el baile.

Laura lleva a Carolina , Juan a Raúl. Los cuerpos desnudos se pegan llevando el ritmo meloso y perverso de la cantante porteña.

Carolina jadea apasionada, entregada en los brazos de su amiga. Mira a los hombres bailando, sus miembros han adquirido dureza, chocan las vergas, se rozan en el abrazo de la música. La danza es la excusa para la caricia, las manos recorren los cuerpos desnudos. El abrazo se hace más íntimo. Cuando acaba el tango, Caro no puede aguantar más, está empapada, su vagina es un fluir de pasión. Besa a Laura, le come la boca, es la expresión de una necesidad lujuriosa. Laura le devuelve los besos, la aprieta contra sí, coloca su muslo entre los de su cuñada, se restriegan, las vulvas húmedas acariciadas por la carne suave de la pierna piden más.

Van dejándose caer al suelo, se restriegan una contra otra.

-“Por favor ¡ cómeme!”-ruega Carolina.

-“Y vos a mí”-le musita Laura mientras, si dejarse de acariciarse, van girando hasta que las cabezas se acomodan entre los muslos.

Caro siente la lengua que lame su concha, ella se lanza al clítoris directamente, necesita chupar el botón sagrado. Se concentra en él. Su lengua juega con el pequeño apéndice, lo mima, lo siente crecer y lo toma entre sus labios sin dejar que la punta de su lengua se separe de la cabecita brillante. Nota la pasión de Laura que ha llegado a su más íntimo origen de placer con la boca, mientras un dedo tantea en su vagina hasta que encuentra el punto G que acaricia.

Caro pierde la noción del tiempo, estalla una y otra vez, no puede más. A Laura le ocurre lo mismo, y las dos abandonan su objetivo y apoyan la cabeza en el entre muslo de la otra.

Caro mira a los hombres enlazados , devorándose las vergas, acariciándose con lujuria, tocándose las partes más íntimas y recuerda cuando Laura le hizo la PROPOSICIÓN.

Estaban en Mar del Plata los cuatro, en un fin de semana largo, y fue ella la que le explicó que a Juan y Raúl les pasaba lo que a ellas. Estaban enamorados. Ni a ellas ni a ellos la sociedad les iba a comprender y más en el mundo cerrado de su barrio, donde siempre habían vivido. La solución a sus problemas era sencilla : una doble boda. Caro con Juan y Laura con Raúl. Taparían todos los chismes y habladurías.

Y lo hicieron sin prejuicios, una doble boda donde se fueron juntos de viaje de novios. Cada noche las mujeres a su habitación y los hombres a la suya.

Fue a los cuatro meses cuando empezaron a maquinar los embarazos, todos querían tener hijos.

Laura fue la primera. Un día en que estaba fértil, los cuatro en una habitación, ella la besó, la acarició y la tapó los ojos con un antifaz. Luego la poseyó con un arnés, cuando sintió que estaba totalmente sin retorno, se salió y entró Raúl, con la polla a punto de estallar por las caricias de Juan, se derramó en ella. No hizo falta más, se quedó embarazada.

Luego le tocó a ella, no le desagradó, para ser sincera, fue divertido. Laura con pancita de 5 meses, los chicos dispuestos, ella besando a su amor y Juan descargando su semen con una enorme ternura y rapidez.

Y allí estaban, felices, madres y padres de familia, envidia de sus amigos, los niños habían salido guapísimos y buenos y listos. Y ellos como siempre DOS PAREJAS NORMALES

Doctora X

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Llevaba mucho tiempo con molestias en mi rodilla izquierda después de la lesión que había tenido esquiando ese mismo invierno. Finalmente me decidí a pedir cita con mi traumatólogo y me tome la mañana libre en el trabajo. Era a primeros de mayo y la temperatura empezaba a ser muy agradable. Así que cuando me asome al armario para decidir que me ponía, cogí una falda vaquera cortita y una blusa blanca que era mi preferida. La falda la elegí por la comodidad, puesto que si me tenía que examinar la rodilla, no tendría que quitarme el pantalón.

Cuando llegue a la consulta, la recepcionista me dijo que mi médico no estaba y había una doctora supliendo su puesto, y me ofreció la posibilidad de cambiar la cita. Le dije que no. Que no me importaba. Me senté en la sala de espera donde un señor de unos cuarenta años aguardaba para ser atendido. Cogí una de las revista que descansaban sobre una mesita baja y la hojee sin mucha gana. Unos minutos después la recepcionista indica al caballero que podía pasar. Yo continué esperando. No habrían transcurrido ni cinco minutos cuando nuevamente la recepcionista me dice que es mi turno y que puedo pasar.

Cuando entre en la consulta, efectivamente no era mi médico, vamos no se parecían en nada. Mi doctor habitual era un señor de unos cincuenta y tantos años, he de reconocer que un maduro muy atractivo, pero no tenía nada que ver con la persona que hoy estaba sentada tras la mesa. Era una joven de unos treinta y dos años, por que le calcule tres o cuatro más que yo. Pelo castaño recogido en una sencilla pero elegante coleta y rostro de los que llaman la atención. Que podría ser portada de cualquier revista de moda. El cuerpo supuse que iría en consonancia con la cara, por que el pijama verde que vestía y la bata blanca no dejaban adivinar nada.

- Hola, buenos días, soy la doctora Torres, sustituyo al doctor Marina- Buenos días.

- Por favor siéntate, ¿tú debes ser Irene?

- Gracias doctora. Dije mientras me sentaba frente a ella.

- No hace falta tanto formalismo, puedes llamarme Ana. Y cuéntame ¿Qué te pasa?

- Bien Ana, pues hace unos meses tuve una lesión en la rodilla izquierda esquiando. Pues últimamente me molesta mucho, me tira en la parte de atrás de la rodilla y me cuesta en algunos momentos estirar y doblar la pierna por qué me duele un poco.

- Muy bien Irene, por lo que veo en el informe de la lesión de tu rodilla te recuperaste perfectamente. Y esto que me dices no tiene nada que ver con la lesión anterior. Tiene toda la pinta de ser una tendinitis.

- Entonces no tiene nada que ver con la lesión.

- No, nada. No te preocupes es muy leve. Pero de todos modos pasa a la camilla y te examino la rodilla.

Nos levantamos y nos dirigimos a la camilla que estaba en un extremo de la consulta oculta tras un biombo. Me senté en la camilla.

- Sera mejor que te tumbes.

- Bien.

Me quite los zapatos y subí las piernas a la camilla, quedando tumbada. Con este movimiento mi falda se arrugo y subió por encima de la mitad de mi muslo. Ana comenzó a examinar la rodilla. Haciendo movimientos con mi pierna. Doblado la rodilla para ver el punto donde sentía las molestias. No pude evitar fijarme que Ana mientras me examinada se le escapaban miradas a mi entrepierna, pues lo más probable es que se me estuviesen viendo las braguitas. Pensé cuales me había puesto hoy. Y no eran para que llamasen tanto la atención. Me había puesto unas braguitas de cintura baja, tipo bikini de color blanco, eran sencillas pero cuando estas vestida solo son ellas son muy sexis. Estaba yo en estos pensamientos cuando Ana los interrumpió.

- Vamos a ver Irene, efectivamente es una tendinitis muy leve. Te recetare unos antiinflamatorios para que te los apliques dos o tres veces al día y tendrás que hacer un poco de reposo. Procura no forzar la rodilla y andar lo menos posible y en una semana como nueva.

Mientras Ana me decía esto no dejaba de acariciar mi pantorrilla.

- Muy bien, gracias. Pero una duda.

- Dime

- ¿Es normal que tenga dolorido el muslo también?

- Si, es normal, por qué fuerzas para evitar que te duela la rodilla. Pero si quieres le echo un vistazo.

- Es como un pinchazo aquí en la parte interna del muslo. Y le indico con mi mano donde se producen las punzadas.

- Bueno, vamos a ver. ¿Es ahí? Me indica Ana mientras examina mi muslo.

- Ahí justo.

- Y te sube por aquí.

Me indica mientras sube su mano a lo largo de todo mi muslo. Lo hace de una manera muy suave y delicada, casi erótica lo que hace que abra de forma involuntaria un poco las piernas.

– Noto alivio cuando presionas.

– Si, es normal. Espera un momento voy a por un relajante muscular y te doy un ligero masaje. Varas como te encuentras mucho mejor.

– Muy bien gracias. ¿Quieres que me quite la falda?

– Sera mejor. Así te hare el masaje de una manera más cómoda.

No sé porque le dije eso a Ana de si me quito la falda. Pero no lo pensé me salió de manera espontanea. Porque la forma en que me había examinado el mulo me había excitado un poco. Me quito la falda. Y sigo tumbada en la camilla ahora solo vestida con mi blusita y la braguita. Espero unos minutos a que vuelva Ana con el relajante muscular y no se porque estoy algo nerviosa. Ana entre nuevamente en la consulta y viene directamente donde yo estoy tumbada esperando. Su mirada va directamente a mi zona púbica. Creo que se ha dado cuenta que estas braguitas me marcan toda la rijita y dejan muy poco a la imaginación. No puedo evitar sonreírme al pensarlo.

- Vamos a ver qué hacemos aquí.

- ¿No me harás daño verdad?

- No te preocupes, tendré mucho cuidado. Te digo lo que voy hacer. Primero te pondré el relajante muscular. Notaras un poco de frio en la zona. Te daré un masaje suave e iras notando calor en la zona y te desaparecerán las molestias.

- ¿Estoy bien así, separo más las piernas o tengo qué ponerme en otra posición?

- Así está bien.

Ana me aplica en el muslo el relajante muscular y como me había dicho siento un poco de frio donde me lo está aplicando. Luego empieza a masajear mi muslo.

- Uuufff.

- Relájate, estas muy tensa.

- Vale. Lo intentare. Me gusta como lo haces, es verdad que me alivia.

Creo que nota que me estoy excitando con la forma que tiene de hacerme el masaje. Y creo que nota que me está gustando lo que hace. Sus manos suben desde la rodilla hasta la ingle. Y noto con en algunas ocasiones sus manos de detienen hay algo más de los necesario rozando con las puntas de sus dedos mi entrepierna a través de la tela de mi braguita. Cierro los ojos y te dejo hacer. No puedo evitar humedecerme. Y sé que Ana lo está notando al rozarme con sus dedos. Sé, que ella sabe, que estoy excitada. Mi respiración se me esta acelerando. Y sonrío. En un movimiento reflejo, por instinto abro mas las piernas. Y me agarro con amabas manos el borde de la camilla.

- ¡Ummm! Me gusta, tienes unas manos que …

- Gracias.

No sé cómo he sido capaz de decir eso. Estoy fuera de control. Ana se apoya contra la camilla justo donde estoy agarrada a ella y frota su pubis en el dorso de mi mano. Imagino cómo será tu coñito que está separado de mi mano por la tela verde de su pantalón y por su braguita.

- Te daré también en el otro muslo. Parece que también está cargado.

- Bien. Me gusta. Me encuentro mucho mejor.

- Estoy segura que te está viniendo bien este masaje.

- Ana, la verdad es que lo haces muy bien. Me gusta.

Ana me masajea el otro muslo de la misma forma que el otro. Sigue tocando mi rajita con la punta de sus dedos. A estas altura estoy empapada y seguro que mi chochito se está transparentando a través de la tela blanca de la braga. Giro mi mano y descaradamente la meto entre las piernas de Ana, para que juegue con ella. De forma disimulada Ana hace leves movimientos frotando su entrepierna en mi mano. Ella también esta excitada y muy mojada. Noto una leve humedad a través de la fina tela de su pantalón. Gimo sin poder evitarlo.

- ¡Ummmmmm!

- ¿Estás excitada?

- Un poco es que…(miento estoy muy cachonda) ¿Te importa?

- No, no me importa. Me gusta. ¿Creo que lo has notado?

- Sí, pero me daba vergüenza decirte que… me gustas.

- .A mí también me gustas. ¿Quieres que sigamos?

- ¡Sí! ¿y tú?

Ana no responde a mi pregunta y simplemente pasa a la acción. Sube sus manos por mis muslos hasta mis caderas. Me sus dedos en el elástico de mis braguitas y las baja a lo largo de mis piernas, hasta deshacerse de ellas. Te dejo hacer toda excitada.

Ahora tiene ante ella mi coñito. Esta totalmente rasurado, salvo por un dedito de bello que sube desde mi rajita por mi pubis. Estoy totalmente empapada. Siento como mis fluidos emanan desde mi interior. Ana acaricia mi sexo suavemente, sintiendo su humedad. Recorre toda mi abertura con sus dedos. No puedo evitar abrir más las piernas y agitar un poco las caderas buscando un contacto más profundo. Recoge mis fluidos con sus dedos y los lleva a sus labios. Abre un poco su boca e introduce sus dedos en ella. Los está saboreando.

- ¿Te gusta?

- Me encanta.

Ana desabrocha mi blusa, bajo la que no llevo nada más que mi piel. Deja mis pechos a su disposición. Coloca ambas manos sobre ellos y los acaricia con suavidad. Debe de notar que los tengo como piedras en este momento y como mis pezones reaccionan insolentes al contacto de tus manos. Ana hunde su cabeza en mi entrepierna. Y no deja de jugar con mis pechos. Acaricio su pelo. Ana juega con su lengua en mi clítoris que a estas alturas esta hinchadísimo. Lo muerde, lo besa, lo adsorbe. Su lengua no está quieta un solo momento. Baja una de sus manos acariciando mi cuerpo. Introduce sus dedos dentro de mí, sin dejar de mover su lengua.

- ¡Dios que bien!

Estoy empapada y abierta. Y Ana no deja de meter su lengua en mi coñito y de recoger hasta la última gota de fluido que emana de mi interior. Ana continua trabajando con su lengua y sus dedos. Mi respiración se acelera e intento contener los gemidos, porque tengo miedo que nos oigan. Entonces tengo un primer orgasmo, aunque no es muy intenso, porque Ana a abandonado por unos momentos mi clítoris. Mi vientre se contrae un par de veces y mi respiración empieza a calmarse un poco.

Ahora, Ana se centra en mi clítoris cuando no me he rehecho aun de mi primer orgasmo. Mi respiración se acelera nuevamente. Y empiezo a jadear sin parar y no puedo evitar mover las caderas al ritmo que marca su lengua. Ana lo está mordiendo, besando, chupando, sorbiendo sin parar. Mi respiración está muy acelerada y mi cuerpo se pone en tensión. Noto como viene es muy intenso. Y Ana no descansa ni un segundo. Y mi sexo es un autentico manantial de fluidos. Hasta que finalmente.

- ¡Oohhhhhhhhhh! ¡siiiii!

Es un orgasmo intenso, muy intenso y largo. Tengo los ojos cerrados y mi vientre no deja de moverse por la intensidad del momento. Mientras mi respiración empieza a relajarse un poco. Cuando abro los ojos Ana me esta mirando. Y tiene una mano metida en su pantalón y por su expresión sé que ella también va a llegar. Cuando termina nos besamos. Y es un beso muy tierno. Me encanta sentir sus labios carnosos y suaves sobre los míos.

- ¿Te gusto?

Me pregunta Ana mientras estamos fundidas en un abrazo.

- Ha sido una experiencia maravillosa.

- Me alegro que te haya gustado. Para mí también ha sido muy especial.

Volvemos a fundirnos en un beso. Entonces alguien llama a la puerta de la consulta.

- Doctora Torres tiene tres pacientes esperando.

- Ya he terminado en cinco minutos sale la paciente.

- Gracias.

Comienzo abrochar los botones de mi blusa y Ana me da mis braguitas que están sobre una silla. Mientras me pongo la falda ella se arregla un poco el pijama y se pone la bata, que debió quitarse en algún momento. Cuando estoy vestida Ana me da la receta.

- Tú antiinflamatorio. Y también tienes ahí apuntado mi teléfono personal. Por favor llámame. Tenemos que repetirlo con mal calma. Me encantas.

- Tú si eres fantástica. Te llamare.

Antes de salir de la consulta nos volvemos a besar. Y Ana al separarse muerde mi labio inferior tirando de él. Me encanto. Abro la puerta y salgo de la consulta. Ana se queda en la puerta. Miro hacia atrás y ella me guiña un ojo.

- Por favor, el siguiente.


Castigo

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La historia que os voy a contar pasó cuando tenia 19 años, tenia ganas de compartirla con mas gente, porque no se la he contado a nadie. Seguramente, el estilo no sea muy bueno, pero no me lo tengáis en cuenta, es la primera vez que escribo algo así.
Todo pasó en un pueblo de los alrededores de Barcelona, mientras estaba haciendo FP. Allí conocí a una chica, nos gustamos, quedábamos de vez en cuando y nos acabamos acostando. Nada fuera de lo común. Pero esa misma noche, me llamo llorando, confesándome que tenia novio llamado Alberto y se lo había dicho, para cortar con él. En realidad, lo que quería decirme, era que su novio iba a por mi, que tuviera cuidado y que seria mejor que no nos volviéramos a ver. Al día siguiente no fue a clase y ya no volvió, aunque mas tarde me entere que había cambiado de instituto. Pasé unos días que no tenia ganas de salir a la calle por miedo a encontrármelo, pero fueron pasando los días hasta que pensé que era una falsa amenaza.
Para llegar a casa tenia que cruzar un descampado, así que acelere el ritmo ya que esa zona estaba frecuentada por drogadictos. Noté la presencia de varias personas por detrás de mi, pensé que eran drogadictos que iban a inyectarse la dosis donde nadie les pudiera ver. De pronto, esas personas empezaron a correr en mi dirección. No tuve apenas tiempo de correr 10 metros, cuando dos de esas personas me cogieron fuertemente por ambos brazos y me giraron en dirección contraria. Otro de ellos, aun en carrera, me descargo un puñetazo en en estomago, que hizo que cayera al suelo de rodillas. No llegue a caer del todo al suelo, porque me sujetaban esos dos hombres. Todo fue muy rápido, no me dio tiempo a verles las caras. Al final, el que me dio el puñetazo habló.

Ahora te vamos a enseñar lo que pasa cuando te follas a la novia de otro

Entonces entendí quien eran esas personas, era Alberto y tres gorilas del equipo de rugby. Uno de ellos que cogió del pelo y me hizo levantar la cabeza para ver a Alberto. Era un militar de 26 años, corpulento de casi un metro noventa, con ropa ceñida que hacia que se me marcara toda su musculatura. Mientras avanzaba hacia mi, empezó a desabrocharse los pantalones. Paró a unos centímetros de mi cara, se bajó los pantalones y luego los boxers. Uno de ellos que aun no había participado, me sujetó por la cabeza mientras los otros dos, me soltaron los brazos para ponerse delante del mismo modo que Alberto. Tenia 3 pollas a escasa distancia de la cara, las de los gorilas estaban totalmente erectas, la de Alberto aun estaba morcillona.

Abre la boca y empieza a chupármela, puta
Lo siento, yo no sabia nada. Pensaba que no tenia novio
Cállate y chúpamela, puta

Intenté contestarle, pero me agarró la cabeza como un balón de rugby y me taponó la boca con su pene. Violentamente, empezó a follarme la boca. No le costó nada llegar a la campanilla y apunto estuvo de hacerme vomitar dos veces. La sacó y le ofreció mi cabeza a uno de sus amigos.

Por favor, no lo volváis a hacer así, os la chupare, pero no lo volváis a hacer
Mira el maricón, como le gusta mamar pollas – y todos rieron.

Le agarré por el tallo y me llevé el glande a la boca. Mis labios acariciaba el perfil de su capullo, mientras mi lengua lamía la punta. Entraba y salía con suavidad, lubricándola con la saliva. El otro gorila, se impacientó y cogiéndome por los pelos, me dijo que le hiciera una paja mientras se la chupaba a su amigo y así lo hice. De los tres, era el que mas grande la tenia y también el que menos tardó en correrse. No paso ni un minuto, cuando se acercó a mi cara para descargar toda su leche mientras le hacia el trabajito a su compañero. Alberto, se había mantenido un poco al margen, masturbándose enfrente de mi, hasta que volvió a coger las riendas de la situación. Se adueño de mi cabeza de nuevo, dejando con las ganas a su amigo. Y volvió a follarme la boca. Sus huevos chocaban violentamente contra mi barbilla. Mientras lo hacia, su amigo eyaculo sobre mi pelo, provocando la risa entre todos los que estaban. Alberto, metía y sacaba el rabo de mi boca cada vez mas rápido, hasta que el final. Me llenó la boca con su semen. Apretó mi cabeza contra su cuerpo y la lefa que aun salía abundantemente,bajó por mi garganta.

Estaba rica la leche, putita?

Escúchame bien zorrita, ahora me perteneces. Vas a ser mi puta. Cuando me apetezca que me hagas una mamada, me la vas a hacer. Si quiero follarte el culo, te lo voy a follar. ¿Me has oído bien?
No quiero….

Entonces, su puño me golpeo de nuevo en el estomago pero ahora si que acabe en el suelo. Quede tendido bocaarriba, Alberto pisó sobre mi pecho y apretó con fuerza.

¿Lo haras, putita?
Está bien, lo haré…
Así me gusta, que seas una putita obediente. Dejad a esta mierda aquí y vamonos,

Uno de ellos antes de irse, escupió sobre mi y los cuatro desaparecieron en la oscuridad. Estuve un rato tumbado en el suelo sin poder moverme, mis músculos no respondían. Pero no todos los músculos estaban como muertos, los de mi entrepierna estaban duros como piedras. Era increíble pero estaba excitado. En la boca, paladeaba aun el esperma de Alberto y no me pareció desagradable, al contrario. No se que comía ese tío, pero resultaba incluso dulce.

Dos días después, apareció en el portal de casa, esperando dentro de su coche. Yo llegaba de trabajar por la noche. Cuando me vio, bajó la ventanilla del coche y cuando capto mi atención, me hizo señas para que me acercara al coche.

Sube al coche, zorrita. Me apetece que me la mames
Ahora no puedo, me esperan en casa…
Cállate la puta boca y sube

Obedecí mansamente. Me ordeno que me tumbara en los asientos de atrás, para que nadie nos viera juntos. Alberto, no dijo nada en los 10 minutos que estuvo conduciendo. Paró el coche y me dijo que saliera. El también lo hizo. Era un descampado, en el que a lo lejos se veían las luces del pueblo. Me agarró del brazo y me empujo hacia el capó del coche. Se desabrochó los pantalones y los bajo junto a los boxers. Apoyó el culo en el capó y me ofreció toda su virilidad en su máximo esplendor. Arrodillado enfrente de el, hice ademan de chupársela, pero el se la agarró y levantándola para arriba, me ordeno que le comiera los huevos. Pasé la punta de la lengua por su bolsa testicular, hasta recorrerla entera. Absorbía un huevo y jugaba con él con la lengua dentro de la boca. Lo soltaba me metía en la boca el otro, para disfrute de Alberto. Mire hacia arriba mientras lo hacia y vi que tenia la cabeza echada para atrás, síntoma de que estaba disfrutando enormemente. Y no solo él.
Se retorció de placer cuando me los metí los dos en la boca y los masajee con la lengua.

Dios, la de pollas que habrás comido para chuparla así. maricón
….
No pares, puta de mierda, ahora mámamela, que tengo un regalo para ti

Agarré firmemente el tronco de su falo y lamí varias veces el glande suavemente antes de llevármelo a la boca. Desde su punto de vista, podría ver como su cipote entraba y salía de mi boca, mientras con la mano, lo masturbaba. Solo lo soltaba para pasarle la lengua por su miembro e inmediatamente después volvérsela a chupar. Entonces, unas luces de coche aparecieron relativamente cerca en esa dirección. Alberto se puso nervioso y me gritó que subiera al coche. El coche que se acercaba era solamente otra pareja que también había elegido ese lugar para desfogarse. Visiblemente irritado por la interrupción, me cogió violentamente del pelo y me empujó contra su entrepierna para que siguiera con la felación, pero esta vez, el marcaba el ritmo con mi pelo aun sujeto.

Me corro zorra, trágatelo todo, no quiero que me manches el asiento del coche..

Eyaculó dentro de mi boca por segunda vez y no dejé que escapara ni una sola gota, pero no por la amenaza, sino porque quería volver a saborear su leche sin que nada de perdiera.

Dame tu móvil
Para que lo quieres?
Dame tu móvil, a partir de ahora te llamare cuando quiera que me alivies y tu vendrás a mi casa para hacérmelo sin rechistar
En tu casa, para que?
No lo has visto, puta? Casi nos pillan y no quiero que me vean con una escoria como tu y menos aun que crean que somos maricones. Aquí el único maricón eres tu, esta claro?
Si..

Le dije el numero y lo apuntó en su móvil. A empujones me echó del coche, arrancó y se marchó dejándome solo allí en el descampado.
Durante el trayecto hacia casa, pensé en lo que me había dicho sobre las pollas que habría chupado. En realidad, aparte de la suya y la de sus amigos dos días atrás, solo había probado una. Un amigo del instituto, que cuando lo dejó su novia, en una borrachera, pusimos en practica que mientras que no tuviéramos novia, nos satisfaríamos el uno al otro. Eso duró hasta que terminamos bachillerato, 3 años, así que las pajas y las mamadas que nos hicimos fueron muchas. Pero jamas nos llegamos a follar el culo.

Pasaron dos semanas sin saber de él, y aunque no me gustaban nuestros encuentros, tenia una especie de mono por chupársela y beberme su delicioso esperma. Mas tardé me entere que había estado de maniobras con el ejercito. Imaginaba como podría ser en la cama, de igual a igual. Lo imaginaba como un macho dominante y a mi como una mujer sumisa, que hace todo lo que desea. Me masturbaba pensando en eso mientras estaba en la ducha, esperando que llegara el momento.
Sonó el móvil y vi que era un numero desconocido, al escuchar su voz, sentí excitación.

Ven a mi casa ahora mismo, no me hagas esperar…

Me dio la dirección de su casa y antes de que pudiera contestar, colgó. Podía sentir el bombeo de sangre en mi rabo. Me vestí corriendo, cogí el coche y fui a su piso. Toqué el timbre y apareció Alberto, sin camiseta y con solo unos shorts puestos. Su torso parecía esculpido. Unos pectorales perfectos, bíceps abultados y unos abdominales bien marcados, sin un gramo de grasa. Solo mirándolo, podría haberme llegado a correr. Sus shorts no dejaban nada a la imaginación, porque le marcaban perfectamente su polla erecta. Se sentó en el sofá, se quito los shorts, quedando totalmente desnudo y se masturbó lentamente mientras yo me arrodillaba entre sus piernas. La mamada fue tan placentera como otras, solo que con mucha mas lefa, por el tiempo que había pasado sin correrse en el ejercito. Pero lo nuevo pasó después, cuando lo había dejado seco y estaba dispuesto a irme a casa…

Donde te crees que vas?
Ya hemos terminado, no? Pues me voy
No hemos terminado, al menos, tu no. Ves a la cocina y frega todo lo que esta para fregar
Quedamos en que solo te la chuparía
Eso no es así, te dije que ahora eras mi puta y como mi puta que eres quiero que me friegues los platos
No lo pienso hacer

Eso lo alteró, salto como un resorte en mi dirección y cogiéndome por la nuca, me empujo al sofá, saltó encima de mi e amenazó con golpearme con el puño.

Esta bien, esta bien, lo haré…
Así me gusta y ahora, largo de sofá, puta barata

Tardé 20 minutos en acabar de fregar todos los vasos, platos y demás cubertería. Entonces, apareció de nuevo Alberto, desnudo y empalmado de nuevo. Me cogió fuertemente de la nuca e hizo que apoyara mi pecho en la encimera. Con la otra mano, me desabrochó los tejanos y los bajo hasta los tobillos. Lo mismo hizo con los slip. Tenia a su disposición mi virginidad anal y tenia intención de ponerle fin. Se la sujetó con la mano que tenia libre y la dirigió a mi ano. Sentí la presión que hacía su polla para entrar, pero sin lubricar iba a ser imposible. Le suplique que se echara algún tipo de lubricante, pero no respondió. El agujero empezó a ceder ante su empuje, no sin un intenso dolor. Ya había entrado el capullo entero y la metía y sacaba solo unos milímetros, lo suficiente para hacerme ver las estrellas. Pero seguía entrando mas y mas. Hasta que estuvo totalmente metida. Entonces, su excitación lo convirtió en un animal, penetrándome violentamente, sentía un gran dolor, pero no quería parar, al mismo tiempo sentía mucho placer. Sus dedos se marcaban en mis caderas mientras me enculaba con rabia. Entonces fue cuando, entre gemidos, noté como un liquido caliente me inundaba por dentro. Dio una ultima embestida y la metió todo lo dentro que pudo mientras continuaba corriéndose. Finalmente me soltó la nunca y me dijo que me fuera de su casa, que ya no me necesitaba. Y eso hice.

Este tipo de visitas a su casa se fueron haciendo cada vez mas frecuentes, hasta el punto de ir casi cada día a su casa. La mayoría de veces era para sexo oral, pero solía haber penetración una vez a la semana como mínimo. Pero hubo una visita que fue especial, todo pasó igual, me llamo y me dijo que fuera para su casa, pero estaba vez no parecía una orden. Así que fui cuanto antes.
Llame al timbre de su casa, me abrió Alberto, me dijo que pasara a la habitación y me fuera desnudando. Una vez desnudo, me senté en la cama y espere que viniera. A los cinco minutos, entró en la habitación desnudo completamente y me dijo que me pusiera en la cama a cuatro patas. Eso disparo mis niveles de excitación, saber que me iba a follar como una perra. Me fascinaba ver su cuerpo bien musculado y depilado, y sobretodo, ver que ya tenia la polla dura. Rebuscó en un cajón y sacó un bote que parecía de lubricante.. Se roció todo el pene con el gel y se acercó a la cama. Me abrió las nalgas y echó un chorro sobre mi ano. Me agarró de la cadera y me colocó a los pies de la cama. Deseaba que me la metiera inmediatamente, pero se dedicó a restregar el glande por los alrededores del agujero.

Deseas que te la meta?
Si…
Suplícame que te la meta?
Fóllame, te lo ruego, fóllame

Al mínimo contacto de su punta con mi ano, relaje el esfínter y su rabo se fue abriendo paso dentro de mi culo fácilmente. Hundí la cabeza en el nórdico mientras me penetraba hasta el fondo. En la habitación solo se escuchaba su respiración agitada y los golpes de su cadena en mis nalgas. Alberto, era una persona brusca y cada vez las embestidas eran mas violentas. Por una banda no quería que dejara de sodomizarme, pero por otra, deseaba que me llenara por dentro con su leche. Por sorpresa, me agarró de la polla y empezó a masturbarme al mismo ritmo que me la metía. No entendía nada, pero me volvía loco. La saco bruscamente y agarrándome de las caderas, me dio la vuelta, quedando tendido en la cama bocaarriba. Entonces, se llevó mi polla a la boca y me la chupó. No notaba que era la primera vez que lo hacia, pero estaba tan excitado que no me importó. Solo cerré los ojos y disfruté de la felación. Cuando estaba a punto de correrme, le avise que estaba apunto de hacerlo, pero hizo oídos sordos y siguió haciéndome el trabajito. Hasta que no pude aguantar mas y todo mi semen acabo en su boca, que no paraba de succionarlo. Se tumbó sobre mi y me besó en los labios. Cuando se abrieron, compartimos en nuestras bocas, mi esperma y nuestras lenguas, llegando incluso a rebosar y escaparse por la mejilla. Mientras nos besábamos, nuestras pollas se frotaban y aunque acaba de correrme, seguía dura como una piedra. Rodamos hacia el lado y quedé encima de el, pero ahora con la cabeza apoyada en sus marcados pectorales.

Por que lo has hecho?
A que te refieres?
Pues a la mamada que me acabas de hacer
Porque me apetecía
Es que no entiendo lo que ha cambiado, para que hasta hoy me hayas tratado como una mierda y ahora, me la hayas comido
Te lo explicare, al principio estaba furioso contigo, solo deseaba hacerte daño y humillarte, pero al mismo tiempo deseaba probar con un tío. Ese es mi gran secreto, también me gusta experimentar con hombres y ahora estoy totalmente seguro.
Entonces, eres marica?
No, al igual que tu soy bisexual. Desde la primera vez que me la chupaste me volví adicto a que lo hicieras. Deseaba ir a buscarte, para que me la comieras y te tragaras mi semen
Quieres que te diga un secreto?
Por supuesto, dime
Para mi nunca fue un castigo, adoro tu leche, adoro tragármela, la encuentro deliciosa mmmm.
Pues si tanto de gusta, estoy a punto para darte mas
Tus deseos son ordenes, para algo soy tu putita
Lo besé en los labios y bajé a su entrepierna, hasta que le saque la ultima gota de lefa, sin dejar de mirarnos a los ojos.

Una semana mas tarde, me fui a vivir a su casa y hasta hoy. Espero que os haya gustado la historia. Sinceramente espero que os haya gustado tanto como a mi

El Seductor

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Tu que todo lo conoces sabes de mis pecados pero también sabes de mi fe, no me desampares Amén.

Él tiene sus ojos blindados su cuerpo delgado, camina en la oscuridad la angustiosa soledad se lo quiso llevar…No saben la inocencia que dañaron siendo un niño con pocos años lo violaron.

Brandon era tan bello como tú quieras quizá más bello que el sol el día la noche y las estrellas.

Ojo no verte, boca no hablarte con las manos nadie podrá tocarte.

ESTA ES MI PAGINA DE FACEBOOK POR SI ALGUIEN ME QUIERE AGREGAR:

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No dejó tiempo para arrepentimiento,

mantuvo su pico mojado,

con su apuesta segura de siempre.

Yo y mi cabeza altas,

y mis lágrimas secas,

continuar sin mi hombre.

Has vuelto a lo que conocías,

tan alejado de todo lo que pasamos.

Y yo piso un camino de problemas,

llevo las de perder

Solo nos dijimos adiós con palabras,

he muerto cien veces,

tú vuelves con ella,

y yo vuelvo…

y yo vuelvo a nosotros.

Te quiero mucho,

no es suficiente,

A ti te encanta resoplar y

a mí me encanta fumar

Y la vida es como una tubería,

y yo soy un pequeño penique

rodando por sus paredes.

Solo nos dijimos adiós con palabras,

he muerto cien veces,

tú vuelves con ella,

y yo vuelvo…

Solo nos dijimos adiós con palabras,

he muerto cien veces,

tú vuelves con ella,

y yo vuelvo…

Secretos de hermanos

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De nuevo pude escuchar los gemidos de mi hermana acompañada por su nuevo novio en la habitación contigua y es que desde que murió mi madre nuestro padre vive ocupado en el trabajo hasta el punto que nos deja hacer lo que nos plazca de día siempre que la casa este intacta y el no se entere de lo que hicimos.

Desde ese día y aunque ya pasaran dos años nuestro hogar se fue separando y haciendo todos los días más fríos gracias a la falta del calor de nuestra madre y la presencia de nuestro padre. Mi hermana Shantal fue a la que más le afecto su muerte, ella no paraba de llorar su perdida y con el paso de los días se fue aislando cada vez mas encerrándose en su habitación.

Ella casi no hablaba tanto conmigo su hermano o con nuestro padre, ella se fue haciendo todos los días más rebelde, casi todos los días llegaba borracha de alguna discoteca y traía un chico nuevo para morrease un rato y luego follar hasta que él se corra, la deje insatisfecha y ella tenga que tocarse hasta correrse. Se fue haciendo casi una rutina y lo peor del caso es que ella con ninguno de la gran lista de chicos que ha traído a su cama jamás a pasado la noche.

Ahora pude escuchar como el sujeto de turno se vestía, se subía la cremallera y abría la puerta para salir de la casa. Ahora era el turno para que ella se tocara pero realmente no quería escucharla así que salí de mi habitación y baje a la cocina para tomar un vaso de agua para refrescarme ya que era una calurosa noche de verano.

Me senté con el vaso para poder pensar en cómo poder ayudar a que mi hermana superara todo esto y es que aun que ella no me hablase, no quería decir que no la quisiera. De repente escuche como una puerta se abriera y alguien bajase de las escaleras, no podría ser otra que Shantal ya que nuestro padre estaba de viaje.

Ella entro a la cocina y actuó como si no estuviera nadie en ella, solo abrió el refrigerador y también tomo un vaso de agua.

Espero que te hayas divertido con ese nuevo idiota Shanti-Le dije-
A ti que te importa lo que haga Giovanni-Gritaba- Además, ya no somos pequeños para que me llames así.
No crees que ya debes de superar la muerte de mama?-le pregunte- Ya han pasado dos años desde esa tragedia y solo te estás haciendo daño a ti misma.
Para tu información eso ya no me pesa, no siento nada por su muerte y de paso déjame decirte que a mí me gusta divertirme con todos los que traigo a la casa, me gusta tenerlos a mi disposición.
Tendrás a la persona que quieras siempre y cuando le abras las piernas y seas una perra…
Eso fue lo que le colmo la paciencia, ella se acerco a mí y levanto la mano en un ademan de darme una bofetada. La tome rápidamente de las dos manos y la empuje contra la pared para que ella no pudiese hacer nada. Ella solo forcejeaba y me gritaba a más no poder.

Suéltame imbécil, no tienes derecho a hablarme así-Gritaba- Tal vez eso es lo que te hace falta a ti, que una chica ardiente te la mame.
Shantal no lo decía por menos ya que ella a sus 16 años era para babear, ella era linda de cara, tenía una tez que morena y un cabello lacio que le caía hasta media espalda de color negro. Aunque tenía poco pecho era complementado por un vientre totalmente plano, un culo que parecía hecho a mano por los dioses y unas piernas totalmente torneadas producto de los años jugando vóleibol. Lo que más llamaba la atención de ella era su sonrisa, aquella sonrisa que podía hacer brillar cualquier cara triste.

Por que eres de esta manera Shantal?-Le pregunte- Cuando éramos mas jóvenes eras una chica tan feliz y siempre reías. Ahora siempre estas triste y callada. Dime qué puedo hacer para que seas de nuevo la hermana que yo ame tanto.
No tienes que hacer nada Giovanni, lo único que necesito es que me dejes sueltes y me dejes tranquila.
No hare eso Shanti, eres mi hermana!-Le grite- Yo te amo y realmente me preocupo de que te puedas hacer un daño permanente.
Cada vez mas ella y yo nos acercábamos hasta que nuestros cuerpos quedaron totalmente pegados, podía sentir la suavidad de sus pechos contra mí y ella sentía como mi miembro flácido se pegaba contra su vientre. Ella se resistía tanto como podía para separarse de mí, solté un gran grito cuando sentí como me mordía el hombro aquella fiera.

Shanti, no hagas eso que me hieres.
Giovanni qué diablos no entiendes?!-Gritaba- Solo quiero que me sueltes y que me dejes vivir mi vida como a mí me dé la gana.
Shanti, crees que mama realmente desearía esto para ti? Que diría ella si viera como esta su hija ahora?! La hija que tanto amo y adoro ahora no es más que una puta que trae todas las noches un tipo nuevo que la deja caliente y ella misma se tiene que tocar para poder tener un orgasmo.
Shantal había dejo de gritar de enojo para luego empezar a llorar con todas sus fuerzas como si se estuviera desahogando de todos sentimientos que tenia ocultos en su interior. Solté sus manos para alejarme de ella pero sorpresivamente ella solo se aferraba mas a mí, la abrace lo mas cálidamente que pude.

Dios Giovanni! Estoy cansada de llorar en la oscuridad de mi habitación, estoy cansada de que para sentirme deseada le tenga que abrir las piernas a cualquier idiota y este me deje sintiendo ganas de mas. Estoy cansada de sentirme tan sola en la vida como si no valiera la pena seguir viviendo.
No estás sola Shanti, me tienes a mí. Créeme que yo si te quiero, no sé qué haría sin ti.
Al ver la tristeza tan grande que tenía en su corazón pensé que la mejor manera de hacerla sentir mejor era hacerla reír así que la tome a ella por su vientre y la cargue, salí de la casa hasta llegar a la piscina y nos lanzamos juntos hacia el agua fría.

Ambos sacamos la cabeza para tomar aire al mismo tiempo y pensando que yo recibiría algún reclamo o golpe, ella había cambiado totalmente su actitud, en vez de soltar algún grito solo podía escuchar su risa, una risa que hacía ya dos años que no escuchaba.

Eres un idiota Giovanni!-Decía mientras reía.
Qué buena esta el agua a esta hora de la noche, es para morirse!
Una buena pulmonía es lo que puedes tomar por estar de tonto.
Como si fuésemos unos críos empezamos a jugar con el agua, se podía ver como si fuese una verdadera guerra en la piscina, el agua salía por todos lados. Al final ella termino perdiendo la guerra y con ello también se cayó el muro que existía entre ella y yo.

Yo a mis 15 años no estaba mal pues me mantenía en forma producto de todos mis años practicando tenis. Soy de tez un poco más clara que la de mi hermana, mi cabello es de color negro. No soy ni muy bajo ni muy alto, mi tamaño es regular

Ella entre risas nado hasta mí hasta que quedamos de frente el uno al otro, ella rodeo con sus brazos mi cuello y nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro. Me deleitaba mientras devoraba aquellos ojos marrones que me hipnotizaban y me hacían estremecerme.

Te quiero Giovanni, en estos dos años te he tratado muy mal. Gracias por ser aquel hermano con el que siempre puedo contar.
Siempre para ti Shanti.
En ese momento mi corazón empezó a latir cada vez más rápido, sentía como si este fuera a salirse de mi pecho mientras veía como la luna se reflejaba en el agua. Shantal se había sonrojado en ese momento hasta que pude sentir el motivo, estaba teniendo una erección y esta se estaba apoyando en donde estaba la raja de ella.

Ambos nos miramos y sabíamos en donde acabaría todo esto. Realmente no podía creer que me estaba excitando con mi propia hermana. Nos tomamos de la mano y lentamente acercamos nuestras cabezas y cerramos nuestros ojos hasta que nuestros labios hicieron un primer contacto tímido para poder desencadenar toda nuestra pasión mientras nuestras lenguas se entrelazaban en nuestras bocas.

Lecciones

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Durante el baile pegado con Juan, dentro de la discoteca, Laura se le había ocurrido lo que para ella seria el golpe definitivo a la moral y voluntad de su padre. En primer lugar, se había percatado que pese a que las distancias físicas se mantenían, las miradas que le prodigaba su padre iban mucho mas allá de las que un padre podría dar, lo que significaba que el deseo ardía en su padre.

Por otro lado, Laura empezó a encontrar manchurrones blancos en su ropa para lavar. Su padre efectivamente la deseaba, físicamente, y había iniciado el acercamiento a través de su ropa, de la misma manera que ella se masturbaba violentamente con las camisas de él.

Mientras bailaba pegando el culo prieto por el ajustado vestido contra el paquete de un duro Juan, Laura se excitaba solo con la idea de poner el plan en marcha. Movió su cadera arriba y abajo descaradamente, amparada por lo abarrotado del local, sintiendo el palote de carne dura y caliente en su trasero, mientras un indiscreto Juan le sobaba los pechos por encima del vestido.

Después de una mamada rápida y unos deditos, Laura y Juan se dispusieron a esperar al padre de esta. Pero esperar es aburrido. Así que Laura movió ficha, otra vez. Ella esperaba ser sorprendida por su padre o bien durante la mamada o bien mientras era follada por los dedos hábiles de Juan, pero no. El plan era tanto provocarle celos, como que la viera en acción, para luego, fingiendo borrachera, convencer a su padre de seguir “con lo que habían empezado en el parking”, pretendiendo que su papa era el joven al que había mamado rato antes.

Pero se tuvo que conformar con dar una mamada por nada, pero no dio por terminada la noche. Tenia que ser pillada in fraganti por su padre para dar verosimilitud a su futuro plan.

Apoyados en la barandilla que protege a los peatones del transito, Laura mete la mano por la cintura de los jeans de Juan, por lo apretado de su cinturón, hasta llegar a la calentura húmeda de su polla recién mamada. El se sorprende por la insaciabilidad de la joven, y por la poca vergüenza que tiene. Están a la vista de cualquiera que pase, y de hecho un par de coches que pasan hacen sonar el claxon en señal de aprobación.

Laura solo sonríe mientras Juan intenta disimular. No tiene espacio para hacerle una paja, ni tampoco quiere, sino que simplemente, agarra con la mano abierta el conjunto y lo masajea con los dedos, sintiendo como vuelve a crecer. Juan quiere follarla violentamente, allí mismo, por perra y puton, pero la anterior mamada lo dejo bastante bien servido. Estaba pensando hasta donde llegaría la zorrería de la joven… parecía suplicar por una polla… y si le daban varias a la vez..? Y si…?

De repente, un carraspeo suena detrás de los jóvenes. Ambos se giran para ver si tienen espectadores… y vaya si tienen: el padre de Laura.

Con semblante serio, le dice que viene a llevársela. Juan palidece, y Laura, empezando a actuar borracha, todavía con la mano en los pantalones de Juan, se hace la sorda, pero el chaval, viendo el semblante del hombre, se quita la mano y se aleja a paso ligero.

Su padre la arrastra hasta dentro del coche por el cuello, sin decir nada mientras ella planea su siguiente movimiento y mientras el enfurecido progenitor se da la vuelta, ella se salta hasta el asiento de atrás, dispuesta a empezar el show.

Se sienta en el asiento de enmedio de atas, dejando las piernas abiertas en par, y mientras su padre conduce en silencio, ella empieza su discurso falsamente borracho…

Joder Juan, eres lo peor…

No soy Juan. Soy tu padre y vergüenza deberia darte como vas…

Jjajaja -risa alcoholizada- anda Juan, quieres jugar a eso? A ser mi papito…?

Anda venga, apoco no la chupo bien?

Ok, si vienes aquí atrás a terminarme, te juro que me lo voy a tragar….

Todo, no dejare ni una gota, y mira, ya estoy empapada, Juan, no lo tendrás difícil… anda… vente…

El coche se estaciono, repentinamente. Laura se dio cuenta que estaban en un descampado cercano a la discoteca, usado para parejas reticentes a follar en el parking mismo. Todo se quedo en silencio después de que su padre sacara las llaves del contacto. Ella tenia una mezcla de sentimientos encontrados y dudas empapadas en alcohol: bronca? sermón..? Dios, su corazón martilleaba en su pecho.

De repente, la voz grave de su padre des del asiento del conductor:

Te huelo el aliento a polla des de aquí… zorra…. -mascullo su padre.

Ella no supo que responder. Respondía como hija? Continuar con la farsa?

No te gusto mi mamada, Juan? Anda ven aquí detrás a continuar…

Sera…. mejor que te calles

Anda…. sabes que soy muy obediente… Juan, porque no continuas lo empezado?

Laura, deja de joder…

Juaaan… -dijo con voz melosa- seré buena, no se lo diré a tus otras follamigas… anda, úsame…

Antes de que Laura pudiera terminar la frase, su padre habia dado un portazo saliendo del coche y estaba abriendo la de atras.

Se sienta a su lado, sin hacer nada, mientras Laura se espera una bofetada, un “te vas a casa caminando” y el corazón sigue martilleandole en el pecho, hasta que sin abrir la boca, su padre la agarra de la barbilla y la atrae bruscamente hacia el, metiendole la lengua dentro de su boca.

Laura casi se corre en el instante. Retorcieron lenguas, suspirando y jadeando, como dos amantes, saboreando bocas, cambiando salivas. A ella le dolía la nuca porque la firme mano de su padre en el cuello la tenia en una posición forzada, pero no le importaba. Con la otra mano, su padre la atrajo hacia el, y ella puso una pierna desnuda encima de los muslos de su padre, haciendo que su pantorrilla se fregara con la entrepierna dura de su progenitor, arriba y abajo, con el zapato de tacon balanceandose precariamente con los deditos de ella como unico soporte.

Sintió la gran mano de su padre colarse por el precario escote y abarcarle por completo uno de sus senos y casi se vuelve a correr, mientras le pinza el pezón adolescente. Ella redoblo el trabajo de su lengua en la boca de su padre mientras con las manos se apuraba en sacar lo que se adivinaba como una erección debajo de los pantalones de su papa musitando “Juan” repetidas veces con los ojos entreabiertos para seguir con la credibilidad de la farsa.

Se reacomodó a su lado mientras seguía manoseándole la entrepierna hasta sacar la erección en la penumbra de la noche. Noto como la polla bombeaba sangre caliente en su mano, dura, palpitante, mientras su padre le tiraba el pelo hacia atrás, dejando expuesto su tierno cuello y el se lo lamia, para retomar el comer de esos labios.

Laura tragó saliva para si. Quizás había bebido demasiado. Empezó a masturbarlo lentamente mientras su padre, haciéndose pasar por Juan, le bajaba el escote, dejando ambos senos al aire fácilmente.

Uhh… la tienes dura otra vez… Juan… te la tengo que mamar otra vez para que me dejes en paz?

Me la vas a comer como si no hicieras otra cosa en tu puta y miserable vida… -respondió pausadamente mientras con una mano en la nuca de su hija la empujaba hacia su entrepierna urgida de boca tierna.

Laura pudo respirar la humedad de la polla de su padre antes de darle un cálido abrazo entre sus labios. La engulló hasta que mas pudo y succionó hacia arriba, humedeciéndola toda en la vuelta. Sorbió en la punta, dio una vuelta en el capullo con su lengua y volvió a tragar, para subir lamiendo la parte de abajo, besar la punta y volver a abrazar la venosidad con sus labios, ya sin restos de pintalabios en sus morritos juveniles.

Laura hinco una rodilla en el asiento para abarcar mejor la polla verticalmente, recorriendo la dureza de su padre en un abrazo húmedo con sus labios, usando solo su mano derecha para masajear los testículos, mientras que con la izquierdas se tocaba por debajo de las bragas. Podía notar las venas, el pulso de la sangre correr en sus labios, mientras humedecía cada centímetro de ese adorado falo. Consumada felatriz, llegaba a engullirla entera hasta la base, donde los recortados pelos púbicos de su padre le pegaban contra la nariz, para repetir repetidamente la secuencia, meciendo ritmicamente su pelo en el proceso.

Feliz de mamar tan ansiado manjar, Laura no se dio cuenta que la caricia de su padre en su coronilla era cada vez mas fuerte, pasando de ser una mera mano acariciando los bucles morenos a una mano que impedía cada vez mas que se pudiera sacar el tronco duro de la boca para respirar. Laura tardo demasiado en darse cuenta que su padre puso ambas manos en su cabeza, apretándola, y sin previo aviso, le aferro el pelo en corto y decidió que su hija le daría mejor placer si en lugar de una mamada, el le follara la boca.

Así que de repente, la cabeza borracha de Laura fue agarrada por ambas manos de su padre, por el pelo que le hacían subir y bajar repetida y violentamente su cabeza enfundando la polla en la boca de su padre.

Laura no se lo creía, su padre le estaba follando la boca violentamente. Le costaba respirar, tragar saliva que se acumulaba en su garganta y todo le daba vueltas, le subían las ganas de vomitar… y la rodilla se le estaba raspando contra el asiento de atrás. Afortunadamente para ella, no duro mucho. Apretándola hasta el fondo, forzando su experiencia de felatriz al máximo, su padre eyaculo en medio de gruñidos y gemidos de alivio.

Se corrió en lo mas profundo de su garganta, y tuvo que tragar la corrida grumosa de su padre para poder tragar aire después. La frente perlada en sudor por el esfuerzo, Laura estaba confusa. No porque le habían follado bruscamente la boca, cosa que tampoco le desagradaba, sino porque ella se había imaginado una mamada a su papa mas… romántica, donde ella era la que hacia correr a su padre, no el decidiendo eso…

Eres… una… puta..! -mascullo el

TU puta -respondió ella envalentonada .

Ahora vas a ver lo puta que seras…

Agarrándola del pelo, la paso por encima de sus rodillas, haciendo que quedara tumbada boca abajo en su regazo, con las nalgas paradas. Sumergida en la oscuridad del suelo del coche, ciega, se agudizaron sentidos mientras seguía sudando y respirando trabajosamente.

Sin perder tiempo, su padre le termino de subir bien el vestido hasta la cintura, y le bajo las bragas cortas estampadas de cebra hasta las rodillas.

Cuenta, puta.

Antes que Laura pudiera preguntar, la primera nalgada restallo en su firme trasero.

Auch!!!

Plassss!!

Ayyy!! Pero que cojones…?

Plasss!! – cuenta, he dicho!

Plass!!

Au!! Una!

Plasss!!

Jod.. Dos!

Y así hasta veinte. Las gotas de sudor le resbalaban por la frente y barbilla de Laura, cayendo hasta el suelo. Los cristales llevaban rato con vaho. El coche se lleno de silencio después que su progenitor parara en las veinte, para acariciar su trasero enrojecido.

Los labios de su padre le besan y luego lamen su trasero, mientras siente una mano escabullirse por su entrepierna, hasta la caliente humedad de su adolescente cueva… Siente un dedo, luego dos, largos, entrar fácilmente en ella, mientras con la otra mano la mantiene con la cabeza en el suelo.

Empieza a meterlos y sacarlos lentamente, para casi inmediatamente empezar un baile brusco y duro dentro de ella, llenando el espacio de un ruido de chapoteo inconfundible.

De repente, un dedo índice intenta colarse en su culo después de que los otros dos untaran la entrada con sus propios flujos. Laura no batalla, relaja el culo y ese dedo curioso entra junto con los otros dos en su humedad, para volver a follarla por ambos agujeros al mismo tiempo, rápida y bruscamente.

Laura intenta revolverse, pero su padre la tiene bien sujeta por el pelo. Le empieza a escocer la cabeza también. Siente el orgasmo cercano, y empieza a gemir y suspirar. Su padre masculla “puta…” y le suelta la cabeza para nalguearla mientras la sigue follando con los dedos de la otra mano. Los flujos de Laura han resbalado hasta el regazo del padre, haciendo una mancha.

El chapoteo de su entrepierna, las nalgueadas y su cuerpo cubierto en una película de sudor hacen que a Laura le ruede la cabeza, sintiendo el orgasmo como algo liberador, lo desea para terminar. Y lo hace, se corre con los dedos de su padre metidos muy adentro de ella. Los dejo dentro y removió durante los últimos segundos antes de que se corriera. Experiencia, babe. De seguro papi ha notado el flujo extra que ha chorreado, pero no tiente tiempo de relajarse, ya que la tira del pelo para sentarla en su regazo, ella se apoya entre los asientos de delante, y de espaldas a el, sentada en sus rodillas.

Oye como su padre se agarra la polla, se acomoda los pantalones y aferrándola de la cintura, la atrae hacia el, hacia su polla enhiesta. Ella entiende, y no hace falta ninguna lubricación extra para que la otra vez dura polla de su padre entre fácilmente entre sus piernas. Ella gime, el gruñe.

Sin dejar de tenerla aferrada de la cintura, ayuda a una desvencijada Laura a moverse arriba y abajo, lubricando la polla paterna. También se ayuda de los asientos delanteros, a los cuales apoya una mano en cada uno, ya que le duelen las rodillas. El clop, clop clop característico resuena en el coche, mientras ambos gimen, en una vorágine de humedad, olor a sexo y lujuria.

Laura no adivina a ver nada mas que a través del cristal delantero, mientras su cuerpo se mece a buen ritmo sobre la lubricada polla de su padre. De repente, a Laura le agarran los cabellos des de detrás, forzando que levante la vista y se de mejilla contra el techo del coche, sin dejar de moverse.

Ahora Laura tiene la frente pegada en un ángulo raro contra el techo del coche, que le raspa a cada movimiento de vaivén. Los caderazos, rudos y fuertes, le clavan la polla hasta el fondo en cada caída de su cuerpo, haciéndola sacudir entera. Su trasero le duele y le cuesta respirar, además que su columna esta forzada por lo bajo del techo del coche, tiene un fuerte sabor a polla en su boca, mechones de pelo se le pegan en la cara por el sudor. Pero le gusta. Se siente deseada, sucia, puta, todo a la vez.

Su cuerpo, ya falto de fuerza, cae pesadamente contra la cadera de su padre, enfundandose su polla con cada caída, y solo piensa en dejarse caer muerta, pero las fuertes manos de su padre en su cintura y su poco peso hacen que sea poco menos que una titere siendo follada. A cada vuelta de la ensartada se da contra el techo del coche con la frente perlada de sudor, lo que le produce un dolor fuerte, punzante, pero no tiene voluntad de protestar, solo dejarse hacer.

De repente, los jalones son mas fuertes hasta que le dan dos fuertes caderazos que hacen que el raspón que tiene ya en la frente le escueza de golpe, mientras un rugido a sus espaldas y una calentura repentina en su interior le indican que se ha corrido dentro. Antes que pueda decir nada, le empuja la espalda dejandola encajada entre los asientos, y le caen varias nalgadas en su culo expuesto, con la polla todavia dentro.

Bruscamente la empuja hacia un lado, sacándosela de su polla, se sale del coche, y la deja hecha una madeja en el suelo del coche, tirada como marioneta, con el vestido descompuesto y arrugado en una mera franja alrededor de su cintura, dejando a la vista su entrepierna usada, chorreante de fluidos propios y ajenos y unos pechos enrojecidos. El raspón en la frente causado por la fricción y golpeteo contra el techo le escuece, pero el cansancio y agotamiento la pueden.

Ella misma se da cuenta que huele a semen y a sexo, quiere recomponerse, pero no puede. Mientras oye el sonido del coche arrancar, ella aun tiene tiempo de mascullar antes de dormirse

Juan… que polvazo… mamonazo…

Cuando decidió despertarse, a la tarde siguiente, se descubrió en la cama, vestida todavía con el vestido de la noche anterior, pero en su sitio y arropada. Después de la ducha para quitarse olores y sabores de encima, se fue a desayunar, donde su mama le pregunto acerca de la noche anterior. Evidentemente, ella respondió alegremente que todo muy bien, que bailo y que llamo a su papa porque no tenia en que volver y temía meterse con uno que hubiera bebido.

Muy bien, nena, que buena eres… te dejo solita, descansa, que yo me voy al café con mis amigas.

Ok mami, te veo…

Después que su mama se hubiera ido de la casa, se fue a la cocina a comer algo mas. Todo parecía algo irreal, pero no como ella esperaba. El remordimiento la carcomía, y la duda era de si su padre la castigaria, o querria mas, o… De repente el susto la asalta: creía que la casa estaba vacía, pero era posible que su padre se hubiera quedado dormido? Oye pasos llegar hasta el dintel de la puerta de la cocina. Se da la vuelta lentamente, temiendo hasta quitarse la cucharilla de mermelada de la boca. Y su padre, plantado al otro lado de la cocina, desnudo completamente y con semblante serio, masculla…

De… rodillas… PUTA!

El sexto sentido

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SABADO 11 DE AGOSTO 2012

En un intento de huir de la monotonía diaria nos embarcamos en el abito urbanita llamado vacaciones y éstas a veces resultan no ser todo lo satisfactoria que esperamos. Los diez días que llevo en la playa, me están resultando de lo más rutinario. Todos las mañanas playa, después un poquito de chiringuito, más playa… Almuerzo y siesta… Bueno, mi familia supone que duermo la siesta…… Pero la verdadera razón por la que me meto en mi cuarto todos los días a esta hora, es : el sexo por Internet… No, no es que me ponga a ver como hombres desnudos, ejercitan el sexo; no, mis motivaciones son otras. Te cuento. Me he dado de alta en una página de esas de contactos, tipo “hombre soltero busca” y me he aficionado un poco a hablar con gente de allí; gente con la que sabes que nunca vas a llegar a nada; como mucho al habitual calentón y su correspondiente dolor de huevos. Pero como la mente es libre y la fantasía también. Ahí estamos, creándonos momentos no vividos.

El caso es que me encuentro chateando con un “amigo virtual” de la citada página, cuando sin motivo aparente se me va la linea de ADSL, y, por tanto, la apasionada conversación se va al traste…

-¡mecagoenlosmuertossuputamadreamen!

En fin, que en vista del éxito de crítica y público, me dispongo a echarme la siesta, y esta vez de verdad; pues cabrearse ni es sano, ni sirve para nada con tanta calor…

No he cerrado siquiera aún los ojos, cuando mi sobrino entra enfadado en la habitación, no sé que historia de un video juego; cuando me entero que lo pilla a través de Internet… ¡Con la iglesia hemos topado!

-¡Porfatito porfatito llama para que lo arreglen!-dice gritando insistentemente.

Eah, ¿Pues que quieres que te cuente? Que aquí estoy yo, a las cuatro de la tarde en pleno mes de agosto, llamando a Molestar..¿Cuándo aprenderé a decir la palabra NO? Primero me atiende el amable contestador automático, marco los dígitos que requiere la opción avería de Internet y me atiende otro simpático buzón de voz, que me dice que todos los operarios están ocupados que permanezca a la espera, unos minutos después, recibo el tono de comunicando; la llamada se ha cortado…

Repito la operación por tres veces consecutivas más y a la cuarta va la vencida, consigo hablar con una chica, con acento extranjero, que tras hacer algunas averiguaciones, con los datos que me pide; me constesta en un español macarronico, con cierto tufillo a árabe, que el problema de la avería está en mi ordenador, le pregunto cual es el problema, me vuelve a repetir lo mismo con idénticas palabras ( ¡la pobre!, si sólo le habrán enseñado a decir eso,¿ que voy a esperar yo, en agosto y a las cuatro de la tarde?)…. desesperado: cuelgo…

Vuelvo a insistir, repitiendo toda la operación, esta vez tengo éxito a la primera y me atiende un chico; su acento es sudamericano,¡ Díos !¡ por lo menos nos vamos a entender! Éste me dice que el problema es que no tengo línea, ( ¡ Un Premio Nobel para el muchacho,por lo menos! ¡Cómo se ha calentado la sesera!) que si quiere me manda un técnico pero que me cuesta 24,95 € por los gastos de desplazamiento… ¡mecagoenlosmuertos! Respiro hondo, el pobre no tiene culpa, él lo que le mandan… Pido hablar con su superior inmediato,… hace como que me va a pasar pero en realidad, me cuelga. ¡Que manera de escurrir el bulto!

Dicen que la paciencia es la madre de las ciencias; a mi se me está agotando. Vuelvo otra vez a reiterar el ritual, en esta ocasión sólo tengo que llamar dos veces para que me lo coja un operario, esta vez es otro chico de acento sudamericano, pero parece más espabilado que él otro y me dice, tras hacer unas comprobaciones pertinentes a través de mi PC, que el problema es del repetidor de la zona, que me mandan mañana un técnico, me pide un número de móvil. ( de cobrarme por el servicio, no me dice “ni pío”).

Al rato me llama un tal José Luis, dice ser el técnico de la zona, me pregunta si a las once del día siguiente es buena hora para ir a ver la averiá; yo le respondo afirmativamente.

DOMINGO 12 DE AGOSTO 2012 11:15

Toda mi familia se ha ido a la playa, excepto mi madre y yo. Mi progenitora porque no sé que historia con la vecina, yo esperando al técnico del ADSL… Cuando suena el timbre salgo hacia la puerta con unas calzonas de andar por casa (las cual tengo que reconocer me quedan bastante bien, ¡Me hacen un paquete y un culo estupendo!) y unas chanclas como única vestimenta, al abrir me encuentro con un tío de unos treinta y poco años con un uniforme de Molestar. Te lo voy a describir con detalle, porque ejemplares como él que tenía delante no son muy habituales en la fauna urbana de hoy en día: Metro ochenta más o menos, cabello rubio claro, ojos azules para perderse en ellos una temporada, una perillita aterciopelada y unos labios para comer y que te coman, fornido y musculado, pero no de gimnasio y mariconadas de pesas, del trabajo diario, en fin ; una cosita fuera de lo habitual. Es sólo verlo y me pongo cardíaco perdido. Y es que, por mucho que se hable últimamente de la prima de riesgo, ¡Dónde se ponga el primo de Zumosol!…

Nos saludamos con un apretón de mano, a continuación lo conduzco a la habitación donde está el dichoso modem…. Cuando llegamos al cuarto, y ve, el poco espacio que tiene para maniobrar, empieza a protestar por lo bajini, yo intento quitarle hierro al asunto y suelto una de las barbaridades mías, de esas, que se me ocurren de vez en cuando.

-La verdad es que esto está mas estrecho que un dedo en el culo

-Depende de que culo, pisha – me contesta José Luis riéndose.- Que hay algunos culos que les cabe el barco Titanic de “lao” con la orquesta y las tres horas de pelicula….

Miralo, que “graciocillo” ha salido el técnico, no hay duda que con esa perillita y esos ojos azules hará las delicias de las mujeres del pueblo, y esos pelos del pecho que se le escapan por la botonadura de la camisa seguro que traerá loca a más de una, y si ya te fijas en su sonrisa morbosa, a más no poder, es evidente que el meterla en caliente no le es difícil… No como a servidor, que se sube por las paredes, del tiempo que hace que no me pego un buen meneo…(Bueenoo, sólo diez días ¡Pero ya es mucho! Que uno está de vacaciones, y esta “mu descansao”)

El caso es, querido técnico, que todos esos encantos que tienes, esos pectorales en su sitio, un buen paquete y ese culo, tan perfectamente marcadito por el uniforme, no te van a servir de nada conmigo, yo tengo un sexto sentido para los heterosexuales y sé señalar mi territorio… Y por mucho que tú me gustes (que me gustas), no hay nadie mejor que yo para mantener bajo control sus primitivos instintos… Por eso cuando para poder acceder a la torre del PC, me ayudas a mover los muebles y se te hinchan los pectorales, yo no miro…Ni me doy cuenta siquiera de que me sonríes picaramente, cuando sin querer, nuestras manos se rozan brevemente… Tienes un letrero de prohibido al paso pintado en tu cara… una señal de peligro infranqueable….Por eso, cuando te agachas para ver los cables de conexión del modem con la torre del PC y desde donde yo estoy, puedo ver, como se te baja un pelín el pantalón, dejando entrever la peluda y excitante raja de tu culo… ¡Yo no miro! Tienes hetero escrito en la frente, mi sexto sentido me lo dice.

-Las conexiones están todas bien- me dice limpiándose morbosamente el sudor de la frente.

-El chico que me atendió me dijo que era un fallo del repetidor de la zona- mi voz intenta sonar contundente, como si fuera dueño de la verdad absoluta.

-Seguro que fue un “machupichu” de los cojones… ¡ Yo no sé ni porque los contratan!

¿Quizás porque son más baratos y los explotan de manera brutal? Me digo para mis adentros, pero al bruto este, no pienso darle ninguna explicación… ¿Machupichu…? ¡Hay que ver cuánto daño ha hecho la serie de televisión Aida al sentir popular español! Cada vez, está más claro que no tengo ni que mirar, pues si piensa así de los emigrantes, tres cuartos pensará de los homosexuales… Está rico como un queso, pero es un menú prohibido…

-Siéntate delante del teclado.. Vamos a hacer unas comprobaciones-mientras me dice esto se pasa una mano por el interior de la camisa, tocándose su sudado pectoral… A mi eso no me excita..¡ni siquiera un poquito!¡Palabrita del niño Jesús!

-Cuando quieras- le digo, una vez me encuentro sentado delante del ordenador.

Me pide que teclee un código incomprensible; tan incomprensible que me lo tiene que deletrear de nuevo.

- Pues de aquí no es… Al modem llega la señal…. pero a ver…¡Haz el favor, teclea esto…!

Otro código incomprensible, nuevo deletreo…

- Joder, no hay cabrones en el mundo- dice levantándose y en un tono que denota que ya ha dado con la clave. Le ha faltado gritar ¡Eureka!

- ¿Qué es lo que pasa?- le pregunto expectante.

- Un “espabilao” que se ha conectado a tu wi-fi- dice a la vez que vuelve a conectar unos cables.

- ¿Y es por eso, por lo que no tengo línea?

- Por eso y porque el “nota” se ha metido con un programa de estos de descargas y te ha chupado todo el ancho de banda.- me da la sensación de que José Luis ha pronunciado lo último de manera insinuante, pero seguro que son imaginaciones mías. ¡Y es que el ladrón….!

Se pone tras de mí de pie, se agacha levemente y teclea no sé que códigos, mientras hace esto, el espacio entre su paquete y mi hombro desnudo se ve reducido a lo mínimo … a mi esto no me excita ni lo más mínimo,prueba de ello es que, el bulto que se asoma bajo la tela de mis pequeña calzonas, no denota excitación alguna. ¡Noo que vaa!…¡Que “malito” me estoy poniendo!

Así que en vez de apartarme cuando el rosa su …¿ se le ha puesto dura? No es que uno tenga el hombro muy sensible, pero una polla empalmada y una que no lo está son evidentes en cualquier parte del cuerpo… Y la del técnico comienza a estarlo… Así que hago como que me pica el hombro, no porque quiera acariciar su paquete con los dedos. Es que me pica el hombro de verdad ¡ no seas mal pensado, hombre!

Y lo peor es que José Luis, lejos de apartarse cuando mis manos tocan mi hombro y por extensión su polla,; se acerca más y restriega su bulto contra mis dedos… todo ello sin dejar de teclear los ininteligibles códigos en el ordenador… Con muchos profesionales como él, en este país…¡Y otro gallo nos cantaría!

-Mariano, ¿El muchacho querrá una cerveza?

La voz de mi madre nos devuelve a José Luis y a mi a la cruda realidad; no estamos solos en casa. No sé porque, pero tengo la misma sensación al oírla, que cuando iba a llamarme a la plaza del pueblo para que volviera a casa… Se me acaba de terminar el juego… Y eso que yo no quería.(Ni siquiera un poquito, de verdad hombre, ¡palabrita del niño Jesús!)

José Luis declina la cerveza, pero si acepta un refresco, cosas del tener que conducir… Mientras mi madre va por el dichoso refresquito . El atractivo técnico me explica como ha solucionado el problema:

-Te he instalado un programa que te cargará un código aleatorio interno cada cierto tiempo, así aunque te copien la clave los descolgará y con ello los programas de descargas no podrán robarte el ancho de banda- me dice tranquilamente, con una profesionalidad fuera de lo común, como si no hubiera pasado nada segundos antes.

-Jo, ¡así da gusto!.. Sabes ayer cogí un cabreo enorme por la “desantención” al cliente…. Estuve a punto hasta de darme de baja.- digo con total tranquilidad, uniéndome al club de los “aquí no ha pasado nada”

-Te voy a dar mi teléfono directo… Por si otra vez tienes problemas- me dice dándome una tarjetita y guiñándome picaremente un ojo .

Un refresco después, se despide de mí dándome un fuerte apretón de mano y diciendo que sí tenía algún problema no dudara en llamarlo. Mientras observo como baja las escaleras, pienso que mi sexto sentido ya no es lo que fue, y es que me pasa como al niño de la película: “En ocasiones veo heteros…” Incluso cuando no los hay.

-¿Mariano que le pasaba al Internet?- pregunta mi madre, mientras se compone la ropa ante el espejo.

-Que un vecino me estaba robando el ancho de banda

-¿Quién ?…-pregunta extrañada.

-No se sabe-digo yo despreocupadamente.

-¿ Y lo ha dejado arreglado?

-Si, pero el técnico tiene que venir otro día.-digo yo, con total convencimiento.

-¡Ay, tantas modernuras!-dice mi madre, al verse superada por la tecnología- Bueno, yo me voy que tengo que ir con Concha a ver su prima, que anda pachucha la mujer. – al despedirse me da un beso.

¡Jo, con la señora! Lo podía haber dicho antes… Miro el teléfono, incluso se me pasa por la cabeza la tentación de llamarlo ….Pero no quiero parecer impaciente… Así que decido darme una ducha, para aplacar los “calores”… ¿ Me acompañas?….

La conclusión de esta historia, la publiqué en su momento en la Sección Gay, bajo el título ” Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL”. Si te interesa saber como acaba, nada más que tienes que entrar en mi perfil

GRACIAS POR LEERME

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